En un interesantísimo libro que acaba de salir a librerías, Lengua del ultraje, el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González dedica una buena cantidad de reflexiones a una de sus tantas especialidades: los duelos. En este caso, no las historias de duelos a capa y espada sino los duelos retóricos. Es cierto que, años atrás, las disputas verbales podían terminar en el campo del honor mientras que en la actualidad, con suerte, pueden servir de agenda para los programas de chimentos. Un caso emblemático de lance a espada a partir de dichos entre contrincantes fue el de Hipólito Yrigoyen y Lisandro de la Torre. Este último, santafesino y radical, tenía varias huellas en su cuerpo de otros desafíos. Conocía la esgrima y contaba con sólo 28 años. El otro, Hipólito, contaba con 45 y nada de experiencia. Eso sí, había estado a los tiros en la Plaza Lavalle, durante la Revolución del Parque, donde los radicales, además de las boinas blancas, no temblaron a la hora de disparar los fusiles para terminar con el régimen corrupto y pro británico de Miguel Juárez Celman. Aquello fue un 26 de julio de 1890, un día que quedó en el calendario revolucionario por la muerte de Evita en 1952 y por la toma del Cuartel Moncada por Fidel Castro y sus guerrilleros urbanos en La Habana en 1953. Volviendo a Yrigoyen, después de eso participó en varias conspiraciones, la mayor de ellas fue otro levantamiento en 1893. No obstante, a diferencia de De la Torre, no le gustaban los cruces de filo y contrafilo. Por algún motivo no lo pudo evitar y se trenzó con el santafesino. Fue en la madrugada, en el frío y las brumas de La Boca, y no pasó nada demasiado grave: parece que don Hipólito la sacó mejor pero los dos terminaron sanitos y continuaron, ambos, con un protagonismo relevante en la Argentina. Lo curioso del duelo entre Yrigoyen y De la Torre, para validar cierta vena trágica nacional, es que se trenzaron un 6 de septiembre, el de 1897. Es decir, 33 años antes del golpe pro británico y pro petrolero del salteño general José Félix Uriburu. Es cierto que algunos sectores patrioteros de la clase media estaban hastiados. El diario de Natalio Botana, Crítica, contaba las historias del diario de Yrigoyen, la devoción del presidente por el secreto y demás cosas. Pero la verdad del sentimiento profundo hacia el caudillo popular llegó con el masivo y espontáneo cortejo fúnebre, tres años después, con su muerte. Y Botana, con un diario que abría las páginas a excelentes plumas (Roberto Arlt y Raúl González Tuñón, por mencionar algunos) volvió a jugar fiero en octubre del ’45, cuando otro gran movimiento popular emergía en la Argentina. En cuanto a Lisandro de la Torre, fue también víctima de la Década Infame, ese período en el que muchos radicales pro oligárquicos se aliaron con un arco de partidos antipopulares. De la Torre se abrió y formó la Democracia Progresista y fue el gran denunciador de la connivencia empresarial y política en el mundo de la carne: los matones de los intereses británicos en los frigoríficos quisieron matarlo cuando era senador y Enzo Bordabehere –su discípulo y amigo– se interpuso y lo liquidaron. Esa muerte y la soledad política llevaron a De la Torre a quitarse la vida un tiempo después. Estas historias, tristes, tienen por telón de fondo los más tristes intereses de la colonización cultural y política de la Argentina, un país rico que siempre tuvo mucha gente pobre. Y no sólo pobre en términos materiales sino de gente degradada frente a los intereses de los poderosos.
Volviendo a González, Lengua del ultraje aborda muchos temas filosos entre los que no escapan el del rol del intelectual, de su relación con el pueblo, la necesidad de pensar por sí mismo, la de ser –o no– también un hombre (o una mujer) de acción. Incluye, en esas contradicciones, “la del mecanógrafo de los poderes”.
LAS ENTREVISTAS RADIALES. Pensar que la Argentina no tiene problemas de fuga de dólares o de mercados paralelos no entra en la cabeza de nadie. Mucho antes de las dañinas campañas mediáticas de Clarín o La Nación, este tema fue abordado por autoridades de este gobierno con visiones distintas a las que se pueden conocer a través de las escasísimas declaraciones de funcionarios respecto de las restricciones a las importaciones y de la compra de divisas. Es decir, no desde el seguidismo a los intereses de los especuladores en dólares (el complejo agro-sojero-financiero) sino “desde dentro del modelo”. Sin querer comprometer a Amado Boudou ni a Mercedes Marcó del Pont con estas líneas escritas por un periodista no especializado en temas económicos, vale la pena recordar algunos párrafos tanto del vicepresidente de la Nación como de la presidenta del Banco Central.
En una entrevista publicada el lunes 31 de octubre del año pasado en Ámbito Financiero, Boudou dijo: “Es importante que tengan mucha tranquilidad todos aquellos que tengan sus cuentas en orden y que tengan mucho nerviosismo los que pretendan hacer maniobras en negro.”
Más adelante, al ser consultado sobre si era transitorio, el entonces ministro de Economía dijo que era momentáneo: “Hasta que se termine de aplicar la normativa. Espero que mañana (por hoy) haya un funcionamiento normal, ya que el aplicativo de la AFIP es muy sencillo y se podría bajar en cualquier computadora hogareña.” Ante la pregunta de si eran los minoristas los que demandaban dólares, respondió: “Es una hipocresía. Cuando se mira quiénes participan son cuatro empresas las que explican el 80% de las ventas de dólares que efectúa el Banco Central.”
Con respecto al instructivo de la AFIP, todavía en la página web lo que se puede hacer es poner una cifra de pesos tras ingresar con la clave fiscal para saber cuánto cada cual está autorizado a comprar. Y respecto de cuáles son las empresas que explican las ventas de dólares falta información precisa.
Unos pocos días después, precisamente el sábado siguiente de que entrara en vigencia esa normativa, Marcó del Pont fue al foro de Carta Abierta en la Biblioteca Nacional. El periodista Raúl Dellatorre tituló su nota al respecto de la siguiente manera: “Capitales poderosos con el traje de pequeños ahorristas”, y consignó esto en el primer párrafo como un textual de Marcó del Pont: “¿Ustedes quieren saber quiénes están comprando dólares en la Argentina?”, preguntó en forma retórica poco después a la audiencia. Y, sin eufemismos, en forma directa, en su estilo, desgranó la información: “Tomando el total de personas físicas y jurídicas (estas últimas, empresas) que compraron dólares entre julio y septiembre de este año (2011), quienes adquirieron más de 100 mil dólares mensuales en promedio representan el 37% de ese total de compradores. Los sujetos, sean individuos o empresas, que compraron por debajo de mil dólares mensuales promedio son apenas el 7 por ciento. Aquellos poseedores de grandes fortunas individuales, o empresas grandes que pasan sus activos a dólares por magnitudes importantes, son los que mueven el mercado, los que agitan las aguas tratando de generar temores entre los más chicos, los pequeños ahorristas, que son una minoría en el mercado de cambios, no sólo por las cifras que manejan sino por cuántos son frente a los que mueven grandes capitales”.
Con estas y otras informaciones que ocupan buena parte de la agenda diaria de los medios, quien escribe estas líneas tuvo una entrevista radial con la secretaria de Comercio Exterior Beatriz Paglieri hace unos días. No fue pactada con anterioridad sino que el enviado de Radio Nacional que estaba en Angola durante la visita de la presidenta la sacó al aire y luego la dejó en línea con el programa Hoy más que nunca. Mas una semana después, los caranchos de varios medios opositores descubrieron el diálogo sin respuestas por parte de Paglieri respecto de si hay o no hay fuga de dólares. Una gran cantidad de periodistas que jamás se ocupan de Nacional ni de este cronista, salieron repentinamente a consignar con qué seriedad y objetividad se hizo la entrevista. Infinidad de nuevos amigos que aprovecharon un diálogo abierto y directo para escenificar un enfrentamiento memorable. No fue para tanto. Las rispideces y las diferencias forman parte de la política y el periodismo. No son una excepción, son parte de los debates y los proyectos sólidos.
Salvado eso, si un periodista tiene la posibilidad de entrevistar a un funcionario o mandatario a quien le incomodan ciertas preguntas, el problema no es del cronista sino del funcionario. Y vale la pena, además, enfatizar: no es preciso tener toda la información previa a la pregunta, porque se supone que quien maneja la información es el funcionario y que las preguntas, sobre todo en el vértigo de la radio, no son restrictivas para especialistas. En cambio, las respuestas son para el gran público.
La misión del periodismo no es maquillar información ni silenciar preguntas sino buscar la verdad. Una verdad que puede relativizarse, que puede corregirse, que puede debatirse y que, en algunos casos, puede generar molestias. Sin la pretensión de ser “un intelectual”, lo que debe entenderse es que la función del periodista es intelectual. Es decir, debe servir a la interlocución con el rigor de algunas normas prescriptivas. Hay una tentación de banalizar el cumplimiento de las tareas del periodismo para convertirlas en un manual de zonceras para saber quiénes son periodistas valientes y quiénes cobardes. Es un gran error, y muy peligroso. Los periodistas tenemos la obligación de hacer lo correcto. Para eso hay que poner rigor. La pasión, en todo caso, es para prepararse diariamente y dar lo mejor que uno tiene para los lectores, oyentes y televidentes. Volviendo a Lengua del ultraje, es un libro que sirve para hacerle fintas a esos sentimientos mezquinos de creerse ultrajado por pequeñas cosas y pensar que la honorabilidad es violentada por hechos o dichos que, en la perspectiva, pierden sentido. <
Volviendo a González, Lengua del ultraje aborda muchos temas filosos entre los que no escapan el del rol del intelectual, de su relación con el pueblo, la necesidad de pensar por sí mismo, la de ser –o no– también un hombre (o una mujer) de acción. Incluye, en esas contradicciones, “la del mecanógrafo de los poderes”.
LAS ENTREVISTAS RADIALES. Pensar que la Argentina no tiene problemas de fuga de dólares o de mercados paralelos no entra en la cabeza de nadie. Mucho antes de las dañinas campañas mediáticas de Clarín o La Nación, este tema fue abordado por autoridades de este gobierno con visiones distintas a las que se pueden conocer a través de las escasísimas declaraciones de funcionarios respecto de las restricciones a las importaciones y de la compra de divisas. Es decir, no desde el seguidismo a los intereses de los especuladores en dólares (el complejo agro-sojero-financiero) sino “desde dentro del modelo”. Sin querer comprometer a Amado Boudou ni a Mercedes Marcó del Pont con estas líneas escritas por un periodista no especializado en temas económicos, vale la pena recordar algunos párrafos tanto del vicepresidente de la Nación como de la presidenta del Banco Central.
En una entrevista publicada el lunes 31 de octubre del año pasado en Ámbito Financiero, Boudou dijo: “Es importante que tengan mucha tranquilidad todos aquellos que tengan sus cuentas en orden y que tengan mucho nerviosismo los que pretendan hacer maniobras en negro.”
Más adelante, al ser consultado sobre si era transitorio, el entonces ministro de Economía dijo que era momentáneo: “Hasta que se termine de aplicar la normativa. Espero que mañana (por hoy) haya un funcionamiento normal, ya que el aplicativo de la AFIP es muy sencillo y se podría bajar en cualquier computadora hogareña.” Ante la pregunta de si eran los minoristas los que demandaban dólares, respondió: “Es una hipocresía. Cuando se mira quiénes participan son cuatro empresas las que explican el 80% de las ventas de dólares que efectúa el Banco Central.”
Con respecto al instructivo de la AFIP, todavía en la página web lo que se puede hacer es poner una cifra de pesos tras ingresar con la clave fiscal para saber cuánto cada cual está autorizado a comprar. Y respecto de cuáles son las empresas que explican las ventas de dólares falta información precisa.
Unos pocos días después, precisamente el sábado siguiente de que entrara en vigencia esa normativa, Marcó del Pont fue al foro de Carta Abierta en la Biblioteca Nacional. El periodista Raúl Dellatorre tituló su nota al respecto de la siguiente manera: “Capitales poderosos con el traje de pequeños ahorristas”, y consignó esto en el primer párrafo como un textual de Marcó del Pont: “¿Ustedes quieren saber quiénes están comprando dólares en la Argentina?”, preguntó en forma retórica poco después a la audiencia. Y, sin eufemismos, en forma directa, en su estilo, desgranó la información: “Tomando el total de personas físicas y jurídicas (estas últimas, empresas) que compraron dólares entre julio y septiembre de este año (2011), quienes adquirieron más de 100 mil dólares mensuales en promedio representan el 37% de ese total de compradores. Los sujetos, sean individuos o empresas, que compraron por debajo de mil dólares mensuales promedio son apenas el 7 por ciento. Aquellos poseedores de grandes fortunas individuales, o empresas grandes que pasan sus activos a dólares por magnitudes importantes, son los que mueven el mercado, los que agitan las aguas tratando de generar temores entre los más chicos, los pequeños ahorristas, que son una minoría en el mercado de cambios, no sólo por las cifras que manejan sino por cuántos son frente a los que mueven grandes capitales”.
Con estas y otras informaciones que ocupan buena parte de la agenda diaria de los medios, quien escribe estas líneas tuvo una entrevista radial con la secretaria de Comercio Exterior Beatriz Paglieri hace unos días. No fue pactada con anterioridad sino que el enviado de Radio Nacional que estaba en Angola durante la visita de la presidenta la sacó al aire y luego la dejó en línea con el programa Hoy más que nunca. Mas una semana después, los caranchos de varios medios opositores descubrieron el diálogo sin respuestas por parte de Paglieri respecto de si hay o no hay fuga de dólares. Una gran cantidad de periodistas que jamás se ocupan de Nacional ni de este cronista, salieron repentinamente a consignar con qué seriedad y objetividad se hizo la entrevista. Infinidad de nuevos amigos que aprovecharon un diálogo abierto y directo para escenificar un enfrentamiento memorable. No fue para tanto. Las rispideces y las diferencias forman parte de la política y el periodismo. No son una excepción, son parte de los debates y los proyectos sólidos.
Salvado eso, si un periodista tiene la posibilidad de entrevistar a un funcionario o mandatario a quien le incomodan ciertas preguntas, el problema no es del cronista sino del funcionario. Y vale la pena, además, enfatizar: no es preciso tener toda la información previa a la pregunta, porque se supone que quien maneja la información es el funcionario y que las preguntas, sobre todo en el vértigo de la radio, no son restrictivas para especialistas. En cambio, las respuestas son para el gran público.
La misión del periodismo no es maquillar información ni silenciar preguntas sino buscar la verdad. Una verdad que puede relativizarse, que puede corregirse, que puede debatirse y que, en algunos casos, puede generar molestias. Sin la pretensión de ser “un intelectual”, lo que debe entenderse es que la función del periodista es intelectual. Es decir, debe servir a la interlocución con el rigor de algunas normas prescriptivas. Hay una tentación de banalizar el cumplimiento de las tareas del periodismo para convertirlas en un manual de zonceras para saber quiénes son periodistas valientes y quiénes cobardes. Es un gran error, y muy peligroso. Los periodistas tenemos la obligación de hacer lo correcto. Para eso hay que poner rigor. La pasión, en todo caso, es para prepararse diariamente y dar lo mejor que uno tiene para los lectores, oyentes y televidentes. Volviendo a Lengua del ultraje, es un libro que sirve para hacerle fintas a esos sentimientos mezquinos de creerse ultrajado por pequeñas cosas y pensar que la honorabilidad es violentada por hechos o dichos que, en la perspectiva, pierden sentido. <
Un comentario en «El periodismo, la verdad y la valentía»