Hace meses que nos vienen machacando con la llamada “democratización de la justicia”.
No nos aclararon que hay muchísimas maneras de “democratizar”.
Por ejemplo, si la idea de sólo votar se asimila a la de democracia, la mayor democracia sería la de administrar la justicia por el simple voto popular obviando abogados, fiscales y jueces.
Ese sistema suele derivar en linchamientos, con un líder que marca a quién hay que linchar. Otra forma es votar jueces avalados por todos los partidos que participan de una contienda. Así se votaría por personas, pero no por partidos. Este sistema es de fácil implementación en lugares como Estados Unidos, donde dos partidos dominan la escena, pero se complica en el nuestro, donde los partidos son muchos.
Cuando vivimos en sociedad estamos sometidos a las leyes naturales y también a las leyes humanas. Entonces no podemos elegir democráticamente qué enfermedad tiene un ser querido y aplicarle un tratamiento según un criterio de votación entre familiares.
En esos casos aceptamos lo que nos dice el médico, aunque no nos guste, porque es él el que sabe.
Para hacer una casa llamamos a un arquitecto, que a su vez deriva la instalación de las cañerías en un plomero, porque él no sabe soldar como corresponde. Nada de democracia.
Y la justicia, aunque a veces lo olvidemos, es una técnica que se dedica a la interpretación del entramado de leyes que los humanos hemos creado. Una técnica que trabaja con un material cuyos límites no están claramente definidos, tales como la moral, la ética y el alma humana. Por eso, en diferentes sociedades hay diferentes leyes humanas. Y los miembros de ese estamento son técnicos de las leyes humanas, una técnica con límites a menudo tan difusos como el de la materia con que tratan.
Sin embargo, cuando llega el momento de aplicarlas esperamos que actúen como dignos plomeros, haciendo el recorrido más corto y destrozando lo menos posible, sin dejarse influir ni por el dueño de casa que le va a pedir que cambie un caño de más para que después lo pague la administración, ni por el administrador que suele presionar para conseguir algo a cambio. Algo así como la “corrupcioncita” de entrecasa.
Entonces descubrimos que nuestros jueces son personas que manejan temas humanos, se mueven entre leyes e historias humanas, y que toda equivocación o mala praxis puede afectarnos con la misma fuerza que tendría el error de un médico o de un ingeniero. Pero en el fondo son especialistas. Son técnicos.
Y del mismo modo que buscamos médicos para solucionar nuestras enfermedades, llamamos a arquitectos para hacer nuestros edificios, buscamos agrónomos para mejorar nuestras cosechas o necesitamos programadores para nuestras computadoras, también nuestros jueces deben ser técnicos especialistas en leyes y necesitamos, merecen y conviene que sean elegidos por otros técnicos especialistas en leyes.
Es por eso y sobre todo por eso, que a los miembros del Consejo de la Magistratura lo deben elegir sus pares técnicos y no el voto popular.
Lo demás es irresponsabilidad, oportunismo o miedo a una justicia independiente y técnica. Y además por otro motivo: porque así lo dice nuestra Constitución.
No nos aclararon que hay muchísimas maneras de “democratizar”.
Por ejemplo, si la idea de sólo votar se asimila a la de democracia, la mayor democracia sería la de administrar la justicia por el simple voto popular obviando abogados, fiscales y jueces.
Ese sistema suele derivar en linchamientos, con un líder que marca a quién hay que linchar. Otra forma es votar jueces avalados por todos los partidos que participan de una contienda. Así se votaría por personas, pero no por partidos. Este sistema es de fácil implementación en lugares como Estados Unidos, donde dos partidos dominan la escena, pero se complica en el nuestro, donde los partidos son muchos.
Cuando vivimos en sociedad estamos sometidos a las leyes naturales y también a las leyes humanas. Entonces no podemos elegir democráticamente qué enfermedad tiene un ser querido y aplicarle un tratamiento según un criterio de votación entre familiares.
En esos casos aceptamos lo que nos dice el médico, aunque no nos guste, porque es él el que sabe.
Para hacer una casa llamamos a un arquitecto, que a su vez deriva la instalación de las cañerías en un plomero, porque él no sabe soldar como corresponde. Nada de democracia.
Y la justicia, aunque a veces lo olvidemos, es una técnica que se dedica a la interpretación del entramado de leyes que los humanos hemos creado. Una técnica que trabaja con un material cuyos límites no están claramente definidos, tales como la moral, la ética y el alma humana. Por eso, en diferentes sociedades hay diferentes leyes humanas. Y los miembros de ese estamento son técnicos de las leyes humanas, una técnica con límites a menudo tan difusos como el de la materia con que tratan.
Sin embargo, cuando llega el momento de aplicarlas esperamos que actúen como dignos plomeros, haciendo el recorrido más corto y destrozando lo menos posible, sin dejarse influir ni por el dueño de casa que le va a pedir que cambie un caño de más para que después lo pague la administración, ni por el administrador que suele presionar para conseguir algo a cambio. Algo así como la “corrupcioncita” de entrecasa.
Entonces descubrimos que nuestros jueces son personas que manejan temas humanos, se mueven entre leyes e historias humanas, y que toda equivocación o mala praxis puede afectarnos con la misma fuerza que tendría el error de un médico o de un ingeniero. Pero en el fondo son especialistas. Son técnicos.
Y del mismo modo que buscamos médicos para solucionar nuestras enfermedades, llamamos a arquitectos para hacer nuestros edificios, buscamos agrónomos para mejorar nuestras cosechas o necesitamos programadores para nuestras computadoras, también nuestros jueces deben ser técnicos especialistas en leyes y necesitamos, merecen y conviene que sean elegidos por otros técnicos especialistas en leyes.
Es por eso y sobre todo por eso, que a los miembros del Consejo de la Magistratura lo deben elegir sus pares técnicos y no el voto popular.
Lo demás es irresponsabilidad, oportunismo o miedo a una justicia independiente y técnica. Y además por otro motivo: porque así lo dice nuestra Constitución.
¡Genial! Qué argumentazos.
O sea que, como los políticos son técnicos en administración y gobernanza, a ellos deberían elegirlos sólo sus colegas políticos, y no la población en general.
Toooooodo va a parar siempre a lo mismo: el no-voto o el voto calificado. Lo que La Nación proclamó desde siempre, ahora está también en Clarín.
Dejemos de lado otras groserías del artículo, como eso de ‘administrar la justicia por el voto popular’, que quisiera saber quién lo propuso (para mí, nadie) y qué demonios tiene que ver con el proyecto de ‘democratización’.
Por otra parte es increíble decir eso en Clarín, como si el linchamiento (mediático) no fuera algo que Clarín hace a diario, basado en la doctrina ‘No Hacen Falta Pruebas’.
La verdad, no creía que Sendra estaba tan, pero tan para ese lado.
Y no digo más en homenaje a los gratos momentos que pasé con ‘Yo, Matías’ en mi vida pasada, cuando compraba Clarín.
Ja ja..
Infumable el Clarinete…..