La corrupción mata. Desde que ingresé a la política a mediados de la década del 90 que tengo esa convicción profunda que ha guiado mi accionar en el campo legislativo y en la vida pública. En todos estos años, tristes masacres resultantes de delitos de funcionarios impunes han hecho que vaya fortaleciendo esa certeza: el estallido en Río Tercero durante el menemismo, el avión de Lapa, Cromañón y el Tren de TBA que terminó con la vida de cincuenta y un personas, son sólo algunas de los crímenes evitables que forman parte de las heridas que durante décadas llevaremos como sociedad.
Miles de madres llorando hijos injustamente muertos se han convertido en parte medular de un cuerpo social que necesita en forma imperiosa Justicia. Esas madres son la conciencia de una sociedad que muchas veces se tapa los ojos para no ver tanto dolor provocado por la corrupción y el delito público y privado, amparado por una Justicia que frente a esta impunidad dejó de ser justa.
Seremos una sociedad mejor si no nos acostumbramos a que esas madres se conviertan en parte de la escena mediática a la que miramos indiferentes. Si no nos acostumbramos a la muerte, porque jamás hay que perder la capacidad de indignarse frente al dolor .
Nunca debemos perder de vista que la muerte injusta de un ser humano es también la de cada uno de nosotros. Todos debemos llevar en nuestro corazón tanta muerte, no hay muertos más importantes que otros.
Ben Bradlee, el periodista norteamericano que dirigió a los cronistas que investigaron el Watergate, escribió en su biografía que fue creciendo en su profesión viendo a colegas como Ward Just que podían sentir ese “drama que convierte los detalles en verdad y los hechos aislados en historia”.
El jueves de la semana pasada pude sentir cómo se expresaba el dolor frente a la masacre cuando escuché bocinazos que se reproducían por decenas y pensé que ahí se estaba construyendo historia .
Que esos seres anónimos que querían hacerse escuchar son mucho más relevantes para la edificación de una nueva sociedad que la corte de adulones que diariamente se reúne a aplaudir y a festejar los chistes de la Presidenta.
Conmoverse con el dolor de quien no conozco no debería ser la excepción. Por el contrario, debe ser el síntoma de un país que toma la decisión de dejar atrás a gobernantes corruptos y a empresarios inescrupulosos.
Que castiga con su voto y con su accionar cotidiano a los responsables de haber convertido a la Argentina en tierra fértil para el negociado.
Que no se calla frente a la vergüenza de jueces que muestran impunes sus fortunas, sean en anillos o en propiedades que no podrían justificar.
En definitiva, de un país que toma la decisión de no idolatrar más a sus victimarios.
Ojalá que los miles de bocinazos que se sintieron el jueves pasado sean el comienzo de esa historia. Somos millones los que no nos resignamos a seguir viviendo envueltos en tanta muerte y dolor. Somos millones a los que la Argentina nos enseñó que la corrupción mata.
Miles de madres llorando hijos injustamente muertos se han convertido en parte medular de un cuerpo social que necesita en forma imperiosa Justicia. Esas madres son la conciencia de una sociedad que muchas veces se tapa los ojos para no ver tanto dolor provocado por la corrupción y el delito público y privado, amparado por una Justicia que frente a esta impunidad dejó de ser justa.
Seremos una sociedad mejor si no nos acostumbramos a que esas madres se conviertan en parte de la escena mediática a la que miramos indiferentes. Si no nos acostumbramos a la muerte, porque jamás hay que perder la capacidad de indignarse frente al dolor .
Nunca debemos perder de vista que la muerte injusta de un ser humano es también la de cada uno de nosotros. Todos debemos llevar en nuestro corazón tanta muerte, no hay muertos más importantes que otros.
Ben Bradlee, el periodista norteamericano que dirigió a los cronistas que investigaron el Watergate, escribió en su biografía que fue creciendo en su profesión viendo a colegas como Ward Just que podían sentir ese “drama que convierte los detalles en verdad y los hechos aislados en historia”.
El jueves de la semana pasada pude sentir cómo se expresaba el dolor frente a la masacre cuando escuché bocinazos que se reproducían por decenas y pensé que ahí se estaba construyendo historia .
Que esos seres anónimos que querían hacerse escuchar son mucho más relevantes para la edificación de una nueva sociedad que la corte de adulones que diariamente se reúne a aplaudir y a festejar los chistes de la Presidenta.
Conmoverse con el dolor de quien no conozco no debería ser la excepción. Por el contrario, debe ser el síntoma de un país que toma la decisión de dejar atrás a gobernantes corruptos y a empresarios inescrupulosos.
Que castiga con su voto y con su accionar cotidiano a los responsables de haber convertido a la Argentina en tierra fértil para el negociado.
Que no se calla frente a la vergüenza de jueces que muestran impunes sus fortunas, sean en anillos o en propiedades que no podrían justificar.
En definitiva, de un país que toma la decisión de no idolatrar más a sus victimarios.
Ojalá que los miles de bocinazos que se sintieron el jueves pasado sean el comienzo de esa historia. Somos millones los que no nos resignamos a seguir viviendo envueltos en tanta muerte y dolor. Somos millones a los que la Argentina nos enseñó que la corrupción mata.