Entrevista a Nichi Vendola: «Italia es un país a la deriva»

Nicola “Nichi” Vendola es un dirigente político fuera de serie, por distintos motivos. Militó en el desaparecido Partido Comunista Italiano y conjugó su pertenencia católica con la militancia por los derechos de los homosexuales. Desde 2005 está a cargo del gobierno de la región de Apulia, ubicada en el lejano taco de la bota itálica. Sinistra, Ecologia e Libertà, el partido que fundó en 2009, no tiene ni diputados ni senadores nacionales. Sin embargo, está lejos de la rareza o la irrelevancia. En casi dos décadas de primado de Silvio Berlusconi, es el primer político de izquierda que se atreve a disputarle su patrimonio más preciado: la creatividad política.
Vendola ya se subió al escenario principal de la política italiana y quiere ocupar un rol principal en la conducción de una izquierda nueva, que pueda expresar esa “Italia mejor” que el poder mediático y económico de Berlusconi logró asfixiar. En esta entrevista con Debate, busca las causas de la crisis italiana y europea en la cultura y la política, critica la subordinación de los partidos de centroizquierda al liberalismo económico y explica por qué deben atenderse las lecciones de la América Latina reciente. En diciembre visitará la Argentina.
Usted sostiene frecuentemente, y de hecho es su eslogan, que “hay una Italia mejor”. ¿Cuál es esta Italia y cómo cree que pueda llegar al gobierno?
Dentro de un contexto mundial que estuvo marcado por la revolución conservadora que empezó con Ronald Reagan, Italia representó una variante de esta hegemonía de la derecha mundial, con sus particularidades. El berlusconismo ha sido un fenómeno de mezcla de las culturas del populismo, con las recetas del liberalismo económico. El mix populismo-liberalismo económico, claro está, es más un discurso público que no está fundado sobre la propaganda, sino sobre la publicidad. Esta Italia no ha sido sólo “representada”, sino también “producida” por el berlusconismo. Es una Italia machista, sexista, en la cual el género masculino rompe cualquier código de pudor. Incluso el léxico de la escena pública o las instituciones, se convierte, imprevistamente, en el que se usaba privadamente en los reductos masculinos. Esa complicidad un poco mafiosa entre hombres que se consideran divinidades, que piensan el poder como una manera de ejercitar la omnipotencia sobre el género femenino, se ha convertido en un lenguaje de la vida pública, en una hegemonía cultural, en la producción de un imaginario. De alguna manera, el berlusconismo ha sido preparado por la devastación de los aparatos de formación, por la devastación de la educación pública.
El cambio no fue sólo político, entonces, sino también cultural.
Berlusconi ha liquidado, con una desenvoltura impresionante, todas las culturas políticas del novecientos. Ésas que habían hecho de Italia un país particularmente fecundo: la corriente del catolicismo socialdemocrático, la corriente del socialismo, la corriente radical liberal. Transfirió a la política las formas comunicativas de la ficción televisiva, de las telenovelas, de la publicidad comercial. Éste es un hecho importante, porque produjo una nueva identidad, una nueva antropología, una gigante operación de manipulación ideológica. La crisis económica es también crisis cultural, civil, democrática. Es como si, todo ese instrumental cultural y lingüístico, de repente comenzara a envejecer.
¿Qué significa, entonces, que haya una Italia mejor?
La Italia mejor de la que hablo es la Italia de las virtudes cívicas, de los bienes comunes, la Italia que no quiere la privatización de las formas de comunidad. Es la que piensa que al futuro se lo construye invirtiendo en la educación, en investigación, en innovación. Esta Italia mejor ha comenzado a tomar coraje, a tomar la palabra. Decir que hay una Italia mejor significa esto: romper el encantamiento; Berlusconi es la representación manipuladora del país. El país, con Berlusconi, ha enriquecido a los ricos y empobrecido a las clases medias, ha devastado, digamos, el ethos público, hasta convertirnos en un país a la deriva. Entonces, hacer ganar a la Italia mejor es reconstruir el perfil del país.
Desde 2008, cada vez que Berlusconi perdió importantes apoyos en el Parla-mento, supo reconstruir la mayoría parlamentaria. La centroizquierda, en cambio, no ha logrado aprovechar las tensiones internas del berlusconismo, articulándolas con las tensiones sociales de las que habla.
La centroizquierda, en Italia y en Europa, está marcada por una significativa subalternidad cultural respecto del liberalismo económico. El blairismo hizo el intento de poner juntas dos palabras que no pueden convivir, son dos perfiles antitéticos de sociedad, de organización del mercado del trabajo, de la economía, de los derechos de las personas: socialismo y liberalismo económico. Como dijo un importante dirigente reformista italiano: “hemos tomado luciérnagas por linternas”. En Inglaterra, de hecho, comenzó una reflexión seria dentro del Partido Laborista, con la aparición de una tendencia nueva de izquierda. En Alemania, el Partido Socialdemócrata tiene un debate interesante. El Partido Socialista Francés, también. Es más, el PSOE considera críticamente lo que fue una revolución a medias, una revolución mutilada, la de Rodríguez Zapatero: imaginar la construcción del avance de las libertades civiles, con un retroceso de los derechos sociales produce victorias efímeras. Entonces, estamos también aquí al final de un ciclo. La izquierda tiene que reencontrar las razones modernas, no arcaicas, de la capacidad de poner juntos derechos sociales, derechos de libertad y derechos humanos. Tiene que redescubrir que la modernidad no puede tener como oráculos las bancas centrales y el Fondo Monetario Internacional. Tiene que ser capaz de desmitificar un mundo en el cual los ricos se han enriquecido empobreciendo al noventa por ciento de la sociedad y que ahora especulan sobre los Estados, que también se han desangrado para salvar a los ricos. La centroizquierda también ha sido responsable de esta situación, porque estaba marcada por esta cultura.
En el caso particular de Italia, hay quienes en el Partido Democrático (PD) piensan en construir una alianza enteramente de centroizquierda y hay quienes, en cambio, piensan en un gobierno de transición que involucre actores del así llamado “tercer polo”, con sectores de centroderecha. ¿Cuál es su posición frente a esta dicotomía?
Pienso que las distintas variantes no deben determinar la estrategia. La estrategia es buena o es mala prescindiendo de las variables. Ya sea que se vaya a votar en esta primavera, ya sea que se vote en el vencimiento natural del mandato, mi estrategia es construir la centroizquierda fuera del palacio, al aire libre, en una relación directa con el pueblo. Si la discusión sobre la construcción de la alianza, sobre la construcción del programa, está toda dentro del Estado Mayor, haremos pocos progresos. El Partido Democrático no recolectó firmas para el referendum que impidió privatizar el agua pública. Y jamás habríamos encontrado una manera de ponernos de acuerdo sobre la clausura del ciclo nuclear. ¿Quién ha decidido? El pueblo. Y ha corrido hacia la izquierda el eje real del país. Las primarias no son un concurso de belleza. Son, digamos, la posibilidad de construir un gran protagonista democrático que tome en sus manos la primacía. Y esa primacía significa dejar en claro la idea de sociedad que se tiene, que se quiere, que se desea. Ésa es mi estrategia.
¿Entonces?
Debemos retomar las calles, las plazas, las fábricas, las escuelas y discutir ahí. Decirle al Partido Democrático: “bien, discutamos juntos”. ¿Sobre qué? Sobre la precariedad, sobre el mercado de trabajo, sobre el fisco. De alguna manera, fuimos desplazados por los hechos. Somos Europa y hemos estado demasiado acostumbrados a ser la cátedra universal de todas las ciencias, de todas las disciplinas. Pero los jóvenes de Puerta del Sol han aprendido de los de Plaza Tahrir, y no al revés. La plaza de El Cairo se ha convertido en la plaza que ha enseñado de Madrid a Nueva York cómo se llevan adelante las luchas. Estamos acostumbrados a ver a América Latina sólo para expresar nuestra solidaridad. Ahora América Latina, con el gigante brasileño, con la experiencia argentina, tiene una línea común muy fuerte que es una izquierda 
posideológica, capaz de construir alternativas de gobierno que ponen juntos el crecimiento económico, la educación y la lucha contra la pobreza. Es algo que hay que mirar con atención. Si somos un poco menos engreídos, un poco menos eurocéntricos, quién sabe, por ahí podemos aprender de los otros.
Frente a la necesidad simultánea de equilibrar el presupuesto, reducir la deuda pública y retomar el crecimiento, ¿cuáles son las posibilidades de que un gobierno integrado por su partido haga cosas de izquierda?
Acá hay un punto sobre el que hay que discutir y es “quién paga”. Debería ser la primera pregunta, pero ha sido abolida, porque parece natural que paguen las clases medias y populares. Se da por descontado que los recursos se recolecten recortando el Estado de Bienestar. A esa pregunta que debe pagar la gran propiedad, la renta, la financiación de la economía. Es fundamental dar vuelta el mecanismo e imaginar una ley patrimonial, con una fuerte carga impositiva sobre las rentas y las transacciones financieras. Otra variable es el recorte de los gastos militares. ¿Le parece posible que, mientras están muriendo de hambre los griegos, el gasto militar de Grecia sea todavía el 2,6 por ciento del PBI? ¿Están preparándose para la guerra contra Turquía? ¿No es ridículo que mientras es natural dejar en la calle a médicos, enfermeros y maestros, no sea jamás natural recortar un submarino o un avión militar? El otro punto es el crecimiento, un crecimiento sostenible, social y ecológicamente. No se trata de agregar un adjetivo, sino de cambiar de filosofía.
¿En qué sentido?
No es posible que en Italia se hable, realmente con tanta fantasía, de poder fabricar vehículos todoterreno, mientras se cierran las fábricas que construyen colectivos. Por ejemplo, pensar cómo reflotar los puertos y los astilleros para construir transbordadores, para hacer funcionar las autopistas del mar y conectarlas a las vías y al transporte aéreo. Tener una planificación completamente diferente a ésta. No soy soviético, pero tampoco soy uno de esos neófitos que desde la izquierda piensan que el mercado tenga que regular todo. Tengo que regular la idea de transporte; después que las empresas hagan su parte. Y después está el tema del trabajo. No es verdad que el costo del trabajo sea el factor que nos impide ganar las carreras de la competencia internacional. La competencia internacional nos encuentra perdedores porque no invertimos en innovación, porque ponemos en los mercados productos sin contenido evolucionado. Y, por último, la democracia. ¿Quién manda? ¿Puede mandar el FMI? ¿Puede mandar el Banco Central Europeo? Son los que han mandado durante estos años y al mundo occidental lo han llevado al borde de la catástrofe. ¿Podemos decidir que manda la democracia? Esto es, que manda la política, que mandan los pueblos soberanos. ¿Es normal que en Grecia, el país en el que nació la democracia, no vale más nada la política porque derecha, izquierda, centro son fórmulas abstractas puesto que manda el Banco Central Europeo? Estas cuestiones no son hijas de un pensamiento extremista. Creo que son hijas de un reformismo radical, es decir, de un reformismo que es capaz de ir a la raíz de las cosas.
¿Cómo piensa que puede ser posible un protagonismo de la izquierda italiana y de sus sujetos sociales en una fase de crisis del crecimiento capitalista?
Para responder, hay que tener en cuenta algo: la crisis no es solamente una crisis financiera. Si uno la ve como una crisis global, y por lo tanto como una crisis civilizatoria, se da cuenta de que el riesgo entrópico que vive el planeta está determinado por un modelo irresponsable de crecimiento, que considera a los recursos naturales como infinitos. Hoy el tema de la ética de la responsabilidad es decisivo, porque refiere a la relación entre presente y futuro, entre nosotros y las generaciones que vendrán y pienso que sobre este plano tenemos la posibilidad de plantear un pensamiento hegemónico, porque en las culturas religiosas, en los movimientos cívicos, en la reflexión que va desde Jeremy Rifkin a Vandana Shiva, a la de los jóvenes economistas latinoamericanos, a la de los filósofos de última generación en Europa, la reflexión sobre la necesidad de repensar el modelo de producción y de consumo, y de repensarlo dentro el paradigma de la ética de la responsabilidad, está madura. Nosotros debemos solamente traducirla políticamente.
¿Piensa que es posible construir una alternativa de izquierda dentro de esta Europa? ¿Hasta qué punto el euro no se convirtió en un limitante para las economías del sur europeo?
Si Europa es solamente el euro, el debate de los pueblos será, digamos, muy contable. Y para las naciones más débiles, que tenían en la devaluación de las monedas nacionales un instrumento para las exportaciones, es claro que estar dentro del cerco de la moneda única es poco ventajoso. Italia, antes del euro, devaluando la lira lograba implementar sus propias cuotas de exportaciones. Con el euro se enriquece sólo Alemania, cuya fuerza es directamente proporcional a la debilidad de los otros socios europeos. Entonces, el problema del euro no es el euro, sino Europa. El euro corre peligro de ser una limitación si no están la “p” y la “a”. Si un continente es una moneda, es muy poco, no puede lograrlo. Mientras tanto, es ridículo pensar que una Europa miniaturizada, yo digo siempre una Europa neocarolingia, una Europa franco-alemana, y sustancialmente alemana, pueda sustituir a Europa. Lo dice frecuentemente Romano Prodi: hay necesidad de una gran Europa, aún más ambiciosa desde el punto de vista del proyecto de ampliación, para poner en equilibrio un mundo que se dirige hacia una confrontación entre la China y Estados Unidos. El mundo multipolar sin Europa es un mundo en riesgo de conflictos dramáticos. Europa es el amortizador natural de las tensiones del futuro. Entonces, el problema es cómo se relanza un proyecto europeísta, cómo se reflexiona críticamente sobre el haber impedido el ingreso de Turquía a Europa, cómo se amplía hacia los Balcanes occidentales, cómo se reflexiona sobre las estructuras democráticas, justamente, sobre quién manda en Europa. Ésta es una Europa políticamente inerte. El punto no es la moneda, el punto es la política. La cuestión no es volver hacia atrás, es ir hacia adelante, políticamente.
Las primeras en criticar esta Europa han sido las derechas antirrepublicanas. ¿Cuál debe ser la reacción de las izquierdas frente a la consolidación de estas derechas antidemocráticas? Pienso en el Frente Nacional Francés, pero también en el Tea Party estadounidense.
Lo que ocurre en Estados Unidos es la representación más evidente de lo que acabo de decir. La soledad de Barack Obama es el tema verdadero. Uno no puede poner en el centro de su construcción política algo que se asemeja al modelo social europeo, mientras Europa está construyendo algo que se asemeja mucho al modelo social norteamericano. Obama necesita discutir sobre educación pública, derecho a la salud, derechos de ciudadanía que no se pueden ejercer con la billetera sino que requieren el rol de lo público. Y mientras hace esto, Europa destruye el Estado de Bienestar, destruye el compromiso entre capitalismo y fuerzas del trabajo. No quiero decir “hay que ir más a la izquierda”. Eso puede parecer como una fórmula dentro del juego político. La abolición del derecho al futuro es el tema que transforma esta época en una época de crisis global. Y en la crisis global cualquier narrativa, incluso la más reaccionaria, puede tener éxito si falta la visibilidad de una bandera clara que dé esperanza y alternativa. Sin embargo, en Europa, cuando la izquierda levanta una bandera y esa bandera es creíble, el fenómeno de las derechas nacionalistas, fascistas, racistas extremas puede ser contenido y reducido. En las últimas elecciones administrativas en Alemania el fenómeno se ha contenido. En las recientes elecciones en Polonia curiosamente el éxito no ha sido de la derecha, sino del partido anticlerical, laicista. Hay fenómenos extraños que deben ser indagados. La izquierda debe hablar una lengua homogénea en toda Europa. La refundación de la izquierda, luego de su borrachera de liberalismo económico, debe coincidir con una idea de refundación de Europa.
“Lo que pasa en América Latina es extraordinario”
América Latina ha sido escenario de distintos proyectos políticos que han encontrado originales vías de salida del neoliberalismo. ¿Cuáles piensa que son las lecciones para la Italia y la Europa de hoy?
Tenemos que dejar de mirar hacia América Latina como el lugar de nuestra adolescencia, como el depósito de todas nuestras mitologías. Tenemos que liberarnos, por nuestro bien y el de América Latina, de esa relación lírico-mitológica. Hay que mirar globalmente el final de la lucha armada como un fenómeno positivo, que fue acelerado sustancialmente por la entrada en juego del Subcomandante Marcos y la insurgencia zapatista, que ha conmovido las modalidades de las guerrillas, en parte derrotadas y en parte superadas. La situación no es más la de un continente prisionero del imperialismo norteamericano. Cambió mucho. Hay tantas experiencias que deben ser miradas con atención en su especificidad…
¿Por ejemplo?
Creo que es necesario hablar de la discreta desilusión con respecto al ritmo de los cambios que tienen lugar en Cuba. Esperábamos de Raúl Castro una aceleración más significativa de la reforma de la sociedad cubana y creo que las cuentas con el pluralismo político no pueden seguir siendo pospuestas. Cuba, que por tantas razones fue siempre la posición más avanzada de América Latina, paradójicamente, parece renguear en ese tema y no logra ponerse en sintonía con todo lo que está pasando en el continente, que es extraordinario. Me hace reír cuando escucho hablar acerca de los límites de Lula.
¿En qué sentido?
Es lo contrario a lo que escuchaba sobre los límites de la revolución maoísta, o sobre los límites de las experiencias del socialismo real. La idea de que, en Brasil, el avance pudiera hacerse por decreto y no construyendo nuevos equilibrios, ganando consenso para abrir el juego, para reducir los asentamientos informales, para luchar contra el analfabetismo, contra la miseria. Recuerdo cuando estuve en San Pablo y en Río de Janeiro, las visiones traumáticas de la pobreza en América Latina. La idea de que la lucha contra la miseria no sea el tema de una novela del ochocientos, de una clásica novela francesa, sino el tema central de las políticas de desarrollo y crecimiento, la lucha por la promoción de las jóvenes generaciones, es una cosa extraordinaria. Naturalmente, los europeos corremos el riesgo de leerla siempre con las categorías del exotismo latinoamericano, en vez de enfrentar el hecho de que en Brasil, en la Argentina, en Venezuela, se piensa en esos términos. Tengo la impresión, también, de que la burguesía está viviendo una evolución importante, porque las cuentas con el pasado eran cuentas con historias de genocidios. Y esto no sólo en países que hoy tienen gobiernos más progresistas, sino también en las situaciones más complicadas como México y Colombia.
¿Cuál es, entonces, su mirada de la región?
Para recuperar la esperanza, cada vez que miro a América Latina, no busco mitos, no busco el rostro del Che en los distintos protagonistas de América Latina. Es más, no quiero construir una relación que me prive del cuestionamiento. Lula es un protagonista de primer plano del mundo de hoy y con este espíritu uno puede mirar las cosas que suceden y juzgarlas. Chávez no puede ser el ícono de lo que queda de los sentimientos revolucionarios de América Latina, por lo que, si tengo perplejidades, debo callarlas. Pienso que tenemos que tener una relación laica con lo que sucede en América Latina y pienso también que lo que sucede está entre las cosas más interesantes del mundo, junto con las que tienen lugar en China y en la India.

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