No pocos observadores tienen la sensación de que Ella habla cada vez más de El, al tiempo que, paradójicamente, se aleja cada vez más de El. En las últimas semanas, el cristinismo ha comenzado a afianzar su identidad a expensas de una llamativa toma de distancia de muchas de las decisiones que Néstor Kirchner adoptó durante su gobierno.
Las diferencias entre lo que pensaba Néstor y lo que lleva a cabo Cristina se tornaron más evidentes que nunca con el proyecto de reforma a la carta orgánica del Banco Central, que con inusual velocidad acaba de aprobar la Cámara de Diputados y que podría ser ley en siete días.
Es que, como lo señalaron tanto el diputado Federico Pinedo durante el debate parlamentario como el censurado ex jefe de Gabinete kirchnerista Alberto Fernández en un programa de TV, la iniciativa presidencial no deroga una ley del neoliberalismo, como se pretende hacer creer desde el oficialismo, sino tres artículos de una norma implementada por el propio Néstor Kirchner mediante un decreto de necesidad y urgencia que data de 2005. Se modifica el concepto de «reservas de libre disponibilidad», como aquellas reservas del BCRA que excedían el ciento por ciento de la base monetaria, para que, desde ahora, sea el directorio de esa entidad el que defina qué porción de las reservas es necesaria para manejar la política cambiaria.
Una abrumadora mayoría de economistas pronostica una aceleración del proceso inflacionario. Curiosamente, el modelo kirchnerista, al menos hasta 2006, tuvo entre sus ejes centrales una baja inflación. Los otros pilares del modelo eran el tipo de cambio alto y los superávits gemelos.
El control de la inflación se perdió antes de que Néstor Kirchner dejara el gobierno y su indicador mayor fue la intervención del Indec por Guillermo Moreno, a comienzos de 2007. Pero el atraso cambiario y la caída del superávit comercial y fiscal se profundizaron con Cristina Fernández de Kirchner.
El oxígeno para el proyecto de poder kirchnerista, tanto con Néstor como con Cristina, siempre pasó por una abultada caja. Con el creciente desequilibrio de las cuentas fiscales, Cristina debió recurrir a nuevas cajas. Los aportes de la Anses, luego de la confiscación de los ahorros de los jubilados en las AFJP, y los del Banco Central ayudaron a disimular el déficit fiscal.
Frente a la desesperación oficial por el achicamiento de la caja, la Presidenta pareció dar en su momento un giro de 180 grados al anunciarse una progresiva eliminación de los subsidios a los servicios públicos. Pero la tragedia ferroviaria de Once la llevó a repensar la estrategia y así surgió la idea de romper el chanchito y darles un nuevo y más grande manotazo a las reservas del Banco Central.
Distintos dirigentes vinculados en el presente o en el pasado al kirchnerismo, como Alberto Fernández, reconocen que Néstor era mucho más cuidadoso que Cristina con las cuentas públicas. El superávit fiscal fue siempre su obsesión, ya desde que asumió la gobernación santacruceña, y ordenó bajar los sueldos de la administración pública para equilibrar los números de la provincia.
Hay, con todo, fuertes señales de continuidad de Néstor a Cristina. La novedosa presión sobre YPF, más que un replanteo del esquema del «capitalismo de amigos», sólo indica que los amigos pueden ser cambiados por otros si no aceptan convertirse en súbditos. La constante no es otra que el afán de El y Ella de ir por todo, de gobernar controlando cada uno de los resortes de poder político, económico y mediático, y sin contrincantes a la vista. Así de simple.
flaborda@lanacion.com.ar .
Las diferencias entre lo que pensaba Néstor y lo que lleva a cabo Cristina se tornaron más evidentes que nunca con el proyecto de reforma a la carta orgánica del Banco Central, que con inusual velocidad acaba de aprobar la Cámara de Diputados y que podría ser ley en siete días.
Es que, como lo señalaron tanto el diputado Federico Pinedo durante el debate parlamentario como el censurado ex jefe de Gabinete kirchnerista Alberto Fernández en un programa de TV, la iniciativa presidencial no deroga una ley del neoliberalismo, como se pretende hacer creer desde el oficialismo, sino tres artículos de una norma implementada por el propio Néstor Kirchner mediante un decreto de necesidad y urgencia que data de 2005. Se modifica el concepto de «reservas de libre disponibilidad», como aquellas reservas del BCRA que excedían el ciento por ciento de la base monetaria, para que, desde ahora, sea el directorio de esa entidad el que defina qué porción de las reservas es necesaria para manejar la política cambiaria.
Una abrumadora mayoría de economistas pronostica una aceleración del proceso inflacionario. Curiosamente, el modelo kirchnerista, al menos hasta 2006, tuvo entre sus ejes centrales una baja inflación. Los otros pilares del modelo eran el tipo de cambio alto y los superávits gemelos.
El control de la inflación se perdió antes de que Néstor Kirchner dejara el gobierno y su indicador mayor fue la intervención del Indec por Guillermo Moreno, a comienzos de 2007. Pero el atraso cambiario y la caída del superávit comercial y fiscal se profundizaron con Cristina Fernández de Kirchner.
El oxígeno para el proyecto de poder kirchnerista, tanto con Néstor como con Cristina, siempre pasó por una abultada caja. Con el creciente desequilibrio de las cuentas fiscales, Cristina debió recurrir a nuevas cajas. Los aportes de la Anses, luego de la confiscación de los ahorros de los jubilados en las AFJP, y los del Banco Central ayudaron a disimular el déficit fiscal.
Frente a la desesperación oficial por el achicamiento de la caja, la Presidenta pareció dar en su momento un giro de 180 grados al anunciarse una progresiva eliminación de los subsidios a los servicios públicos. Pero la tragedia ferroviaria de Once la llevó a repensar la estrategia y así surgió la idea de romper el chanchito y darles un nuevo y más grande manotazo a las reservas del Banco Central.
Distintos dirigentes vinculados en el presente o en el pasado al kirchnerismo, como Alberto Fernández, reconocen que Néstor era mucho más cuidadoso que Cristina con las cuentas públicas. El superávit fiscal fue siempre su obsesión, ya desde que asumió la gobernación santacruceña, y ordenó bajar los sueldos de la administración pública para equilibrar los números de la provincia.
Hay, con todo, fuertes señales de continuidad de Néstor a Cristina. La novedosa presión sobre YPF, más que un replanteo del esquema del «capitalismo de amigos», sólo indica que los amigos pueden ser cambiados por otros si no aceptan convertirse en súbditos. La constante no es otra que el afán de El y Ella de ir por todo, de gobernar controlando cada uno de los resortes de poder político, económico y mediático, y sin contrincantes a la vista. Así de simple.
flaborda@lanacion.com.ar .
para los columnistas de La Nacion,estamos,sin duda,bajo una nueva tiranía.