23-05-1100:00
Manuel A. Solanet Fundación Libertad y Progreso
Las declaraciones de un funcionario con el rango de viceministro, expresadas en un reportaje y en conocimiento de su posterior publicación, no pueden tomarse como un exabrupto ni menos como una boutade juvenil, porque Roberto Feletti ya no lo es. Sus pensamientos y deseos probablemente sean compartidos por buena parte de su entorno. El populismo -al que muchos critican- debería radicalizarse. Uno de los problemas del populismo es que no era sustentable, ya que no podía apropiarse de factores de renta importantes. Esto es lo que cambió. Un proceso de estas características necesariamente debería profundizarse. Ganada la batalla cultural contra los medios, y con un posible triunfo electoral en ciernes, no tenés límites.
Si se quisiera caracterizar en pocas palabras al chavismo, esas estarían bien escogidas. No les falta nada. La radicalización del populismo no deja espacio de interpretación. Ni por radicalización, ni por populismo. Son conceptos demasiado consolidados en la filosofía política como para escudarse, como lo han hecho algunos exégetas del kirchnerismo, en la curiosa propuesta de Ernesto Laclau en su libro La Razón Populista en el que interpreta que el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración. A partir de ahí rescata los excesos de Chavez y le da espacio a sus fieles admiradores K, entre ellos seguramente Feletti, para animarse a una aventura superadora.
La percepción del triunfo electoral debe ser notable para que se den por superados los límites. El no tenés límites como autorreferencia genérica pero hacia la propia persona, suena al sueño del pibe. Pero en este caso sin advertir que cumplirá ese sueño pisando cabezas. Para hacer sustentable un populismo radicalizado podrá, ahora sí, apropiarse de rentas importantes. ¿A título de qué y quien decidirá cuáles rentas serán importantes? Tal vez lo decida Guillermo Moreno, que se ha especializado desde su despacho en decidir diariamente la vida o miseria de productores o comerciantes. Por si acaso, Héctor Recalde ya ha presentado un proyecto de ley que con solo dos artículos busca restablecer íntegramente la Ley de Abastecimiento con las máximas delegaciones hacia el Poder Ejecutivo.
No ha habido una desautorización presidencial a las declaraciones de Feletti como la que en su momento se le hizo a Horacio González, el director de la Biblioteca Nacional, cuando en nombre de la sagrada ideología K pretendió impedir la palabra de Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro. González aceptó la reprimenda y rectificó su pedido. Ahora, en este nuevo caso, no hubo ni retractación ni aclaración. Sólo se escucharon dos leves relativizaciones por parte de los ministros Boudou y Randazzo, para salir del paso. Dada la jerarquía de Feletti en la estructura del gobierno, solo una reacción más clara y terminante podría disipar la preocupación que han dejado sus palabras. No han sido la única señal de que un entorno presidencial fuertemente ideologizado espera consolidar su propio poder y el avance del estado sobre la sociedad con un eventual triunfo electoral en octubre. La oposición política, así como la dirigencia empresaria y las instituciones civiles, deberían tomar nota de este episodio y expresarse públicamente si realmente quieren mostrar vocación por la democracia y la libertad.
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Manuel A. Solanet Fundación Libertad y Progreso
Las declaraciones de un funcionario con el rango de viceministro, expresadas en un reportaje y en conocimiento de su posterior publicación, no pueden tomarse como un exabrupto ni menos como una boutade juvenil, porque Roberto Feletti ya no lo es. Sus pensamientos y deseos probablemente sean compartidos por buena parte de su entorno. El populismo -al que muchos critican- debería radicalizarse. Uno de los problemas del populismo es que no era sustentable, ya que no podía apropiarse de factores de renta importantes. Esto es lo que cambió. Un proceso de estas características necesariamente debería profundizarse. Ganada la batalla cultural contra los medios, y con un posible triunfo electoral en ciernes, no tenés límites.
Si se quisiera caracterizar en pocas palabras al chavismo, esas estarían bien escogidas. No les falta nada. La radicalización del populismo no deja espacio de interpretación. Ni por radicalización, ni por populismo. Son conceptos demasiado consolidados en la filosofía política como para escudarse, como lo han hecho algunos exégetas del kirchnerismo, en la curiosa propuesta de Ernesto Laclau en su libro La Razón Populista en el que interpreta que el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración. A partir de ahí rescata los excesos de Chavez y le da espacio a sus fieles admiradores K, entre ellos seguramente Feletti, para animarse a una aventura superadora.
La percepción del triunfo electoral debe ser notable para que se den por superados los límites. El no tenés límites como autorreferencia genérica pero hacia la propia persona, suena al sueño del pibe. Pero en este caso sin advertir que cumplirá ese sueño pisando cabezas. Para hacer sustentable un populismo radicalizado podrá, ahora sí, apropiarse de rentas importantes. ¿A título de qué y quien decidirá cuáles rentas serán importantes? Tal vez lo decida Guillermo Moreno, que se ha especializado desde su despacho en decidir diariamente la vida o miseria de productores o comerciantes. Por si acaso, Héctor Recalde ya ha presentado un proyecto de ley que con solo dos artículos busca restablecer íntegramente la Ley de Abastecimiento con las máximas delegaciones hacia el Poder Ejecutivo.
No ha habido una desautorización presidencial a las declaraciones de Feletti como la que en su momento se le hizo a Horacio González, el director de la Biblioteca Nacional, cuando en nombre de la sagrada ideología K pretendió impedir la palabra de Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro. González aceptó la reprimenda y rectificó su pedido. Ahora, en este nuevo caso, no hubo ni retractación ni aclaración. Sólo se escucharon dos leves relativizaciones por parte de los ministros Boudou y Randazzo, para salir del paso. Dada la jerarquía de Feletti en la estructura del gobierno, solo una reacción más clara y terminante podría disipar la preocupación que han dejado sus palabras. No han sido la única señal de que un entorno presidencial fuertemente ideologizado espera consolidar su propio poder y el avance del estado sobre la sociedad con un eventual triunfo electoral en octubre. La oposición política, así como la dirigencia empresaria y las instituciones civiles, deberían tomar nota de este episodio y expresarse públicamente si realmente quieren mostrar vocación por la democracia y la libertad.
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