Gilles Lipovetsky: «los ciudadanos saben que la política es impotente frente al mercado»

El intelectual francés, que llega esta semana al país, retrata una época de individualismo excesivo que cuestiona las instituciones, entre la felicidad ideal y la incertidumbre real
PARIS.- Existió la modernidad y la posmodernidad. Y hoy el mundo se encuentra sumergido en pleno frenesí hipermoderno. Ésa es la teoría del francés Gilles Lipovetsky, uno de los intelectuales preferidos del público argentino.
Sociólogo, filósofo, pensador difícil de catalogar, a los 70 años, Lipovetsky es capaz de analizar con la misma agudeza los hábitos consumistas, la predominancia de Internet sobre las relaciones familiares, el lujo, el arte e incluso la liviandad que caracteriza nuestra época, tema de un próximo libro que se publicará en francés en enero próximo.
Desde La era del vacío, publicado en 1983, Lipovetsky persiste en explorar el triunfo del individuo y las profundidades del narcisismo, erigido en modus vivendi de las sociedades occidentales. Para él, han desaparecido la ideología y la fe en un porvenir radiante, características propias de la modernidad. Lo mismo sucedió con las reivindicaciones libertarias del posmodernismo durante las décadas del 60 al 90.
Fue entonces cuando llegó lo que llama la «hipermodernidad», un período en el que cada aspecto de la existencia presenta una parte de exceso y una dualidad en la cual, más que nunca, la frivolidad esconde una profunda ansiedad. «Vivimos sumergidos en imágenes felices en contradicción con nuestra cotidianeidad, en la cual todo es complicado, el futuro incierto y la vida privada agitada por sobresaltos permanentes», dice.
Pero, definitivamente optimista, para Lipovetsky es necesario evitar un juicio totalmente peyorativo sobre ese proceso: «La mundialización encierra más promesas que amenazas para el hombre moderno», dice, en diálogo con la nacion en vísperas de su llegada a Buenos Aires.
Invitado por la Fundación OSDE, pasado mañana dará una conferencia sobre «La sociedad del hiperconsumo»
-Desde hace más de 20 años, usted afirma que las sociedades occidentales democráticas han entrado en un nuevo ciclo de la cultura del individualismo: «la segunda revolución individualista», producto -a su juicio- del consumo y la comunicación de masas a partir de los años 50. ¿Por qué «segunda revolución»?
-Porque se inscribe en la continuidad de los valores del modernismo democrático en vigor desde los siglos XVII y XVIII. Es decir, la valorización del individuo autónomo, libre, igual a su prójimo. Ese individualismo, sin embargo, permanecía fuertemente anclado en la moral, las grandes ideologías, las rigideces normativas que contrarrestaban la autonomía individual. Eso fue precisamente lo que hizo estallar la época del consumo y la comunicación masivos. A partir de entonces, la espiral individualista se generalizó. Este proceso coincidió, además, con el retroceso de estructuras sociales rígidas y pesadas. Hoy, cada uno se ha transformado en legislador de su propia vida.
-¿Cuáles son las características de esta cultura del hiperindividualismo?
-Sus rasgos fundamentales son la expansión de la autonomía subjetiva, el hedonismo del presente, el culto del cuerpo, el culto de lo psíquico y lo relacional, y, naturalmente, el derrumbe de las grandes ideologías.
-¿Se podría agregar también el culto al consumo y el mercado?
-Naturalmente. El mercado tiene una importancia fundamental en todo este proceso que, desde luego, se acelera cada vez más.
-En otras palabras, no hay retorno posible?
-No. No creo que haya contramodelo o contraalternativas. Nuestro mundo actual reposa sobre tres grandes líneas que estructuran la sociedad occidental: el dinamismo tecnocientífico, el mercado y los derechos del individuo democrático. Hoy nos hallamos en un modernismo extremo, reconciliado con esos principios. Pero reconciliado no quiere decir tranquilo, sin contradicciones, excesos o tensiones: las finanzas, los medios de comunicación, Internet, la moral, la política? Todas esas esferas están afectadas por la escalada del «siempre más».
-Para usted, ni siquiera el terreno estético escapa al fenómeno. En su último libro, L’Esthétisaton du monde (en proceso de traducción al español), afirma que hemos entrado en un extraño planeta en el cual los valores económicos y estéticos se mezclan y se confunden.
-El capitalismo destruye empleos, desfigura paisajes, contamina la atmósfera, agota las materias primas y a veces quiebra a los individuos. Pero también es el sistema que produce y distribuye bienes estéticos a gran escala. Esa dinámica comenzó a mediados del siglo XIX en forma limitada con las grandes galerías comerciales, y siguió con el diseño industrial, la publicidad, el cine y la música. Hoy nos hallamos en la etapa hiperbólica de ese sistema marcado por la inflación estética. En nuestros días no existe un solo objeto que no esté sujeto al design. Los productos cotidianos, que antes no se veían sometidos a la búsqueda estética, se han transformado en accesorios de moda: cepillos de dientes, anteojos, ¡hasta el papel higiénico! Ese paradigma estético es hijo del capitalismo del consumo.
-¿Qué es un homo aestheticus?
-La aspiración generalizada del hombre actual es la belleza y la emoción. Hoy todos tienen ese tipo de sensibilidad: quieren los últimos jeans de moda, escuchan música, viajan, decoran y redecoran sus interiores, van a los institutos de belleza regularmente. El turismo de masas es exactamente eso: una aspiración generalizada a ir a ver hermosos paisajes y obtener placer. Hay que recordar que no siempre fue así. Antes había que ir a trabajar la tierra. Al regresar, se comía y se dormía. Esto no es un juicio de valor, es solamente la constatación de que nadie escapa al fenómeno.
-¿Ese hiperindividualismo también se manifiesta en el terreno político?
-Sin duda. La gente ha dejado de votar, de comprometerse. Y aquellos que votan lo hacen en general «en contra». La política tradicional cada vez interesa menos y las crisis aceleran ese proceso. Los ciudadanos saben que la política es impotente frente al mercado y a las finanzas, mientras que los partidos políticos, tanto de derecha como de izquierda, tienen un discurso prácticamente análogo.
-Usted afirma que la juventud se construye hoy a través del consumo. ¿Quiere decir que el fenómeno toca en particular a los jóvenes?
-No necesariamente. ¿Cuándo viajaron tanto como ahora los jubilados? ¿Cuánto dinero mueve esa capa generacional de las sociedades occidentales? No son únicamente los jóvenes quienes utilizan los celulares inteligentes o las tabletas o que recurren a la cirugía estética?
-En otras palabras, ¿vivimos una época de liberalismo económico soft, donde la hiperglobalización tampoco es demasiado nociva?
-La globalización es una suerte para los países en vías de desarrollo, como China, Brasil o el continente africano. Se terminó el imperio de Estados Unidos o de Europa. Ahora, todo el mundo cuenta. La mundialización encierra más promesas que amenazas para el hombre moderno.
En su libro Occidente globalizado, escrito con el economista Hervé Juvin, Gilles Lipovetsky afirma que el actual proceso de globalización no debe ser percibido únicamente como productor de homogeneidad, sino como «paradojal»: fuente de uniformización, es verdad, pero también de diversidad cultural. Un análisis que le permite establecer un retrato de un Occidente que, convirtiéndose en la norma, ha dejado de ser el centro del mundo.
-A partir de la época de la Escuela de Fráncfort en los años 50, pasando por Baudrillard o Marcuse, la sociedad de comunicación de masas está bajo el fuego de las críticas. Televisión, Internet, redes sociales? ¿Cuál es su opinión al respecto?
-Es innegable que la televisión tiene efectos sobre el comportamiento y la sociabilidad. Internet y la televisión participan en el repliegue del individuo hacia la esfera privada. Pero no creo en una televisión que impida a la gente decidir. El individuo hipermoderno pone en tela de juicio todas las instituciones, y en particular la televisión. Todos critican la televisión. Creo que, lejos de hipnotizar, la televisión empuja la gente a reflexionar cada vez más.
-En cuanto a las redes sociales, ¿no hay una contradicción en el hecho de hacer todo lo posible para tener «amigos» virtuales en una sociedad hiperindividualista?
-Yo diría más bien que estamos ante una innegable forma de narcisismo. La gente no es pasiva frente a Internet y las redes sociales: se ponen en escena y cada uno se vuelve actor. Cada uno pretende demostrar su capacidad creativa e intenta así existir frente al otro en una sociedad que olvida todo demasiado rápido. Eso le permite construirse una identidad virtual conectada al consumo, la moda y los propios gustos. Una identidad casi totalmente desconectada de la que recibió, lejos del peso de las tradiciones y las instituciones.
-Hay quienes afirman que este hombre hipermoderno ha dejado de ser lo que era. Como si el siglo XXI hubiese visto el nacimiento de una suerte de mutante, que no tiene nada que ver con el anterior.
-Sí. Hay muchos que lo piensan, pero no es mi caso. A pesar de todos esos cambios en su comportamiento, su forma de relacionarse con el resto de la sociedad y sus aspiraciones, creo que el hombre hipermoderno es la prolongación de sus ancestros. No hubo fractura en el proceso de evolución al que nos referimos al comienzo de la entrevista. Sólo una aceleración de fenómenos que responden, sobre todo, a los avances tecnológicos.
-¿A su juicio, constituye esta nueva era un progreso para la humanidad?
-Todo depende de la óptica que se utilice. Es un avance cuando se trata del derecho a la autodeterminación, a construir su propia vida. Que las mujeres puedan decidir cuándo tener hijos, que la gente pueda escoger el momento y la persona con quien casarse, la profesión que quiere ejercer, si quiere practicar una religión o no, la situación actual es definitivamente positiva. Es verdad que simultáneamente hay numerosos problemas que acompañan ese fenómeno: las carencias de una comunicación masiva que provoca aislamiento, la relación individual con el trabajo, las dificultades para construir la propia identidad. Las sociedades de hiperconsumo crean necesidades que con frecuencia no pueden ser satisfechas, y esto crea cada vez más frustración. Pero, ¿quién querría volver atrás?
-¿Se podría decir que ese hiperconsumismo está caracterizado por una felicidad ilusoria o por una satisfacción efímera?
-Así es. Se trata de un sistema que funciona por obsolescencia, vertiginosamente, que produce una necesidad de renovación permanente. Lo que en un momento llamé «felicidad paradojal» es el hecho de que la sociedad del hiperconsumo impone imágenes de felicidad, de bienestar, imágenes luminosas totalmente opuestas a nuestras sociedades sumidas en la ansiedad. Vivimos sumergidos en imágenes felices en contradicción con nuestra cotidianeidad, en la cual todo es complicado, el futuro incierto y la vida privada agitada por sobresaltos permanentes.
-En otras palabras?
-Cuanto más se multiplican los placeres privados, más se afirman las frustraciones de la vida íntima, las ansiedades y depresiones, las decepciones afectivas y profesionales. Si la sociedad de hiperconsumo no se parece al infierno descripto por sus detractores, tampoco es la sociedad de puertas abiertas a la felicidad.
-¿Cuál es para usted el sistema social ideal?
-El social-liberalismo practicado en los países de Europa del Norte, donde se combate la desigualdad y se deja funcionar el mercado sin intervención permanente del Estado.
– ¿Y usted cree que eso será fácil de lograr para el resto del planeta?
-Soy pesimista. Si bien la democracia se ha vuelto prácticamente planetaria, el verdadero problema es que se trata de una democracia «no liberal». ¿Acaso el modelo de democracia practicado en los grandes países de Occidente terminará por generalizarse? No creo demasiado en el triunfo de la igualdad, sino más bien en el aumento de las desigualdades. Veo venir un mundo habitado por hipermillonarios y los otros. Un mundo donde unos pocos países tendrán éxito y los demás quedarán relegados.
De cara a su viaje a la Argentina, Lipovetsky dice estar sorprendido «del interés y la generosidad que manifiestan los argentinos» por sus trabajos.
-¿No será porque sus reflexiones sobre la transformación de valores y comportamientos de los individuos en esta sociedad hipermoderna tocan una fibra sensible en un país que sigue buscando su identidad?
-Es probable. La Argentina es un país particular. No es un secreto para nadie que a mediados del siglo XX era, para nosotros los europeos, una de las naciones destinadas al mejor de los futuros. ¿Qué pasó después…? ¿Por qué el país terminó siendo superado económicamente por Brasil, e incluso por Chile? En todo caso, es una pena que ese proyecto se haya frustrado.
MANO A MANO
Su próximo libro probablemente sea una vez más un éxito de librería. No sólo porque Gilles Lipovetsky es uno de los más agudos observadores de la sociedad contemporánea. O porque su estilo, siempre empático y picante, provoca en el público una atracción particular. Esta vez será por el tema escogido: la liviandad. ¿Liviandad de qué? «De todo en este mundo hipermoderno en el que vivimos», afirma. «Todo es liviandad: las relaciones sociales, la industria de lo infinitamente pequeño y liviano, la duración de los sentimientos, la perseverancia de las convicciones?» Lipovetsky pasó un año investigando el tema. De ese trabajo resultó un tratado de más de 400 páginas que será publicado en Francia en enero próximo. ¿Por qué se le ocurrió ese tema? En realidad, tantos años de observación de nuestras sociedades occidentales le permitió llegar a la conclusión de que una de las «células madre» de la hipermodernidad es precisamente su levedad. ¿Cuándo podrán leerlo los argentinos en español? No demasiado pronto. Por el momento, la editorial Anagrama está terminando la traducción de L’esthétisation du monde, aparecido el Francia en 2013.
UN FUTURO POSIBLE
Afirma que se vive una occidentalización del mundo, pero algunos países dejan dudas…
«Esa afirmación no quiere decir que necesariamente la cultura occidental prevalecerá sobre todas las demás, sino que lo que Occidente ha aportado como vector universal al planeta -lo que llamé los cinco ejes de la modernidad- se generaliza.» (Para Lipovetsky, esos cinco ejes son: el capitalismo; el consumo; las tecnociencias, que mundializan no sólo las máquinas, sino también formas de pensamiento y acción; el ciberespacio, y la cultura mediática. Y el individualismo, que encierra los principios fundamentales éticos y políticos de los derechos humanos, pero también su traducción social.) «El mercado es una invención de Occidente que se ha globalizado, lo mismo que la lógica de la competencia y la rentabilidad que lo acompaña. Sucede lo mismo con el consumo, pues no existe un rincón en el planeta que no aspire al bienestar que procura la renovación sistemática de productos. En cuanto a la tecnociencia, en todas partes se trata de domesticar la energía atómica, acceder a Internet o explorar el espacio. Se mundializan los gestos ligados a la tecnología, sin olvidar la lógica de la mediatización, que domina el planeta con Internet, el cine y la televisión.»

Un comentario en «Gilles Lipovetsky: «los ciudadanos saben que la política es impotente frente al mercado»»

  1. Hace mucho que se dice que los pesimistas son realistas y los optimistas ingenuos. Coloco al autor en el primer grupo. Por su caracterización del hombre hipermoderno: narcisista,liviano,irresponsable,apolitico,aceptador del predominio del mercado y la economía,físicoculturista,adorador de la forma y el diseño,de la belleza,aislado aunque relacionado,hiperconsumista insatisfecho,emotivo y hedonista…

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