Gratiferiantes, los que sueltan sin pedir dinero ni nada a cambio

19 de Abril de 2015
Una tendencia que se consolida
Son cada vez más, las hay temáticas -de plantas, de libros- y ahora incorporaron a las redes sociales. Lo diferencian de la donación, el asistencialismo o el trueque, al plantearlo como la filosofía del dar y el desapego.
Gratiferiando – En este caso, las chicas montaron lo que sueltan en el Parque Ameghino. Nadia Mansilla empezó al ver cómo cosas útiles se convertían en basura – Foto: Diego Paruelo
Soltar» es quizás el verbo que más se repite entre los concurrentes. Tienen sus propios códigos, su modo de ver el mundo, una filosofía en común. Las gratiferias ya no son eventos aislados: a cinco años de su creación, se convirtieron en un lugar donde se reúnen personas que comparten un estilo de encarar la vida. El lema es: «Traé lo que quieras (o nada) y llevate lo que quieras (o nada).»
Y no sólo son cada vez más las reuniones, sino que ahora las hay con temáticas específicas: «Hay de cosas de bebé, de cumpleaños, gratiservicio, gratiplanta, gratilibro, gratiskate», precisa Mago Marruen, quien se hace llamar así porque ése es su trabajo, pero además porque hace unos años resolvió figurar de ese modo en su documento de identidad.
Mago estuvo este verano recorriendo distintos puntos del país, «gratiferiando» durante 45 días: «Las gratiferias nacieron del veganismo. Lo que queremos es un mundo, un planeta mejor. Por eso no se hacen con remedios, armas, animales, ni nada que tenga que ver con el sufrimiento. Lo que se busca es conciencia. Lo que venís a buscar no es lo material», explica Marruen, quien también es activista por los derechos de los animales.
Él formó parte de las primeras gratiferias, las de 2010, impulsadas por su amigo Ariel Rodríguez Bosio, de 37 años, quien describe lo que pudo observar en este tiempo que tiene de vida su creación: «Hay gente para la que esto es su lugar en el mundo y está todo el tiempo atenta a asistir a la próxima. Incluso recuerdo que alguien quería que le gratiferearan un abrazo y se terminó casando con la persona que se lo dio», cuenta para describir el alcance que tuvo su idea.
Todos los organizadores o participantes que fueron consultados por Tiempo coinciden en señalar que el espíritu de las gratiferias no tiene nada que ver con la necesidad. «A veces alguien entra y te cuenta una historia dramática, pero esto no se trata de necesidad sino de querer. En las plazas nos encontramos, nos escuchamos, nos hermanamos, y las necesidades pasan a un segundo plano. Además, el 99% de las cosas que llevamos no tienen que ver con necesidades primarias, a lo sumo un abrigo, pero el que se contacta con nosotros y se entera del encuentro no lo lee desnudo frente a la computadora, tiene recursos. La intención es que no haya un relato buscando compasión porque esto es otra cosa», dice Ariel, y aclara: «No es un regalo, no es donación, no es asistencialismo, no es venta. Hay una revisión interna de la relación con el objeto y las necesidades. Han traído una guitarra, una tele, un bajo, cosas que están en perfectas condiciones y que están buenas. Cualquiera querría tenerlas. Por eso la automoderación es muy interesante. El desapego y la propia riqueza de vivir sin tener el objeto. Soy rico porque no necesito. Para mí, lo más lindo de la gratiferia es cuando la gente se motiva a dar. Con el desapego real, no tenés ningún rollo con lo que el otro haga con ese objeto».
Mago cuenta que una de las razones del encuentro puede ser la mateada, la charla. «Y a veces hacemos yoga o damos charlas sobre alimentación», cuenta. «Consumo colaborativo» le llaman algunos a lo que hacen en esos encuentros o ferias, donde no importa quién o cuántos se llevan lo que se ofrece.
UNA NUEVA LEY. Karina Fresno es empleada administrativa y tiene 45 años. Hasta hace poco, nunca había escuchado hablar de la gratiferia y ahora la toma como una ley de intercambio en su vida. Su modo de gratiferiar es a través de las redes sociales, sobre todo de Facebook, donde armó un grupo especial. En su defensa de esta metodología, refuerza la idea de Ariel sobre las leyes no dichas del hábito de gratiferiar: «A veces se discute si es o no un problema que quien se lleve algo después lo venda. ¿Qué te importa? Si al otro le sirve, no importa para qué. Y otro debate es si una sola persona se lleva todo, pero eso tampoco debería importarnos».
Karina recuerda lo primero que entregó –»regalé», le gusta decir–: «Era una piletita inflable que me había comprado para refrescarme pero que al final me resultó incómoda. La publiqué en Facebook y una chica jovencita vino a buscarla a mi casa. Me sorprendió porque trajo una planta de regalo. ¡Pero esto no es un trueque! Se la hice llevar de vuelta. Necesitaba que se entendiera que el espíritu de esto no es tener que dar algo a cambio», justifica.
Además de Karina, quienes se incorporaron a estas ferias en el último tiempo fueron los niños. Cuenta Ariel que una vez organizó una de juegos y juguetes y fue un éxito. «Resultó genial. Los chicos se automoderaban, no se amarrocaban todos los chiches. Muchos hicieron el ejercicio de dar y eso es un desapego enorme para un nene. Incluso había torta y ellos solos fueron a ofrecerle porciones al encargado de la calesita para que los dejara pasar. Transgredieron la idea de que si no hay dinero no hay posibilidad de acceso», celebra.
Desde que empezó esta práctica, Rodríguez Bosio vivió casi sin manipular dinero. Paga con ahorros las expensas del departamento familiar y come lo que se descarta en verdulerías o locales de comida.
«Si tenés el capricho de comprar algo manufacturado, bueno, es un capricho, pero lo podés hacer vos», advierte, y revela que aprendió a «soltar» también el armado de las gratiferias porque tiene planes de nuevos eventos, todavía más grandes. «Estoy volviendo a generar algo de plata con clases de artes marciales, y mi idea es difundir otros proyectos, como el de compras comunitarias o el sistema de trueque, y también hacer un gran festival puertas adentro, quizás en un centro cultural», adelanta.
Aunque la gratiferia empieza a cobrar vida por sí sola y a mutar en muchas variantes para transformarse en un hábito y un estilo de vida para los concurrentes, hay un espíritu que se mantiene intacto y tiene que ver con llevar a estas ferias cosas que son significativas para quien las suelta: «Si está para arreglar, no está para la gratiferia, está para arreglar. Si está para lavar, no está para la gratiferia, está para lavar. Si está para coser, no está para la gratiferia, está para coser». «
Como una solución ante las dificultades graves
En 2011, la gratifería llegó a la ciudad rionegrina de Bariloche para contribuir a mejorar el panorama de sus habitantes, que se había complicado por la caída de cenizas del volcán Puyehue.
Samuel Marchese, un romántico que por entonces tenía 20 años, fue parte de la organización de esas gratiferias: «La caída de cenizas dejó ver cosas buenas y malas de la gente de la ciudad. Cosas que están en todas las ciudades», le dijo a Tiempo, en referencia a la solidaridad de muchos, aunque el espíritu de estas ferias no tiene que ver con las donaciones.
«Vino de las ganas de compartir. De ver gente que cree que no tiene nada para dar y gente que no se siente capaz de recibir. Es como una forma de ayudarnos a sanar», explicó Marchese.
En Villa La Angostura, Neuquén, pasó algo parecido. La Biblioteca Popular Osvaldo Bayer fue el primer escenario donde se concretó este método, en el mismo marco tras las cenizas, y fue un éxito. «Nos hemos visto sorprendidos por la cantidad de gente que se sumó a esta propuesta. Sobrepasó ampliamente las expectativas que teníamos. La mayoría de la gente llevó ropa, pero también hubo quienes participaron con frascos, plantas y CD», le dijo Sofía, una de las organizadoras, a Diario Andino. Con el tiempo, las gratiferias se instalaron en esa zona patagónica, como en casi todo el país, y sus habitantes celebran.
«Me copé con la idea»
“Desde chica me interesó el cuidado del medioambiente y en este momento que vivimos en nuestro país, con tanto acceso al consumo, me preocupa su contracara, que es el aumento de la basura, más aún en una ciudad en la que no hay políticas reales de reducción de residuos”. Por ese lado fue que entró al mundo de las gratiferias Nadia Mansilla, de 32 años, redactora en una organización nacional y estudiante del traductorado de francés.
“Vivo en Parque Patricios y, en mi edificio, una ex fábrica, veía cómo tiraban ropa, juguetes, útiles y utensilios, que si alguien no pasaba cartoneando, iban a parar a la basura. ¡Y en la mayoría de los casos, se trata de objetos que pueden seguir siendo usados!”, cuenta Nadia, y confiesa que se animó a agarrar algunas de esas cosas y las llevó a centros de venta benéfica, como el Ejército de Salvación o el Cotolengo Don Orione.
“Pero sentía que no estaba solucionando el problema de raíz, que es que haya gente que produzca basura con cosas que podían serle útiles a otras personas”, resume.
Así se involucró en la “feria autogestiva” que funciona en el Parque Ameghino, donde los segundos domingos de cada mes se reúnen, en algunos casos a gratiferiar.
“Me copé con la propuesta y me propuse organizar gratiferias en mi barrio cada tres meses. Con cada cambio de estación, pego carteles, convoco por Internet y charlo con los vecinos sobre soltar las cosas que ya no usen y pasárselas a alguien que, lo necesite o no, va a darle vida”, detalla.

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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