Hadad, Feinmann y la batalla mediática

El puente Pueyrredón tuvo dos batallas. La primera se vio ese miércoles 26 de junio a la noche. Las cámaras de los noticieros habían quedado ubicadas estratégicamente para registrar el posible choque. Y las imágenes metían miedo: se veía a un grupo de policías que quedaba en medio de dos grupos piqueteros. Una batalla campal entre desocupados atrevidos con palos que avanzaban al paso lento de la infantería y policías de 400 pesos al mes que repartían gases y palos a diestra y siniestra. Luego, se veían heridos y se sabía de dos muertos en la estación de Avellaneda. Todo muy confuso.
Después de hora, el programa conducido por Eduardo Feinmann, consiguió unas hondas provistas por los contactos del grupo Hadad y la Bonaerense. Feinmann mostraba en el set de televisión, horrorizado, las armas de los piqueteros. Había un 20% de desocupación en la Argentina, pero el millón de televidentes se enteraba que la muerte de los piqueteros era obra de los mismos piqueteros. Encima, las cámaras del programa de Feinmann mostraban la imagen del comisario Alfredo Fanchiotti cuando era agredido en el hospital donde se recuperaban los heridos. El tal Fanchiotti estaba dando explicaciones al notero del canal de Hadad cuando un tipo le encajaba un cross de derecha al comisario. Querían culpar al “inadaptado”: era la campaña de prensa para salvar a Fanciotti.
Página/12 del jueves 27 salía al cruce: una vez más la Bonaerense se cargaba vidas humanas. De manifestantes desarmados. El diario, una vez más, explicaba la espiral pobreza-reclamo-represión-lucha. Daba el contexto. Empezaba a buscar pistas de cómo podían haber muerto Maximiliano Kosteki y Darío Santillán tan lejos de la batalla del puente. El diario Bae, entonces Hadad era su accionista mayoritario, estaba indignado con los piqueteros: “Los provocadores ganaron la batalla, generaron el estallido de violencia que fueron a buscar, lograron la canonización política de quienes programaron y ejecutaron las hostilidades”. Además, decía: “Llama la atención la ausencia de vocación investigadora para con la violación de la ley imputable a los piqueteros”. A todas luces, faltaban elementos. La sociedad estaba confundida por el nivel del enfrentamiento y por las informaciones contradictorias. Y las encuestas mostraron la Argentina partida: 36% culpaba a la represión policial, 25% responsabilizaba a los piqueteros.
Página/12 y Bae parecían los dos polos opuestos. La cabeza de Fernando Sokolowicz debía ser, por entonces, una batidora. Públicamente era el accionista mayoritario de Página/12 y, además, era socio de Hadad en Bae. Y juntos, desde hacía tiempo, estaban planeando dar varios pasos ambiciosos juntos en la compra de medios.
Ese mismo jueves 27 de junio a la tarde, llegaba a la redacción de Página/12 una serie fotográfica estremecedora. En la estación de Avellaneda estaba inmóvil el cuerpo de Kosteki. Santillán lo agarraba, inútilmente, para transmitirle algo de vida. Fanchiotti, el mismo comisario inspector que hacía de vocero el día anterior, tenía una Itaka. Desde atrás, disparaba. Santillán recibía al menos un balazo mortal. Las fotos llegaron de inmediato a la zona de oficina de los gerentes. Cosa poco común, Sokolowicz estaba en el diario. Junto a las fotos, arreciaban intrigas ¿Por qué las fotos se habían demorado tantas horas? Algunos dijeron que otro diario las había recibido el día anterior.
Seguramente, también, sabía que él estaba metido en un lío importante. Mientras veía las fotos debía tener presente que en pocos días debía decidir si montaba un despacho propio en el Canal 9, al lado de Hadad. Una vez más, el mundo del periodismo y el de los negocios de los empresarios de medios se distanciaban de manera esquizofrénica: Hadad y Sokolowicz habían comprado el viejo canal de Alejandro Romay que luego pasó por manos de Telefónica y también de un supuesto consorcio de australianos con oficinas en Nueva York.
Las fotos las había tomado Sergio Kowalewsky. Habitualmente, Sergio va a las marchas con su cámara. Colabora con las Madres de Plaza de Mayo. Por años, registró caras cargadas de dolor, cabezas recubiertas de pañuelos, carteles ajados con fotos de caras aniñadas. Cada tanto, alguna refriega. Hace meses que sus fotos no remiten a imágenes de aquellas historias de lucha y de pérdidas. La historia se coló por el objetivo. Esta vez, los ocho disparos de su Nikkon pudieron más que los mil discursos oficiales que justificaban la represión. Como suele suceder, los tiros, los gritos, la adrenalina, el miedo, el deber de orientar bien el objetivo, pudieron más que su sentido práctico: Sergio no se había dado cuenta en el momento que había registrado la muerte de Santillán por parte del comisario Fanchiotti y también a éste revisando el cuerpo para verificar que estuviera muerto. Sólo al ver reveladas las fotos supo lo que tenía encima, y recién ahí las envió a las redacciones. Esta vez, al menos, nadie había guardado la prueba.

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