Hay días en los que el relato se cae a pedazos

Esta vez no hay nadie con la cara pintada. Ningún oficial del Ejército que se resista a presentarse ante la Justicia que lo reclama por delitos contra los derechos humanos. Nadie que se levante contra la democracia para impedir que sigan los juicios contra secuestradores, torturadores y asesinos.
Todo aquello pasó en la Semana Santa de 1987 .
Ahora no quedan defensores de la dictadura militar. Los juicios que inició Alfonsín y que dos décadas después reabrió Kirchner amputaron ese poder corrosivo. A su turno, con indultos y todo, Menem liquidó a sangre y fuego el último alzamiento carapintada. Ahora no hay ningún jefe del Ejército que reciba la orden de bajar el cuadro de un dictador.
Todo eso ya fue hecho.
Ahora no hay un Aldo Rico, ni un Mohamed Alí Seineldín liderando a los amotinados. Si hasta un cartel recordando al fallecido Seineldín fue hecho retirar en la asamblea de los gendarmes en protesta. Nada que se confunda, ni se deje confundir, con un desafío político. Aunque es muy grave la ruptura de la verticalidad en organizaciones armadas, que requieren de una cadena de mandos incuestionable para no transformarse en una banda anárquica.
Lo que hay ahora es un movimiento sin líderes. Una reacción indignada de empleados públicos a los que el Gobierno les metió la mano en el bolsillo. Un reclamo horizontal que violenta la disciplina, pero cuya consigna más profunda fue cantada a voz en cuello por los efectivos de la Gendarmería y la Prefectura. Son dos frases, repetidas una y otra vez como estribillo: “No se toca, el sueldo no se toca” .
Toda construcción conspirativa alrededor de un reclamo tan sencillo pertenece a esa categoría cada día más devaluada e insuficiente, conocida como relato.
La democracia es un bien social innegociable . Y las épicas del pasado, por fortuna, no tienen necesidad ni espacio para reproducirse. Las demandas de la sociedad hoy tienen que ver con la seguridad, la inflación, la educación, el transporte, con diversas formas de la libertad que con demasiada frecuencia son intervenidas desde el poder. El intento de apelar a la reedición del pasado suena como demostración de la pobreza argumental para explicar el presente .
El Gobierno está en problemas, desde ya. La fabulosa torpeza de los funcionarios encargados de aplicar los recortes salariales a gendarmes y prefectos derivó en un conflicto fuera de todo cálculo. Los que más protestan son los mismos a quienes, con mucho de prejuicio ideológico, el Gobierno había privilegiado en las tareas contra la inseguridad. Tareas que, vale decir, se mostraron impotentes para contener la extensión del delito.
El intento por desempolvar los viejos fantasmas naufragó en su propio patetismo. El documento de la agrupación Unidos y Organizados, que expresa la esencia más pura y dura del cristinismo, tuvo casi más firmantes que el número de manifestantes espontáneos concentrados el miércoles en la Plaza de Mayo para darle su apoyo a la Presidenta. Eran poco más de dos docenas de chicos y chicas que fueron a ofrecer su corazón.
Y no se puede decir que al oficialismo le falte capacidad de movilización.
Lo que le faltó fue un argumento creíble , nada más.
El kirchnerismo supo, como casi nadie antes, construir poder y popularidad operando desde un Estado rico gracias a los ingresos por la soja y los impuestos al consumo. La versión actual de esa fuerza política hoy titubea y se confunde .
Hace un mes, la irrupción en el horario central de la televisión de la Presidenta con su enésima cadena nacional disparó el primer alerta vigoroso. Esa noche hubo una millonariamigración de espectadores hacia los canales de cable, que ofrecían algo distinto a la monotonía del discurso tantas veces escuchado.
Empezaron a encadenarse los tropiezos. Las encuestas revelaron el cambio de humor social, con una Presidenta que por primera vez cosechaba más rechazo que apoyo. Llegó la noche de los cacerolazos masivos, con epicentro en la Capital e irradiación a todos los grandes centros urbanos. Enseguida, la desafortunada excursión universitaria de Cristina por Georgetown y Harvard. Y se fortalecieron los indicios del extrañamiento entre la Presidenta y una franja social creciente, que parece ir más allá del 46% que le votó en contra hace un año.
Ante esto se vislumbra a un Gobierno atravesado por rencillas internas, con ministros vaciados de poder por el círculo de nuevos favoritos y, para peor, con severas dificultades para ser atendidos por la Presidenta. Ella, en soledad, es el principio y fin de todas las decisiones.
La protesta salarial de los miembros de Prefectura y Gendarmería es otra muestra de que más sectores ahora se le animan al Gobierno . Se disciplina por temor a la represalia o por reverencia al liderazgo. En estos días parecen no cumplirse ninguna de estas condiciones.
Para peor, desde el miércoles y hasta anoche no hubo rastros de un testigo que debía declarar en el juicio por el crimen de Mariano Ferreyra, cometido hace dos años por una patota sindical que respondía a dirigentes cercanos al Gobierno.
En la investigación se conocieron conversaciones telefónicas sostenidas después del asesinato del militante del Partido Obrero, que revelaron la extrema cercanía entre el jefe del gremio ferroviario José Pedraza –hoy detenido– y los funcionarios de máxima jerarquía del Ministerio de Trabajo.
Hace seis años lo desaparecieron a Julio López, que fue testigo clave contra el represor Miguel Echecolatz. Sucedió durante la presidencia de Néstor Kirchner y sigue impune . Los actos por López, hace dos semanas, marcaron una novedad sugestiva: por primera vez no acudió ningún representante del oficialismo .
Julio López había denunciado a un represor de la dictadura. Alfonso Severo iba a declarar contra los jefes del sindicato ferroviario. Su aparición, aun en circunstancias confusas, fue un gran alivio. Pero algunas sombras se obstinan en volver.
Cuando en febrero se produjo la tragedia ferroviaria de Once, con sus 51 muertos, un funcionario dijo que la cantidad de víctimas se debía a esa costumbre de la gente de viajar en los vagones delanteros. Ayer, el ministro de Justicia se sumó a la desgraciada serie de declaraciones públicas de funcionarios ante casos de gravedad. Afirmó que Severo no había pedido ninguna protección especial. Como si alguna responsabilidad fuese del testigo y no de quienes tienen que garantizarle la seguridad.
Hay días, cada vez más seguidos, en los que el relato se cae a pedazos.

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