Inaugurar un nuevo ciclo histórico

Con esta columna escrita por el titular del máximo tribunal, cabeza de uno de los tres poderes del Estado, El Cronista inaugura un proyecto especial cuyo objetivo central es aportar ideas al debate nacional. Se ha convocado a personalidades que representan la diversidad de dirigentes de todos los ámbitos y extracciones. Funcionarios, candidatos, ex presidentes y legisladores. Economistas, intelectuales, científicos y líderes sociales. Todos tendrán lugar en este desafío hacia el futuro.
1- Examinar las causas Nadie discute que Argentina es un país con numerosos recursos naturales donde vive muy poca gente. Su capital humano es muy importante y se revela en la trascendencia internacional sus ciudadanos en el arte, en el deporte o en la investigación científica. Hay pocos países que puedan decir que tienen el mejor jugador de fútbol del mundo, o los mejores artistas y músicos populares y clásicos. Sin mencionar al menos para las naciones católicas, el Papa, que es también argentino.
Este hecho esperanzador, sencillamente expuesto, se contradice con la percepción del ciudadano común: pareciera que tenemos problemas demasiado grandes para tan pocos, de lo cual hay evidencias incontrastables en los últimos cincuenta años.
Esta contradicción pasa desapercibida en medio siglo de gobernabilidad, por una abrumadora sucesión de palabras y de acciones, concentradas en el conflicto inmediato y superficial, pero incapaces de transformar la matriz que los origina.
Los resultados son bastante evidentes:
Los problemas no se solucionan, se trasladan de año en año, de década en década. La seguridad, la educación, los jubilados, la exclusión social, la infraestructura, el funcionamiento del poder judicial, la seguridad jurídica son temas que son motivo de preocupación, pero también lo han sido en los noventa, en los ochenta, en los setenta y en los cincuenta.
En cada proceso político institucional de nuestra historia pareciera que rompemos las reglas de la evolución: nacemos adultos y evolucionamos hacia la infancia. Grandes consensos iniciales que se degradan paulatinamente en divisiones irreconciliables conducen a la frustración de generaciones enteras.
En este contexto, hay numerosos triunfos individuales, pero al mismo tiempo hay un fracaso colectivo reiterado a lo largo de la historia.
Este breve diagnóstico nos obliga a prestar atención a problemas profundos de diseño institucional, que afectan la gobernabilidad. Bobbio ha dicho que el valor central de la derecha es la libertad, y para la izquierda es la igualdad. Sin embargo, en todos los casos, el éxito o el fracaso de esos objetivos dependen de cómo funcionan las instituciones. Por eso hay gobiernos de derecha autoritarios y otros democráticos, y los hay de izquierda populista, republicanos, declarativos o realmente transformadores.
En Argentina hay un problema claro de diseño institucional, que debe enfrentar esta generación si es que se quiere tener un futuro.
2- Un modelo diferente
No se trata de modificar la constitución, sino de pasar de un modelo de decisión centralizado, a uno descentralizado.
El modelo concentrado-descendiente parte de que las decisiones fundamentales deben ser adoptadas por una autoridad y de ella deben descender hacia los súbditos. Considera que el mundo está poblado por sectores que luchan de modo irreductible y la única salida es dominar o ser dominados; el acuerdo es considerado como una traición a las banderas que guían la batalla. Ello produce un antagonismo constante, una sociedad de opositores permanentes, y la solución del problema surge cuando una de las posiciones se impone a la otra. De allí que el interés general no surge de un acuerdo consensual, sino de su asimilación a razones de Estado, las que son definidas por grupos sectoriales, que van cambiando sucesivamente en el control de las decisiones.
La oposición no es simultánea, sino sucesiva, con lo cual se generan ciclos de cambios que hacen girar pendularmente las decisiones obstaculizando las políticas de Estado. El grupo que llega se legitima tomando distancia del que lo precedió y anunciando un nuevo periodo fundacional de la república.
La refundación constante genera un esquema de conducta que lleva a la reiteración de la crisis, porque todo lo que se hace de una manera, es destruido para volver a comenzar. Es como el mito de Sísifo que en la versión de Camus era asimilado al trabajo inútil, ya que Sísifo fue condenado a llevar una piedra hacia lo más alto de la montaña, y cuando llegaba, la piedra caía y todo volvía a comenzar.
El modelo descentralizado-ascendiente parte del supuesto contrario. La decisión surge de un acuerdo básico entre los ciudadanos que deciden vivir en sociedad y asciende hacia los órganos que ejercen la autoridad son sus delegados.
Las diferencias son nítidas:
* En el primero las nociones básicas de la sociedad surgen de la decisión de una autoridad central que domina e impone sus ideas, mientras que en el segundo surgen de la interacción de los ciudadanos; * En el primero hay concentración mientras que en el segundo hay descentralización; * En el primero hay homogeneidad y en el segundo diversidad, * En el primero hay exclusión de grupos mientras que el segundo busca la integración, * En el primero hay resultados pacificadores en el plazo inmediato pero tensiones en el largo plazo; en el segundo, por el contrario, hay dificultades iniciales en el consenso, pero, una vez que se logra es más duradero,
Sin poder extendernos demasiado, lo cierto es que se necesita un cambio profundo en el que las decisiones surjan de la multiplicidad de actores institucionales que expresen voces diversas. Esta es la razón por la cual la Corte Suprema ha tenido un rol relevante en la agenda pública, como también deben tenerlo el Congreso, el Ejecutivo, las provincias, las organizaciones no gubernamentales interactuando permanentemente en una democracia intensiva. No se trata de que todo el mundo esté de acuerdo, sino de que las decisiones sean el precipitado que surge luego de una serie de pruebas de argumentos contrapuestos. Es lo que Rawls denominó consensos entrecruzados.
Ello presupone una noción dialoguista y consensual del funcionamiento democrático, en el que las concepciones no surgen de una autoridad central, sino de la descentralización de las decisiones. Este esfuerzo es lo que permitirá conciliar la tradición nacional, la tradición popular y la republicana, muchas veces divergentes en nuestra historia.
3- Un nuevo ciclo
La gobernabilidad del siglo XXI es compleja, y deja paralizados a dirigentes que son muy buenos, pero formados según las ideas del siglo XIX.
Las sociedades están integradas por personas que piensan diferente en casi todos los temas y actúan en grupos también disímiles: los que coinciden sobre la pena de muerte para los delincuentes están divididos en cuanto al aborto; los que están de acuerdo sobre la igualdad, se dividen a la hora de proteger el ambiente. En fin, hay que aprender a conducir la diversidad.
Lo que se debe conducir es un sistema, no una parte para imponer a todo el resto. Para eso se requiere establecer una serie de acuerdos básicos, que llamamos contrato social de los argentinos: los juicios de lesa humanidad, la igualdad, la inclusión social, las libertades de expresión, la autodeterminación personal. Sobre esto hay un gran consenso, y sin embargo son temas que no están consolidados en la gobernabilidad ni son principios de vigencia plena y efectiva. En este campo es donde resultan necesarias las políticas de Estado. La Constitución y la ley deben actuar como mecanismos de compromiso elaboradas por el cuerpo político con el fin de protegerse a sí mismo contra la previsible tendencia humana a tomar decisiones imprudentes.
La función institucional de la Corte Suprema es fortalecer estos principios básicos.
Sobre la base de estos acuerdos, el conflicto es válido como elemento de transformación social, y habrá gobiernos de izquierda y de derecha. La función judicial de la Corte Suprema es resolver los casos que surjan con motivo de los conflictos cotidianos, pero no gobernar.
Es necesario inaugurar un nuevo ciclo histórico que implique un cambio de paradigma, de modo de analizar los problemas y de gobernar.
Las palabras y las acciones que usamos hasta el momento van perdiendo su capacidad de mejorar la vida de las personas. Es necesario cambiar el eje de la discusión. Hay que ofrecer un marco integrado que permita pensar el mundo del siglo XXI. La gestión de los sistemas complejos requiere un pensamiento distinto, que ya se aplica ampliamente en la física, en la biología o en la gestión empresaria; en cambio, la gobernabilidad política, en todo el planeta, está muy atrasada respecto de lo que está ocurriendo en el contexto social, económico y ambiental.
No es suficiente con cambiar el vagón del tren, es necesario cambiar la dirección de las vías.
4- Conclusión
Durante doscientos años hubo hombres y mujeres que se sacrificaron con esfuerzos sobrehumanos pensando en que hacían algo para las generaciones futuras: nosotros somos esa generación futura, somos el futuro de ese pasado, somos la justificación de aquellos sacrificios.
No resulta excesivo decir que debemos estar a la altura de aquellos sacrificios.
En demasiadas ocasiones nos hemos extraviado en las peleas cotidianas, y nos olvidamos que ese compromiso exige ocuparnos de los temas importantes que hacen al diseño de la Nación. En doscientos años hubo momentos de esplendor y de decadencia, heroísmos, traiciones, lo más sublime y oprobioso del alma humana; disputas que parecían irreconciliables y que hoy están completamente olvidadas o han perdido su significación.
Se trata de un cambio de paradigma que nos lleve a construir sobre las bases sólidas de aquello que nos une y no sobre la fragilidad de lo que nos separa.
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Excelente iniciativa de El Cronista y valioso aporte de un «preclaro» Ricardo Lorenzetti. Un abrazo al colega e ilustre magistrado, desde Mendoza.- Dr. Héctor F. D´Amore
Excelente iniciativa de El Cronista y valioso aporte de un «preclaro» Ricardo Lorenzetti. Un abrazo al colega e ilustre magistrado, desde Mendoza.- Dr. Héctor F. D´Amore

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