Los jóvenes que integran las listas legislativas del Frente Para la Victoria no nacieron de un repollo: son producto de la experiencia política adquirida al calor del desarrollo del kirchnerismo. El presidente del bloque de diputados del Partido Peronista en 1946, John William Cooke, asumió su banca con la misma edad que hoy tiene Facundo Moyano: 26 años.
El año pasado escribíamos en esta misma columna que a la hora del armado de las listas legislativas, la verdadera disputa que se iba a dar al interior del peronismo (y por ende, del Frente Para la Victoria) era la que tenía como protagonistas a los Intendentes del Conurbano y a la Confederación General del Trabajo.
Decíamos en aquella oportunidad, que la CGT seguramente iría en busca de la recuperación del recordado “tercio sindical” en las listas peronistas, perdido a manos del “aparato” pejotista cuando confluyeron dos hechos muy característicos del neoliberalismo que gobernó a nuestro país desde fines de la década del ‘80: la derrota política del Movimiento Obrero Organizado (junto con la claudicación de varios de sus líderes) y la conversión del peronismo como movimiento de masas devenido en maquinaria electoral.
Esos dos acontecimientos se encuentran asociados uno al otro, y en buena medida también formaron parte de las causales que llevaron a la Argentina a la situación que desembocó en la crisis de diciembre de 2001 y la posterior debacle durante el año 2002.
Cuando el 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner se hizo cargo de la Presidencia de la Nación, estas dos situaciones comenzaron a revertirse. Con la reapertura de las negociaciones paritarias, el Movimiento Obrero comenzó una lenta recuperación que hoy en día se puede palpar en los niveles de movilización y concientización que se han ido adquiriendo, manifestados en fenómenos políticos sin precedentes en las últimas décadas, como el que por ejemplo expresa la Juventud Sindical.
Al mismo tiempo, se empezó a llenar de contenido al Partido Justicialista, no solo retomando las viejas banderas históricas del peronismo a través de la gestión de gobierno, sino que también se lo involucró en luchas que hasta ese momento no figuraban en la agenda “institucional” del justicialismo: una de ellas fue la demanda activa de Juicio y Castigo a los responsables del genocidio cometido por la última Dictadura militar (sí de algunos de sus dirigentes, pero no del Partido como organización).
Después de dos gobiernos kirchneristas y de completado todo este proceso de recuperación de las estructuras partidarias y sindicales del peronismo, esta era una oportunidad casi única para comprobar hacia cuál de los dos lugares se inclinaba la balanza… Pero se nos murió Néstor, y a partir de ese momento se abrió un nuevo proceso político en el cual no se consolidó ninguno de los dos sectores del peronismo que mencionábamos anteriormente, sino que llegó la irrupción definitiva de otro actor político que ya venía pidiendo pista desde hacía un par de años: la Juventud.
En efecto, la muerte de Néstor produjo un fenómeno que solo aquellos que formábamos parte de él podíamos saber que de un momento a otro sucedería. Lo que generó la ausencia física del conductor político del kirchnerismo fue acelerar los tiempos, pero quienes desde hace un tiempo veníamos trabajando, desde diferentes ámbitos, en la consolidación de un nuevo sujeto político que se constituyera en superador de las anteriores experiencias de la juventudes políticas en la Argentina, sabíamos que el fenómeno estaba latente.
Después de aquel 27 de octubre de 2010, una de las pocas certezas que arrojaba el comienzo de esta nueva etapa era el hecho de la falta de reelección para la Presidenta de la Nación (conductora indiscutible del proyecto político y del modelo de gestión del país). Entonces, caía de maduro que la mejor manera de garantizar la continuidad de un proceso histórico que nunca planteó agotarse en apenas un par de períodos de gobierno, era otorgarle a esa juventud la posibilidad de tener mayor protagonismo institucional.
Quién no haya advertido esto es porque estaba mirando otro canal o, lo que es peor, porque estaba demasiado ocupado en cultivar un ombliguismo que no tiene nada que ver con el proyecto colectivo que dice defender.
Los jóvenes que integran las listas legislativas del Frente Para la Victoria no nacieron de un repollo: son producto de la experiencia política que han ido adquiriendo al calor del desarrollo del kirchnerismo. En muchos casos, incluso, se trata de militantes que vienen caminando la arena política desde épocas en las que esta era un desierto.
En la Provincia de Buenos Aires, la lista de diputados nacionales del FPV contiene a cinco candidatos menores de 35 años en los veinte primeros lugares (la cantidad que, a priori, se supone podrían resultar electos). Dos de ellos pertenecen a la conducción nacional de La Cámpora (Eduardo De Pedro y Mayra Mendoza); uno a la Juventud Sindical (Facundo Moyano); otro al Movimiento Evita (Leonardo Grosso), mientras que el quinto forma parte de H.I.J.O.S (el nieto recuperado N° 75, Horacio Pietragalla).
Los nombres y las razones son contundentes. Quien pretenda cuestionar los lugares que ocupan estos jóvenes utilizando como pretexto una supuesta “falta de experiencia”, ostenta tal desconocimiento de la historia del peronismo que francamente debería ponerlos a reflexionar acerca de lo que están haciendo.
En 1946, las espadas más importantes que Juan Domingo Perón llevó al Congreso de la Nación promediaban los 37-38 años de edad. Algunos ejemplos:
Héctor Cámpora asumió su banca con 37 años, y dos años después, en 1948, asumió la Presidencia de la Cámara de Diputados con apenas 39 años.
Joaquín Díaz de Vivar, un correntino que fue vicepresidente de la Cámara de Diputados tenía 38 años.
Andrés Framini, el histórico dirigente de la Asociación Obrera Textil, asumió su escaño con 32 años.
Otro sindicalista, Eduardo Vuletich (Farmacia), tenía 38 años cuando juró como diputado.
Pero, sin dudas, la frutilla del postre es quien fuera presidente del bloque de diputados del Partido Peronista en la Cámara Baja, John William Cooke, que asumió su banca con la misma edad que hoy tiene Facundo Moyano: 26 años.
Por otra parte, la presencia de los jóvenes en las listas para la legislatura bonaerense, donde La Cámpora y la Juventud Peronista prácticamente se aseguraron la obtención de cuatro diputados y dos senadores, obedece a una reivindicación histórica hacia los jóvenes que tanto le han dado a este peronismo que durante años solamente se acordó de ellos al momento de hacer campañas publicitarias de dudoso gusto (¿Se acuerdan de Fleco y Male? ¿Prefieren eso?).
Actualmente, en la Provincia de Buenos Aires hay solamente dos legisladores/as peronistas, sobre un total de 57 (36 diputados y 21 senadores), que tienen menos de 40 años. Quien sea capaz de defender esta situación, que hable ahora o calle para siempre.
Ya no se trata de tirar a los viejos por la ventana, sino de fortalecer al Proyecto que encabeza la Presidenta de la Nación con unos de los sectores más dinámicos que tiene hoy por hoy ese sistema político que se llama peronismo.
El año pasado escribíamos en esta misma columna que a la hora del armado de las listas legislativas, la verdadera disputa que se iba a dar al interior del peronismo (y por ende, del Frente Para la Victoria) era la que tenía como protagonistas a los Intendentes del Conurbano y a la Confederación General del Trabajo.
Decíamos en aquella oportunidad, que la CGT seguramente iría en busca de la recuperación del recordado “tercio sindical” en las listas peronistas, perdido a manos del “aparato” pejotista cuando confluyeron dos hechos muy característicos del neoliberalismo que gobernó a nuestro país desde fines de la década del ‘80: la derrota política del Movimiento Obrero Organizado (junto con la claudicación de varios de sus líderes) y la conversión del peronismo como movimiento de masas devenido en maquinaria electoral.
Esos dos acontecimientos se encuentran asociados uno al otro, y en buena medida también formaron parte de las causales que llevaron a la Argentina a la situación que desembocó en la crisis de diciembre de 2001 y la posterior debacle durante el año 2002.
Cuando el 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner se hizo cargo de la Presidencia de la Nación, estas dos situaciones comenzaron a revertirse. Con la reapertura de las negociaciones paritarias, el Movimiento Obrero comenzó una lenta recuperación que hoy en día se puede palpar en los niveles de movilización y concientización que se han ido adquiriendo, manifestados en fenómenos políticos sin precedentes en las últimas décadas, como el que por ejemplo expresa la Juventud Sindical.
Al mismo tiempo, se empezó a llenar de contenido al Partido Justicialista, no solo retomando las viejas banderas históricas del peronismo a través de la gestión de gobierno, sino que también se lo involucró en luchas que hasta ese momento no figuraban en la agenda “institucional” del justicialismo: una de ellas fue la demanda activa de Juicio y Castigo a los responsables del genocidio cometido por la última Dictadura militar (sí de algunos de sus dirigentes, pero no del Partido como organización).
Después de dos gobiernos kirchneristas y de completado todo este proceso de recuperación de las estructuras partidarias y sindicales del peronismo, esta era una oportunidad casi única para comprobar hacia cuál de los dos lugares se inclinaba la balanza… Pero se nos murió Néstor, y a partir de ese momento se abrió un nuevo proceso político en el cual no se consolidó ninguno de los dos sectores del peronismo que mencionábamos anteriormente, sino que llegó la irrupción definitiva de otro actor político que ya venía pidiendo pista desde hacía un par de años: la Juventud.
En efecto, la muerte de Néstor produjo un fenómeno que solo aquellos que formábamos parte de él podíamos saber que de un momento a otro sucedería. Lo que generó la ausencia física del conductor político del kirchnerismo fue acelerar los tiempos, pero quienes desde hace un tiempo veníamos trabajando, desde diferentes ámbitos, en la consolidación de un nuevo sujeto político que se constituyera en superador de las anteriores experiencias de la juventudes políticas en la Argentina, sabíamos que el fenómeno estaba latente.
Después de aquel 27 de octubre de 2010, una de las pocas certezas que arrojaba el comienzo de esta nueva etapa era el hecho de la falta de reelección para la Presidenta de la Nación (conductora indiscutible del proyecto político y del modelo de gestión del país). Entonces, caía de maduro que la mejor manera de garantizar la continuidad de un proceso histórico que nunca planteó agotarse en apenas un par de períodos de gobierno, era otorgarle a esa juventud la posibilidad de tener mayor protagonismo institucional.
Quién no haya advertido esto es porque estaba mirando otro canal o, lo que es peor, porque estaba demasiado ocupado en cultivar un ombliguismo que no tiene nada que ver con el proyecto colectivo que dice defender.
Los jóvenes que integran las listas legislativas del Frente Para la Victoria no nacieron de un repollo: son producto de la experiencia política que han ido adquiriendo al calor del desarrollo del kirchnerismo. En muchos casos, incluso, se trata de militantes que vienen caminando la arena política desde épocas en las que esta era un desierto.
En la Provincia de Buenos Aires, la lista de diputados nacionales del FPV contiene a cinco candidatos menores de 35 años en los veinte primeros lugares (la cantidad que, a priori, se supone podrían resultar electos). Dos de ellos pertenecen a la conducción nacional de La Cámpora (Eduardo De Pedro y Mayra Mendoza); uno a la Juventud Sindical (Facundo Moyano); otro al Movimiento Evita (Leonardo Grosso), mientras que el quinto forma parte de H.I.J.O.S (el nieto recuperado N° 75, Horacio Pietragalla).
Los nombres y las razones son contundentes. Quien pretenda cuestionar los lugares que ocupan estos jóvenes utilizando como pretexto una supuesta “falta de experiencia”, ostenta tal desconocimiento de la historia del peronismo que francamente debería ponerlos a reflexionar acerca de lo que están haciendo.
En 1946, las espadas más importantes que Juan Domingo Perón llevó al Congreso de la Nación promediaban los 37-38 años de edad. Algunos ejemplos:
Héctor Cámpora asumió su banca con 37 años, y dos años después, en 1948, asumió la Presidencia de la Cámara de Diputados con apenas 39 años.
Joaquín Díaz de Vivar, un correntino que fue vicepresidente de la Cámara de Diputados tenía 38 años.
Andrés Framini, el histórico dirigente de la Asociación Obrera Textil, asumió su escaño con 32 años.
Otro sindicalista, Eduardo Vuletich (Farmacia), tenía 38 años cuando juró como diputado.
Pero, sin dudas, la frutilla del postre es quien fuera presidente del bloque de diputados del Partido Peronista en la Cámara Baja, John William Cooke, que asumió su banca con la misma edad que hoy tiene Facundo Moyano: 26 años.
Por otra parte, la presencia de los jóvenes en las listas para la legislatura bonaerense, donde La Cámpora y la Juventud Peronista prácticamente se aseguraron la obtención de cuatro diputados y dos senadores, obedece a una reivindicación histórica hacia los jóvenes que tanto le han dado a este peronismo que durante años solamente se acordó de ellos al momento de hacer campañas publicitarias de dudoso gusto (¿Se acuerdan de Fleco y Male? ¿Prefieren eso?).
Actualmente, en la Provincia de Buenos Aires hay solamente dos legisladores/as peronistas, sobre un total de 57 (36 diputados y 21 senadores), que tienen menos de 40 años. Quien sea capaz de defender esta situación, que hable ahora o calle para siempre.
Ya no se trata de tirar a los viejos por la ventana, sino de fortalecer al Proyecto que encabeza la Presidenta de la Nación con unos de los sectores más dinámicos que tiene hoy por hoy ese sistema político que se llama peronismo.