La distancia entre las intenciones y los hechos

Un intendente peronista, de una localidad importante, confiesa en privado: «Quiero que a este gobierno le vaya bien, pero es como que todavía no arrancó; no veo políticas para el municipio; no nos llamaron ni para tratar sobre el dengue; nosotros, los peronistas, somos más eficaces en eso». En otro encuentro, esta vez de intendentes radicales, se repite el lamento: «Los funcionarios del Gobierno tienen ideas generales, pero no las bajan a la tierra; les falta sensibilidad para entender los problemas que enfrentamos todos los días». Estas quejas, formuladas con buena voluntad, están atravesadas por una seria preocupación: en la periferia de las ciudades empiezan a verse los estragos de la inflación galopante, la pérdida de empleo y la disminución de ingresos. Desafiante e inoportuno, Fernando Espinoza desnudó días atrás, sin embargo, un temor inconfesado de muchos intendentes: que la conflictividad social se desmadre si el ajuste no es compensado con medidas de contención.
Estas inquietudes se expresan desde una coordenada específica: la del territorio y la política cara a cara. Allí transcurre la práctica de los intendentes peronistas y radicales, que administran la mayoría de las ciudades del país. En ese ámbito, la información se obtiene «caminando la calle», hablando con los vecinos, escuchando sus dificultades, constatando el aumento de la demanda de alimentos y remedios. Otros indicios completan el diagnóstico: los habitantes de los barrios residenciales empiezan a palpar, tras el timbre que suena en las puertas de sus casas, la necesidad de los pobres, que piden algo para comer. En un reciente estudio sobre hábitos alimentarios en el almuerzo y la cena, los encuestadores se sorprendieron ante la respuesta de algunos entrevistados: «Nosotros comemos una vez al día». La carencia no es masiva, sino incipiente, pero no sucedía desde hace tiempo, afirman los investigadores. Estos testimonios ilustran las conclusiones estadísticas del Observatorio de la UCA: el índice de pobreza aumentó en los últimos meses.
Una forma de abordar el problema, que aflige a un gobierno que promete eliminar la pobreza, mientras ésta se incrementa, es a través de la discusión sobre el origen del fenómeno. En esa polémica, unos responsabilizan a los otros, con argumentos contradictorios: para el Gobierno el incremento de la pobreza es responsabilidad del populismo, como lo expresó el Presidente en el discurso de apertura del Congreso; para la oposición es la consecuencia de un ajuste que los sectores populares no están en condiciones de asimilar. Esta discusión está atravesada por el tema de la inflación, que el anterior gobierno promovió con insensatez y que el actual encara, por momentos, con una terapéutica brutal, que recuerda los años 90: operar sin anestesia. Que duela ahora, para que se cure cuanto antes.
Otra manera de ver las cosas es señalando una opacidad más general, que se expresa implícitamente en la demanda de los intendentes: la que separa a lo macro de lo micro; a la intención, de los resultados; a la teoría, de la práctica. Hay que recordar que esa fisura, antes que un problema del Gobierno, es un fenómeno universal, muy difícil de resolver. Acaso la poesía, más que la filosofía o la política, lo ha sintetizado de manera insuperable, en estas líneas de T.S. Eliot: «Between the idea / And the reality / Between the motion / And the act / Falls the shadow» («Entre la idea / y la realidad / Entre la propuesta / y la acción / Cae la sombra»). Podría decirse que achicar ese abismo es un desafío complejo para toda administración que empieza. Después de las edulcoradas promesas de campaña llega, indefectiblemente, el momento en que los eslóganes deben confrontarse con los problemas específicos, la política general con la territorial, las declamaciones de inclusión con los programas sociales, las variables macroeconómicas con el presupuesto de las familias.
Es posible que para estrechar esa distancia se requieran tres virtudes: capacidad de mediación, sensibilidad social y experiencia. Según muchos testimonios, aquí el Gobierno no acierta. Y no es un problema de comunicación, como suele simplificarse. Es de sintonía fina. Se observan desacoples entre las grandes metas -«pobreza cero», «unir a los argentinos», «vencer al narcotráfico»- y las políticas implementadas. De acuerdo con los sondeos, una porción considerable de la sociedad apoya al Gobierno, pero las encuestas, como toda apreciación macroscópica, pueden inducir a error. Otras voces, y otras estadísticas, advierten acerca de un sufrimiento social, provocado por escasez de bienes o por incomprensión, que se extiende y se acentúa día a día. Debe atenderse este flanco antes de que sea tarde.
A estas horas, la sociedad se conmueve por la corrupción y sospecha de la elite del poder. De la anterior, pero también de la actual. Allí se manifiesta, en forma paradigmática, la brecha entre la intención y los hechos, y quizá se juegue la verdadera vocación de Cambiemos. Porque vencer el narcotráfico requiere acabar de verdad con la corrupción, que lo alimenta. Y erradicar la pobreza, antes que modernizar la economía, es un requisito indispensable para unir a los argentinos.

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