La embestida de La Cámpora

Editorial I
Los dirigentes y militantes de una supuestamente nueva «juventud maravillosa» han pasado a controlar gran parte del aparato estatal
Parte I
Durante años se debatió en la Argentina y en el exterior si el kirchnerismo era una variante light del chavismo. Algunos argumentaban que su acercamiento a Hugo Chávez y sus desplantes internacionales eran sólo una postura para la tribuna progresista; otros, que su verdadera estrategia era imponer el modelo chavista de manera más lenta para evitar las resistencias naturales de una sociedad menos dócil que la venezolana. En realidad, durante la vida de Néstor Kirchner el kirchnerismo no fue más que una variante del clásico populismo latinoamericano con «capitalismo de amigos», pretensiones hegemónicas y autoritarismo creciente, todo ello impulsado y sostenido por un fuerte viento de cola para la economía. Luego de su muerte, el kirchnerismo se transformó.
El inefable Guillermo Moreno solía repetir la siguiente descripción de los distintos grupos que cohabitaban dentro de esta nueva versión del kirchnerismo: «El primero somos nosotros, los nacionalistas, que llevamos el proyecto a fondo. En segundo lugar están los desarrollistas, como De Vido o Marcó del Pont, con los que coincidimos, pero que son timoratos y se quedan en formalismos. El tercer grupo es el de los desfachatados, como Boudou , que hacen lo mismo que en los 90: acercarse al peronismo por los cargos y los negocios. Al final están los chicos de La Cámpora, que no sirven para nada». Lo cierto es que, varios años después de esa caracterización que formuló el ex secretario de Comercio, los jóvenes de La Cámpora han pasado lentamente a copar muchas de las principales estructuras de la administración pública nacional.
Contrariamente a lo que pensaba Moreno, los «chicos» de La Cámpora sí han servido para no dejar ningún espacio vacío en el organigrama del Estado y ocupar cargos desde donde acumular cada vez mayor poder político y económico, sin importar la idoneidad de sus ocupantes.
Nunca dejará de llamar la atención la elección del personaje político en el cual los integrantes de este grupo se inspiraron para bautizar a su agrupación. Héctor Cámpora es un símbolo del servilismo político, que llegó en 1973 a la Casa Rosada en nombre de Juan Domingo Perón y tuvo que retirarse 49 días después por la puerta de servicio. El líder del peronismo, ya en la presidencia de la Nación, no sólo no le agradeció los servicios prestados, sino que, en medio de la crisis política que afectaba a su gobierno, pocos días antes de su muerte, lo despidió de la embajada de México en la cual había sido designado.
La ideología de La Cámpora se inspira en el neomarxismo gramsciano propuesto por Ernesto Laclau, recientemente fallecido en Sevilla. Hasta su muerte Laclau vivió cómodamente en Inglaterra, en una democracia liberal donde se respetan aquellos derechos individuales como la libertad de prensa y el derecho de propiedad que propuso limitar en nuestro país. Es la típica hipocresía de muchos intelectuales de izquierda.
Los líderes de La Cámpora son, junto a Máximo Kirchner, Andrés Larroque, Eduardo «Wado» de Pedro, Juan Cabandié, José Ottavis y Axel Kicillof. Este último es quien ha concentrado mayor poder y es quien, con gran pericia y habilidad, conduce la economía argentina hacia el desastre.
El caso de Kicillof es interesante: un marxista dogmático a cargo de una economía relativamente grande y desarrollada. Fuera de Cuba y Venezuela es difícil encontrar una situación similar. Y, como en muchos izquierdistas latinoamericanos, debajo de un ropaje revolucionario se esconde un pequeño burgués. Sus inversiones inmobiliarias en Uruguay y sus ahorros en dólares reflejan sus verdaderas preferencias. Marxista, pero no tanto.
En su versión actual, el kirchnerismo es la apoteosis de la decadencia argentina. Frente a esta caída que se acelera día tras día, la postura adoptada por gran parte de la dirigencia política, gremial y empresarial es de una preocupación algo displicente. Resumida en algo así como «Dejemos que estos muchachos jueguen un rato más, pronto se van a ir y volveremos a la Argentina de siempre». Es como seguir bailando en el salón del Titanic después de haber escuchado cómo el iceberg rajaba el casco.
Esta actitud de convertirnos en meros testigos del desastre es muy peligrosa. Los muchachos de La Cámpora no pierden tiempo. Iluminados por una ideología retrógrada y perimida, parecerían no intentar avanzar en dirección de Caracas, sino directamente hacia su casa matriz, en La Habana. Claro que, más allá de su discurso, sus principales objetivos pasarían por ocupar espacios de poder bien remunerados. Su «revolución» se encuadra más con el capitalismo de amigos que con los ideales de algunos líderes guerrilleros que suelen exaltar probablemente sin saber demasiado sobre ellos. Pero para alcanzar esos propósitos, poco les importan los derechos y garantías de una Constitución que sueñan con cambiar porque reniegan de todo lo que pueda asociarse con las doctrinas liberales.
Al igual que en el pasado, los resultados de este nuevo intento de transformar radicalmente la sociedad argentina serán desastrosos. La única novedad es que, al menos por ahora, La Cámpora no ha recurrido a la violencia para imponer sus objetivos. Pero no porque hayan abjurado de ella como metodología, sino por una cuestión de economía de esfuerzos. La violencia ya no es necesaria, las Fuerzas Armadas están siendo «renovadas» y cooptadas desde el poder, y los dirigentes y militantes camporistas controlan gran parte del aparato estatal y paraestatal, y ahora van por la AFIP y la Anses.
De la mano de esta «juventud maravillosa», la Argentina se encamina inevitablemente a la decadencia y a una pobreza desconocida. Poco a poco irán socavando lo que queda de la sociedad que hemos conocido, que con muchos defectos era vivible y aseguraba al menos ciertos derechos esenciales. Es necesario que la sociedad tome real conciencia de este peligroso retroceso y que se activen todos los resortes institucionales para frenar los ataques contra la República..

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