La hora del apriete

Foto: LA NACION
El mismo sábado en que Buenos Aires amanecía empapelada con acusaciones a ejecutivos de empresas, Carlos Bulgheroni, socio de Pan American Energy, se comunicó con Juan José Aranguren, presidente de Shell. Era un gesto de empatía petrolera: quería saber cómo le estaban cayendo los escraches a su competidor. El banquero Gabriel Martino, líder del HSBC, hizo lo mismo anteayer, tras la manifestación de Quebracho en la puerta del edificio de Shell. Pero ya Alfredo Coto, compañero de Aranguren en ese hall de la fama gráfico y militante, había recibido llamadas análogas de pares que lo llevaron a sincerarse: el hostigamiento realmente perturba.
Estéril todavía en el campo de la economía, el combate a las corporaciones cobró vida en el cuerpo a cuerpo. Directivos de tercera o cuarta línea de compañías como Walmart y Carrefour seguían esta semana nerviosos después de que una segunda ronda de señalamientos mostrara sus caras mediante panfletos en la vía pública.
Nada que la Unión Industrial Argentina (UIA) no viniera anticipando desde hacía tiempo en conversaciones internas: cuando el kirchnerismo no le encuentra soluciones a un problema, dedica el 100% de sus energías a buscar culpables, y es indudable que el momento dejaría a los hombres de negocios en primera fila. Esos «formadores de precios» que obsesionan ahora a Axel Kicillof.
Siempre fue así. En diciembre, en medio de los apagones y el calor, integrantes de La Cámpora admitían en privado estar recibiendo una instrucción pensada y detallada que consistía en «crear una atmósfera» que sirviera, a la vez, de advertencia a las distribuidoras. Así nacieron pintadas que todavía exhiben paredes en la zonas de Congreso o el sur del conurbano: «Edesur roba, Clarín miente».
La UIA volvió a discutirlo el martes. Y decidió alertar, a través de un comunicado, sobre los peligros de una embestida que ve salir, como nunca desde 2003, desde lo más alto del poder. Algunas coincidencias son bastante elementales. Hay, por ejemplo, párrafos del texto leído por Quebracho en la puerta del edificio de Shell que parecen extraídos del cable de Télam en el que, la semana pasada, Julio De Vido consignaba críticas a la empresa. «Royal Dutch Shell produce en la Argentina combustibles en pesos, hace uso de insumos que paga en pesos, paga sueldos a trabajadores argentinos en pesos y su rentabilidad la quiere en dólares, para llevársela fuera de nuestra nación», leyó la agrupación, que ya había anticipado la metodología en su página de Internet: «Utilizaremos todas las formas de lucha necesarias contra las corporaciones, iremos a sus sedes, las bloquearemos, iremos a la casa de sus CEO. Si ellos pisotean nuestra patria y no nos dejan vivir con dignidad, nosotros los iremos a buscar».
La crisis cambiaria y la inflación hicieron entonces realidad esa vieja pesadilla empresarial. Delante de una sociedad hastiada y, por diferentes motivos, poco dispuesta a preguntarse por qué aquellos «formadores de precios» tienen la costumbre de venir a conspirar aquí mientras se comportan como patriotas en la región. Si la inflación no fuera un problema monetario, debería señalarse este extrañísimo fenómeno latinoamericano: Jumbo, Walmart y Carrefour están también en Colombia, pero ese país cerró 2013 con un alza de precios de 1,94%, el más bajo de los últimos 16 años. Shell tiene una filial en Perú y eso no le impidió a Ollanta Humala terminar el año con 2,86% de inflación. ¿Habrá que decir también que Evo Morales logró domar a las corporaciones porque Bolivia registró un 6,48% anual, muy cerca del 5,91% de Brasil, aunque lejos del 3,7% de Paraguay?
Es indudable que, en un país crítico como pocos del sector privado, el kirchnerismo ha sido exitoso en el reparto de responsabilidades. Ayuda la idiosincrasia. El informe 2013 de la consultora Latinobarómetro, por ejemplo, muestra a la Argentina como uno de los países más conscientes de la necesidad de una democracia, pero, a la vez, entre los más escépticos con el capitalismo: de 18 naciones en la región, sólo aquí, en Panamá y en Chile, resulta minoritaria la idea de que «la economía de mercado es el único sistema para ser desarrollado». Ese ranking de convencidos muestra al país rezagado en el 16° puesto. Y si la pregunta es si «las privatizaciones han sido beneficiosas» sube poco: queda 11°.
Es cierto que la insatisfacción casi no discrimina. Porque, ante la pregunta «¿El Gobierno puede resolver los problemas en los próximos 5 años?», tampoco se percibe mejora: la Argentina está 13a; sólo supera a Brasil, Perú, Chile, Costa Rica y Honduras. He ahí también el concepto sobre un Estado que, a diferencia del sector privado, nunca se autoevalúa por resultados.
En una empresa manejada con lógica de servicio público, por ejemplo, el reciente desempeño del Gobierno en sectores como la energía o el transporte sería retribuido con el despido del responsable del área. La alegoría de esos desastres podría ser ahora el Ferrocarril Mitre: con no más de 9 de las 14 o 16 formaciones que tenía años atrás, fue reforzado en 2013 con varias locomotoras diésel, el camino inverso al de una industria que entiende el progreso electrificando los trenes a gasoil. Difícil hallar una imagen más fuerte de retroceso.
De vez en cuando, a algún empresario le da por alertar sobre estas extravagancias. El 4 de este mes, al día siguiente de las acusaciones en Télam, el presidente de Shell le contestó por carta a De Vido. Allí le advierte que el 75% de los costos de la petrolera están en dólares, e insiste: «Por último, con respecto a su comentario «Vamos a luchar para no dejar que nos impongan precios dolarizados», le informo (aunque dudo de que no lo sepa) que desde el 1° de enero de 1991 el precio del petróleo crudo en la Argentina está dolarizado, es decir, que el precio que «libremente» han negociado productores y refinadores ha sido pactado en dólares y el precio final pagado a los productores se ha efectuado en pesos, aplicando, como dije más arriba, el tipo de cambio vendedor Banco Nación del día anterior al del efectivo pago. Y la palabra «libremente» ha sido destacada porque, como tampoco escapará a su conocimiento, desde el 1° de enero de 2003 hasta el 30 de abril de 2004, productores y refinadores participaron de un acuerdo de precios fijos de petróleo crudo a instancias del gobierno nacional, aunque el mismo también estaba denominado en dólares. En consecuencia, hasta ahora, la lucha que usted menciona para no dejar que se impongan precios dolarizados en el sector no ha tenido los resultados esperados».
El ejecutivo termina el texto con una frase que citaba el general Perón y es casi un estandarte justicialista. «Sr. ministro, Aristóteles dijo que: «La única verdad es la realidad». Ruego a Dios que todos hagamos el esfuerzo de apreciarla de la misma manera. Sin otro particular, lo saludo atentamente. Juan José Aranguren».
De Vido le contestó días después. Pero no en público, sino por carta y de un modo más moderado. Es lo que pasa cuando la política se orienta sólo a su fase teatral. Sin espectadores, ninguna epopeya tiene sentido.
© LA NACION .

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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