Por distintos motivos, la multitudinaria movilización que anteanoche se produjo en un centenar de centros urbanos de toda la Argentina debe ser calificada como un hito histórico. La extraordinaria cantidad de personas y de familias enteras que se dieron cita podría justificar ese calificativo. Pero es el sentido del reclamo, que trasciende lo material y gira en torno de la institucionalidad, aquello que le confiere verdadera importancia.
La marcha fue un auténtico canto a la libertad. Fue la expresión de ciudadanos que, más allá de que tengan trabajo o no, quieren respirar libertad, un valor que se pierde cuando se vive entre la inseguridad, el miedo y la opresión.
Hubo una demanda por justicia y seguridad para todos , por el respeto de la Constitución nacional y el principio de división de poderes, por la libertad de expresión en su más amplio sentido, por el castigo a la corrupción, por el fin de las ilusiones hegemónicas de nuestros gobernantes y por la necesidad de que las instituciones dejen de ser un juguete para ambiciones personales.
Todos esos mensajes podrían sintetizarse en uno solo, dirigido a la presidenta de la Nación : existen los límites.
Quienes se manifestaron anteanoche dieron cuenta de un hastío hacia una particular concepción de la política, que impera desde hace nueve años, como un juego irreductible de enemigos, en el que lo vital para construir poder es alimentar el conflicto en forma permanente y, más recientemente, siguiendo la lógica de Ernesto Laclau, dividir a la sociedad en dos.
Se expresó la necesidad de edificar un futuro en paz y de poder pensar un destino a mediano plazo, sin que pese sobre todo aquel que piense distinto una sensación de amenaza.
El hartazgo social se advierte ante un estilo de gestión a menudo basado en el miedo y en la persecución, y que no muestra hesitaciones a la hora de avasallar la libertad de expresión. Los ataques desde el Gobierno a economistas, empresarios, consultoras y asociaciones de consumidores que osaran difundir datos de la realidad socioeconómica que difieran de las fantasías del Indec o, simplemente, hacer públicos puntos de vista críticos sobre las políticas oficiales han sido moneda corriente en los últimos tiempos y han representado uno de los ejemplos más notables de un poder político que desafía todos los límites institucionales.
Más recientemente, el gobierno del «vamos por todo» ha sumado emblemáticos ataques a la prensa, un exitoso intento de copar los organismos de control para quedar exento de las imprescindibles rendiciones de cuentas y una perversa estrategia dirigida a sacar y poner jueces de manera de garantizar sentencias a la medida de sus objetivos políticos.
El 8-N ha sido un intento de poner límites al desenfreno, a la soberbia y al autoritarismo. Una forma de decirles a nuestros gobernantes que ciertos abusos y excesos del poder han durado ya demasiado y que han llegado a una frontera que no pasarán.
De ningún modo implica esta actitud ciudadana un camino destituyente, como algunas voces del oficialismo han querido transmitir. Nadie pide que se vayan las autoridades elegidas legítimamente en los comicios presidenciales del 23 de octubre de 2011, por un período que concluirá en diciembre de 2015. Pero sí se señala que ningún éxito electoral da derecho a hacer cualquier cosa desde el poder.
La marcha fue una expresión de rebeldía ante los numerosos casos de corrupción pública sin una sanción digna ni por parte de la Justicia ni por parte de quien, desde la cúspide del poder político, actuó de manera opuesta a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, quien no dudó en remover a varios integrantes de su gabinete ante denuncias de irregularidades.
Fue también una respuesta a la inmoralidad de un gobierno que critica públicamente a sectores medios por su supuesta sed de dólares, pero que paradójicamente nada dice de funcionarios que se hicieron millonarios de la noche a la mañana. Fue una réplica a un Estado policíaco que persigue a quienes buscan un refugio frente a la creciente desvalorización de la moneda local, pero se muestra ausente cuando se trata de perseguir a la delincuencia. Fue, finalmente, un no rotundo a cualquier intento de reformar la Constitución para posibilitar una reelección presidencial indefinida.
El reclamo de la ciudadanía ha sido muy claro. Cristina Fernández de Kirchner debería entender que de lo que se trata no es de «no aflojar», sino de escuchar..
La marcha fue un auténtico canto a la libertad. Fue la expresión de ciudadanos que, más allá de que tengan trabajo o no, quieren respirar libertad, un valor que se pierde cuando se vive entre la inseguridad, el miedo y la opresión.
Hubo una demanda por justicia y seguridad para todos , por el respeto de la Constitución nacional y el principio de división de poderes, por la libertad de expresión en su más amplio sentido, por el castigo a la corrupción, por el fin de las ilusiones hegemónicas de nuestros gobernantes y por la necesidad de que las instituciones dejen de ser un juguete para ambiciones personales.
Todos esos mensajes podrían sintetizarse en uno solo, dirigido a la presidenta de la Nación : existen los límites.
Quienes se manifestaron anteanoche dieron cuenta de un hastío hacia una particular concepción de la política, que impera desde hace nueve años, como un juego irreductible de enemigos, en el que lo vital para construir poder es alimentar el conflicto en forma permanente y, más recientemente, siguiendo la lógica de Ernesto Laclau, dividir a la sociedad en dos.
Se expresó la necesidad de edificar un futuro en paz y de poder pensar un destino a mediano plazo, sin que pese sobre todo aquel que piense distinto una sensación de amenaza.
El hartazgo social se advierte ante un estilo de gestión a menudo basado en el miedo y en la persecución, y que no muestra hesitaciones a la hora de avasallar la libertad de expresión. Los ataques desde el Gobierno a economistas, empresarios, consultoras y asociaciones de consumidores que osaran difundir datos de la realidad socioeconómica que difieran de las fantasías del Indec o, simplemente, hacer públicos puntos de vista críticos sobre las políticas oficiales han sido moneda corriente en los últimos tiempos y han representado uno de los ejemplos más notables de un poder político que desafía todos los límites institucionales.
Más recientemente, el gobierno del «vamos por todo» ha sumado emblemáticos ataques a la prensa, un exitoso intento de copar los organismos de control para quedar exento de las imprescindibles rendiciones de cuentas y una perversa estrategia dirigida a sacar y poner jueces de manera de garantizar sentencias a la medida de sus objetivos políticos.
El 8-N ha sido un intento de poner límites al desenfreno, a la soberbia y al autoritarismo. Una forma de decirles a nuestros gobernantes que ciertos abusos y excesos del poder han durado ya demasiado y que han llegado a una frontera que no pasarán.
De ningún modo implica esta actitud ciudadana un camino destituyente, como algunas voces del oficialismo han querido transmitir. Nadie pide que se vayan las autoridades elegidas legítimamente en los comicios presidenciales del 23 de octubre de 2011, por un período que concluirá en diciembre de 2015. Pero sí se señala que ningún éxito electoral da derecho a hacer cualquier cosa desde el poder.
La marcha fue una expresión de rebeldía ante los numerosos casos de corrupción pública sin una sanción digna ni por parte de la Justicia ni por parte de quien, desde la cúspide del poder político, actuó de manera opuesta a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, quien no dudó en remover a varios integrantes de su gabinete ante denuncias de irregularidades.
Fue también una respuesta a la inmoralidad de un gobierno que critica públicamente a sectores medios por su supuesta sed de dólares, pero que paradójicamente nada dice de funcionarios que se hicieron millonarios de la noche a la mañana. Fue una réplica a un Estado policíaco que persigue a quienes buscan un refugio frente a la creciente desvalorización de la moneda local, pero se muestra ausente cuando se trata de perseguir a la delincuencia. Fue, finalmente, un no rotundo a cualquier intento de reformar la Constitución para posibilitar una reelección presidencial indefinida.
El reclamo de la ciudadanía ha sido muy claro. Cristina Fernández de Kirchner debería entender que de lo que se trata no es de «no aflojar», sino de escuchar..
Jaaaaaaaaaaaaaa. «No soy capaz ni de conseguir fiscales pero quiero gobernar igual». Eso es lo autoritario, querido diario centenario.
Y con la nueva Procuradora Fiscal, menos se van a conseguir fiscales confiables.
Esteeee… Fiscales electorales, capo.
No. Los fiscales que interesan son los que controlan la gestión del gobierno. A esos hay que tenerlos cortitos y sino pregúntale a Righi.
Esteeeeeeeeeeee… Me refería a los fiscales electorales en el primer comentario, doble capo (?).
Entendido mí comandante. Des…can..soooo
Entonces, Daio, debe haber infiltrados K entre los legisladores socialistas y radicales, porque la nueva Procuradora pasó con el voto y los elogios de ellos.
No necesariamente. A la hora de votar, todavía estaban haciendo la digestión de Reposo, y tamaña comilona produce somnolencia. Nunca hay que bajar la guardia en los sistemas populistas.
Claro.. no me digas
Resulta que a los decuriones se les escapó la tortuga por que se durmieron cuando estaban de imaginaria
Bueno, a Carrió no se le escapó el «personaje» que se ocultaba detrás del impresentable Reposo:
http://www.ambito.com/noticia.asp?id=641478,pero no era senadora y sus impugnaciones se obviaron.
Aquí no hay ninguna gil, ni la que la propuso, ni la designada, a pesar de su apellido.
Ah, lo denunció Carrió. Ante semejante argumento de autoridad no me queda más que bajar la cabeza y darte la razón, Daio.
Haces bien.
Estoy esperando que la nueva procuradora denuncie a la Presidenta, al canciller y al ministro de defensa, por abandono de persona:
http://www.pagina12.com.ar/diario/ultimas/20-207614-2012-11-11.htm
¿Qué están buscando? ¿provocar un casus belli?
Daio aflojá Carrió juega pa’ nosotro’
Nunca. Pueden quedarse con Messi (y Thiago). Con Lilita jamás.
No es una expresión de deseo, Daio; es un hecho: Carrió ES YA un topo de Cristina en la oposición. El día que decida dejar la política perdemos tres o cuatro puntos. La queremos ahí, donde está; está haciendo un trabajo fantástico.
Shhh, Silenoz, no deschave a nuestra Matahari (oh, no, confesé que somos nazis).
No te preocupes. Mata Hari era de la primera guerra.
Por otro lado, nada nos podría hacer un topo, con la topaza que tienen ustedes al mando, que ahora admira al régimen chino y su enorme corrupción, y bueno los cantores se juntan por la tonada.
Me descubrió, Daio. Soy, nazi, fascista, maoísta, chavista y montonero. Ferpectamente.
Ja, cierto lo de Mata Hari, pero nazis ya éramos de antes, según la agente encubierta kirnerista 007 millones de sesiones de cama solar.
Bueno. Esperemos que Braden tenga algún nieto y que Obama lo nombre embajador. No veo otra solución. Mientras iremos preparando la marcha de la libertad, aunque no se cómo nos arreglaremos con la ropa, ahora que se han ido la mayoría de las casas de moda extranjeras y nosotros no marchamos con ropa nacional. Le voy a pedir a Quintin que me avise si ve algún submarino raro por San Clemente.