La Patria Camionera

Mañana, Hugo Moyano tendrá que mostrar en la Plaza de Mayo, con todo lo que eso implica, cuánto apoyo mantiene en el seno de sus gremios y qué pueden aportar sus aliados, dentro y fuera de la CGT. La jugada no le servirá, probablemente, para retener la secretaría general, pero legitimará su papel como referente inevitable del movimiento obrero organizado, por ser uno de los pocos que puede, a partir de la gran expansión del sindicato de Camioneros en la última década, parar literalmente la actividad económica y el funcionamiento del país.
Moyano, es cierto, aspiraba y aspira a más. Creyó que podría, en el nuevo diseño del justicialismo pensado por Néstor Kirchner a partir de 2007, recuperar posiciones perdidas por el sindicalismo desde los años ’80, cuando el PJ, aún en la oposición, inició lentamente el camino que lo convirtió en un partido de base territorial financiado por el gobierno de las instancias comunales y provinciales del Estado. En esa disputa, Moyano enfrentó primero la reticencia de los intendentes del Gran Buenos Aires, representantes por defecto de sectores populares que hoy construyen su identidad no tanto a partir de una experiencia fabril sino a través del ámbito barrial. Pero su desplazamiento definitivo tuvo lugar cuando reclamó espacios en las listas que no se correspondían con la intención de voto que aportaba al conjunto del Frente para la Victoria.
Los sindicatos han avanzado, es cierto, varios casilleros en el mercado de trabajo. Merced a la recuperación de las paritarias y la vigencia del esquema de convenios colectivos característico del modelo sindical argentino, los gremios en general, y los más fuertes en particular, han aprovechado sus posiciones para convertirse en la referencia saliente de la protesta social en el país. Como señalan Sebastián Etchemendy y Ruth Collier, esta modalidad de representación, que llaman neocorporativismo segmentado, “ha restablecido a los líderes sindicales como interlocutores cruciales del Gobierno y las asociaciones empresarias en negociaciones salariales a nivel de cúpulas, ha incrementado la capacidad de movilización y las prerrogativas institucionales de los sindicatos y ha ayudado a grandes porciones de los trabajadores del sector formal a recomponer su nivel de salarios”. Ello, además, tuvo lugar con una marcada autonomía operativa respecto del proyecto político kirchnerista, del que pudieron actuar como socios menores. Incluso ahora, la pauta general de aumentos salariales lograda por la mayoría de los sindicatos se parece más al 23 por ciento de la UOM que al 18 por ciento propugnado inicialmente por el Gobierno.
La realidad que Moyano eligió no ver en ese momento remite a datos muy duros, que diferencian a la Argentina de aquel país de los años ’60 y ’70, en que vivieron su niñez y juventud muchos de los dirigentes nacionales que vetaron su tentativa restauradora. Según la Consultora Equis, dirigida por Artemio López, las cifras de pobreza e indigencia combinadas rondan el 16 por ciento, cifra que se elevaría notablemente de no ser por la activa política social del Estado nacional. Asimismo, el mercado laboral argentino funciona con un 35 por ciento de informalidad, y las tasas de agremiación son muy bajas. Muchos de los reclamos del mundo sindical, como la suba del mínimo no imponible, aparecen como contradictorios con los intereses de sectores que dependen de la recaudación estatal para acceder a los recursos que dispensa la política social.
Por lo tanto, podemos concluir que, pese a la recuperación que vive gracias a la experiencia de crecimiento diversificado a tasas altísimas de los últimos ocho años, el sindicalismo argentino funciona hoy como una modalidad de representación menos contundente que en el pasado. La larga tradición de representación gremial y política, propia del peronismo, en que Moyano buscó su lugar, era tributaria de una estructura social con pleno empleo y niveles de pobreza porcentualmente marginales. La modalidad de intervención política que busca ahora remite a sociedades sumamente fragmentadas, donde el empleo formal es una parte, sólo una parte, de la vida laboral. Ello no resta legitimidad al planteo de Moyano, sus aliados y sus compañeros de ruta, respecto de la estructura tributaria, las asignaciones familiares y el financiamiento de las obras sociales. Nos sirve, en cambio, para ubicar dichas reivindicaciones en el mapa de un mundo del trabajo menos homogéneo que otrora. Moyano seguirá siendo un referente ineludible a la hora de negociar con el movimiento obrero organizado, al detentar una posición de privilegio en el mundo sindical, pero ello le vale de bien poco si lo que busca es una posición política propia, fuera de los muros de la Patria Camionera.
* Profesor de Historia (UBA).

3 comentarios en «La Patria Camionera»

    1. Peeeeroo… Que Moshano tenga ilusiones de «Lula argento» es maomeno como si a mí se me ocurriera encabezar el ballet Bolshoi. El 1114 le queda grande, que se dedique a manejar una camioneta.

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