La revolución de los plasmas

LINEA DE MONTAJE. La planta de BGH, la principal del parque industrial de Río Grande, no para de despachar televisores LCD. Foto: LA NACION / Horacio Córdoba / Enviado especial
RIO GRANDE, Tierra del Fuego.- A lo largo de 14 líneas de montaje ubicadas en paralelo, unos 400 operarios vestidos con delantal azul trabajan sin pausa sobre paneles de LCD a medio armar. Parados siempre en el mismo lugar, pero moviendo las manos a gran velocidad, agregan diferentes piezas en los equipos que pasan frente a sus puestos y que se van completando a medida que avanzan sobre las cintas. Todos se mueven casi al mismo tiempo, como si formaran parte de una coreografía multitudinaria.
En el centro de la línea número 2 está Jorge Medina, un formoseño que hace tres años reparaba alambrados en El Colorado, su pueblo natal. Nunca había visto un televisor por adentro. Hoy ajusta, casi sin mirar, racimos de cables delgados que, explica, «se usan para conectar la placa main con la fuente de cada equipo». Su llegada a la isla, en enero de 2009, le cambió la vida. Y por eso está agradecido con la Presidenta. «Ella nos dio la posibilidad de estar en este lugar», dice «Formosa», como lo llaman sus colegas.
No es el único que experimentó grandes cambios en esta ciudad, de 76.000 habitantes, ubicada en el extremo norte de la isla, a orillas de las aguas heladas del Mar Argentino. Desde la sanción, en diciembre de 2008, de la ley que impulsa la fabricación de productos tecnológicos en la provincia, se modificó por completo el ritmo de la localidad, sede del mayor parque industrial de la isla. En menos de tres años, la industria electrónica pasó de 3400 empleados a más de 12.000, muchos de ellos llegados de otras provincias. El consumo alcanzó niveles desconocidos, se disparó la cantidad de comercios, despegó el turismo y la pobreza se redujo a menos de la mitad, según cifras oficiales.
Claro. «Formosa» tampoco es el único en esta ciudad que está agradecido con Cristina Kirchner. En las elecciones primarias, la Presidenta se impuso con el 66,3 por ciento de los votos, cuatro puntos más que en el total de la provincia y tres por encima que en la vecina Río Gallegos, la tierra de Néstor Kirchner. Una recorrida por la ciudad da la impresión que la Presidenta es la única candidata que sigue en campaña. Los opositores no figuran en ninguno de los afiches que ocupan paredones y postes de alumbrado público. Sólo se ve, una y otra vez, la cara sonriente de Cristina Kirchner.
«La ciudad está en uno de sus momentos más florecientes. Hoy en día, pese al frío, hay mucho más movimiento en la calle, concentración de vehículos y gente en los negocios», dice Diego Navarro, empresario inmobiliario y dirigente de la Cámara de Comercio de Río Grande.
Coincide con él Jorge Méndez, subgerente de planta de BGH, la firma más grande del parque industrial. «El día 3 la gente tiene depositado su sueldo y sale a gastarlo. Nunca hubo tanta euforia de consumo», dice, delante de un brazo mecánico que inserta a toda velocidad piezas diminutas en placas de netbooks. Oriundo de Bahía Blanca, Méndez llegó a esta ciudad en la anterior oleada inmigratoria, atraída por la ley de promoción industrial, de 1972. El objetivo era poblar de argentinos la isla, entonces habitada por muchos chilenos. La actividad tuvo su auge en los 80, pero muchas fábricas cerraron en los 90 por los efectos de la apertura económica.
En una recorrida por la planta, Méndez cuenta que en los últimos dos años pasaron de 800 empleados a 2800 y que sólo en los últimos 12 meses triplicaron la producción de celulares. En 2008, en la provincia se fabricaba el 2 por ciento de los móviles que se consumían en el país. Hoy se abastece el 73 por ciento del mercado nacional; la cifra crece al 83 por ciento en monitores, al 94 por ciento en televisores y al ciento por ciento en acondicionadores de aire.
A pocos metros de allí, un ejército de 50 mujeres con cofia y delantal blancos prueba una partida de netbooks con la que la planta debe completar la entrega de 212.000 equipos al gobierno nacional.
Alrededor de la fábrica, las calles están atestadas de autos. Los coches, que superan en esta ciudad a los votantes, están estacionados en doble y hasta en triple fila. Las calles interiores del parque industrial, de unas 20 manzanas, son de tierra. A unos kilómetros de allí, en dirección al centro de la ciudad, un monumento de un pescado sonriente, de cinco metros de ancho, recuerda que Río Grande es la «capital internacional de la trucha». Ese era uno de los pocos datos que conocía cuando llegó a la ciudad el intendente electo y actual secretario de Producción, Gustavo Melella. Vino como hermano de la misión salesiana. Pensaba quedarse dos años, pero se quedó y de a poco se fue metiendo en política. Sucederá al radical Jorge Martín, que termina su tercer mandato en el municipio.
Melella destaca los beneficios que trajo a la ciudad la ley impulsada por el gobierno nacional y se agarra la cabeza al recordar la postura que adoptó su partido en el Congreso: «La UCR nacional decía que se trataba de un impuestazo tecnológico y acá nos querían matar. Tuvimos que explicarles a los bloques del Congreso que la ley era buena».
Su despacho es quizás el único lugar de la ciudad donde se puede ver una foto de Ricardo Alfonsín. Pero el propio Melella reconoce que, después del triunfo de Cristina Kirchner en las primarias, no movieron un dedo por el candidato de radical. La sintonía con la Casa Rosada es buena: el Frente para la Victoria no presentó candidato a intendente y la UCR local apoyó, en el ballottage provincial, a la kirchnerista Rosana Bertone, derrotada por la gobernadora Fabiana Ríos, una ex seguidora de Elisa Carrió de buen vínculo con el gobierno nacional.
Eso sí, Melella se queja de la demora de obras para hacer frente a la nueva actividad económica. «El parque industrial está saturado y no tenemos terrenos en condiciones para extenderlo», dice, y advierte que el mayor déficit es la falta de viviendas. «Hay gente que llega del Norte, trabaja en las fábricas con un contrato de seis meses y después se queda en pampa y la vía», explica.
Más o menos en esa dirección están Jorge Romero y Graciela Fernández, un matrimonio que llegó de Formosa hace siete meses y se instaló en el barrio El Mirador, una villa miseria de las afueras de la ciudad. «Toda la gente quiere entrar en las fábricas, pero no es tan fácil. Mi marido tiró currículum en todos lados pero no pasa nada», dice Graciela, en el mostrador de un almacén que atiende tres días a la semana. A ellos no les llegó ninguno de los equipos de última tecnología que se produjeron este año en la isla..

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