El 2% de los votos que sacó la UCR el domingo nos pone a los radicales frente a una disyuntiva: o el radicalismo no existe más en la Ciudad o los simpatizantes radicales decidieron masivamente votar a Macri y abandonar a la dirigencia partidaria. Creo que se trata de la segunda opción.
Una razón no menor es la evaluación positiva que la mayoría de los porteños hacen de la gestión del gobierno de la Ciudad. Cómo toda gestión pública tiene sus altos y bajos, pero en general los ciudadanos sentimos que la Ciudad está mejor administrada, la política cultural es excelente y los servicios públicos a cargo de la Ciudad están mejor que hace cuatro años . Los porteños decidieron apoyar una gestión que consideran buena y eso no es poco. Una gestión que además se construyó sobre la base de un discurso de tolerancia , convicción democrática y diálogo. Estos valores contrastan todavía con más fuerza desde el domingo, a partir de la furibunda andanada de insultos que desde el gobierno nacional y sus adherentes se dispara contra los ciudadanos por no haber elegido el candidato bendecido por Cristina . Cualquieras sean las diferencias que podamos tener con Macri, nadie tiene ganas de abrirle la puerta a una patota cultural que quiere señalarnos cómo debemos pensar, sentir o votar so pena de ser excomulgados del olimpo progresista de la Ciudad.
Sólo las anteojeras ideológicas y la necesidad de forzar prejuicios y discursos hicieron que muchos dirigentes políticos de la Capital se construyeran una realidad diferente a la que percibimos la mayoría de los porteños. En el caso del radicalismo además, parece que hubiéramos decidido convertir a nuestro partido en una agrupación pequeña y de cerradas definiciones ideológicas , que nos acercan más a una secta o agrupación estudiantil secundaria que a un partido popular con vocación de mayoría. El radicalismo tiene un papel histórico que cumplir en las próximas elecciones, y lo podrá hacer si es capaz de expresar a un extendido sector social que prioriza los valores de la tolerancia, el sentido republicano, el progreso y la cohesión social. Estos valores afortunadamente están mucho más allá del radicalismo, por eso el desafío es convocarlos alrededor de un programa claro siendo capaces de articular identidades distintas y experiencias históricas diferentes. La preocupación por recibir el “carnet de progresistas” que reparte alguna secta política de nuestro país es dañina y nos achica. El radicalismo no tiene que rendir examen ante nadie para mostrar su compromiso con la democracia participativa, la ética de la solidaridad y el progreso de nuestro país.
Otra razón de los resultados es, sin duda, que muchos porteños encontramos en Macri la posibilidad de expresar nuestro rechazo al gobierno nacional. En ese sentido, la elección del domingo nos enseña que los votos opositores van a concentrarse en aquel candidato que, como Macri en la Capital, sea capaz de tener un programa claramente distinto al del kirchnerismo y se atreva a convocar sin prejuicios. Alfonsín tiene una gran oportunidad, pero debe construir un espacio lo suficientemente amplio para albergar a todas las tradiciones políticas que comparten los mismos valores y que hoy se encuentran dispersas. Si no lo hace rápido, los votantes lo harán el 14 de agosto y tal vez sea tarde para lamentarse.
Una razón no menor es la evaluación positiva que la mayoría de los porteños hacen de la gestión del gobierno de la Ciudad. Cómo toda gestión pública tiene sus altos y bajos, pero en general los ciudadanos sentimos que la Ciudad está mejor administrada, la política cultural es excelente y los servicios públicos a cargo de la Ciudad están mejor que hace cuatro años . Los porteños decidieron apoyar una gestión que consideran buena y eso no es poco. Una gestión que además se construyó sobre la base de un discurso de tolerancia , convicción democrática y diálogo. Estos valores contrastan todavía con más fuerza desde el domingo, a partir de la furibunda andanada de insultos que desde el gobierno nacional y sus adherentes se dispara contra los ciudadanos por no haber elegido el candidato bendecido por Cristina . Cualquieras sean las diferencias que podamos tener con Macri, nadie tiene ganas de abrirle la puerta a una patota cultural que quiere señalarnos cómo debemos pensar, sentir o votar so pena de ser excomulgados del olimpo progresista de la Ciudad.
Sólo las anteojeras ideológicas y la necesidad de forzar prejuicios y discursos hicieron que muchos dirigentes políticos de la Capital se construyeran una realidad diferente a la que percibimos la mayoría de los porteños. En el caso del radicalismo además, parece que hubiéramos decidido convertir a nuestro partido en una agrupación pequeña y de cerradas definiciones ideológicas , que nos acercan más a una secta o agrupación estudiantil secundaria que a un partido popular con vocación de mayoría. El radicalismo tiene un papel histórico que cumplir en las próximas elecciones, y lo podrá hacer si es capaz de expresar a un extendido sector social que prioriza los valores de la tolerancia, el sentido republicano, el progreso y la cohesión social. Estos valores afortunadamente están mucho más allá del radicalismo, por eso el desafío es convocarlos alrededor de un programa claro siendo capaces de articular identidades distintas y experiencias históricas diferentes. La preocupación por recibir el “carnet de progresistas” que reparte alguna secta política de nuestro país es dañina y nos achica. El radicalismo no tiene que rendir examen ante nadie para mostrar su compromiso con la democracia participativa, la ética de la solidaridad y el progreso de nuestro país.
Otra razón de los resultados es, sin duda, que muchos porteños encontramos en Macri la posibilidad de expresar nuestro rechazo al gobierno nacional. En ese sentido, la elección del domingo nos enseña que los votos opositores van a concentrarse en aquel candidato que, como Macri en la Capital, sea capaz de tener un programa claramente distinto al del kirchnerismo y se atreva a convocar sin prejuicios. Alfonsín tiene una gran oportunidad, pero debe construir un espacio lo suficientemente amplio para albergar a todas las tradiciones políticas que comparten los mismos valores y que hoy se encuentran dispersas. Si no lo hace rápido, los votantes lo harán el 14 de agosto y tal vez sea tarde para lamentarse.
Querido Delich,
Se me ocurre una interpretación más simple. Quizás el radicalismo no exista más en la ciudad porque el gobierno del que formaste parte como ministro de educación alienó a tu base electoral más importante. Resulta además extraño reivindicar la salud del radicalismo cuando el partido no puede presentar un candidato en el distrito que siempre le dio vida, y cuando a nivel nacional formás una alianza con el peronismo de derecha. La elección de Macri me parece peor noticia para ustedes que para los K.
Abrazo,
Luis