Un reportaje a Ernesto Laclau, uno de los principales intelectuales del kirchnerismo, publicado el domingo pasado en Página 12, me recordó el célebre cómic de Carlos Trillo y Horacio Altuna, Las puertitas del señor López. Qué extraña reminiscencia, pensé. En principio, nada parece vincular a un brillante teórico político con el oscuro y rutinario personaje de la historieta que abría las puertas de los baños para encontrar detrás un mundo fantástico. Allí parecían realizarse sus secretos anhelos que, sin embargo, terminaban confrontándolo con su insignificancia.
Acaso Laclau, como cualquiera de nosotros, necesita visiones liberadoras de cierta opresión vital y se aventura en un territorio edénico donde la revolución social es inexorable, la fuerza que la protagoniza ya existe y la historia, esa gran partera, facilita las cosas. Para esa travesía se arropa con las más diversas fuentes, que combina a voluntad y retuerce una y otra vez hasta atormentar al desprevenido lector de sus obras.
El reportaje periodístico, sin embargo, obliga a Laclau a simplificar el pensamiento, limpiarlo de barroquismos intelectuales, hasta que quedan al desnudo las premisas que lo sustentan. ¿Y qué se encuentra allí, una vez traspuestas las puertas? En primer lugar, un viejo artículo del leninismo: la descalificación de la socialdemocracia por traición a la causa revolucionaria. Para Laclau, la socialdemocracia europea se alió al neoliberalismo, convirtiéndose en una fuerza funcional a sus propósitos. Extrae de esta premisa una conclusión y un mensaje para el socialismo argentino (y para Binner en particular): el FAP renuncia a ser la oposición consensual al modelo para sumarse «a una especie de coalición semigolpista». Agrega que se está confirmando también lo que en su momento profetizó: Libres del Sur y Pino Solanas cumplen su destino manifiesto, aliándose a «un frente opositor antipopular».
Luego de cargarse al socialismo, y con él a todo reformismo como se hacía en los años 70 del siglo pasado, Laclau desgrana su análisis político. Afirma: en Argentina la oposición no es creíble porque no puede trascender el modelo neoliberal, es un desperdigamiento de fuerzas sin significación alguna; el único y verdadero partido opositor son los medios; hay que pasar a un orden institucional nuevo, para eso es necesario reformar la Constitución y es bueno que haya reelección indefinida; el cacerolazo es un fenómeno periférico de sectores acomodados; el 7 de diciembre es clave porque el poder monopólico tiene que empezar a desarticularse.
En las respuestas del señor Laclau no hay inflexiones. No se encuentra el «tal vez», ningún argumento queda encuadrado en una hipótesis; hace afirmaciones apodícticas, confirma profecías y saca conclusiones indiscutibles. La tesis de fondo es que existe una única interpretación válida del presente y de la historia y que de allí se deriva una fórmula exclusiva para defender los intereses populares. Es la identificación del modelo con la verdad. La piedra angular de la teoría y la praxis. Por eso resulta incomprensible que quienes se dicen socialistas no lo entiendan, constituyéndose en una oposición que cuestiona tales premisas. Esa actitud los convierte en renegados y enemigos.
Acaso por la exuberancia de su fantasía, al final del reportaje el señor Laclau parece refrenarse y dice que, si bien la confrontación es necesaria, en caso de convertirse en «tan radical que cada una de las fuerzas pone en cuestión la legitimidad del sistema institucional, vamos al desastre». Según Laclau, es preciso generar opciones claras para el votante, encontrar un camino intermedio, evitar la catástrofe. No queda claro, sin embargo, cómo se contribuye a un debate civilizado afirmando que hay un único pensamiento verdadero y que rechazarlo equivale a volverse golpista.
Los argumentos de Ernesto Laclau tampoco consideran las evidencias empíricas. No parece tener relevancia para él que el proyecto de reforma constitucional con reelección provoca un amplio rechazo popular, que la imagen presidencial y la aprobación del Gobierno no cesan de descender y que está en preparación una nueva protesta, cuya repercusión y consecuencias distarán de ser periféricas.
Demasiadas adversidades para la verdad. Mejor bajar línea que tratar de entender a la sociedad. Antes especular que revisar datos. Al poder que sueña con eternizarse lo seducen las abstracciones. Como las de López, acaso las puertitas del señor Laclau son la metáfora del salto liberador que encubre una pesadilla.
© LA NACION.
Acaso Laclau, como cualquiera de nosotros, necesita visiones liberadoras de cierta opresión vital y se aventura en un territorio edénico donde la revolución social es inexorable, la fuerza que la protagoniza ya existe y la historia, esa gran partera, facilita las cosas. Para esa travesía se arropa con las más diversas fuentes, que combina a voluntad y retuerce una y otra vez hasta atormentar al desprevenido lector de sus obras.
El reportaje periodístico, sin embargo, obliga a Laclau a simplificar el pensamiento, limpiarlo de barroquismos intelectuales, hasta que quedan al desnudo las premisas que lo sustentan. ¿Y qué se encuentra allí, una vez traspuestas las puertas? En primer lugar, un viejo artículo del leninismo: la descalificación de la socialdemocracia por traición a la causa revolucionaria. Para Laclau, la socialdemocracia europea se alió al neoliberalismo, convirtiéndose en una fuerza funcional a sus propósitos. Extrae de esta premisa una conclusión y un mensaje para el socialismo argentino (y para Binner en particular): el FAP renuncia a ser la oposición consensual al modelo para sumarse «a una especie de coalición semigolpista». Agrega que se está confirmando también lo que en su momento profetizó: Libres del Sur y Pino Solanas cumplen su destino manifiesto, aliándose a «un frente opositor antipopular».
Luego de cargarse al socialismo, y con él a todo reformismo como se hacía en los años 70 del siglo pasado, Laclau desgrana su análisis político. Afirma: en Argentina la oposición no es creíble porque no puede trascender el modelo neoliberal, es un desperdigamiento de fuerzas sin significación alguna; el único y verdadero partido opositor son los medios; hay que pasar a un orden institucional nuevo, para eso es necesario reformar la Constitución y es bueno que haya reelección indefinida; el cacerolazo es un fenómeno periférico de sectores acomodados; el 7 de diciembre es clave porque el poder monopólico tiene que empezar a desarticularse.
En las respuestas del señor Laclau no hay inflexiones. No se encuentra el «tal vez», ningún argumento queda encuadrado en una hipótesis; hace afirmaciones apodícticas, confirma profecías y saca conclusiones indiscutibles. La tesis de fondo es que existe una única interpretación válida del presente y de la historia y que de allí se deriva una fórmula exclusiva para defender los intereses populares. Es la identificación del modelo con la verdad. La piedra angular de la teoría y la praxis. Por eso resulta incomprensible que quienes se dicen socialistas no lo entiendan, constituyéndose en una oposición que cuestiona tales premisas. Esa actitud los convierte en renegados y enemigos.
Acaso por la exuberancia de su fantasía, al final del reportaje el señor Laclau parece refrenarse y dice que, si bien la confrontación es necesaria, en caso de convertirse en «tan radical que cada una de las fuerzas pone en cuestión la legitimidad del sistema institucional, vamos al desastre». Según Laclau, es preciso generar opciones claras para el votante, encontrar un camino intermedio, evitar la catástrofe. No queda claro, sin embargo, cómo se contribuye a un debate civilizado afirmando que hay un único pensamiento verdadero y que rechazarlo equivale a volverse golpista.
Los argumentos de Ernesto Laclau tampoco consideran las evidencias empíricas. No parece tener relevancia para él que el proyecto de reforma constitucional con reelección provoca un amplio rechazo popular, que la imagen presidencial y la aprobación del Gobierno no cesan de descender y que está en preparación una nueva protesta, cuya repercusión y consecuencias distarán de ser periféricas.
Demasiadas adversidades para la verdad. Mejor bajar línea que tratar de entender a la sociedad. Antes especular que revisar datos. Al poder que sueña con eternizarse lo seducen las abstracciones. Como las de López, acaso las puertitas del señor Laclau son la metáfora del salto liberador que encubre una pesadilla.
© LA NACION.
Es tan así que Laclau es el intelectual de cabecera del kirchnerismo? Por favor digan que no! Me cuesta pensar que puede ser el intelectual de cabecera de cualquiera…