Por Manuel Mora y Araujo
17/08/12 – 02:39
La debilidad opositora preocupa. A menudo es tema de comentarios negativos, que comprensiblemente fastidian a los dirigentes políticos; muchos de ellos trabajan arduamente y sienten que no se valora lo que hacen, sobre todo en el ámbito del Congreso. Pero no hay duda que la preocupación es justificada y que los comentaristas mediáticos no pueden sino expresarla.
Los grupos opositores tienen ante sí distintas opciones estratégicas. Ante la situación de dispersión y fragmentación imperante, hay intentos de unificar algunos espacios. Desde luego, no es nada simple; a los ojos del público general parece más simple de lo que realmente es. Muchos grupos políticos mantienen un sentido de su propia identidad –para ellos valiosa– que desde la mirada de la calle no parece relevante.
Hay otro problema: la imagen de muchos dirigentes en la opinión pública es más negativa que positiva. En política, para un ciudadano no politizado la suma de un número negativo y otro número negativo no da, aritméticamente, positivo; dos equipos de fútbol débiles no hacen, sumados, uno fuerte. Por eso, en las encuestas, las alianzas y uniones no despiertan entusiasmo.
Un dirigente del peronismo federal expuso hace pocos días un enfoque posible: un acuerdo, tan inclusivo como fuese posible, centrado en unos pocos aspectos programáticos muy básicos y un compromiso firme sobre las reglas que podrían conducir a una candidatura fuerte. Sobre la base de ese acuerdo quienes lo suscriban competirían en una primaria abierta, donde los votantes decidirían quiénes son los candidatos. Es el “modelo Alianza 1999”, o “Capriles” en la Venezuela de hoy.
Otro camino es esperar el surgimiento de un liderazgo atractivo capaz de convocar directamente a los votantes, sin pasar por los dirigentes. Es el “modelo Narváez 2009”. Es un camino que anticipa un intenso grado de competencia entre numerosos candidatos, y conlleva riesgos ciertos: que la competencia los desgaste a todos, o que simplemente no aparezca el liderazgo atractivo.
En todos los casos, a los grupos opositores les está faltando ciudadanía, participación de la gente. El vacío dejado por los partidos es difícil de llenar; pero es imprescindible que sea llenado. Tampoco el oficialismo lo hace. No es la participación de presos, marginales, conchabados por día o la capacidad de llenar un estadio lo que fortalece las raíces cívicas de la democracia; es la gente vinculándose voluntariamente a la política desde las bases.
Es posible que el Gobierno logre reforzar sus filas con grupos aguerridos y a la vez sectarios u oportunistas. No es un camino conducente al fortalecimiento de la representación democrática; entre eso y los números que surgen de las encuestas, por altos que estos puedan ser, no hay casi nada; y ese es precisamente el vacío que hay que llenar. El camino que sigue el Gobierno puede servir a propósitos de política interna, para marcar la cancha dentro del propio espacio oficialista; pero los votos no pasan por ahí. Si la oposición busca votos, debe buscarlos no en las magras filas de sus seguidores ya convencidos sino en esa ciudadanía expectante, enojada y a la vez escéptica, que puede ser convocada para reincorporarse a la política gradualmente. El modelo son los PAC norteamericanos.
La sociedad necesita consensos, pero también necesita ventilar sus disensos, que son muchos y no menores. Un camino para la construcción de opciones políticos es unir lo que hoy está separado, pero hay que pensar también en integrar lo desintegrado sin aspirar a simbiosis programáticas inviables. El modelo de la política de partidos que se desarrolló durante el siglo XX era divisivo por naturaleza; si estás en un partido no podés estar en otro, las camisetas son excluyentes y, en principio, el que no está conmigo está contra mí. Era, efectivamente, un modelo apropiado para sociedades muy homogéneas y establemente divididas, pero por eso mismo contaminado de elementos facciosos, los cuales servían para reforzar la identidad de los que estaban adentro de un grupo. Ese modelo está obsoleto. La gente imagina que puede estar cerca de alguien por un tema y no necesariamente por otros temas; no busca pertenencias estables y compromisos que no pueden ser puestos en discusión. Los partidos se fueron vaciando a medida que su modelo se desactualizaba en un mundo cambiante, y no fueron capaces de proponer otras formas de vinculación con los ciudadanos.
Tal vez los grupos políticos que sean capaces de convocar a la ciudadanía sobre premisas muy básicas y no sobre criterios excluyentes terminen siendo los que dispongan de más ventajas competitivas. En esa perspectiva, los líderes personalistas son menos decisivos que las organizaciones y los dirigentes capaces de gestionarlas.
*Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.
17/08/12 – 02:39
La debilidad opositora preocupa. A menudo es tema de comentarios negativos, que comprensiblemente fastidian a los dirigentes políticos; muchos de ellos trabajan arduamente y sienten que no se valora lo que hacen, sobre todo en el ámbito del Congreso. Pero no hay duda que la preocupación es justificada y que los comentaristas mediáticos no pueden sino expresarla.
Los grupos opositores tienen ante sí distintas opciones estratégicas. Ante la situación de dispersión y fragmentación imperante, hay intentos de unificar algunos espacios. Desde luego, no es nada simple; a los ojos del público general parece más simple de lo que realmente es. Muchos grupos políticos mantienen un sentido de su propia identidad –para ellos valiosa– que desde la mirada de la calle no parece relevante.
Hay otro problema: la imagen de muchos dirigentes en la opinión pública es más negativa que positiva. En política, para un ciudadano no politizado la suma de un número negativo y otro número negativo no da, aritméticamente, positivo; dos equipos de fútbol débiles no hacen, sumados, uno fuerte. Por eso, en las encuestas, las alianzas y uniones no despiertan entusiasmo.
Un dirigente del peronismo federal expuso hace pocos días un enfoque posible: un acuerdo, tan inclusivo como fuese posible, centrado en unos pocos aspectos programáticos muy básicos y un compromiso firme sobre las reglas que podrían conducir a una candidatura fuerte. Sobre la base de ese acuerdo quienes lo suscriban competirían en una primaria abierta, donde los votantes decidirían quiénes son los candidatos. Es el “modelo Alianza 1999”, o “Capriles” en la Venezuela de hoy.
Otro camino es esperar el surgimiento de un liderazgo atractivo capaz de convocar directamente a los votantes, sin pasar por los dirigentes. Es el “modelo Narváez 2009”. Es un camino que anticipa un intenso grado de competencia entre numerosos candidatos, y conlleva riesgos ciertos: que la competencia los desgaste a todos, o que simplemente no aparezca el liderazgo atractivo.
En todos los casos, a los grupos opositores les está faltando ciudadanía, participación de la gente. El vacío dejado por los partidos es difícil de llenar; pero es imprescindible que sea llenado. Tampoco el oficialismo lo hace. No es la participación de presos, marginales, conchabados por día o la capacidad de llenar un estadio lo que fortalece las raíces cívicas de la democracia; es la gente vinculándose voluntariamente a la política desde las bases.
Es posible que el Gobierno logre reforzar sus filas con grupos aguerridos y a la vez sectarios u oportunistas. No es un camino conducente al fortalecimiento de la representación democrática; entre eso y los números que surgen de las encuestas, por altos que estos puedan ser, no hay casi nada; y ese es precisamente el vacío que hay que llenar. El camino que sigue el Gobierno puede servir a propósitos de política interna, para marcar la cancha dentro del propio espacio oficialista; pero los votos no pasan por ahí. Si la oposición busca votos, debe buscarlos no en las magras filas de sus seguidores ya convencidos sino en esa ciudadanía expectante, enojada y a la vez escéptica, que puede ser convocada para reincorporarse a la política gradualmente. El modelo son los PAC norteamericanos.
La sociedad necesita consensos, pero también necesita ventilar sus disensos, que son muchos y no menores. Un camino para la construcción de opciones políticos es unir lo que hoy está separado, pero hay que pensar también en integrar lo desintegrado sin aspirar a simbiosis programáticas inviables. El modelo de la política de partidos que se desarrolló durante el siglo XX era divisivo por naturaleza; si estás en un partido no podés estar en otro, las camisetas son excluyentes y, en principio, el que no está conmigo está contra mí. Era, efectivamente, un modelo apropiado para sociedades muy homogéneas y establemente divididas, pero por eso mismo contaminado de elementos facciosos, los cuales servían para reforzar la identidad de los que estaban adentro de un grupo. Ese modelo está obsoleto. La gente imagina que puede estar cerca de alguien por un tema y no necesariamente por otros temas; no busca pertenencias estables y compromisos que no pueden ser puestos en discusión. Los partidos se fueron vaciando a medida que su modelo se desactualizaba en un mundo cambiante, y no fueron capaces de proponer otras formas de vinculación con los ciudadanos.
Tal vez los grupos políticos que sean capaces de convocar a la ciudadanía sobre premisas muy básicas y no sobre criterios excluyentes terminen siendo los que dispongan de más ventajas competitivas. En esa perspectiva, los líderes personalistas son menos decisivos que las organizaciones y los dirigentes capaces de gestionarlas.
*Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.