El Conicet redujo casi 60 por ciento el ingreso a la carrera de investigador: los llamados a concurso para incorporar investigadores pasaron de 943 en 2015 a 385 en 2016. El dato es sumamente preocupante, habida cuenta del rol crucial de la ciencia y tecnología en los procesos de desarrollo.
La correlación entre investigadores por millón de habitantes y de- sarrollo es altísima. En los países desarrollados, tal cifra supera en promedio los 4 mil investigadores por millón de habitantes, siendo Corea del Sur y Suecia los países líderes, con casi 7 mil investigadores por millón de personas en 2014, según el Banco Mundial. Argentina se ubica bien posicionada en América latina, con 1202 investigadores por millón de habitantes, muy por encima de Brasil (en torno a los 700), Uruguay (504), Chile (428) y México (322). Sin embargo, todavía está muy lejos del grueso de los países desarrollados.
Si en lugar de ver la foto vemos la película, podremos comprobar que uno de los mayores aciertos de los doce años kirchneristas fue la puesta en valor de la ciencia y la tecnología, hecho reconocido por el propio Mauricio Macri en la campaña electoral de 2015. En 1997, Argentina tenía 692 investigadores por millón de habitantes; en 2002, tal cifra había caído a 688. Entre 2002 y 2014, Argentina incrementó sus investigadores per cápita a razón del 4,8 por ciento anual, cifra muy superior al promedio de la Unión Europea (2,9 por ciento), Canadá (1,7), Japón (0,7) y Uruguay (2,5), idéntica a la de China y solo por debajo de locomotoras emergentes como Corea (7,1), Malasia (17,6) y Turquía (10). Si la tendencia de 2016 continuase, la tasa de crecimiento de los investigadores per cápita del país disminuiría drásticamente, y la brecha con un mundo que sigue formando cada vez más científicos se volvería a agrandar.
Se han oído algunas críticas al Conicet, del estilo de “forman solo cientistas sociales que son pura ideología”. Tal expresión es desafortunada por tres razones. Primero, el 78 por ciento de los investigadores proviene de ciencias duras, según datos del propio Conicet. Segundo, el 22 por ciento de investigadores en ciencias sociales que tiene el Conicet es una cifra muy razonable para los estándares mundiales. A modo de ejemplo, según el World Social Science Report de 2010 en Hungría tal cifra es del 36 por ciento, en Turquía del 28, en Portugal y México del 26, en Noruega y España del 25 y en República Checa del 19. El porcentaje de las ciencias sociales en el total de investigadores sí es bastante más bajo en países de altísima industrialización como Japón (12), Taiwan (11) o Singapur (8), o con alta focalización en las industrias de defensa (como Rusia, con 5), y que por tanto demandan proporcionalmente más ingenieros o profesionales de ciencias duras. Tercero, los cientistas sociales tienen mucho por contribuir al bienestar social, sea analizando los efectos de ciertas políticas públicas sobre la pobreza o contribuyendo a una mejor comprensión de los aprendizajes que nos deja la historia mundial y argentina a la hora de tomar decisiones políticas, por poner solo dos ejemplos triviales entre miles.
Si bien en Argentina la articulación entre el sistema científico-tecnológico y el productivo dista de ser virtuosa (apenas el 25 por ciento de la I+D la realiza el sector privado), la situación actual es sustancialmente mejor que la de principios de los 2000. Para que la articulación entre la I+D pública y el sector privado sea más dinámica, necesitamos multiplicar investigadores de diferentes disciplinas y, a su vez, fomentar a nuestros sectores productivos a que hagan uso de los grandes aportes que tales investigadores tienen para ofrecerles.
* Magister en Sociología Económica (Idaes-Unsam), profesor UNQ, investigador del IET.
Investigadores en I+D por millón de habitantes.
Fuente: Banco Mundial, 2014.
La correlación entre investigadores por millón de habitantes y de- sarrollo es altísima. En los países desarrollados, tal cifra supera en promedio los 4 mil investigadores por millón de habitantes, siendo Corea del Sur y Suecia los países líderes, con casi 7 mil investigadores por millón de personas en 2014, según el Banco Mundial. Argentina se ubica bien posicionada en América latina, con 1202 investigadores por millón de habitantes, muy por encima de Brasil (en torno a los 700), Uruguay (504), Chile (428) y México (322). Sin embargo, todavía está muy lejos del grueso de los países desarrollados.
Si en lugar de ver la foto vemos la película, podremos comprobar que uno de los mayores aciertos de los doce años kirchneristas fue la puesta en valor de la ciencia y la tecnología, hecho reconocido por el propio Mauricio Macri en la campaña electoral de 2015. En 1997, Argentina tenía 692 investigadores por millón de habitantes; en 2002, tal cifra había caído a 688. Entre 2002 y 2014, Argentina incrementó sus investigadores per cápita a razón del 4,8 por ciento anual, cifra muy superior al promedio de la Unión Europea (2,9 por ciento), Canadá (1,7), Japón (0,7) y Uruguay (2,5), idéntica a la de China y solo por debajo de locomotoras emergentes como Corea (7,1), Malasia (17,6) y Turquía (10). Si la tendencia de 2016 continuase, la tasa de crecimiento de los investigadores per cápita del país disminuiría drásticamente, y la brecha con un mundo que sigue formando cada vez más científicos se volvería a agrandar.
Se han oído algunas críticas al Conicet, del estilo de “forman solo cientistas sociales que son pura ideología”. Tal expresión es desafortunada por tres razones. Primero, el 78 por ciento de los investigadores proviene de ciencias duras, según datos del propio Conicet. Segundo, el 22 por ciento de investigadores en ciencias sociales que tiene el Conicet es una cifra muy razonable para los estándares mundiales. A modo de ejemplo, según el World Social Science Report de 2010 en Hungría tal cifra es del 36 por ciento, en Turquía del 28, en Portugal y México del 26, en Noruega y España del 25 y en República Checa del 19. El porcentaje de las ciencias sociales en el total de investigadores sí es bastante más bajo en países de altísima industrialización como Japón (12), Taiwan (11) o Singapur (8), o con alta focalización en las industrias de defensa (como Rusia, con 5), y que por tanto demandan proporcionalmente más ingenieros o profesionales de ciencias duras. Tercero, los cientistas sociales tienen mucho por contribuir al bienestar social, sea analizando los efectos de ciertas políticas públicas sobre la pobreza o contribuyendo a una mejor comprensión de los aprendizajes que nos deja la historia mundial y argentina a la hora de tomar decisiones políticas, por poner solo dos ejemplos triviales entre miles.
Si bien en Argentina la articulación entre el sistema científico-tecnológico y el productivo dista de ser virtuosa (apenas el 25 por ciento de la I+D la realiza el sector privado), la situación actual es sustancialmente mejor que la de principios de los 2000. Para que la articulación entre la I+D pública y el sector privado sea más dinámica, necesitamos multiplicar investigadores de diferentes disciplinas y, a su vez, fomentar a nuestros sectores productivos a que hagan uso de los grandes aportes que tales investigadores tienen para ofrecerles.
* Magister en Sociología Económica (Idaes-Unsam), profesor UNQ, investigador del IET.
Investigadores en I+D por millón de habitantes.
Fuente: Banco Mundial, 2014.