El fin no está cerca. Sí, hay grandes pérdidas, luego de que los mercados financieros extendieron el viernes una brutal venta masiva que ha repercutido en todo el mundo desde principios de año. La destrucción se ha vuelto tan pronunciada que ha engendrado temores de que se repita la crisis global de 2008.
No obstante, hay diferencias cruciales entre lo que sucede ahora y aquellos días aciagos, al menos para Estados Unidos. Aunque las pérdidas continuarán, EE.UU. parece, al menos de momento, estar en una mejor posición para soportarlas. Eso podría evitar que un descenso del mercado se transforme en una crisis financiera con todas las de la ley que, a su vez, se transforme en una económica.
El descenso actual ha sido particularmente virulento. Después de caer 390,9 puntos el viernes, el Promedio Industrial Dow Jones acumula una caída de 8,2% en lo que va del año. Y la situación es peor en otras latitudes. El mercado bursátil de China ha retrocedido 18% en lo que va del año; el crudo está a menos de US$30 el barril, un descenso de 20% este año y 52% por debajo del precio máximo de 2015.
La profundidad de los declives y la forma en la que se propagan por múltiples mercados pueden alarmar a cualquiera que haya vivido la crisis financiera. Al principio de aquel colapso muchas personas pensaron que los problemas serían similares a los de la crisis de deuda rusa de 1998 o el derrumbe de las puntocom en 2001. Su equivocación tuvo consecuencias desastrosas.
Hay una menor probabilidad de que tales acontecimientos se repitan ahora. Una parte importante de ello es que durante la antesala a la crisis de 2008, la gente no apreciaba cuánta deuda se había acumulado en el sistema. Esto amplificó el dolor de las pérdidas, lo cual llevó a un congelamiento de los mercados de deuda y abrió un gran agujero en los balances de los bancos.
La economía y el sistema financiero estadounidense han cambiado. Principalmente, las relaciones de endeudamiento dentro de EE.UU. no son tan altas si no se toma en cuenta la deuda pública.
En el caso de las familias, que estuvieron en el epicentro de la crisis hipotecaria, a finales de 2007 sus niveles de deuda equi-valían a 130% de sus ingresos, según la Reserva Federal. Esa cifra había caído a 103% hacia el tercer trimestre del año pasado.
Además, gracias en gran parte a las tasas de interés súper bajas, los hogares ahora destinan 15,3% de sus ingresos a pagar deudas y otras obligaciones financieras, frente a 18,1% en 2007.
De igual manera, los bancos estadounidenses están en una posición mucho mejor para absorber las pérdidas que durante la crisis financiera. Las 31 instituciones financieras que se sometieron a las «pruebas de resistencia» más recientes llevadas a cabo por la Fed tenían US$1,1 billones en acciones comunes a finales de 2014, frente a US$459.000 millones a principios de 2009. El ratio de capital común, que mide la relación entre la protección de los bancos en relación con los activos ponderados por riesgo, era de 12,5% a finales de 2014. Esto es más del doble de la proporción de 5,5% del primer trimestre de 2009.
Claro, hay áreas en las que la deuda preocupa. La deuda del gobierno estadounidense equivalió a 101% del Producto Interno Bruto en el tercer trimestre de 2015, frente a 63% a finales de 2007.
La misma observación es válida para los grandes países y regiones en todo el mundo, como la Unión Europea, Japón y China.
China es, precisamente, la gran incógnita. Incurrió en una gran deuda para estimular su economía, lo que llevó a un serio excedente en todo, desde fábricas hasta apartamentos de lujo. La reversión de este frenesí es una de las causas de la actual turbulencia del mercado.
Un aterrizaje forzoso de China repercutiría en el resto del mundo en formas que aún no se vislumbran. Así que el problema más serio para la economía estadounidense es probablemente el efecto de la debilidad inducida por la presión sobre las economías internacionales. Los declives en los precios de las importaciones enfriarán más una inflación que la Fed ya consi-dera excesivamente baja.
Además, a diferencia de 1998, cuando la Fed recortó su tasa de interés de referencia en 0,75 puntos porcentuales como parte de sus esfuerzos para calmar los mercados financieros, el banco central estadounidense tiene poco margen para reducir los in-tereses. Para estimular a la economía tendría que volver a recurrir a políticas poco convencionales, que no son igual de efectivas.
Otra área de preocupación es la cantidad de créditos denominados en dólares que han sido extendidos a instituciones no bancarias fuera de EE.UU., tales como los bonos de empresas denominados en dólares. Los créditos sumaron US$9,8 billones a mediados del año pasado, frente a US$5,3 billones a finales de 2007, según el Banco de Pagos Internacionales.
La combinación de un dólar más fuerte, el debilitamiento de la demanda y, en casos como los de los commodities, una caída de precios complica el pago de aquella deuda. El incremento de los préstamos extranjeros ha sido impulsado por bancos no estadounidenses e inversionistas en bonos. Hay mucho estrés financiero, pero no se centra en EE.UU.
Las chispas que encendieron la hoguera actual del mercado, como el desplome de los precios del petróleo, son comprendidas. Los mercados han atravesado por colapsos de commodities en otras ocasiones. Finalmente estos llevan a una destrucción del suministro, lo cual devuelve el equilibrio a los mercados y estabiliza los precios. En cambio, en 2008 y 2009, uno de los mayores problemas era que los inversionistas no entendían lo que estaba sucediendo, los tipos de productos que estaban colapsando o las conexiones entre ellos y las firmas financieras.
Por ahora, la tormenta no parece tener la fuerza de un cataclismo. Después de 2008, muchos inversionistas han temido que cada episodio en los mercados sea otro cisne negro. Deberían recordar que también hay cisnes blancos.
No obstante, hay diferencias cruciales entre lo que sucede ahora y aquellos días aciagos, al menos para Estados Unidos. Aunque las pérdidas continuarán, EE.UU. parece, al menos de momento, estar en una mejor posición para soportarlas. Eso podría evitar que un descenso del mercado se transforme en una crisis financiera con todas las de la ley que, a su vez, se transforme en una económica.
El descenso actual ha sido particularmente virulento. Después de caer 390,9 puntos el viernes, el Promedio Industrial Dow Jones acumula una caída de 8,2% en lo que va del año. Y la situación es peor en otras latitudes. El mercado bursátil de China ha retrocedido 18% en lo que va del año; el crudo está a menos de US$30 el barril, un descenso de 20% este año y 52% por debajo del precio máximo de 2015.
La profundidad de los declives y la forma en la que se propagan por múltiples mercados pueden alarmar a cualquiera que haya vivido la crisis financiera. Al principio de aquel colapso muchas personas pensaron que los problemas serían similares a los de la crisis de deuda rusa de 1998 o el derrumbe de las puntocom en 2001. Su equivocación tuvo consecuencias desastrosas.
Hay una menor probabilidad de que tales acontecimientos se repitan ahora. Una parte importante de ello es que durante la antesala a la crisis de 2008, la gente no apreciaba cuánta deuda se había acumulado en el sistema. Esto amplificó el dolor de las pérdidas, lo cual llevó a un congelamiento de los mercados de deuda y abrió un gran agujero en los balances de los bancos.
La economía y el sistema financiero estadounidense han cambiado. Principalmente, las relaciones de endeudamiento dentro de EE.UU. no son tan altas si no se toma en cuenta la deuda pública.
En el caso de las familias, que estuvieron en el epicentro de la crisis hipotecaria, a finales de 2007 sus niveles de deuda equi-valían a 130% de sus ingresos, según la Reserva Federal. Esa cifra había caído a 103% hacia el tercer trimestre del año pasado.
Además, gracias en gran parte a las tasas de interés súper bajas, los hogares ahora destinan 15,3% de sus ingresos a pagar deudas y otras obligaciones financieras, frente a 18,1% en 2007.
De igual manera, los bancos estadounidenses están en una posición mucho mejor para absorber las pérdidas que durante la crisis financiera. Las 31 instituciones financieras que se sometieron a las «pruebas de resistencia» más recientes llevadas a cabo por la Fed tenían US$1,1 billones en acciones comunes a finales de 2014, frente a US$459.000 millones a principios de 2009. El ratio de capital común, que mide la relación entre la protección de los bancos en relación con los activos ponderados por riesgo, era de 12,5% a finales de 2014. Esto es más del doble de la proporción de 5,5% del primer trimestre de 2009.
Claro, hay áreas en las que la deuda preocupa. La deuda del gobierno estadounidense equivalió a 101% del Producto Interno Bruto en el tercer trimestre de 2015, frente a 63% a finales de 2007.
La misma observación es válida para los grandes países y regiones en todo el mundo, como la Unión Europea, Japón y China.
China es, precisamente, la gran incógnita. Incurrió en una gran deuda para estimular su economía, lo que llevó a un serio excedente en todo, desde fábricas hasta apartamentos de lujo. La reversión de este frenesí es una de las causas de la actual turbulencia del mercado.
Un aterrizaje forzoso de China repercutiría en el resto del mundo en formas que aún no se vislumbran. Así que el problema más serio para la economía estadounidense es probablemente el efecto de la debilidad inducida por la presión sobre las economías internacionales. Los declives en los precios de las importaciones enfriarán más una inflación que la Fed ya consi-dera excesivamente baja.
Además, a diferencia de 1998, cuando la Fed recortó su tasa de interés de referencia en 0,75 puntos porcentuales como parte de sus esfuerzos para calmar los mercados financieros, el banco central estadounidense tiene poco margen para reducir los in-tereses. Para estimular a la economía tendría que volver a recurrir a políticas poco convencionales, que no son igual de efectivas.
Otra área de preocupación es la cantidad de créditos denominados en dólares que han sido extendidos a instituciones no bancarias fuera de EE.UU., tales como los bonos de empresas denominados en dólares. Los créditos sumaron US$9,8 billones a mediados del año pasado, frente a US$5,3 billones a finales de 2007, según el Banco de Pagos Internacionales.
La combinación de un dólar más fuerte, el debilitamiento de la demanda y, en casos como los de los commodities, una caída de precios complica el pago de aquella deuda. El incremento de los préstamos extranjeros ha sido impulsado por bancos no estadounidenses e inversionistas en bonos. Hay mucho estrés financiero, pero no se centra en EE.UU.
Las chispas que encendieron la hoguera actual del mercado, como el desplome de los precios del petróleo, son comprendidas. Los mercados han atravesado por colapsos de commodities en otras ocasiones. Finalmente estos llevan a una destrucción del suministro, lo cual devuelve el equilibrio a los mercados y estabiliza los precios. En cambio, en 2008 y 2009, uno de los mayores problemas era que los inversionistas no entendían lo que estaba sucediendo, los tipos de productos que estaban colapsando o las conexiones entre ellos y las firmas financieras.
Por ahora, la tormenta no parece tener la fuerza de un cataclismo. Después de 2008, muchos inversionistas han temido que cada episodio en los mercados sea otro cisne negro. Deberían recordar que también hay cisnes blancos.