Macri comienza a evaluar el impacto de una ruptura entre Nación y Buenos Aires

El titular de la CGT Hugo Moyano logró en los últimos días hacerle sombra a Mauricio Macri en su rol de principal opositor. Consiguió con esta irrupción política abrir una discusión en el seno macrista sobre cómo pararse frente a su reclamo sindical y a la interna del peronismo. Pero no es el camionero –con la imagen electoral por el piso– quien en estos días perturba el sueño presidencial del jefe de Gobierno porteño para 2015 sino Daniel Scioli. O mejor dicho, una eventual ruptura del gobernador bonaerense con la Casa Rosada.
En el macrismo comienzan a observar con preocupación la escalada hostil del kirchnerismo contra el ex motonauta porque temen que esa asfixia permanente lo obligue tarde o temprano a pegar el portazo. El escenario de un Scioli vapuleado y jaqueado por la Nación le sirve a las aspiraciones presidenciales de Macri siempre y cuando el mandatario se quede con los pies dentro del plato oficialista. Los estrategas del PRO se restregan las manos cada vez que imaginan un escenario similar al de 1999, cuando el ex presidente Carlos Menem –en su ambición por retornar al poder en 2003– inició una estrategia de desgaste hacia el candidato del peronismo Eduardo Duhalde que terminó jugando a favor del opositor Fernando de La Rúa. Pero la ruptura de Scioli con el Gobierno sería una mala noticia para el macrismo. Con un pasado empresarial común, ambos comparten estilos, ideas y estrategias –con fútbol incluido para hacer política. Pero básicamente, mantienen el mismo perfil del electorado. Lo único que los diferencia a los ojos de los votantes es que Scioli es oficialista y Macri, opositor. O como le gusta decir al propio jefe comunal, Scioli cree en este modelo y Macri no. Con el gobernador en la vereda de enfrente, el jefe de Gobierno estaría en problemas. No sólo porque los votos del PRO o de la centro derecha podrían dividirse sino porque Scioli –que mide tan bien en las encuestas como Macri– estaría en mejores condiciones de encolumnar al peronismo disidente o a los heridos del kirchnerismo. Algo similar se evaluaba en 2010 cuando el justicialismo anti K le pedía a gritos a Carlos Reutemann que se ponga el traje de candidato presidencial. El macrismo, sin estructura partidaria en todo el país, necesita de alianzas con el resto de la oposición si quiere llevar a buen puerto el sueño de 2015. Y si bien hay varias voces especulando en que terminarán juntos al final de la carrera, la única forma de hacer un acuerdo electoral entre Macri y Scioli sería que uno de los dos desista de su aspiración por el sillón de Rivadavia.
Con todo, los hombres encargados del armado territorial del líder del PRO creen que el gobernador no se animará a dar el salto hacia la oposición. Aseguran que en las encuestas –sagradas para el macrismo– el bonaerense aparece ligado íntimamente al kirchnerismo. “Los consultados lo ven como el mandatario más K del país, como el más obediente”, repiten. Y esperan que mantenga su perfil crítico al cristinismo duro, sin romper con el Gobierno cuando le faltan tres años para terminar su mandato.
Antes de partir hacia Singapur –a donde llegó ayer para dar una charla en un “congreso de grandes capitales”, según su entorno, y permanecerá hasta el viernes– Macri evaluó este escenario con el ministro de Gobierno Emilio Monzó, el principal armador de su estrategia electoral. Allí se reconoció que Moyano logró robarle protagonismo en estos días en la plana de los diarios pero está lejos de ser una amenaza. El titular de la CGT no es una alternativa electoral para el macrismo porque su popularidad –el bien más preciado por los candidatos– es muy baja. En cambio, ya miden las consecuencias de la presión oficial para aislar a Scioli, algo que lo coloca en una situación de víctima, similar a la del jefe comunal.

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