Mauricio Macri y Daniel Scioli, cada uno a su manera y sin salir indemnes de las refriegas, parecen estar demostrando algo nuevo en estos tiempos de ejercicio salvaje del poder: que la sumisión no es el único camino habilitado en la política argentina; que la resistencia a la habitual arbitrariedad de Cristina Fernández también es posible si a razones más o menos bien fundadas se añade una pizca de atrevimiento.
Ni Macri ni Scioli se metieron por propia voluntad en las recientes batallas. Fueron arrastrados por la Presidenta. Pero, hostigados, decidieron pulsear y lograron transmitir a la opinión pública un mensaje en la misma dirección: nunca hubo necesidad, en el caso de la ayuda financiera a Buenos Aires y la huelga de los subtes en Capital, de haber empujado ambos conflictos a un punto extremo de confrontación . El jefe porteño y el gobernador bonaerense se mostraron, aun en los peores momentos, dispuestos a una negociación. Cristina, en cambio, pareció arriar la bandera cuando no tuvo a mano otro remedio y cierto malhumor social empezó a corroer su imagen.
Macri tuvo más protagonismo que Scioli, aunque en buena parte del pleito por los subtes haya creído que la fórmula adecuada pasaba también por la conducta estática y pacifista del gobernador. Casi una semana (de viernes a viernes) le duró aquel convencimiento. A partir del fin de semana último resolvió desafiar al kirchnerismo con la palabra y los actos. Criticó primero a Florencio Randazzo, con quien el macrismo había avanzado en un acuerdo luego desestimado. También le apuntó a Cristina. Refutó una publicidad en su contra en el canal del Estado con un spot que subió a Internet. Y se manifestó dispuesto a que la huelga de los subtes continuara mientras los metrodelegados lo dispusieran. Nació así un indisimulado temor en la Casa Rosada.
Como sucedió durante el episodio con Scioli, el kirchnerismo tampoco ahora ofreció matices. Tomó el conflicto con los subtes como plataforma sólo para terminar con el proyecto presidencial de Macri.
Había hecho exactamente lo mismo frente al gobernador bonaerense. Por ese motivo su retroceso, en ambos casos, resultó evidente.
En el caso de Buenos Aires fue el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, quien comunicó a Scioli el cierre de los grifos que, de un día para el otro, volvió a abrir. Los argumentos de los metrodelegados para suspender la huelga sonaron inverosímiles para fundamentar la medida de fuerza que enloqueció a la Capital y tomó de rehenes a millones de ciudadanos. Esos argumentos, tal vez, hubieran servido para justificar un paro de 24 horas.
En la ofensiva kirchnerista contra el gobierno de la Ciudad terminaron tallando las contradicciones internas de la organización, en el plano político y sindical. La Cámpora, empujada en suelo porteño por el legislador Juan Cabandié y asistida por el diputado bonaerense de Nuevo Encuentro, Martín Sabbatella, apostó a una radicalización del conflicto que objetaron sectores K y del PJ de Capital. La UTA, conducida por el antimoyanista Roberto Fernández, también tomó distancia de esa estrategia y pactó la paritaria con la empresa Metrovías al sexto día de huelga. El antimoyanismo es ahora la pata sindical de Cristina, pero los dirigentes camporistas no terminan de tomarle el gusto que, por años, proclamaron en favor de Hugo Moyano.
Roberto Pianelli es uno de los dos dirigentes más importantes de los metrodelegados. Su territorio en la política es el sabbatellismo. Forma parte de la CTA del docente kirchnerista Hugo Yasky. Estuvo a mediados de la semana pasada con Cristina, Randazzo y el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, mientras la huelga trepaba su pico de locura. ¿Hizo falta un dato más explícito para vincular al Gobierno y al kirchnerismo con el paro de los subtes?
Cristina retrocedió pero Macri –también Scioli– no debería suponer que todo ha concluido allí. Los metrodelegados y los K quedaron inhabilitados por un tiempo para repetir la embestida por los subtes. Pero podría asomar, en cualquier momento, el conflicto por la recolección de basura o la disputa por la inseguridad.
Macri y Scioli, aunque hayan hecho punta, quizá dejen de estar en soledad en esta porfía con Cristina. Los problemas fiscales han comenzado a levantar la queja de varios gobernadores, algunos de provincias importantes con recursos propios para sobrevivir al ahogo nacional.
José de la Sota, el mandatario cordobés, llevó hasta la Corte Suprema el reclamo de las deudas del Gobierno sobre coparticipación. El Tribunal, pese a la oposición de unos de sus miembros, Raúl Zaffaroni, decidió ayer mismo intervenir en el conflicto. Llamará a las partes a una audiencia de conciliación.
Córdoba espera que Santa Fe tome el mismo rumbo . De la Sota ha tenido contactos con el socialista Antonio Bonfatti. Pero el gobernador santafesino tiene un cuadro político complejo para avanzar. La oposición provincial actúa con un juego de pinzas entre Agustín Rossi, la cara kirchnerista, y Miguel del Sel, bendecido por Macri y con arraigo en sectores del PJ tradicional. El propio socialismo posee un dilema interno: Bonfatti oscila frente a Cristina – la Presidenta lo halagó ayer– pero Hermes Binner , que aspira a una candidatura en el 2015 o quizás en 2013, sesga sus críticas contra el kirchnerismo.
La escena no cambia todavía. Pero hay nuevos actores que ya parecen incomodar a Cristina.
Ni Macri ni Scioli se metieron por propia voluntad en las recientes batallas. Fueron arrastrados por la Presidenta. Pero, hostigados, decidieron pulsear y lograron transmitir a la opinión pública un mensaje en la misma dirección: nunca hubo necesidad, en el caso de la ayuda financiera a Buenos Aires y la huelga de los subtes en Capital, de haber empujado ambos conflictos a un punto extremo de confrontación . El jefe porteño y el gobernador bonaerense se mostraron, aun en los peores momentos, dispuestos a una negociación. Cristina, en cambio, pareció arriar la bandera cuando no tuvo a mano otro remedio y cierto malhumor social empezó a corroer su imagen.
Macri tuvo más protagonismo que Scioli, aunque en buena parte del pleito por los subtes haya creído que la fórmula adecuada pasaba también por la conducta estática y pacifista del gobernador. Casi una semana (de viernes a viernes) le duró aquel convencimiento. A partir del fin de semana último resolvió desafiar al kirchnerismo con la palabra y los actos. Criticó primero a Florencio Randazzo, con quien el macrismo había avanzado en un acuerdo luego desestimado. También le apuntó a Cristina. Refutó una publicidad en su contra en el canal del Estado con un spot que subió a Internet. Y se manifestó dispuesto a que la huelga de los subtes continuara mientras los metrodelegados lo dispusieran. Nació así un indisimulado temor en la Casa Rosada.
Como sucedió durante el episodio con Scioli, el kirchnerismo tampoco ahora ofreció matices. Tomó el conflicto con los subtes como plataforma sólo para terminar con el proyecto presidencial de Macri.
Había hecho exactamente lo mismo frente al gobernador bonaerense. Por ese motivo su retroceso, en ambos casos, resultó evidente.
En el caso de Buenos Aires fue el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, quien comunicó a Scioli el cierre de los grifos que, de un día para el otro, volvió a abrir. Los argumentos de los metrodelegados para suspender la huelga sonaron inverosímiles para fundamentar la medida de fuerza que enloqueció a la Capital y tomó de rehenes a millones de ciudadanos. Esos argumentos, tal vez, hubieran servido para justificar un paro de 24 horas.
En la ofensiva kirchnerista contra el gobierno de la Ciudad terminaron tallando las contradicciones internas de la organización, en el plano político y sindical. La Cámpora, empujada en suelo porteño por el legislador Juan Cabandié y asistida por el diputado bonaerense de Nuevo Encuentro, Martín Sabbatella, apostó a una radicalización del conflicto que objetaron sectores K y del PJ de Capital. La UTA, conducida por el antimoyanista Roberto Fernández, también tomó distancia de esa estrategia y pactó la paritaria con la empresa Metrovías al sexto día de huelga. El antimoyanismo es ahora la pata sindical de Cristina, pero los dirigentes camporistas no terminan de tomarle el gusto que, por años, proclamaron en favor de Hugo Moyano.
Roberto Pianelli es uno de los dos dirigentes más importantes de los metrodelegados. Su territorio en la política es el sabbatellismo. Forma parte de la CTA del docente kirchnerista Hugo Yasky. Estuvo a mediados de la semana pasada con Cristina, Randazzo y el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, mientras la huelga trepaba su pico de locura. ¿Hizo falta un dato más explícito para vincular al Gobierno y al kirchnerismo con el paro de los subtes?
Cristina retrocedió pero Macri –también Scioli– no debería suponer que todo ha concluido allí. Los metrodelegados y los K quedaron inhabilitados por un tiempo para repetir la embestida por los subtes. Pero podría asomar, en cualquier momento, el conflicto por la recolección de basura o la disputa por la inseguridad.
Macri y Scioli, aunque hayan hecho punta, quizá dejen de estar en soledad en esta porfía con Cristina. Los problemas fiscales han comenzado a levantar la queja de varios gobernadores, algunos de provincias importantes con recursos propios para sobrevivir al ahogo nacional.
José de la Sota, el mandatario cordobés, llevó hasta la Corte Suprema el reclamo de las deudas del Gobierno sobre coparticipación. El Tribunal, pese a la oposición de unos de sus miembros, Raúl Zaffaroni, decidió ayer mismo intervenir en el conflicto. Llamará a las partes a una audiencia de conciliación.
Córdoba espera que Santa Fe tome el mismo rumbo . De la Sota ha tenido contactos con el socialista Antonio Bonfatti. Pero el gobernador santafesino tiene un cuadro político complejo para avanzar. La oposición provincial actúa con un juego de pinzas entre Agustín Rossi, la cara kirchnerista, y Miguel del Sel, bendecido por Macri y con arraigo en sectores del PJ tradicional. El propio socialismo posee un dilema interno: Bonfatti oscila frente a Cristina – la Presidenta lo halagó ayer– pero Hermes Binner , que aspira a una candidatura en el 2015 o quizás en 2013, sesga sus críticas contra el kirchnerismo.
La escena no cambia todavía. Pero hay nuevos actores que ya parecen incomodar a Cristina.
¿Arrastrados al conflicto por Cristina?Macri viene reclamando los subtes desde el 2007,firmo un acta de traspaso y dos meses despues la desconocio.Scioli tuvo que hacer frente a un rojo presupuestario derivado de su propia gestion.Sin desestimar la innegable interna entre el gobernador y el kirchnerismo bonaerense y la obvia rivalidad politica entre Macri y Cristina es obvio que los problemas que afrontan son,en mayor parte,de su propia cosecha.Es curioso que los metrodelegados hoy sean un «invento K» cuando hasta el año pasado eran «gremialistas de base» a los que este «perfido» gobierno les negaba la personeria porque privilegiaba a los burocratas dela UTA.Del mismo modo,cuando Sola tuvo que imprimir los patacones para cubrir su propio agujero,nadie acuso a De La Rua de estar «asfixiando» a la PBA.Peor aun,muchos exigian apretarle mas las clavijas a las provincias «dispendiosas».Sin embargo hoy pareceria que todos los problemas se originan en la «maldad» intrinseca del kirchnerismo.