Massa va a jugar; ¿Massa va a jugar?

La campaña electoral está lanzada sobre un país fracturado por un conflicto ideológico. La dirigencia opositora denuncia que el Gobierno, en el afán por consolidar su hegemonía, avanza sobre el régimen institucionalhasta quedar al margen de la Constitución. Esa disidencia otorga a la Corte Suprema un protagonismo que pocas veces tuvo.
El kirchnerismo responde denunciando un golpe. Anteayer, durante la celebración de sus diez años en el poder, la Presidenta volvió a postular que ella y la democracia son lo mismo. Usó un argumento antiquísimo: quienes la critican son, en realidad, enemigos del pueblo que pretenden que cuando ella se vaya «se acabe todo lo que se ha conquistado en esta década». Se presentó como «un instrumento de ustedes», incluyendo en ese «ustedes» a quienes no son sus simpatizantes,seres disminuidos que «repiten lo que escuchan o lo que leen».
Concluyó como siempre: «No les pido que estén de acuerdo con mis políticas, sólo les pido que piensen en la Patria». Alegó que ella y su esposo son, después de Juan y Eva Perón, «las dos personas más difamadas, atacadas y ultrajadas de toda nuestra historia». Parece un cálculo del Indec: los miles de desaparecidos, muertos, presos y exiliados que tiene la historia de la intolerancia argentina no figuran en su base estadística.
Horas antes, los intelectuales de Carta Abierta ambientaron ese giro autocompasivo con una nueva declaración, que titularon «Lo justo». Si bien este grupo nunca se caracterizó por su sencillez estilística, el sábado batió el récord de su propio gongorismo. En un pasaje sobre la libertad y la igualdad se lee: «Contra la apertura inédita de estas dimensiones fundamentales de la vida social es que se dirigen estas acciones profunda y visceralmente desestabilizadoras no sólo de la continuidad de un proyecto transformador sino, también, destinado a incidir insidiosamente sobre el sentido común de una parte significativa de la sociedad que es capturada por ese discurso destructivo y hostil de cualquier forma de convivencia democrática».
Y en un párrafo sobre el tema de la carta, sostienen: «Lo justo es la alteridad de nuestra propia vida ofrecida como prueba de que ella misma debe introducirse en esos domicilios del pensar común sin hacer excepciones a favor de uno mismo».
Salvados los errores de sintaxis, el documento llama más la atención por su oscuridad que por su contenido. Tal vez haya que coincidir con Juan José Sebreli en que la de Carta Abierta «es gente que trabaja con textos y con simbología. Están haciendo una literatura de la política».
Sin embargo, cuando se desentraña la tesis que pretenden defender, se entienden mejor esas dificultades expresivas. Los intelectuales del kirchnerismo dedicaron su pronunciamiento a despotricar contra el programaPeriodismo para todos, de Jorge Lanata, a partir de este razonamiento: como en el siglo pasado los militares acompañaban sus asonadas con acusaciones de corrupción contra los gobiernos que pretendían derrocar, las denuncias actuales sobre delitos de la administración son golpistas.
Es comprensible que personas incapaces de llevarse una moneda queden envueltas en un enredo verbal cuando prestan su voz a ese guión. Una de ellas, Ricardo Forster, tuvo un exabrupto muy sincero: «Para discutir sobre corrupción llamen al jefe de Gabinete», contestó en una entrevista. Son los riesgos de querer encerrar el cielo en la tierra o, para decirlo con una fórmula que le gustaría más a Forster, de transformar el mito en logos. Se termina convirtiendo a Walter Benjamin en abogado defensor de Lázaro Báez.
Más directo estuvo José Pablo Feinmann en diciembre pasado, refiriéndose al enriquecimiento de los Kirchner: «Uno sufre con estas cosas porque desearía que se aclaren, y que ellos digan: «Esto viene de acá». Y que les quiten la incomodidad a los que adhieren al Gobierno, porque es muy incómodo adherir a un gobierno de dos multimillonarios que están comandando un gobierno nacional, popular y democrático, y que te hablan del hambre». El fascismo zafaba de esas encerronas morales con una consigna menos culposa: «Me ne frega».
La proposición, según la cual la investigación periodística de conductas reñidas con la legalidad pretenden minar la legalidad, no resiste la crítica de un chico de cinco años. Ya lo señaló un ex presidente: «La lucha contra la corrupción y la impunidad fortalecerá las instituciones sobre la base de eliminar toda posible sospecha sobre ellas. Rechazamos de plano la identificación entre gobernabilidad e impunidad que algunos pretenden. Gobernabilidad no es ni puede ser sinónimo de impunidad». Ese ex presidente fue Néstor Kirchner. Habló así durante el discurso inaugural de su gobierno, cuando la década estaba todavía por ganarse.
Sería un error, sin embargo, desestimar la opción «kirchnerismo o golpismo» por su inconsistencia conceptual. Esa dualidad sostiene la estrategia de Cristina Kirchner para las próximas elecciones. Sobre todo en la provincia de Buenos Aires, donde se decidirá el alcance de su supervivencia política.
Según la consultora Isonomía, el 55% del electorado bonaerense votará por quien se muestre capaz de derrotar al candidato del Gobierno. El 35%, en cambio, votará al que garantice el triunfo de la Presidenta. El 10% restante se muestra indeciso, pero, si se le insiste, se expresa 8 a 2 en contra del oficialismo.
En esta aritmética está escondido el dilema de Sergio Massa. Oficialistas y opositores coinciden en que es el dirigente que más cerca está de triunfar en esos comicios si se presentara como candidato a diputado. Massa recorrió la provincia infinidad de veces cuando era director de la Anses. Y el público le atribuye haber resuelto el drama de la inseguridad en Tigre. Quienes compiten con él se sorprenden de que enfocus groupde Córdoba o Santa Fe lo mencionen de manera espontánea.
Entusiasmado con ese capital, Massa teje una red interesante de intendentes, legisladores y sindicalistas. Esos aliados lo impulsan a competir en octubre. Él contrató a asesores de campaña y e hizo preparar un jingle guitarrero, con ecos de «misa de los jóvenes».
Un sociólogo que conoce bien el distrito interpreta: «La ciudadanía se divide en cuatro grupos. Los que quieren que todo siga como está, que son cada vez menos; los que aceptan a Cristina, pero no su reforma institucional; los que mantendrían las políticas sociales y cambiarían lo demás, que son una franja importantísima, y los que cambiarían todo». Massa expresa al segundo y tercer grupo. Reúne votos oficialistas y opositores gracias a una disciplina monacal para no tentarse con las querellas que enardecen la política. Puede mostrarse con la Presidenta de la Nación o con el presidente de La Rural. Daniel Scioli le facilita la tarea, ocupando el lugar del prescindente en el imaginario popular.
Sin embargo, la polarización que promueven el Gobierno y la oposición colocan a Massa en una incómoda encrucijada. ¿Es posible, en el clima del documento de Carta Abierta, o de las pesquisas de Lanata, ser candidato a diputado sin quedar en un extremo? Si decide postularse, el intendente de Tigre perderá encanto para el sector más oficialista de su feligresía.
¿Hace falta que Massa despeje la incógnita de su identidad política dos años antes de las elecciones de presidente y gobernador? La respuesta es sencilla: tal vez sí, porque si él no le gana al Gobierno en octubre, puede hacerlo uno de sus competidores en esa carrera de fondo.
El más probable es Francisco De Narváez. Hace pocos días, en la casa de un empresario, De Narváez propuso a Massa: «Te acompaño como segundo y, si querés, invitamos a Karina Rabolini a que vaya tercera». El intendente no contestó. Su silencio beneficia a De Narváez, quien también se encontró a solas con Mauricio Macri, con la mediación de otro empresario, enemigo del anterior. Esa reunión inspiró la visita de Jorge Macri, Gustavo Posse, Jesús Cariglino y Emilio Monzó a De Narváez para pactar una alianza con Pro en la provincia. El acuerdo se frustró por un entredicho trivial con Monzó.
La margarita de Massa se está quedando sin hojas. Si se postula, podría perder parte de su atractivo antes de tiempo. Si no lo hace, podría dar ventaja a sus rivales de 2015. ¿Existe otra opción? Apoyar a otro candidato. ¿Roberto Lavagna? Tiene un problema: no figura en el padrón de la provincia. Esa alternativa intermedia no es inocua. Si no vence con ella, muchos observadores interpretarán que la prioridad de Massa es la derrota de De Narváez y Scioli, y que, con tal de provocarla, estaría dispuesto facilitar el triunfo del Gobierno dividiendo a la oposición. En ese caso, serían los antikirchneristas los decepcionados.
Para decidir su jugada, Massa apeló a lo seguro: se encerrará a analizar el tablero con su esposa. ¿En la selección de la consejera hay una pista? La carismática Malena se ha hecho célebre por menospreciar los términos medios. Igual que la Presidenta..

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