Nacional y popular SA

Por Pablo Marchetti
29/04/12 – 02:21
Es curioso: en los últimos días las voces más conspicuas del pensamiento nacional y popular se llenaron la boca hablando de YPF. Sin embargo, a nadie se le ocurrió mencionar qué significa YPF. A ver, repitamos todos juntos: Yacimientos Petrolíferos Fiscales. ¿Quedó claro? Va de nuevo: Yacimientos Petrolíferos Fiscales. Sí, vamos otra vez. Y otra, y otra.
No hay más que desandar la sigla para darse cuenta que todo bien con la YPF nacional y popular, quiero una YPF nacional y popular, es imperioso una YPF nacional y popular. Pero el asunto se reduce a un espejismo si la creación de una YPF nacional y popular no significa, en realidad, la vuelta de Yacimientos Petrolíferos Fiscales.
La marca YPF es muy querida entre los argentinos. Tanto que, luego de la privatización, la insignificante Repsol tuvo que resignarse a ocultar su nombre detrás de aquella sigla que ya no significaba nada más que una añoranza para la mayoría de la población. Telefónica y Telecom jamás pensaron en conservar el nombre ENTel; a los responsables de Edesur y Edenor nunca se les ocurrió seguir llamándose Segba; sin embargo, YPF era otra cosa.
Durante los 90, hubo una publicidad en la que un chico le preguntaba a un adulto (no recuerdo si era su padre o su abuelo) qué significaba YPF. El adulto en cuestión le hablaba sobre la grandeza de José Luis Fangio y luego le respondía al chico: “YPF es Ya Pasó Fangio”. O sea, el objetivo era claro: queremos conservar el nombre YPF porque todavía rinde, pero al mismo tiempo vamos a hacer lo que sea para vaciar absolutamente de contenido el significado de YPF. Había que borrar por completo eso de Yacimientos Petrolíferos Fiscales.
Vamos a ser justos: lo de Yacimientos Petrolíferos Fiscales suena hoy demasiado antiguo. Es ridículo, casi como ponerle “El Gráfico” a una revista deportiva. Pero más allá de la pompa, más allá de la solemnidad, la alusión a una compañía estatal es inobjetable. Y poco de la propuesta de esta YPF nacional y popular que impulsa el oficialismo tiene que ver con estos Yacimientos Petrolíferos Fiscales.
En principio, porque esto no es una estatización. En todo caso es una expropiación a una empresa española. No es que se está creando una sociedad del Estado, sino que lo que se impulsa es que el Estado participe como socio mayoritario de una sociedad anónima. El dato no es menor, porque el tipo de sociedad que impulsa el oficialismo permite que participe un socio que, con una buena inversión, rápidamente reduzca la participación estatal al 20 por ciento.
El problema no es que Néstor y Cristina hayan sido impulsores de la privatización en los 90. Tampoco que algunos actuales dirigentes hoy K (el gobernador de San Juan, José Luis Gioja; el ex presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Fellner) hayan levantado la mano a favor de la privatización cuando eran diputados en los 90. Tampoco que el actual secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, entonces diputado, haya sido miembro informante durante aquella privatización. Ni que el estratega de las privatizaciones, Roberto Dromi, sea hoy asesor de Julio De Vido.
No son chicanas, todo eso no importa, la gente tiene derecho a cambiar de opinión y todo el mundo puede equivocarse. El problema no es nacionalizar YPF. Está buenísimo nacionalizar YPF. O sea, que YPF luzca orgullosa la bandera argentina alrededor de su sigla y nos dejemos de pavadas como “Ya Pasó Fangio” y demás eufemismos con los que quisieron vaciar de contenido en los 90. El problema es cuando “nacionalizar” significa abrirles la puerta a empresarios “nacionales y populares” como Enrique Ezkenazi o el grupo Petersen. O cualquier otro, lo mismo da.
Está buenísimo estatizar YPF, está buenísimo que YPF vuelva a ser Yacimientos Petrolíferos Fiscales. El problema es que nos vendan Estado cuando lo que hay en realidad es una sociedad anónima. De poco sirve esta YPF nacional y popular si en lugar de poder optar entre las naftas común o especial, como era antes del Ya Pasó Fangio y Repsol, me voy a tener que resignar al aumento encubierto del “y bueno, ponele Premium” porque ya no hay Súper por ningún lado, como me pasó hace un par de días.
Me encanta YPF, quiero una YPF estatal, prefiero eso aunque al frente esté Julio De Vido. Porque sé que, aunque no me gusta, el próximo gobierno constitucional podrá poner al frente de esa empresa a alguien mejor. Y eso sólo depende de mi voto. No es ese el problema. El problema es el doble discurso.
En estos días, vimos cómo Cristóbal López le compró a Daniel Hadad todo su paquete de radios y la señal de cable C5N en poco más de 40 millones de dólares. Una operación que resulta un insulto a la Ley de Servicios Audiovisuales, una ley que se aprobó gracias a la decisión política del oficialismo. Me parece muy buena esa ley y la apoyé con fervor. El problema es cuando rige aquel viejo dicho de “hecha la ley, hecha la trampa”. Y detrás de la Ley de Medios aparece la Trampa de Medios.
Si la Ley de Medios, que era y es muy buena, termina así, no quiero ni pensar cómo concluirá esta extraña expropiación de YPF. Aclaro, prefiero mil veces que se discuta la participación estatal a seguir con Repsol. Pero lo lamento, ando un poco escéptico. Es que yo pensé que la Ley de Medios era para darles voz a los wichís que nunca pueden expresarse. Y no para darle más y más radios a los “wachos” de siempre.
* Periodista, ex director de la revista Barcelona.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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