No quiero

Unos por poco. Otros, por demasiado. Y una ¿menudencia?, con tanto de hipocresía como de ingenuidad. Esas podrían ser algunas de las definiciones que caben a lo sucedido el jueves a la noche.
El “poco” atañe a quienes, desde el Gobierno y sus alrededores, minimizaron por completo la magnitud de la protesta. Al margen de discusiones bizantinas sobre el número aproximado de manifestantes, fue mucha gente. Mucha. No provino con exclusividad de los barrios acaudalados. No fue sólo en Buenos Aires. Vamos: con ese mismo volumen de muchedumbre, si es del palo decimos que fue imponente. Y también es veraz que el origen estuvo en las redes sociales, porque no podría haber sido de otra forma a partir de que la oposición dirigencial no existe. Este último dato, en gran medida, es lo que llevó a desmerecer la convocatoria porque su proyección sería nula, al carecer de quienes la articulen. Pero eso no significa que deje de prestársele atención. Si es verdad que “siempre volveremos”, como dijo la Presidenta, también lo es que siempre amenaza la existencia de un núcleo de derecha, activo en más o en menos según las épocas, y conformado por factores de poder que se nutren del privilegio propio, junto con la tilinguería que les hace el coro. Eso está y que sea un paquidermo medio dormido, o espontaneísta, no quiere decir que deje de ser un elefante. Tienen recursos, ya lo demostraron en 2008 y, precisamente por no habérselos atendido, se sufrió una derrota que pudo haberse evitado. De esa pérdida se salió fugando para adelante, cuando nadie lo apostaba. Y es eso lo que vuelve a imponerse: a más reacción, más acción. Lo de la re-re es una estrategia equivocada que les proporciona gimnasia aglutinante. Es lo único de que pueden valerse y por eso lo amplifican.
Del “demasiado” no parece que haga falta agregar mucho. Colegas de la oposición llegaron a permitirse la extravagancia insultante de comparar el jueves a la noche con 2001. Más de veinte muertos por la represión, cincuenta por ciento de pobres e indigentes, un país incendiado, fueron entusiastamente asimilados a un montón de miles que salieron a pedir “libertad”. La libertad que estaban ejerciendo sin ningún problema. Se les confirió a los ruidosos la categoría del total de la sociedad, o de un grueso relevante. Quizá baste y sobre con lo que se le escuchó a un salame televisado, en rol de conductor, al momento de la desconcentración. Alertó que debía chequearse cómo andaba el Roca, porque los protestadores tenían que volver al sur del conurbano y esa línea de tren había sufrido inconvenientes durante el día. El tipo se pegó un viaje hasta el 17 de octubre del ’45. Se creyó que andaba viendo las patas en la fuente de Plaza de Mayo, con las masas indignadas cruzando el Riachuelo. Emblematizó la visión de los agentes de prensa que compraron o vendieron estar ante una gesta épica, inolvidable, determinante.
El tercer aspecto se cuela entre esos extremos de los que ningunean lo ocurrido y quienes le otorgan un valor histórico. Se da hace cierto tiempo, estimulado por el discurso de los medios opositores. El cacerolazo lo potenció. Los reaccionarios orgánicos se valen de él porque es una fachada que les permite predicar sus intereses sin retruque probable, al ser un argumento cuyo mentís es de altísima incorrección política. Pero también habrá los preocupados legítimos. Por ejemplo, gente agotada o inquieta frente al hecho de espaciar relaciones, o directamente perder amistades, porque cada vez que salta lo político –y no hay forma de que no salte, por un lado o por otro y más temprano o más tarde– los choques son irreconciliables. Este tercer elemento es eso de la división de los argentinos. De los riesgos de profundizar las diferencias, de fijarnos en lo que separa antes que en lo unificador, de no promover el consenso. Eso de que la confrontación es buscada adrede y no como producto del intercambio de ideas. Eso de que pueblo dividido es sinónimo de sociedad que no avanzará nunca. Eso de que en una democracia no hay enemigos sino adversarios. Pues bien: uno ya está harto de estas boludeces monumentales y cree que es hora de salirles al cruce, porque de lo contrario se asienta un embuste que impide debates serios. ¿Desde cuándo resulta que la política no es conflicto invariable y progresivo, si es que realmente hay pugna ideológica y no una escenografía institucional de cartón? ¿O es tan difícil darse cuenta de que estos sectores afiebrados por la necesidad de diálogo –para concederles candor– son el árbol genealógico de la oligarquía, de las masacres de toda nuestra historia, de las dos toneladas de bombas sobre civiles indefensos en junio del ’55, del genocidio del ’76, del sultán riojano que añoran, de la deuda externa que socializaron, de la propiedad agropecuaria nacida en cada oreja de indio entregada a las huestes de Roca? ¿De qué diálogo y de qué dictadura hablan? ¿Así que el pueblo fue y es su enemigo, pero para el pueblo deben ser sus adversarios democráticos?
Este diario publicó anteayer una columna del sacerdote quilmeño Eduardo de la Serna, coordinador del Grupo de Curas en Opción por los Pobres Argentinos. El texto es de una sencillez y precisión arrolladoras, en esencia sobre los cánticos, consignas y cuestionamientos vertidos el jueves. En su mayoría, aunque lícitos de expresar, eran totalmente individuales. “Quiero salir a la calle sin que me roben”, era el planteo acerca de la “inseguridad” en reemplazo de la seguridad como bienestar social. “Quiero poder viajar”, como si los millones de pobres hubieran podido ir al extranjero sin que nadie levantara la voz a favor de ese derecho. “La multitudinaria ‘marcha del yo’, preocupada por ‘mis’ derechos, se manifestó coherentemente en que cada ‘yo’ tenía su propia consigna; no había un ‘nosotros’, un ‘Pueblo’, salvo en el extraño momento en que se cantó aquello de ‘si éste no es el pueblo…’ (que dicho sea de paso, al igual que respecto de haber coreado que el pueblo unido jamás será vencido: dejen de robar emblemas de izquierda para aplicarlos a que no pueden conseguir dólares) (…) Pocas cosas me parecen tan clásicas de la ‘clase media’ argentina (no es toda) como su ‘amor al yo’, el mismo de Sri Sri, el mismo del ‘yo, argentino’, del ‘no te metás’, del ‘por algo será’, del ‘en algo andaría’. Multitudinarios ‘yoes’ que pareciera que nunca pueden mirar un ‘nosotros’. Hace ya 200 años que estamos habituados a convivir (?) unos y otros, puerto y pueblos, civilización y barbarie, blancos y negros… De Proyectos se trata. Pero mientras unos insinúan siempre el deseo del voto calificado, otros proponen ampliación de derechos aunque los calificados (o clarinificados) no tomen nota. Total, se han copiado siempre.” Puede agregarse que cuando hay muchas consignas termina no habiendo ninguna, como no sea una expresión de malhumor. De odio de clase. Finalmente, de impotencia.
Esta columna termina en primera persona, como es de estilo y pertinente aclarar cuando un periodista –más aún en rol opinativo– se dispone a violar una regla básica de la profesión. Me importa una infinita cantidad de carajos tener el más mínimo grado de consenso con esta gente. Casi desde que el mundo es mundo, el mundo se divide en clases. Y en las más postergadas, por obra de las dominantes de la pirámide y sobre todo en las medias, que son el jamón del sandwich, hay franjas asemejadas que hasta salen a la calle para defender intereses que no les son propios sino de quienes las sojuzgan. Se puede creer que vale convencer a los privilegiados y a sus loritos por vía del “diálogo”, siempre desparejo gracias a los medios de comunicación que pertenecen a la clase de punta. O practicar el “centralismo democrático” de dar la batalla a través de los hechos, tal y como toda la vida hicieron ellos. No quiero saber absolutamente nada de pacificar relaciones con esta gente. No quiero ni diálogo ni consenso con quienes vociferan “yegua, puta y montonera”. No quiero sentarme a soportar, ni por un solo segundo, a los que quieren para Cristina el final de De la Rúa. Me repugna que salgan a manifestar muchos de los que hace poco más de diez años canturreaban que entre piquetes y cacerola la lucha era una sola, porque les habían pasado la cuenta de la fiesta de la rata. No quiero saber nada con esa gente que a la primera de cambio apoyaría el golpe militar del que ya no disponen. Quiero tener con ellos una profunda división. Y concentrarme en de cuál manera se garantizaría mejor que se hundan en el fondo de su historia antropológico-nacional, consistente en que el negro de al lado no porte ni siquiera el derecho de mejorar un poquito.
Quiero a esa gente cada vez más lejos. Y cuanto más los veo, más seguro estoy.

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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38 comentarios en «No quiero»

  1. Ahí llega la supremacía moral progresista, con toda la caballería. Aliverti es la epidermis progre en carne viva.

  2. La libertad de expresión es gloriosa y este idiota puede escribir está asquerosidad.
    Pero me gustaría que lo repudien muchachos.

  3. Que Aliverti diga esto está bien por él, porque puede decir lo que se le canta.

    Preocupante sería que esto pase a formar parte del bagaje intelectual del Gobierno.

    Este texto es antipolítica pura y dura.

  4. Seguro que todos se refieren a la última parte.
    Una cosa es que esa reacción sea la reacción de un individuo frente a otros, con lo cual no tengo nada que decir y hasta la comparto en algunos casos, y otra cosa MUY diferente es que esa sea la reacción del gobierno, que sería una torpeza mayúscula. Otro desmanejo como el de la 125 no.

    1. No creo que haya problema. No lo veo a Aliverti tan influyente sobre las decisiones de gobierno.
      La polarización es tan tajante que muchos tendemos (me incluyo) a identificar las expresiones de deseos de cualquier oficialista o aliado, con lo que está por hacer el gobierno.
      Sólo hay que mirar hacia atrás y ver que hubo diferencias entre una cosa y la otra.
      Ejemplos hay unos cuantos (sin hacer juicios de valor): la política que querría D’Elía respecto a Irán y a USA, la política de seguridad que querrían Verbitsky y el CELS para la PBA, la relación con los barones el conurbano que querría Sabbatella, la reforma impositiva que querríamos todos, y muchos etcéteras.

  5. eduardo r.:no lo dice directamente,pero expresa»lo de la re es una estrategia equivocada que sirve como gimnasia aglutinante».De cualquier modo a E.A.lo sigo y respeto siempre.

  6. Muchachos, a la mierda con Aliverti. ¿Qué tenemos que estar nosotros defendiéndolo a él? Gastemos en energías en defender la AUH, que eso somos, no a Aliverti.

      1. Pongamoslo así: vos invitas a gente a tu cumpleaños, ¿no? A los que no invitas, ¿los llamas para avisarles que no los vas a invitar?

      2. No, Pablo. La gente que yo NO invito, no viene a insultarme, desearme la muerte y a pretender echarme de la casa.

        El ejemplo que ponés no se ajusta a los hechos. Y por lo tanto la respuesta no puede ser la misma.

      3. Bueno, salvando las distancias. En definitiva, en ningún caso un gobierno agarra y dice: «ustedes no forman parte de mi proyecto político». Y no hace falta, con las decisiones que va tomando te tenés que dar cuenta sólo.

      4. Perdon Pablo, pensaba que lo repudiabas. Repudias solo que lo haya dicho.

        En fin… por un momento… no importa.

      5. Yo lo que digo que no hace falta decir es que se gobierna para un sector social. Lo de Aliverti, insisto, lo repudio. No me va. Ahora bien, que yo no quiero tener nada que ver con alguien que desea la muerte, eso está claro.

  7. Spiquing abaut de devel

    Estaría bueno algún comentario sobre el procesamiento de Pagni, García y otros tiernos nenes
    Se espera con entusiasmo los aportes de los Daio, Marianote y otros similares.
    Alúmbrennos con sus certeras y punzantes opiniones

    1. El fallo tiene 354 páginas (si no me equivoco) reservo mi opinión para entonces. Es preocupante que la privacidad valga tan poco en este país. Desde el GCBA y desde las provincias y desde la Nación se hace -o hicieron- procedimientos de inteligencia más propio de un régimen militar que de una democracia.
      Lamentablemente es una tendencia mundial. Lástima que gastamos energías en tantas estupideces en vez de todos reclamar contra esol

      1. ¡Ahhh…! Para tus amigos, corre el «Todos somos inocentes hasta que se pruebe lo contrario».

        En cambio, basta un brulote de Seprin para no ya acusar, sino condenar al «imputado», si es del Gobierno. Y cuando la Justicia falla en contrario (Skansaka, Aduana Paralela), son todos comprados, chorros, mafiosos, los peritos, fiscales, jueces.

        Cuan indulgente sos para Pagni, Alderete, Yofre. «El fallo es muy largo».

        Fangulo.

      2. Ahhh… muy bien Francisco la balanza amarilla
        Como buen caballero respetuoso de los procedimientos y tiempos legales, esperamos, en este humilde posteo, entonces tu reconocimento de inocencia en los casos con sentencia y en aquellos que se encuentran en proceso

      3. Dije que reservo mi opìnión para cuando lo lea. Los fallos de la causa Ciccone fueron 3 en total ninguno de más de 10 páginas, si mal no recuerdo.

        Pero bajé este fallo y lo voy a leer.

  8. que asco que le da a Aliverti la clase media, el y sus amigotes del crediccop que son clase media alta, se la pasan viajando a Europa , tienen negocios inmobiliarios, cobran mas de mil pesos una cuota para un terciario privado, pero la clase media, repugnante eh.

      1. Bueno, el Che Guevara «simulaba» ser un oprimido entonces. Salvando las distancias, obviamente.

        Parece que la Presi, para laburar por los pobres, debería disfrazarse de pobre. Porque sinó, está simulando.

        What a boludez.

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