Los procesos políticos, económicos y sociales no siguen el mismo ritmo. Esto es extensivo a las instancias electorales; en estas se condensan procesos de mediano y corto plazo que inciden tanto en sus resultados como en los efectos que deparan.
Por Ana Natalucci*
Respecto de las elecciones “Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias -conocidas como “PASO”- ocurridas el domingo 11 de agosto han surgido una serie de interpretaciones que ponen el acento o bien en las formas de construcción política del kirchnerismo (el cristinismo), en las decisiones económicas que el gobierno ha tomado (como el cepo cambiario), problemas que no logra resolver y que están presentes en el debate público (inseguridad, inflación). Muchos de los desconcertados por los resultados se preguntan porqué el bajo rendimiento que en comparación con 2009 no estuvo antecedido por un conflicto como el de las patronales agropecuarias. Tal vez Martín Rodríguez (@Tintalimon) y Ezequiel Meler (@MelerEzequiel) propusieron las mejores explicaciones que, con el foco en diferentes aspectos, permiten a su vez la elaboración de un análisis complejo de los resultados.
Sin embargo, hay una pregunta que creo no nos hemos hecho directamente. En este sentido, e insistiendo con que los procesos no son unidireccionales ni tienen efectos inmediatos, debemos interrogarnos por el sujeto que sostiene al kirchnerismo como movimiento político; esto es, las alianzas que le permitieron impulsar profundos cambios, que lo hicieron viable como gobierno luego de los turbulentos 2001 y 2002 y legítimo como proyecto político. En particular, estoy pensando en dos: el movimiento obrero y las organizaciones socioterritoriales. Por diversas cuestiones que expondré de modo breve a continuación, ambos casos sufrieron fuertes traspiés desde 2009 que los reposicionaron en el espacio kirchnerista. Volver, aunque sea de modo breve, sobre sus trayectorias nos permitirán identificar algunas claves para comprender el resultado electoral reciente.
Respecto del movimiento obrero, desde 2003 Néstor Kirchner alentó la unificación de la CGT bajo la conducción de Hugo Moyano (mientras mantenía una relación amigable con la CTA, aunque sin otorgarle la reclamada personería gremial). Este escenario le permitía al kirchnerismo dos cuestiones. Por un lado, equilibrar las demandas patronales, de la burguesía o de la UIA -o como le llamemos- respecto de la distribución de la riqueza y de la puja distributiva. Por otro lado, contar con la representación de los trabajadores formales, que todo proyecto que se precie de popular debe tener. Con tensiones, esa alianza se mantuvo hasta mediados de 2012 cuando el gobierno, y concretamente por intermedio del ministerio de Trabajo, intervino en el proceso interno de elección de autoridades y propició la ruptura de la CGT. Los “costos” aunque no se vieran de modo mecánico e inmediato fueron altos: el gobierno perdió no sólo la capacidad de maniobra en la puja distributiva sino fundamentalmente al sector con mayor legitimidad y representatividad en el colectivo de los trabajadores formales.
El proceso de las organizaciones socioterritoriales no fue mucho mejor. El Frente Transversal, la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat y el Movimiento Evita -tal vez la experiencia más interesante- recibieron un fuerte apoyo entre 2003 y 2007 en vistas a consolidar la representación de los desocupados o trabajadores informales. En ese período, convocaron nuevos militantes, extendieron su desarrollo territorial, fortalecieron su capacidad de gestión y para la instalación de problemas en la agenda pública. Sin embargo, el reclamado “salto a la política” no llegó nunca y pese a que algunos dirigentes lograron colar en las listas legislativas, las organizaciones fueron relegadas sistemáticamente a lugares marginales en cuanto a las instancias de decisión política. A esta situación, se agregó que a partir de 2009 perdieron la disputa con los intendentes del Conurbano por la implementación del Programa Argentina Trabaja que les hubiera permitido fortalecer su representatividad ante el colectivo de los trabajadores informales.
Las organizaciones sindicales y socioterritoriales fueron entre 2003 y 2009 junto con el Partido Justicialista -fundamentalmente los Intendentes del Conurbano Bonaerense- la base de movilización y política del kirchnerismo, aquellas que le daban un anclaje territorial y un sujeto para la acción.
La derrota frente a las patronales agropecuarias en el conflicto por la 125, la crisis internacional de 2009 y un modo de entender la conducción política pusieron al kirchnerismo en una posición defensiva que lo llevó a creer que necesitaba de una “fuerza propia” que le respondiera sin ningún tipo de condicionamientos. En ese contexto emergió la fantasía que los “jóvenes” podían constituirse en el sujeto del kirchnerismo. Tal vez su mayor atractivo radicaba en cierta pureza proveniente de no tener pasado, de no tener vinculaciones ni anclajes con procesos pretéritos. Y si bien esto puede parecer interesante para todo proyecto que se pretenda fundacional -como lo es el kirchnerismo- en esto radica también su mayor debilidad: los jóvenes como entidad política no representan nada per se, ni pueden hacerlo en tanto se conforman como colectivo a partir de cierta pureza. Dicho con otras palabras: no tienen capacidad ni a quien interpelar. Y como sabemos la política como práctica colectiva implica necesariamente la convocatoria a otros.
En una sociedad argentina demasiado heterogénea, las organizaciones sindicales y socioterritoriales le permitieron al kirchnerismo representar a los sectores populares en alianza con sectores medios. Esta es la fotografía que permite entender el 54% de la elección presidencial de 2011. Tal vez el error radicó en leer las expectativas declaradas por las organizaciones como condicionamientos, sobreactuando las críticas a las ambiciones de los dirigentes, acusando de corporativas a las organizaciones y forzando en consecuencia la construcción de un nuevo sujeto, la juventud, sin capacidad de representar nada. En la diferencia de la representación de los sectores populares y medios, aún con todas las contradicciones que aparejan, a la “fuerza propia” puede explicarse la recaudación en una y otra elección.
* Doctora en Ciencias Sociales. Investigadora de CONICET con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires.
Por Ana Natalucci*
Respecto de las elecciones “Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias -conocidas como “PASO”- ocurridas el domingo 11 de agosto han surgido una serie de interpretaciones que ponen el acento o bien en las formas de construcción política del kirchnerismo (el cristinismo), en las decisiones económicas que el gobierno ha tomado (como el cepo cambiario), problemas que no logra resolver y que están presentes en el debate público (inseguridad, inflación). Muchos de los desconcertados por los resultados se preguntan porqué el bajo rendimiento que en comparación con 2009 no estuvo antecedido por un conflicto como el de las patronales agropecuarias. Tal vez Martín Rodríguez (@Tintalimon) y Ezequiel Meler (@MelerEzequiel) propusieron las mejores explicaciones que, con el foco en diferentes aspectos, permiten a su vez la elaboración de un análisis complejo de los resultados.
Sin embargo, hay una pregunta que creo no nos hemos hecho directamente. En este sentido, e insistiendo con que los procesos no son unidireccionales ni tienen efectos inmediatos, debemos interrogarnos por el sujeto que sostiene al kirchnerismo como movimiento político; esto es, las alianzas que le permitieron impulsar profundos cambios, que lo hicieron viable como gobierno luego de los turbulentos 2001 y 2002 y legítimo como proyecto político. En particular, estoy pensando en dos: el movimiento obrero y las organizaciones socioterritoriales. Por diversas cuestiones que expondré de modo breve a continuación, ambos casos sufrieron fuertes traspiés desde 2009 que los reposicionaron en el espacio kirchnerista. Volver, aunque sea de modo breve, sobre sus trayectorias nos permitirán identificar algunas claves para comprender el resultado electoral reciente.
Respecto del movimiento obrero, desde 2003 Néstor Kirchner alentó la unificación de la CGT bajo la conducción de Hugo Moyano (mientras mantenía una relación amigable con la CTA, aunque sin otorgarle la reclamada personería gremial). Este escenario le permitía al kirchnerismo dos cuestiones. Por un lado, equilibrar las demandas patronales, de la burguesía o de la UIA -o como le llamemos- respecto de la distribución de la riqueza y de la puja distributiva. Por otro lado, contar con la representación de los trabajadores formales, que todo proyecto que se precie de popular debe tener. Con tensiones, esa alianza se mantuvo hasta mediados de 2012 cuando el gobierno, y concretamente por intermedio del ministerio de Trabajo, intervino en el proceso interno de elección de autoridades y propició la ruptura de la CGT. Los “costos” aunque no se vieran de modo mecánico e inmediato fueron altos: el gobierno perdió no sólo la capacidad de maniobra en la puja distributiva sino fundamentalmente al sector con mayor legitimidad y representatividad en el colectivo de los trabajadores formales.
El proceso de las organizaciones socioterritoriales no fue mucho mejor. El Frente Transversal, la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat y el Movimiento Evita -tal vez la experiencia más interesante- recibieron un fuerte apoyo entre 2003 y 2007 en vistas a consolidar la representación de los desocupados o trabajadores informales. En ese período, convocaron nuevos militantes, extendieron su desarrollo territorial, fortalecieron su capacidad de gestión y para la instalación de problemas en la agenda pública. Sin embargo, el reclamado “salto a la política” no llegó nunca y pese a que algunos dirigentes lograron colar en las listas legislativas, las organizaciones fueron relegadas sistemáticamente a lugares marginales en cuanto a las instancias de decisión política. A esta situación, se agregó que a partir de 2009 perdieron la disputa con los intendentes del Conurbano por la implementación del Programa Argentina Trabaja que les hubiera permitido fortalecer su representatividad ante el colectivo de los trabajadores informales.
Las organizaciones sindicales y socioterritoriales fueron entre 2003 y 2009 junto con el Partido Justicialista -fundamentalmente los Intendentes del Conurbano Bonaerense- la base de movilización y política del kirchnerismo, aquellas que le daban un anclaje territorial y un sujeto para la acción.
La derrota frente a las patronales agropecuarias en el conflicto por la 125, la crisis internacional de 2009 y un modo de entender la conducción política pusieron al kirchnerismo en una posición defensiva que lo llevó a creer que necesitaba de una “fuerza propia” que le respondiera sin ningún tipo de condicionamientos. En ese contexto emergió la fantasía que los “jóvenes” podían constituirse en el sujeto del kirchnerismo. Tal vez su mayor atractivo radicaba en cierta pureza proveniente de no tener pasado, de no tener vinculaciones ni anclajes con procesos pretéritos. Y si bien esto puede parecer interesante para todo proyecto que se pretenda fundacional -como lo es el kirchnerismo- en esto radica también su mayor debilidad: los jóvenes como entidad política no representan nada per se, ni pueden hacerlo en tanto se conforman como colectivo a partir de cierta pureza. Dicho con otras palabras: no tienen capacidad ni a quien interpelar. Y como sabemos la política como práctica colectiva implica necesariamente la convocatoria a otros.
En una sociedad argentina demasiado heterogénea, las organizaciones sindicales y socioterritoriales le permitieron al kirchnerismo representar a los sectores populares en alianza con sectores medios. Esta es la fotografía que permite entender el 54% de la elección presidencial de 2011. Tal vez el error radicó en leer las expectativas declaradas por las organizaciones como condicionamientos, sobreactuando las críticas a las ambiciones de los dirigentes, acusando de corporativas a las organizaciones y forzando en consecuencia la construcción de un nuevo sujeto, la juventud, sin capacidad de representar nada. En la diferencia de la representación de los sectores populares y medios, aún con todas las contradicciones que aparejan, a la “fuerza propia” puede explicarse la recaudación en una y otra elección.
* Doctora en Ciencias Sociales. Investigadora de CONICET con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires.