Pese al Gobierno, la economía puede repuntar

Oculto tras la banal discusión entre década perdida o ganada se esconde un hecho revelador del muy pobre desempeño económico y social de la Argentina entre 2012 y el previsto para 2015, período que coincide con la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Casi seguramente nuestro ingreso por habitante en 2015 será menor que en 2011 y sólo si se logra salir de la recesión el año próximo podrá evitarse ser en ese período el país con peor desempeño de los 19 de América latina, superando sólo a Venezuela.
Foto: LA NACION
En contraste, con sólo haber crecido como el gris promedio regional, nuestro ingreso en 2015 sería 40.000 millones de dólares mayor, habría cientos de miles de puestos de trabajo adicionales y muchísimos menos hogares pobres, cifras que se duplicarían con un crecimiento igual al de los diez mejores países latinoamericanos, algo que la Argentina podría haber logrado. Lo impidió la impericia de la gestión económica, acentuada desde 2011. Que no fueron factores externos se evidencia además por el hecho de que el crecimiento del PBI de la Argentina 2012-2015 se ubicará en el rango 142 entre 153 países emergentes. Peor, casi imposible.
Se sigue intentando infructuosamente ocultar los males con estadísticas omitidas, dudosas o falsas. El Indec no publica el valor de las canastas básicas e impide así evaluar mejor la inflación y la pobreza y, por ejemplo, muestra caídas de la construcción en 2014 milagrosamente siete veces menores que el derrumbe de las ventas de materiales de construcción. El jefe de Gabinete anuncia cifras antojadizas del déficit fiscal en coincidencia con una insólita publicación del Ministerio de Economía que omite datos fundamentales (llamados «debajo de la línea»). Es triste observar cómo se va haciendo hábito aceptar y aun legitimar estos comportamientos oficiales.
En las expectativas económicas y sociales para 2015 hay muchos temores y algunas esperanzas. Ellos se irán dirimiendo según las encuestas y lo que digan los candidatos con más chances y, por otro lado, según cuánto financiamiento consiga el país, especialmente en dólares.
Cuanto mayor sea la probabilidad de una mejora de las políticas económicas con el cambio de gobierno, más fácil y barato será conseguir financiamiento y, por ambas razones, más chances habrá de que mejore la economía real. Delicias de la democracia, cuanto más probable sea una derrota de las políticas económicas en curso, mejores serán las chances para la economía en 2015. Hoy predomina la creencia en un cambio favorable en diciembre próximo y esto se refleja en los precios de los activos productivos (empresas, inmuebles, tierra rural), cercanos a sus máximos históricos en dólares constantes pese a la caída de las commodities (índice IPAP-IAE). También, en los bonos soberanos argentinos, que, pese al default, hoy cotizan mejor que hace uno o dos años.
Estas tendencias se acentuarán si las encuestas van convalidando el cambio de rumbo y, dado que los activos argentinos están más baratos que los de la región y que los mercados suelen anticiparse, ello llevará a una moderada entrada de capitales con algún impulso para la actividad económica. No hace falta pensar en grandes inversiones o en capitales externos, ya que basta recordar la tenencia local de 90.000 millones de dólares billete. Este movimiento se facilitaría con un desdoblamiento cambiario que legalizara toda operación de entrada de capitales blancos, paso en todo caso conveniente aun antes de la lenta eliminación del cepo referida por el presidente del Banco Central, pero declarada imposible, dado que «el cepo no existe», por el flamante secretario general de la Presidencia.
La dificultad de entrever la economía de 2015 se acentúa porque el Gobierno se comporta como si oscilara entre dejar las cosas mal a quien venga, a la espera de un retorno triunfal en las legislativas de 2017, o facilitarle el camino al candidato más oficialista posible. Por eso es tan probable el inicio de una negociación con los holdouts, cuyo éxito facilitaría mucho el financiamiento, como improbable su solución rápida, y todo apunta a una nueva saga al compás de las encuestas de opinión.
Los vaivenes oficiales se muestran también con la inflación. El Gobierno parece haber redescubierto que ella es mala compañía electoral, pero su rigidez le impide mejorar las condiciones para la inversión -por ejemplo, con el desdoblamiento mencionado- atenuando así la recesión. Tanto el Tesoro como el Banco Central han virado su política hacia más endeudamiento y menos emisión monetaria neta y un acentuado retraso del tipo de cambio real, con módica baja de la inflación a corto plazo en beneficio del candidato más oficialista, pero a costa de mayor recesión por caída del crédito -que lo perjudica- y por apreciación excesiva del peso y aumento de un 45% del gasto público como única herramienta para combatir la recesión. Pesadas herencias para el próximo gobierno.
Pese a la compleja interacción de tales y otros factores, pueden formularse algunas conjeturas consistentes para 2015.
La más clara, y para celebrar, es que la transición política muy difícilmente vendrá en compañía de una crisis económica profunda según fue casi costumbre en el pasado. Ayudará a esto cierta recuperación de las reservas del BCRA con préstamos variopintos y otros aportes en divisas, que tratarán de aumentarse con nuevos intentos de canje y emisión neta de bonos, procurando así enmendar los gruesos errores del pobre experimento reciente.
La segunda conjetura es que, a favor de las encuestas, probablemente aumenten a lo largo del año las chances de obtener financiamiento al percibir los mercados que le estarán prestando a un próximo gobierno, más racional. En este escenario es bastante probable una leve recuperación de la actividad económica en 2015.
Con el correr del año «gobernarán» cada vez menos la Presidenta y su equipo, y cada vez más los candidatos con más chances. Los de la oposición afrontan complejos desafíos. Uno es comunicar cómo se hará para al menos mantener los logros sociales que, pese a severas imitaciones y retrocesos, una parte significativa de la población percibe sin error haber obtenido. Otro es cómo competir con un candidato como Scioli, de pensamiento indescifrable pero percibido como garante de aquellos logros y que da vagas señales de orientarse a limar eventualmente los errores más groseros del oficialismo. En fin, armar un discurso coherente también se dificulta por la pesadez de la herencia socioeconómica que dejará el Gobierno, en especial una combinación de alta inflación y retraso del tipo de cambio, cuya solución demandará acuerdos políticos y sociales aquí inusuales y hoy más aún por la confrontación cultivada oficialmente con esmero.
En este marco, será elegido presidente quien mejor calme los temores sociales de estar frente a riesgos insuperables y quien más convenza de su capacidad para lograr un desarrollo económico y social sostenible. Los principales candidatos de la oposición no deberían descartar el acordar sobre algunos temas críticos, lo cual, además de valer por sí, apalancaría con el apoyo recíproco la factibilidad de lo nuevo, una ventaja que puede ser crucial.
El autor es economista y sociólogo.

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