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«Fui porque no quiero que se vayan»
La movilización del 8-N fue una protesta en democracia. Lo aglutinante fue un abanico muy amplio de críticas y reclamos. La democracia implica derecho a protestar y garantías de que pueda realizarse en paz y con seguridad. La presencia de unos exaltados no descalifica en absoluto a quienes ejercieron su derecho.
También la democracia implica derecho a la disidencia, y si tuviera que escoger un cartel con el que sí me identifico es el que rezaba «pienso distinto, no soy tu enemigo». Es lo mismo que quisiera decirles a quienes adhirieron a esa protesta. Como muchos argentinos, yo pienso diferente de quienes concurrieron.
Analizo los problemas que percibo desde una perspectiva distinta. La idea de estigmatizar a quienes adhieren al 8-N o a quienes no adherimos afecta gravemente la calidad del debate democrático . Es una invitación a no dialogar, a quedarse en estereotipos.
Para quien adhirió al 8-N sin duda es un esfuerzo tratar de entender mi punto de vista. Me preocupa cómo se están incrementando las diferencias de percepción en la sociedad argentina. Me preocupan todos los temas que afectan la desigualdad, sean la inflación o el transporte público. También me preocupa un cartel que dice «salarios sin impuestos», cuando en todo país serio los salarios altos pagan impuestos. Hay que tornar más justo el sistema impositivo, no simplificar.
Escuchaba con atención a un ciudadano que decía que él quisiera un país con más trabajo genuino y con menos planes sociales. Si alguien honestamente cree que este Gobierno no quiere promover y proteger el empleo, creo que analiza los datos de modo muy sesgado. No sólo por los millones de puestos de trabajo, registrado y no registrado, que se crearon. También porque lo que se discute en 2012 en países como Estados Unidos no es la creación de millones de nuevos puestos, sino cómo proteger el empleo existente. Para no mencionar casos como España, donde el desempleo ha superado incluso las altas tasas argentinas de los años noventa (es el triple que en la Argentina de hoy). No percibir que el mundo atraviesa una grave crisis económica y que los más diversos gobiernos construyen estrategias diferentes ante ella es descontextualizar el debate. Sé muy bien que existen críticas razonables a cómo se instrumentan los controles de importación cuando ciertos obstáculos pueden afectar la producción argentina. Pero hay una diferencia notoria entre criticar aspectos de la gestión y criticar la regulación pública como tal.
Las políticas de planes sociales no contradicen el empleo. Son derechos sociales, vigentes en varios países, incluyendo por ejemplo Brasil, país donde se aplica un impuesto a las compras con tarjetas de crédito en el exterior. Además, los planes implican mayor demanda y movimiento de la economía. Cualquier proyecto político que no reconozca los logros de estos años tiene un techo. Es el riesgo de quedar dentro de un relato «anti».
La palabra que quizá más resonó el 8-N fue «libertad». Mi compromiso con la libertad de expresión es irrestricto. La libertad económica en todos los países tiene ciertas limitaciones y regulaciones. Deberían crearse instrumentos sólidos de ahorro, debe ser transparente y previsible la gestión de las divisas. Sin embargo, ojalá pudiésemos debatir con información qué implicaría hoy que hubiera libertad irrestricta para que el mercado fije el precio del dólar. De inmediato habría una megadevaluación y la inflación se agravaría seriamente. Salir de los problemas argentinos en un contexto de crisis internacional exige análisis cuidadosos, no políticas simplistas.
Claramente, una cuestión de unificación fue contra la re-reelección. Quizás sea una de las pocas consignas que hoy unen a la oposición, ya que no tienen acuerdo sobre YPF, AFJP, ley de medios y otros temas relevantes. Pero no habrá reforma constitucional. No habrá porque hoy no existen los dos tercios; no habrá porque para que existan después del 10 de diciembre de 2013 debería haber un pacto entre partidos. Muchos de los que fueron al 8-N reclaman diálogo. Es importante que el Gobierno tome nota para corregir errores y problemas de gestión. Pero también sería importante que quienes participaron escuchen al Gobierno. No descartemos que el enojo dificulte escuchar. En Harvard la Presidenta dejó claro que sin acuerdo entre partidos no hay posibilidades de reforma. Esa declaración no tuvo suficiente difusión.
Pedir que el otro escuche y también escucharlo implica que quienes participaron saben cómo se estigmatizan habitualmente protestas que realizan afiliados a sindicatos, desocupados y piqueteros, o movilizaciones convocadas por el Gobierno. Los derechos de manifestación y protesta son idénticos para todos. Cuando se reúne mucha gente se corta el tránsito. Eso es correcto, eso es democracia.
Nadie asistió al 8-N con miedo. Sería positivo que los más jóvenes sepan que nunca se podía asistir a una movilización contra la dictadura militar sin miedo. Había gases lacrimógenos, balas de goma y de plomo, había heridos y muertos. Si querías protestar siempre implicaba inseguridad. Los argentinos hemos logrado, después de muchos sufrimientos, que impere el derecho a la protesta. Fue un logro colectivo para enorgullecernos y no es justo quitarle el mérito que le cabe a este Gobierno en ese camino.
No me preocupa pensar diferente, sí la calidad del debate. Conviene contextualizar las críticas, comparando al Gobierno actual con los gobiernos que hemos tenido en el pasado y con los gobiernos actuales realmente existentes. Es necesario entender los valores básicos a partir de los cuales se hacen las críticas. No conozco gobiernos que no hayan merecido críticas. Pero yo no me aunaría con los que desean una sociedad opuesta a la que quiero para tornar más audible un reclamo. Nadie puede creer que sea posible gastar más y cobrar menos impuestos. Hay ideas que no se dicen. Cuando la etapa de propuestas se torne impostergable, las divergencias resurgirán.
© LA NACION.
«Fui porque no quiero que se vayan»
La movilización del 8-N fue una protesta en democracia. Lo aglutinante fue un abanico muy amplio de críticas y reclamos. La democracia implica derecho a protestar y garantías de que pueda realizarse en paz y con seguridad. La presencia de unos exaltados no descalifica en absoluto a quienes ejercieron su derecho.
También la democracia implica derecho a la disidencia, y si tuviera que escoger un cartel con el que sí me identifico es el que rezaba «pienso distinto, no soy tu enemigo». Es lo mismo que quisiera decirles a quienes adhirieron a esa protesta. Como muchos argentinos, yo pienso diferente de quienes concurrieron.
Analizo los problemas que percibo desde una perspectiva distinta. La idea de estigmatizar a quienes adhieren al 8-N o a quienes no adherimos afecta gravemente la calidad del debate democrático . Es una invitación a no dialogar, a quedarse en estereotipos.
Para quien adhirió al 8-N sin duda es un esfuerzo tratar de entender mi punto de vista. Me preocupa cómo se están incrementando las diferencias de percepción en la sociedad argentina. Me preocupan todos los temas que afectan la desigualdad, sean la inflación o el transporte público. También me preocupa un cartel que dice «salarios sin impuestos», cuando en todo país serio los salarios altos pagan impuestos. Hay que tornar más justo el sistema impositivo, no simplificar.
Escuchaba con atención a un ciudadano que decía que él quisiera un país con más trabajo genuino y con menos planes sociales. Si alguien honestamente cree que este Gobierno no quiere promover y proteger el empleo, creo que analiza los datos de modo muy sesgado. No sólo por los millones de puestos de trabajo, registrado y no registrado, que se crearon. También porque lo que se discute en 2012 en países como Estados Unidos no es la creación de millones de nuevos puestos, sino cómo proteger el empleo existente. Para no mencionar casos como España, donde el desempleo ha superado incluso las altas tasas argentinas de los años noventa (es el triple que en la Argentina de hoy). No percibir que el mundo atraviesa una grave crisis económica y que los más diversos gobiernos construyen estrategias diferentes ante ella es descontextualizar el debate. Sé muy bien que existen críticas razonables a cómo se instrumentan los controles de importación cuando ciertos obstáculos pueden afectar la producción argentina. Pero hay una diferencia notoria entre criticar aspectos de la gestión y criticar la regulación pública como tal.
Las políticas de planes sociales no contradicen el empleo. Son derechos sociales, vigentes en varios países, incluyendo por ejemplo Brasil, país donde se aplica un impuesto a las compras con tarjetas de crédito en el exterior. Además, los planes implican mayor demanda y movimiento de la economía. Cualquier proyecto político que no reconozca los logros de estos años tiene un techo. Es el riesgo de quedar dentro de un relato «anti».
La palabra que quizá más resonó el 8-N fue «libertad». Mi compromiso con la libertad de expresión es irrestricto. La libertad económica en todos los países tiene ciertas limitaciones y regulaciones. Deberían crearse instrumentos sólidos de ahorro, debe ser transparente y previsible la gestión de las divisas. Sin embargo, ojalá pudiésemos debatir con información qué implicaría hoy que hubiera libertad irrestricta para que el mercado fije el precio del dólar. De inmediato habría una megadevaluación y la inflación se agravaría seriamente. Salir de los problemas argentinos en un contexto de crisis internacional exige análisis cuidadosos, no políticas simplistas.
Claramente, una cuestión de unificación fue contra la re-reelección. Quizás sea una de las pocas consignas que hoy unen a la oposición, ya que no tienen acuerdo sobre YPF, AFJP, ley de medios y otros temas relevantes. Pero no habrá reforma constitucional. No habrá porque hoy no existen los dos tercios; no habrá porque para que existan después del 10 de diciembre de 2013 debería haber un pacto entre partidos. Muchos de los que fueron al 8-N reclaman diálogo. Es importante que el Gobierno tome nota para corregir errores y problemas de gestión. Pero también sería importante que quienes participaron escuchen al Gobierno. No descartemos que el enojo dificulte escuchar. En Harvard la Presidenta dejó claro que sin acuerdo entre partidos no hay posibilidades de reforma. Esa declaración no tuvo suficiente difusión.
Pedir que el otro escuche y también escucharlo implica que quienes participaron saben cómo se estigmatizan habitualmente protestas que realizan afiliados a sindicatos, desocupados y piqueteros, o movilizaciones convocadas por el Gobierno. Los derechos de manifestación y protesta son idénticos para todos. Cuando se reúne mucha gente se corta el tránsito. Eso es correcto, eso es democracia.
Nadie asistió al 8-N con miedo. Sería positivo que los más jóvenes sepan que nunca se podía asistir a una movilización contra la dictadura militar sin miedo. Había gases lacrimógenos, balas de goma y de plomo, había heridos y muertos. Si querías protestar siempre implicaba inseguridad. Los argentinos hemos logrado, después de muchos sufrimientos, que impere el derecho a la protesta. Fue un logro colectivo para enorgullecernos y no es justo quitarle el mérito que le cabe a este Gobierno en ese camino.
No me preocupa pensar diferente, sí la calidad del debate. Conviene contextualizar las críticas, comparando al Gobierno actual con los gobiernos que hemos tenido en el pasado y con los gobiernos actuales realmente existentes. Es necesario entender los valores básicos a partir de los cuales se hacen las críticas. No conozco gobiernos que no hayan merecido críticas. Pero yo no me aunaría con los que desean una sociedad opuesta a la que quiero para tornar más audible un reclamo. Nadie puede creer que sea posible gastar más y cobrar menos impuestos. Hay ideas que no se dicen. Cuando la etapa de propuestas se torne impostergable, las divergencias resurgirán.
© LA NACION.