El jefe de campaña, que era Juanjo Álvarez, se fue a su casa y abandonó el departamento que usaba hace dos años como base de operaciones en el centro porteño. Alberto Fernández dice que sigue en el Frente Renovador, pero Francisco De Narváez ya lo da por ido. El rol del ex jefe de Gabinete de Néstor y Cristina Kirchner era –según el empresario Daniel Vila- el de “embajador” de los renovadores ante el Grupo Clarín.
La mesa chica del massismo quedó limitada a Sergio Massa, Malena Galmarini, Graciela Camaño y tres intendentes incondicionales: Gabriel Katopodis, de San Martín; Joaquín De la Torre, de San Miguel; y José Eseverri, de Olavarría.
De Narváez, que fue el último en sumarse, ahora es una de las figuras que más peso e influencia tienen en el espacio que ¿conduce? Massa. El ex dueño de Casa Tía aporta dos elementos vitales para el Frente Renovador en el final de una campaña que terminó siendo mucho más larga de lo que hubieran deseado: votos y fondos.
Después de ver frustradas sus aspiraciones de retornar a la gobernación, Felipe Solá reaccionó de manera inversa a Darío Giustozzi: no sólo no se fue hablando pestes de Sergio, sino que convirtió en el coordinador de la campaña bonaerense que tiene a su rival –De Narváez, el último en llegar- como candidato casi excluyente. Ni Felipe ni Darío tenían chances de competir con «El Colorado», ni en votos ni en fondos.
Las declaraciones de Giustozzi al periodista Santiago Fioriti en Clarín pusieron en primer plano el derrumbe del armado del massismo. Ya no se trata sólo de la fuga del peronista blanco Carlos Reutemann, que terminó con los renovadores en un lejano y cuarto lugar en Santa Fe, ni del desastre electoral de Guillermo Nielsen en Capital Federal. Si Elisa Carrió y Mauricio Macri le amputaron los brazos a un massismo que intentaba capturar a un sector de la Coalición Cívica y de la estructura territorial de la UCR, con la partida de Giustozzi y de Jesús Cariglino, a Massa le están comiendo el hígado.
Las segundas líneas del FR -que no siempre tienen la posibilidad de hablar con Sergio- se quejan de que un núcleo duro que integraban Juanjo Álvarez y Camaño se autonomizó y comenzó a tomar decisiones por su cuenta, rodeado de asesores estrellas Antonio Sola, Ramiro Agulla y Sergio Bendixen. Un núcleo duro de la política y un grupo encargado del marketing del candidato. Sostienen que se perdió ese esquema que nacía de una elaboración conjunta en un espacio más amplio y que derivaba en una ofensiva mediática que los contenía a todos. También la idea de un pacto social que buscaba recrear Massa con sindicalistas como Héctor Daer y empresarios como José De Mendiguren.
Como Néstor Kirchner, el jefe del Frente Renovador se mueve en un esquema casi siempre radial. Habla con todos por separado, pero su poder de convicción se debilita cada día.
A Massa le pasó en el arranque del año electoral, todo lo malo que le podía pasar. Por eso, el derrumbe de su armado no se debe a un solo factor, sino a una conjunción. En primer lugar, sus propios errores políticos. En busca de explicar su derrotero, la semana pasada el ex intendente de Tigre reconoció ante Jorge Lanata en Radio Mitre que había cometido errores, pero no blanqueó cuáles eran. “El día a día te consume y dejás de hablar de las cosas importantes. Uno es humano y comete errores. Me tiene que servir como aprendizaje”, dijo.
El primero fue aventurarse a la campaña más larga de la historia desde el regreso de la democracia. De dos años de duración, quedó formalmente inaugurada el 28 de octubre de 2013, al día siguiente de su triunfo en la provincia de Buenos Aires. Los seguidores de Massa se abrazaron a la idea de un viento de cola imperecedero que se agotó antes de la fecha señalada. La liga de intendentes –en su mayoría jóvenes- que comandó el triunfo de 2013 quedó opacada por la legión de sobrevivientes del menemismo, el duhaldismo y el kirchnerismo que se sumaron al barco renovador.
Massa esperó al peronismo oficialista sin éxito y fue a buscar al radicalismo pero Carrió, Mauricio Macri y Ernesto Sanz se interpusieron en esa construcción (los rivales también juegan).
A criterio del antikirchnerismo, Massa demoró sus críticas a La Cámpora y a la corrupción del gobierno. Sin embargo, durante 2014 el ex jefe de Gabinete acentúo su perfil manodurista con críticas al garantismo, una oposición férrea al Código Penal y alertas sobre la salida de delincuentes horrorosos a las calles. Aunque a Massa –como gran parte de la dirigencia política- habla de la muerte de las ideologías, lo cierto es que quedó a la derecha de Macri, que había enviado a Federico Pinedo a elaborar el anteproyecto de Reforma del Código Penal junto a Eugenio Zaffaroni y Ricardo Gil Lavedra. Se corrió de la ancha avenida y fue a pelear con Macri en su vereda.
Sin embargo, Sergio no sólo cometió errores que lo llevaron a perder el favor de un sector de la sociedad y le impidieron trascender las fronteras de su provincia. Además, una facción del poder económico nada desdeñable empezó a ver un riesgo en su crecimiento: tuvieron temor de estar alimentando un Frankestein. En el Frente Renovador, le ponen nombre propio a dos de esos grupos: Clarín y Techint, que se inclinaron por Macri y que pueden preferir incluso a Scioli. A Massa –que fue útil y esencial en 2013 para frenar al kirchnerismo- ahora algunos lo califican de “menos dócil, más difícil” y otros de “impredecible y poco confiable”. Editorialistas que ayer lo catapultaban a lo más alto, lo retan y vapulean desde la comodidad de sus butacas. Público exigente con abono asegurado.
A Massa también le jugó en contra haber menospreciado la diferencia que existe siempre entre las elecciones legislativas y las ejecutivas. Aunque Macri y Scioli están lejísimo de enriquecer el debate político, no son pocos los encuestados que evalúan -casi desde el sentido común- que va demasiado rápido y que todavía tiene que madurar una candidatura, como lo hicieron sus dos rivales, que llevan ocho años gobernando sus decisivos distritos.
Por último, el derrumbe del armado de Massa también se explica por el oportunismo de la dirigencia política que va detrás del poder. Los que corren en auxilio del vencedor: desde pejotistas como Reuteman hasta radicales como el primer massista Gerardo Morales, que terminó la semana paseando durante dos días a Macri por Jujuy. El fundador del Frente Renovador ahora no puede quejarse, claro, porque hizo exhibicionismo con cada uno de los dirigentes que se sumó a su armado cuando estaba en alza.
¿Rendición incondicional o nada?
Por eso, las versiones de un acuerdo para ir a una PASO nacional entre Macri y Massa son desmentidas de forma tajante por el PRO. El Jefe de Gobierno Porteño regresó a Buenos Aires desde Jujuy en un vuelo en el que viajaban con Emilio Monzó, Diego Santilli, Marcos Peña y Esteban Bullrich. Dos de los miembros de esa comitiva le dijeron al Post que hoy no hay ninguna posibilidad de entendimiento.
Un dirigente del macrismo lo graficó con dos palabras que alguna vez pronunció Kirchner, durante la batalla con el campo: “rendición incondicional”. Eso es lo que pretende el macrismo de Massa. “Nosotros vamos con la ola amarilla”, afirman. Quiere decir que el candidato a vicepresidente de Macri será un dirigente del PRO y el compañero de fórmula de María Eugenia Vidal en la provincia también (hasta el partido de anoche en la Boca el más probable era Fernando Niembro).
Monzó afirma ante su entorno que la reunión que tuvo con emisarios del FR en Tigre fue sólo para evaluar acuerdos municipales con el radical Mario Meoni y que Joaquín De la Torre –uno de los impulsores del acuerdo- no estuvo en la cena.
Cerca de Massa, buscan quitarle dramatismo a la situación y repasan la lista de intendentes que suman en todo el país y las fórmulas en las provincias en las que el FR pone al vicegobernador. Dicen que el candidato que hoy está en 21 puntos, según sus propios sondeos, nunca estuvo por encima de 28. Scioli y Macri crecieron, eso es cierto.
Massa necesitaría una salida decorosa para bajarse de su candidatura presidencial.
Pero en el macrismo, ya se animan a enviarle un ultimátum. “Sergio tiene que salir a negociar a los próximos días porque si no se le desbanda todo”, advierten. El optimismo es tanto que –según declaran- ya no le pueden ofrecer ni la gobernación bonaerense. “Eso era en marzo, ahora ya no”. Massa necesitaría una salida decorosa para bajarse de su candidatura presidencial pero hoy Macri no piensa en ofrecérsela. En todo caso, afirman a su lado, deberá ser el ex jefe de Gabinete el que la invente, algo que personalmente no piensa hacer. Las gestiones -y las operaciones- están en manos de De Narváez, pero el tiempo juega en contra de Massa.
La algarabía del macrismo sólo reconoce una contraindicación: en la provincia de Buenos Aires, salvo Cariglino, la mayoría de los dirigentes que se van del FR se acerca a Scioli. Sandro Guzmán, de Escobar, Giustozzi en Almirante Brown, Cacho y Juanjo Álvarez, en Avellaneda y Hurlingham. Se verá si sus votantes los siguen o no.
Si el derrumbe de Massa continúa, el peronismo no oficialista quedará debilitado y es posible que regrese al lugar de marginalidad que tuvo durante los últimos 12 años. Si la escena que asoma clara se agiganta, la renovación del peronismo se dará entonces dentro del espacio del Frente para la Victoria, con el pase a la fase sciolista de lo que alguna vez se autodenominó nacional y popular.
La mesa chica del massismo quedó limitada a Sergio Massa, Malena Galmarini, Graciela Camaño y tres intendentes incondicionales: Gabriel Katopodis, de San Martín; Joaquín De la Torre, de San Miguel; y José Eseverri, de Olavarría.
De Narváez, que fue el último en sumarse, ahora es una de las figuras que más peso e influencia tienen en el espacio que ¿conduce? Massa. El ex dueño de Casa Tía aporta dos elementos vitales para el Frente Renovador en el final de una campaña que terminó siendo mucho más larga de lo que hubieran deseado: votos y fondos.
Después de ver frustradas sus aspiraciones de retornar a la gobernación, Felipe Solá reaccionó de manera inversa a Darío Giustozzi: no sólo no se fue hablando pestes de Sergio, sino que convirtió en el coordinador de la campaña bonaerense que tiene a su rival –De Narváez, el último en llegar- como candidato casi excluyente. Ni Felipe ni Darío tenían chances de competir con «El Colorado», ni en votos ni en fondos.
Las declaraciones de Giustozzi al periodista Santiago Fioriti en Clarín pusieron en primer plano el derrumbe del armado del massismo. Ya no se trata sólo de la fuga del peronista blanco Carlos Reutemann, que terminó con los renovadores en un lejano y cuarto lugar en Santa Fe, ni del desastre electoral de Guillermo Nielsen en Capital Federal. Si Elisa Carrió y Mauricio Macri le amputaron los brazos a un massismo que intentaba capturar a un sector de la Coalición Cívica y de la estructura territorial de la UCR, con la partida de Giustozzi y de Jesús Cariglino, a Massa le están comiendo el hígado.
Las segundas líneas del FR -que no siempre tienen la posibilidad de hablar con Sergio- se quejan de que un núcleo duro que integraban Juanjo Álvarez y Camaño se autonomizó y comenzó a tomar decisiones por su cuenta, rodeado de asesores estrellas Antonio Sola, Ramiro Agulla y Sergio Bendixen. Un núcleo duro de la política y un grupo encargado del marketing del candidato. Sostienen que se perdió ese esquema que nacía de una elaboración conjunta en un espacio más amplio y que derivaba en una ofensiva mediática que los contenía a todos. También la idea de un pacto social que buscaba recrear Massa con sindicalistas como Héctor Daer y empresarios como José De Mendiguren.
Como Néstor Kirchner, el jefe del Frente Renovador se mueve en un esquema casi siempre radial. Habla con todos por separado, pero su poder de convicción se debilita cada día.
A Massa le pasó en el arranque del año electoral, todo lo malo que le podía pasar. Por eso, el derrumbe de su armado no se debe a un solo factor, sino a una conjunción. En primer lugar, sus propios errores políticos. En busca de explicar su derrotero, la semana pasada el ex intendente de Tigre reconoció ante Jorge Lanata en Radio Mitre que había cometido errores, pero no blanqueó cuáles eran. “El día a día te consume y dejás de hablar de las cosas importantes. Uno es humano y comete errores. Me tiene que servir como aprendizaje”, dijo.
El primero fue aventurarse a la campaña más larga de la historia desde el regreso de la democracia. De dos años de duración, quedó formalmente inaugurada el 28 de octubre de 2013, al día siguiente de su triunfo en la provincia de Buenos Aires. Los seguidores de Massa se abrazaron a la idea de un viento de cola imperecedero que se agotó antes de la fecha señalada. La liga de intendentes –en su mayoría jóvenes- que comandó el triunfo de 2013 quedó opacada por la legión de sobrevivientes del menemismo, el duhaldismo y el kirchnerismo que se sumaron al barco renovador.
Massa esperó al peronismo oficialista sin éxito y fue a buscar al radicalismo pero Carrió, Mauricio Macri y Ernesto Sanz se interpusieron en esa construcción (los rivales también juegan).
A criterio del antikirchnerismo, Massa demoró sus críticas a La Cámpora y a la corrupción del gobierno. Sin embargo, durante 2014 el ex jefe de Gabinete acentúo su perfil manodurista con críticas al garantismo, una oposición férrea al Código Penal y alertas sobre la salida de delincuentes horrorosos a las calles. Aunque a Massa –como gran parte de la dirigencia política- habla de la muerte de las ideologías, lo cierto es que quedó a la derecha de Macri, que había enviado a Federico Pinedo a elaborar el anteproyecto de Reforma del Código Penal junto a Eugenio Zaffaroni y Ricardo Gil Lavedra. Se corrió de la ancha avenida y fue a pelear con Macri en su vereda.
Sin embargo, Sergio no sólo cometió errores que lo llevaron a perder el favor de un sector de la sociedad y le impidieron trascender las fronteras de su provincia. Además, una facción del poder económico nada desdeñable empezó a ver un riesgo en su crecimiento: tuvieron temor de estar alimentando un Frankestein. En el Frente Renovador, le ponen nombre propio a dos de esos grupos: Clarín y Techint, que se inclinaron por Macri y que pueden preferir incluso a Scioli. A Massa –que fue útil y esencial en 2013 para frenar al kirchnerismo- ahora algunos lo califican de “menos dócil, más difícil” y otros de “impredecible y poco confiable”. Editorialistas que ayer lo catapultaban a lo más alto, lo retan y vapulean desde la comodidad de sus butacas. Público exigente con abono asegurado.
A Massa también le jugó en contra haber menospreciado la diferencia que existe siempre entre las elecciones legislativas y las ejecutivas. Aunque Macri y Scioli están lejísimo de enriquecer el debate político, no son pocos los encuestados que evalúan -casi desde el sentido común- que va demasiado rápido y que todavía tiene que madurar una candidatura, como lo hicieron sus dos rivales, que llevan ocho años gobernando sus decisivos distritos.
Por último, el derrumbe del armado de Massa también se explica por el oportunismo de la dirigencia política que va detrás del poder. Los que corren en auxilio del vencedor: desde pejotistas como Reuteman hasta radicales como el primer massista Gerardo Morales, que terminó la semana paseando durante dos días a Macri por Jujuy. El fundador del Frente Renovador ahora no puede quejarse, claro, porque hizo exhibicionismo con cada uno de los dirigentes que se sumó a su armado cuando estaba en alza.
¿Rendición incondicional o nada?
Por eso, las versiones de un acuerdo para ir a una PASO nacional entre Macri y Massa son desmentidas de forma tajante por el PRO. El Jefe de Gobierno Porteño regresó a Buenos Aires desde Jujuy en un vuelo en el que viajaban con Emilio Monzó, Diego Santilli, Marcos Peña y Esteban Bullrich. Dos de los miembros de esa comitiva le dijeron al Post que hoy no hay ninguna posibilidad de entendimiento.
Un dirigente del macrismo lo graficó con dos palabras que alguna vez pronunció Kirchner, durante la batalla con el campo: “rendición incondicional”. Eso es lo que pretende el macrismo de Massa. “Nosotros vamos con la ola amarilla”, afirman. Quiere decir que el candidato a vicepresidente de Macri será un dirigente del PRO y el compañero de fórmula de María Eugenia Vidal en la provincia también (hasta el partido de anoche en la Boca el más probable era Fernando Niembro).
Monzó afirma ante su entorno que la reunión que tuvo con emisarios del FR en Tigre fue sólo para evaluar acuerdos municipales con el radical Mario Meoni y que Joaquín De la Torre –uno de los impulsores del acuerdo- no estuvo en la cena.
Cerca de Massa, buscan quitarle dramatismo a la situación y repasan la lista de intendentes que suman en todo el país y las fórmulas en las provincias en las que el FR pone al vicegobernador. Dicen que el candidato que hoy está en 21 puntos, según sus propios sondeos, nunca estuvo por encima de 28. Scioli y Macri crecieron, eso es cierto.
Massa necesitaría una salida decorosa para bajarse de su candidatura presidencial.
Pero en el macrismo, ya se animan a enviarle un ultimátum. “Sergio tiene que salir a negociar a los próximos días porque si no se le desbanda todo”, advierten. El optimismo es tanto que –según declaran- ya no le pueden ofrecer ni la gobernación bonaerense. “Eso era en marzo, ahora ya no”. Massa necesitaría una salida decorosa para bajarse de su candidatura presidencial pero hoy Macri no piensa en ofrecérsela. En todo caso, afirman a su lado, deberá ser el ex jefe de Gabinete el que la invente, algo que personalmente no piensa hacer. Las gestiones -y las operaciones- están en manos de De Narváez, pero el tiempo juega en contra de Massa.
La algarabía del macrismo sólo reconoce una contraindicación: en la provincia de Buenos Aires, salvo Cariglino, la mayoría de los dirigentes que se van del FR se acerca a Scioli. Sandro Guzmán, de Escobar, Giustozzi en Almirante Brown, Cacho y Juanjo Álvarez, en Avellaneda y Hurlingham. Se verá si sus votantes los siguen o no.
Si el derrumbe de Massa continúa, el peronismo no oficialista quedará debilitado y es posible que regrese al lugar de marginalidad que tuvo durante los últimos 12 años. Si la escena que asoma clara se agiganta, la renovación del peronismo se dará entonces dentro del espacio del Frente para la Victoria, con el pase a la fase sciolista de lo que alguna vez se autodenominó nacional y popular.
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