Quejas por los precios en Punta del Este: no hay modo de “gastar poco”

“Hay precios que parecen mentira. Cuando te llega la cuenta en un restó no sabés si pagar o preguntar si es una jodita para Marcelo Tinelli”, dice, tirada en la arena, Mariana Márquez, paisajista de 33 años, que eligió Punta del Este para terminar el 2014 junto a su mamá y su prima. Recién llegada por primera vez a la “Ibiza Latinoamericana”, Mariana pagó $ 450 por una fritura de mariscos para dos. “Y nos quedamos con hambre porque acá las porciones son muy chicas. Había un par de rabas y cinco langostinos”, describe indignada.
Ese almuerzo en el restaurant Fish and Chips, cercano al hotel 3 estrellas que alquiló en la Península por USS 350 la noche, terminó costándole $ 700, que es el equivalente a un almuerzo para dos, con postre, en el lujoso restaurant Piegari de Buenos Aires. Lo que Mariana no sabe es que este año los precios de Punta son así: en los paradores de José Ignacio, por ejemplo, un licuado de mix de frutas con leche, con dos pajitas y en un vaso más parecido a un florero, cuesta $ 300.
“Así nos ves ahora, comiendo sanguchitos que preparamos anoche”, cuenta a Clarín y muestra un bolso de playa repleto de provisiones para no tener que sacar, por nada del mundo, la billetera en la arena. Esa es una acción riesgosa. Ante tanta oferta de jugos naturales a $ 70, hamburguesas a $ 100, brochettes de pescados a $ 75 y panqueques dulces a $ 55, el impulso consumista debe quedarse en el hotel bajo el aire acondicionado.
La novata Mariana no tuvo la picardía de la familia Ferrari, asiduos visitantes de Punta. “Olvidate, hace dos años que empezamos a cargar la camión con latas, sal, aceite, café. ¡Hasta el shampoo y el detergente nos trajimos!”, dice Mario, con una sonrisa inmaculada bajo su sombrero panameño. Este contactólogo de 50 años desde hace 10 elige Punta del Este en enero, trajo a su mujer y a sus 3 hijas manejando desde Belgrano. “Es que ni en el supermercado podés ahorrar. La comida siempre fue cara acá. No es que hay segundas marcas y podés elegir algo más económico”, dice y muestra un ticket del supermercado Ta-Ta en el que se ve que pagó más de $ 1.000 por cinco Coca-Colas de litro ($ 65 c/u cuando en Argentina vale $ 33), tres sachets de leche descremada ($35 c/u), dos quesos tipo dambo ($ 80 c/u) y un bidón de agua de 4 litros ($ 43), entre otros escasos artículos.
Pese a sus quejas por los precios exorbitantes, Mario hizo un gran negocio con su alacena “importada” de Argentina. Una familia como la de él gastaría desde $ 2.000 en el restaurant Cactus y Pescados donde un plato de ceviche cuesta US$ 21 y uno de pastas, US$ 18. Y si Mario hubiese elegido algo menos gourmet, como una suprema de pollo con fritas de Il Mondo de la Pizza, pagaría US$ 17. No importa dónde se coma, tampoco la devolución del IVA: el “gastar poco” no tiene lugar en la mesa de los argentinos en Punta.
Si realmente se quiere conocer Punta, hay que tener en cuenta los 10 kilómetros que separan las playas de la península (La Mansa y La Brava) de las de La Barra, donde hay más costa y diversidad de paradores, y desde allí hasta el famoso parador Montoya hay 2 kilómetros más, pero aún más lejos queda Bikini, el refugio de los famosos. Alquilar un auto cuesta un promedio de US$ 250 por tres días y casi no quedan coches porque los brasileños los monopolizan. Otro dato es que, con la nafta tres veces más cara que en Argentina, por el balneario esteño circulan los taxis más caros de la región. Un viaje de la península hasta Bikini cuesta US$ 40 y no aceptan tarjetas.
En la caja de cambio Nelson, ubicada en la terminal de Punta del Este, un cordobés que recién se bajó del micro que lo trajo desde Montevideo, cambia US$ 100 y recibe 2.390 pesos uruguayos. Se sorprende porque le parece poco, pero le dice a su mujer: “No es tan caro como Buenos Aires”. No sabe lo que le espera.
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