Si usted es una persona con dificultades visuales, navegue el sitio desde aquí
Sábado 24 de noviembre de 2012 | Publicado en edición impresa
Por Eduardo Fidanza | Para LA NACION
Un viejo taxista -miembro de esa estirpe de sociólogos silvestres que transitan por las calles de la ciudad- me dijo el lunes a la tarde, refiriéndose al paro general: «Sabe qué, mañana yo tengo que salir a laburar, porque si no me entra la plata no como; el Gobierno, los sindicalistas, en cambio, la tienen atada; hoy están peleados, mañana se juntan de nuevo, se la llevan con pala y no les importa jodernos». Este hombre tal vez nunca sepa que su argumento, expresado con rudeza, encaja perfectamente en una extensa saga sociológica: la que discute la cuestión de los grupos de poder y su papel e influencia en la sociedad.
Desde los orígenes del capitalismo y la democracia, la ciencia social puso el foco en las diferencias de posición o de estatus entre los individuos. ¿Por qué existe una clase gobernante y cuál es su función? ¿Cómo se desarrollan los estamentos dirigentes? ¿Por qué unos hombres pueden imponer, sin más, su voluntad sobre otros? La cuestión se volvió cada vez más actual en tanto que el mito igualitario de la democracia (o del comunismo) tropezó con la cruda realidad de las diferencias sociales y económicas. Así, la equiparación de los ciudadanos quedó limitada al voto, mientras se establecía una férrea asimetría de poder entre ellos. El lenguaje común describe este fenómeno con una frase inspirada en Rebelión en la granja , de George Orwell: los hombres son todos iguales, pero algunos son más iguales que otros.
Con menos licencias que la literatura satírica, la sociología acuñó un término, ya clásico, para describir a los grupos sociales dominantes: los llamó elites. Muchas explicaciones se elaboraron buscando dar cuenta de ellas: las diferencias innatas y adquiridas entre las personas, la cultura secular del mando y la obediencia, la división del trabajo capitalista, los requerimientos de las organizaciones. Unos análisis hicieron hincapié en la función de las elites en la estructura social, otros abordaron la cuestión de la explotación y el abuso que subyace a las desigualdades de poder. A eso se refería, con bronca y frustración, nuestro taxista.
A mediados de la década del 50 el sociólogo Charles Wright Mills publicó una exhaustiva investigación sobre las clases dominantes norteamericanas, a la que tituló La elite del poder . El retrato fue crudo y demoledor. Según su diagnóstico, la concentración de poder político, militar y económico es la base de lo que llamó «la inmoralidad mayor»: la corrupción, la cultura del dinero fácil, la manipulación de las masas. A los sindicatos los caracterizó como recién llegados a las ligas mayores. Un párrafo sobre ellos, escrito hace 60 años, parece una crónica perfecta de nuestra actualidad: «Gran parte de la conducta y las maniobras de los líderes obreros pueden explicarse por su afán de ocupar un sitio dentro de la elite nacional del poder. Por este motivo, han manifestado una extraordinaria vulnerabilidad ante las ofensas a su prestigio. Sienten que han llegado; necesitan ahora signos externos de su poder».
No obstante su severidad crítica, Wright Mills le reconoció a la elite capacidad de coordinación y convergencia ante las cuestiones de Estado y los momentos clave de la historia nacional. En la década del 60, José Luis de Imaz, un lúcido sociólogo, replicó el estudio de Mills en nuestro país. Sin la dureza del norteamericano, llegó, sin embargo, a una amarga conclusión: por su conducta no puede designarse a nuestros grupos de poder como elite dirigente. Para De Imaz, los poderosos de aquí son apenas «los que mandan». No un estrato preparado para coordinar las tareas y adquirir las calificaciones que requiere liderar una nación, sino un grupo heterogéneo y aislado de jefes facciosos que luchan por hacer prevalecer sus intereses.
María Elena Walsh, liberada de los deberes del científico, los describió maravillosamente: son los que tienen la sartén por el mango y el mango también. Los top de las grandes corporaciones económicas, del Gobierno y de los sindicatos. Los que poseen avión propio, acceso a las influencias, al dinero, a los créditos, a los acomodos. Los que arreglan entre ellos. Los que se alían o se pelean según los intereses de la coyuntura; los que se insultan o se elogian, fijan códigos o los traicionan de acuerdo con las conveniencias del día.
En otras palabras: son los señores de la incruenta guerra política y económica argentina. Los que de tanto en tanto, como el martes, nos toman de rehenes mientras dirimen, sin piedad, sus interminables y cambiantes batallas de poder.
© LA NACION.
últimas notas de Opinión
El sistema portuario, en riesgo
Nuevas medidas aduaneras afectan el mecanismo de cargas de granos y subproductos, perturban la cadena productiva y aumentan sus costos
¿Se pudre todo? No, estamos como nunca
Desventuras de una abogada exitosa
El 7-D de los mapuches, con gustito y canal propios
Cae de maduro
NOTAS MÁS LEÍDAS
TEMAS DE HOY Traspaso del subteReforma constitucionalParo general contra el GobiernoLa pelea con los holdoutsGira de Los Pumas
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales. Aquel usuario que incluya en sus mensajes algun comentario violatorio del reglamento sera eliminado e inhabilitado para volver a comentar.Enviar un comentario implica la aceptacion del Reglamento
Comentarios DestacadosComentarios recientes
0 comentarios Recientes y 0 respuestas
Copyright 2012 SA LA NACION | Todos los derechos reservados. Miembro de GDA. Grupo de Diarios AméricaRadio
Sábado 24 de noviembre de 2012 | Publicado en edición impresa
Por Eduardo Fidanza | Para LA NACION
Un viejo taxista -miembro de esa estirpe de sociólogos silvestres que transitan por las calles de la ciudad- me dijo el lunes a la tarde, refiriéndose al paro general: «Sabe qué, mañana yo tengo que salir a laburar, porque si no me entra la plata no como; el Gobierno, los sindicalistas, en cambio, la tienen atada; hoy están peleados, mañana se juntan de nuevo, se la llevan con pala y no les importa jodernos». Este hombre tal vez nunca sepa que su argumento, expresado con rudeza, encaja perfectamente en una extensa saga sociológica: la que discute la cuestión de los grupos de poder y su papel e influencia en la sociedad.
Desde los orígenes del capitalismo y la democracia, la ciencia social puso el foco en las diferencias de posición o de estatus entre los individuos. ¿Por qué existe una clase gobernante y cuál es su función? ¿Cómo se desarrollan los estamentos dirigentes? ¿Por qué unos hombres pueden imponer, sin más, su voluntad sobre otros? La cuestión se volvió cada vez más actual en tanto que el mito igualitario de la democracia (o del comunismo) tropezó con la cruda realidad de las diferencias sociales y económicas. Así, la equiparación de los ciudadanos quedó limitada al voto, mientras se establecía una férrea asimetría de poder entre ellos. El lenguaje común describe este fenómeno con una frase inspirada en Rebelión en la granja , de George Orwell: los hombres son todos iguales, pero algunos son más iguales que otros.
Con menos licencias que la literatura satírica, la sociología acuñó un término, ya clásico, para describir a los grupos sociales dominantes: los llamó elites. Muchas explicaciones se elaboraron buscando dar cuenta de ellas: las diferencias innatas y adquiridas entre las personas, la cultura secular del mando y la obediencia, la división del trabajo capitalista, los requerimientos de las organizaciones. Unos análisis hicieron hincapié en la función de las elites en la estructura social, otros abordaron la cuestión de la explotación y el abuso que subyace a las desigualdades de poder. A eso se refería, con bronca y frustración, nuestro taxista.
A mediados de la década del 50 el sociólogo Charles Wright Mills publicó una exhaustiva investigación sobre las clases dominantes norteamericanas, a la que tituló La elite del poder . El retrato fue crudo y demoledor. Según su diagnóstico, la concentración de poder político, militar y económico es la base de lo que llamó «la inmoralidad mayor»: la corrupción, la cultura del dinero fácil, la manipulación de las masas. A los sindicatos los caracterizó como recién llegados a las ligas mayores. Un párrafo sobre ellos, escrito hace 60 años, parece una crónica perfecta de nuestra actualidad: «Gran parte de la conducta y las maniobras de los líderes obreros pueden explicarse por su afán de ocupar un sitio dentro de la elite nacional del poder. Por este motivo, han manifestado una extraordinaria vulnerabilidad ante las ofensas a su prestigio. Sienten que han llegado; necesitan ahora signos externos de su poder».
No obstante su severidad crítica, Wright Mills le reconoció a la elite capacidad de coordinación y convergencia ante las cuestiones de Estado y los momentos clave de la historia nacional. En la década del 60, José Luis de Imaz, un lúcido sociólogo, replicó el estudio de Mills en nuestro país. Sin la dureza del norteamericano, llegó, sin embargo, a una amarga conclusión: por su conducta no puede designarse a nuestros grupos de poder como elite dirigente. Para De Imaz, los poderosos de aquí son apenas «los que mandan». No un estrato preparado para coordinar las tareas y adquirir las calificaciones que requiere liderar una nación, sino un grupo heterogéneo y aislado de jefes facciosos que luchan por hacer prevalecer sus intereses.
María Elena Walsh, liberada de los deberes del científico, los describió maravillosamente: son los que tienen la sartén por el mango y el mango también. Los top de las grandes corporaciones económicas, del Gobierno y de los sindicatos. Los que poseen avión propio, acceso a las influencias, al dinero, a los créditos, a los acomodos. Los que arreglan entre ellos. Los que se alían o se pelean según los intereses de la coyuntura; los que se insultan o se elogian, fijan códigos o los traicionan de acuerdo con las conveniencias del día.
En otras palabras: son los señores de la incruenta guerra política y económica argentina. Los que de tanto en tanto, como el martes, nos toman de rehenes mientras dirimen, sin piedad, sus interminables y cambiantes batallas de poder.
© LA NACION.
últimas notas de Opinión
El sistema portuario, en riesgo
Nuevas medidas aduaneras afectan el mecanismo de cargas de granos y subproductos, perturban la cadena productiva y aumentan sus costos
¿Se pudre todo? No, estamos como nunca
Desventuras de una abogada exitosa
El 7-D de los mapuches, con gustito y canal propios
Cae de maduro
NOTAS MÁS LEÍDAS
TEMAS DE HOY Traspaso del subteReforma constitucionalParo general contra el GobiernoLa pelea con los holdoutsGira de Los Pumas
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales. Aquel usuario que incluya en sus mensajes algun comentario violatorio del reglamento sera eliminado e inhabilitado para volver a comentar.Enviar un comentario implica la aceptacion del Reglamento
Comentarios DestacadosComentarios recientes
0 comentarios Recientes y 0 respuestas
Copyright 2012 SA LA NACION | Todos los derechos reservados. Miembro de GDA. Grupo de Diarios AméricaRadio
Aunque no soy científico social me gustaría acuñar una categoría que define las opiniones de los Fidanza de este mundo; «hacerse el boludo».Nada de analizar en serio, nada de separar el trigo de la malezan, nada se reconocer que existe un poder político legítimo elegido por una abrumadora mayoría y por supuesto nasa se identificar a los grupos empresarios como los causantes de tantas desgracias.Una frivolidad llamativa expresada en tono plañidero.
20N: paro general, fin de ciclo y escisión
http://elviolentooficio.blogspot.com.ar/2012/11/20n-paro-general-fin-de-ciclo-y-escision.html
saludos
FR
juáaaa… pobre, otra vez mojándose con el «post-kirchnerismo», igual que Lulú… ¿Qué coincidencia, no? ¿Pero no habíamos muerto en 2008, 2009? Ah, que era una expresión de deseos… bien. ¿O sea que ahora sí que nos vamos al pasto?
Seguro que tiene razón. «le urgía manifestar su repulsa hacia la clase obrera» encabezada por Huguito «Clarín mentía», el visitante ilustre Micheli, recién llegado de Maiami, «Tenemos que dejar de robar x 2 años» Barrionuevo de Camaño, y el titán de los humildes, Momito «Tío Tom» Venegas. Si ésto no es «la clase obrera», la clase obrera dónde está.
En serio, Barcelona, no se lo pierdan.
Eduardito, vos sos el boludo más importante del frepasismo…eh, digo del cristinismo, naturalmente o estudiaste con Abal Medina?. Estuviste en Buenos Aires el 8N? Te pensás que todos los que pararon fueron «digitados» por Moyano, Micheli, Venegas o Barrionuevo?…
Uds. confirman su gorilismo de subestimación al pueblo a cada paso, por suerte hay peronistas un poco más inteligentes que sobrepasan el nivel de «felpudo»…Felices Pascuas, la casa está en orden!
saludos
FR
Cierto, me olvidé de «las masas» que movilizan uds. :)
¡Tiembla Roquefeyer…!
Y «las masas» de uds.?, suponiendo que vos tengas algún rol, aparte de amanuence berreta ;)