Sin plan B, Cristina presiona al PJ por números para re-ree

Jorge Capitanich, Juan Manuel Abal Medina, Emilio Pérsico, Maurice Closs
«No hay tiempo para instalar otro candidato. Porque no tenemos otro candidato». La frase suena, como un mantra, en Casa Rosada. La repiten, sin resignación, los edecanes K a pesar de los voluntaristas que adivinan a Juan Manuel Abal Medina como el plan B de 2015. El jefe de Gabinete tiene, por espasmos, esa fantasía cuando la Presidente lo sobrecarga de tareas -como la que le arrebató el ONABE a Julio De Vido- o lo recomienda como orador en su nombre tal como ocurrió, la semana pasada, en el Council of the Americas.
En su ensoñación, Abal Medina se inquieta cuando le avisan que la apuesta es «a todo o nada» por la re-ree o lee detrás de la negativa de Jorge Capitanich a renovar en Chaco un guiño de Cristina por convertirlo en la espada K en una hoy indeseada negociación con el PJ.
El chaqueño fue el único gobernador K que no se convirtió en un coreauta pro reelección. Ése es el dato ruidoso y no la avalancha de eternistas que no pueden, por temor a una represalia o por beneficio propio, decir lo contrario. Capitanich lo hizo.
José Luis Gioja cambió la Constitución de San Juan en 2011, Francisco «Paco» Pérez quiere reformar ahora la de Mendoza, Alberto Weretilneck suplica un escudo de Cristina de Kirchner para resistir el avance de Miguel Ángel Pichetto en Río Negro.
Maurice Closs, en Misiones, salvo que haga una reforma, debe dejar la gobernación en 2015. Acecha el exgobernador Carlos Rovira. En 2006, al caer su plan de re-ree abortó una secuencia que incluía a Eduardo Fellner en Jujuy y Felipe Solá en Buenos Aires. Néstor Kirchner digitó la fallida maniobra.
¿Volverá, esa provincia del norte, a ser un téster nacional? En junio de 2011, Closs consiguió su reelección con el 76% de los votos -su segundo superó, apenas, los 6 puntos- el triunfo más implacable que tuvo el dispositivo K en el interior. Por eso, en el laboratorio de Olivos, se lo marca como el territorio óptimo para un ensayo de reelección.
Las palabras de Daniel Scioli desde Chile -un festival para semiólogos- tiene dos lecturas. Un dirigente del PJ dijo el viernes que el ambiguo respaldo a la re-ree de Cristina no tiene validez jurídica porque el gobernador es un «rehén». Una ironía muy peronista.
Padece, según ese dogma, el síndrome de Estocolmo como otros gobernadores e intendentes que no tienen margen para exponer matices con la Casa Rosada. Sin embargo, Scioli martilla sobre una posibilidad que, íntimamente, considera inviable.
Al margen en las últimas tres semanas cambió de configuración la usina que patrocina la re-reelección. Debutó en abril con Luis D’Elía, Eduardo Sigal y Eduardo Barcesat en un foro de kirchnerismo anti-PJ, pero luego se pobló de voceros peronistas. Es más: el Movimiento por una Constitución Emancipadora, que se promovió desde la CTA de Hugo Yasky, está en stand by hace 20 días. Brotaron, por esa razón, interrogantes desde el colectivo Unidos y Organizados hasta caciquejos de La Cámpora sobre si hubo un cambio de táctica.
La agrupación que comanda a Máximo Kirchner es, hasta ahora, la única pieza del puzzle K que no emitió opinión sobre la re-reelección. Sencillo: que un referente nacional de La Cámpora lo haga, explican en Gobierno, sería darle entidad de palabra oficial.
El involucramiento del peronismo tiene, en simultáneo, una justificación brutal: ninguna aventura de reforma constitucional puede adquirir siquiera rango de posible si no involucra al poder institucional que concentra, en su mayoría, el PJ.
La historia reciente lo confirma. En los últimos 25 años se frustraron tres intentos reeleccionistas porque el PJ se fragmentó: Antonio Cafiero en 1990 en Buenos Aires, Menem en 1998 y Rovira en 2006. Conocedora de esos vaivenes, Cristina de Kirchner toma una prevención razonable y presiona al peronismo para que salga a alimentar su fantasía eternista.
No hay, sin embargo, ninguna pista que trasfiera el reposicionamiento del PJ al universo formal del Gobierno. Todo lo contrario: los últimos dos movimientos en la gestión tienen un sello bien diferente. Por un lado, la entronización de Alberto Vulcano al frente de la Agencia de Administración de los Bienes del Estado, y por el otro, el reciente nombramiento de Emilio Pérsico como viceministro de Agricultura. La matriz es similar: la incorporación del jefe del Movimiento Evita es una jugada para integrar a ese grupo al dispositivo K y forzarlo a romper -tal vez como última chance- su convivencia con gobernadores e intendentes. Y para que termine de asumir la conducción vertical de La Cámpora.
El doble juego alimenta una utopía: conseguir, antes de las elecciones de 2013, los dos tercios legislativos para plantear la necesidad de una reforma de la Constitución. De ese modo, los comicios legislativos se convertirían, además, en una elección constituyente. Es una alternativa afiebrada de mesa de café, pero su sola invocación reconoce la extrema dificultad del proyecto re-reeleccionista. Para ser numéricamente posible, el Gobierno tendría que eslabonar, en un puñado de meses, dos elecciones fenomenales. Según los datos que le acercaron a Carlos Zannini, el Frente para la Victoria (FpV) necesita obtener un 47% de los votos a nivel nacional para contar con 2/3 en Diputados y quedar a tres senadores para lograr lo mismo en el Senado.
Pero, aun lográndolo, luego debería ganar la elección constituyente con más del 50% para contar con los convencionales necesarios. Sólo con un PJ alineado y sin fisuras esos números se vuelven accesibles.
Un rasgo se recorta, anticipatorio, en ese pulseo: hay un expediente que lograría reunir a todas las vertientes de la oposición y es el rechazo a la re-reelección.
El desfile a la Corte de legisladores del FAP, la UCR, el macrismo, la Coalición Cívica y el espacio de Francisco de Narváez para pedir que se libere a las provincias del pacto fiscal que le «arrebata» el 15% de la copartipación es un ensayo de un potencial frente anti-re-ree.
Paradójicamente, ese planteo tuvo su primera expresión en Córdoba de la mano de José Manuel de la Sota. El cordobés puede ser el primer cacique con peso territorial que fragmente el frente peronista.

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