Tras la fiesta de la reelección, llega la realidad

La fiesta comienza a apagarse cuando Cristina Kirchner está por recibir, con la reelección, el premio por haberla organizado. El «modelo productivo» necesita, por su propia dinámica, de nuevas fuentes de financiamiento, en un momento en que el sistema internacional ya no puede ofrecérselas. El voto de los Estados Unidos en contra de la Argentina en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) está inscripto en esta encrucijada. Es el síntoma de una relación bilateral deteriorada, pero, además, es la primera ráfaga que recibe la Argentina del vendaval que sacude al mundo.
Para comprender la sanción norteamericana hay que reconstruir una escena de la que participan muchos actores. Los principales países del planeta discuten este mes la capitalización del BID y del Banco Mundial (BM). Esta vez el debate no es rutinario. La España del ajuste se niega a aumentar su aporte. Y Alemania está demostrando tener prioridades más urgentes. Son ejemplos.
La polémica financiera de los republicanos con Barack Obama es tan ácida que puso a los Estados Unidos al borde del default. El presupuesto está bajo una lupa gigantesca. La ayuda destinada a otros países a través de aquellos bancos es un capítulo de esa querella.
Un financista célebre por su sagacidad consiguió convertir los fondos que recibe la Argentina -caracterizada por el diputado republicano Robert Dold como un país que no obedece las sentencias internacionales ni se compromete demasiado con el combate del lavado de dinero- como un ejemplo de préstamo aberrante.
Ese financista vive en Nueva York, es abogado y encabeza la lista de mecenas del Partido Republicano. Se llama Paul Singer y es el creador de la hiperactiva American Task Force Argentina (ATFA), el más eficiente lobby de holdouts norteamericanos que dirigen dos amigos de Hillary Clinton: los ex diplomáticos Robert Shapiro y Nancy Sodebergh. Singer es, a través del fondo Elliot, el mayor propietario de bonos argentinos en default.
Los acreedores financieros y corporativos consiguieron que en el Banco Interamericano de Desarrollo se cruzaran las necesidades argentinas de financiamiento con las restricciones fiscales norteamericanas. El senador por Mississipi Robert Wicker presentó un proyecto de ley para que Estados Unidos niegue toda ayuda a países que desconocen sentencias norteamericanas superiores a US$ 100 millones. Y el diputado por Florida, Connie Mack, exigió que el Departamento de Estado dejara de cooperar con la Argentina. Ante estas presiones, a Tim Geithner, secretario del Tesoro, le resultó muy fácil dar una señal de austeridad votando en contra del país por un crédito del BID cuya aprobación estaba, igual, asegurada por otros directores.
Otros factores
Sin embargo, ni los problemas presupuestarios de Obama ni las gestiones de Singer explican del todo la sanción. Hay que incorporar otros dos factores. El primero es que la relación entre la Argentina y los Estados Unidos atraviesa uno de los peores momentos de su historia. Un solo dato ayuda a comprenderlo: cuando Héctor Timerman, temeroso de que Washington realizara un atentado terrorista en Buenos Aires, envió a un juzgado equipos de comunicación de la fuerza aérea norteamericana, la base de Fort Bragg debió cambiar el encriptado de aparatos similares usados por los comandos que perseguían a Ben Laden en Afganistán y Paquistán. Cristina Kirchner tocó ese día, sin que nadie se lo advirtiera, un cable de alta tensión.
Para encontrar un antecedente del enfriamiento actual, hay que remontarse a la etapa que se abrió en mayo de 1945, cuando el coronel Perón decidió polarizar con el embajador Spruille Braden, y se cerró en el invierno de 1953, cuando el general Perón recibió en gloria y majestad a Milton Eisenhower, hermano del presidente de los Estados Unidos. También la fiesta de Perón había terminado y la Argentina necesitaba de la inversión extranjera para financiarse.
¿En qué medida el voto norteamericano en el BID estuvo determinado por el conflicto diplomático? Un veterano del Departamento de Estado lo explica así: «Nuestro gobierno no confunde los planos. La sanción económica tiene razones económicas. Pero si hubiera una buena sintonía política, tal vez se levantaría un teléfono desde la Casa Blanca para evitarla. Hoy ese llamado es impensable».
¿Ayudará la designación de Roberta Jacobson como nueva subsecretaria para las Américas a resolver esta complicación? Se trata de una profesional destacadísima, célebre entre sus colegas por la calidad literaria de sus escritos, que conoce muy bien la región: no sólo México, donde su antecesor Arturo Valenzuela la soñó embajadora, sino también la Argentina, donde vivió seis meses en 1987. Pero Jacobson nunca fue jefa de misión y, por lo tanto, se sabe poco de su temperamento como líder.
El otro vector que explica el voto de los Estados Unidos es, de nuevo, la crisis internacional. Si se multiplican las cesaciones de pagos y los litigios en el Ciadi, la Argentina será tomada muchas veces como ejemplo, aunque no del camino por seguir, como espera la Presidenta. Además, el Gobierno no sólo desconoce a los viejos acreedores; cuando adultera las cifras de inflación, también defrauda a los nuevos.
El silencio oficial es una señal de que Cristina Kirchner advirtió estas novedades. Cuando se enteró de que en el BID había problemas, en vez de denunciar una conspiración del imperio para desestabilizarla, se puso al frente de la gestión para salir del paso. Reunida con el presidente del banco, Luis Alberto Moreno, en un aparte de la Asamblea General de la ONU, destrabó los desembolsos. Antes debió ordenarle a Amado Boudou que saldara la deuda de US$ 700 millones con el organismo. Así se aseguró los dos créditos de US$ 230 millones para desarrollo agrícola, y el otro de US$ 1,7 millones para fortalecimiento institucional, que administra La Cámpora.
Desprolijidades
El BID espera ahora que Boudou corrija algunas desprolijidades. La encargada de tratar con el organismo, Gabriela Costa, debería perfeccionar la rendición de cuentas del programa Familias. Como no pudo individualizar a los receptores del dinero, pretende que le aprueben el monto total del gasto: US$ 500 millones.
La severidad de Washington tiene límites también impuestos por la crisis. Existe una gran resistencia a dejar el financiamiento público global en manos de China, que propuso aumentar su participación en las instituciones de crédito. Es una frontera que tampoco Angela Merkel quiere cruzar. Un destacado financista internacional trajo a Buenos Aires esta valiosa información: hace doce días, en una comida con siete poderosos empresarios, Merkel adelantó: «Induciremos a todos los países a un ajuste, pero al final fijaremos una política fiscal común y emitiremos el eurobono, porque no les vamos a regalar Europa a los chinos».
El kirchnerismo está ante un problema mucho más delicado que la buena o mala voluntad del BID y el Banco Mundial. Necesita solventar un gasto creciente en el momento exacto en que los recursos propios comienzan a disminuir. La soja refleja la nueva economía. Con los precios actuales, el Gobierno habrá perdido ingresos por US$ 1800 millones. Además, el derrumbe de los títulos argentinos licuó el capital de la Anses, que se cansó de financiar al Tesoro.
La membrana del superávit se ha rasgado y, del otro lado, reina un clima tormentoso. El mundo ya no financia rarezas. Un ejemplo: el BID y el BM adelantaron que no pondrán más plata en obras energéticas hasta que un aumento de tarifas garantice la rentabilidad de esos emprendimientos. Pésima noticia. Cristina Kirchner sólo ha autorizado a tomar deuda internacional para proyectos de generación eléctrica, como Cóndor Cleef o Barrancosa, porque ya no quiere firmar el cheque de las importaciones de energía: el año que viene será de US$ 12.000 millones, por lo menos. Los proyectos nucleares de Julio De Vido dependen hoy del dinero de los chinos y los rusos.
Boudou sigue jurando en reuniones reducidas que el acuerdo con el Club de París ya está cerrado y que sólo falta anunciarlo después de los comicios. Con independencia de la credibilidad ministerial, la noticia importa menos porque el mercado voluntario de deuda está cerrado. El mundo de hace un mes, en el que Barclay’s acercaba su oferta de US$ 2000 millones al 7%, ya no existe.
El episodio del BID ha sido, entonces, la bengala que anunció un cambio de época. Hasta ahora, el autismo kirchnerista se financió con ingresos excepcionales. Eran condiciones en las cuales Amado Boudou no hubiera corrido riesgos al decir a un grupo de banqueros, como hizo hace diez días en Washington, que estaba orgulloso de ser «el chico malo de la clase». Pero no hay chiste más patético que un chiste inoportuno..

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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