Hay constancias callejeras y hay, además, percepciones. Existen verificaciones más científicas también acerca de una impresión: falta una semana y media para que concluya la campaña electoral a presidente, desde 1983, más tediosa e inútil que se recuerde . Una encuesta nacional de la consultora Poliarquía acercó el pasado fin de semana una certificación: el 70% de los consultados reveló poco o ningún interés por la votación del domingo 23.
Sergio Berenstein, director de aquella empresa, hizo una precisión respecto del clima similar que precedió a las internas del 14 de agosto: “En aquel momento había desconocimiento sobre el mecanismo y la razón de las internas. Ahora no hay nada de entusiasmo” , dijo.
Ni la apatía de ahora ni el desconocimiento de agosto estarían indicando una previsible merma en la participación social. De hecho, el índice de concurrencia resultó hace dos meses –según las cifras oficiales– uno de los más elevados de los últimos años.
Puede que la desmotivación general esté sustentada en la ausencia de sorpresas. La sociedad tomó nota del modo aluvional cómo Cristina Fernández se impuso en las internas y lo consideraría un capítulo cerrado . De allí, tal vez, el estado de ánimo imperante.
Una cuestión que debería repasarse a futuro, quizás, sería el modo en que resultó concebida la reforma electoral que dio origen a las internas abiertas, obligatorias y simultáneas. En el terreno, por el verticalismo peronista y las debilidades opositoras, aquellas primarias se convirtieron en pre-presidenciales. Terminaron por definir el escenario, de modo categórico, sesenta días antes.
Ese período tan breve, aún cuando los resultados hubiesen dejado alguna incertidumbre, habrían favorecido antes al postulante del Gobierno que de la oposición. Ese sector del mosaico político estaba obligado a resolver dos dilemas perentorios: el del fortalecimiento de los candidatos y la construcción de la confianza popular. Cristina y el kirchnerismo disponían, en ese sentido, de una enorme ventaja .
En un escenario en hipótesis opuesto, con una oposición más fuerte y un Gobierno en problemas, aquel calendario tampoco asomaría prudente. ¿Cómo hubiese hecho el Gobierno para no desbordarse en estos dos meses ante una amenaza cierta de la pérdida del poder? La campaña ha sido, de verdad, una no campaña . Faltaron dos elementos esenciales: la mínima sensación de una disputa por el poder; el contrapunto que esa disputa desata, inevitablemente, entre el Gobierno de turno y la oposición que pretende desplazarlo.
Cristina y el kirchnerismo se olvidaron luego de las internas, de modo literal, de esa oposición. La Presidenta se comportó como la mandataria que, sin dudas, continuará otros cuatro años. Marcó líneas de la futura política exterior y cargó la agenda interna con anuncios rimbombantes, de más cáscara todavía que contenido.
En el listado podrían incorporarse el plan agroalimentario, el plan de industrialización con metas hasta el 2020, la inauguración del Polo Científico Tecnológico.
Bases del modelo o banderas de campaña, según el cristal bajo el cual se los quiera analizar .
Desde aquel 14 de agosto no se recuerda un sólo tema polémico que haya embretado al Gobierno con la oposición. En todo caso, las alteraciones políticas más notables surgieron en el propio cuerpo oficialista. Fueron las fricciones con el sindicalismo de Hugo Moyano, el secretario general de la CGT.
Cristina evadió toda polémica. Tampoco los candidatos de la oposición la forzaron, salvo excepciones: Eduardo Duhalde y el socialista Hermes Binner. Al peronista nunca le respondió nadie. Al gobernador de Santa Fe le retrucaron sólo dirigentes de aquella provincia, los diputados Omar Perotti, Agustín Rossi o María Eugenia Bielsa.
Resultó estéril para los líderes opositores plantear incluso las cuestiones más conflictivas. El Gobierno sigue teniendo comodidad para fraguar la inflación; la inseguridad no lo apremia en este tiempo más que antes; tampoco las advertencias y señales de la crisis internacional. El relato oficial ha sido eficaz para blindarse de temores: según el trabajo de Poliarquía la mitad de los consultados creen que a la Argentina no la afectará esa crisis. Casi el volumen de votos que tuvo y tendrá la Presidenta.
Para colmo, la oposición pareció enredarse sola con la supuesta reforma constitucional para el 2015 que la permitiría continuar a Cristina. Fue mayor la polvareda que levantó la discusión entre los mismos postulantes de la oposición que la pulseada con el Gobierno. Elisa Carrió apaleó a Binner; el socialista acentuó sus distancias con Ricardo Alfonsín; hasta Mauricio Macri se vio obligado a salir de su refugio porteño para decir algo.
Por única vez, en una cuestión aún remota, se oyeron voces K de envergadura. Daniel Scioli negó cualquier intención de perpetuarse de Cristina, quizás porque no pierde la ilusión de sucederla. Aníbal Fernández aseguró que la Presidenta no piensa, de ninguna manera, en otra reelección.
El 2015 parece muy lejos. Cristina deberá aún gobernar el país y conducir un conglomerado político muy heterogéneo y complejo. Pero, aún entre negativas, el tema de la reforma y la reelección fue instalado . Una condición indispensable para, si fuera necesario, poder desplegarlo.
Sergio Berenstein, director de aquella empresa, hizo una precisión respecto del clima similar que precedió a las internas del 14 de agosto: “En aquel momento había desconocimiento sobre el mecanismo y la razón de las internas. Ahora no hay nada de entusiasmo” , dijo.
Ni la apatía de ahora ni el desconocimiento de agosto estarían indicando una previsible merma en la participación social. De hecho, el índice de concurrencia resultó hace dos meses –según las cifras oficiales– uno de los más elevados de los últimos años.
Puede que la desmotivación general esté sustentada en la ausencia de sorpresas. La sociedad tomó nota del modo aluvional cómo Cristina Fernández se impuso en las internas y lo consideraría un capítulo cerrado . De allí, tal vez, el estado de ánimo imperante.
Una cuestión que debería repasarse a futuro, quizás, sería el modo en que resultó concebida la reforma electoral que dio origen a las internas abiertas, obligatorias y simultáneas. En el terreno, por el verticalismo peronista y las debilidades opositoras, aquellas primarias se convirtieron en pre-presidenciales. Terminaron por definir el escenario, de modo categórico, sesenta días antes.
Ese período tan breve, aún cuando los resultados hubiesen dejado alguna incertidumbre, habrían favorecido antes al postulante del Gobierno que de la oposición. Ese sector del mosaico político estaba obligado a resolver dos dilemas perentorios: el del fortalecimiento de los candidatos y la construcción de la confianza popular. Cristina y el kirchnerismo disponían, en ese sentido, de una enorme ventaja .
En un escenario en hipótesis opuesto, con una oposición más fuerte y un Gobierno en problemas, aquel calendario tampoco asomaría prudente. ¿Cómo hubiese hecho el Gobierno para no desbordarse en estos dos meses ante una amenaza cierta de la pérdida del poder? La campaña ha sido, de verdad, una no campaña . Faltaron dos elementos esenciales: la mínima sensación de una disputa por el poder; el contrapunto que esa disputa desata, inevitablemente, entre el Gobierno de turno y la oposición que pretende desplazarlo.
Cristina y el kirchnerismo se olvidaron luego de las internas, de modo literal, de esa oposición. La Presidenta se comportó como la mandataria que, sin dudas, continuará otros cuatro años. Marcó líneas de la futura política exterior y cargó la agenda interna con anuncios rimbombantes, de más cáscara todavía que contenido.
En el listado podrían incorporarse el plan agroalimentario, el plan de industrialización con metas hasta el 2020, la inauguración del Polo Científico Tecnológico.
Bases del modelo o banderas de campaña, según el cristal bajo el cual se los quiera analizar .
Desde aquel 14 de agosto no se recuerda un sólo tema polémico que haya embretado al Gobierno con la oposición. En todo caso, las alteraciones políticas más notables surgieron en el propio cuerpo oficialista. Fueron las fricciones con el sindicalismo de Hugo Moyano, el secretario general de la CGT.
Cristina evadió toda polémica. Tampoco los candidatos de la oposición la forzaron, salvo excepciones: Eduardo Duhalde y el socialista Hermes Binner. Al peronista nunca le respondió nadie. Al gobernador de Santa Fe le retrucaron sólo dirigentes de aquella provincia, los diputados Omar Perotti, Agustín Rossi o María Eugenia Bielsa.
Resultó estéril para los líderes opositores plantear incluso las cuestiones más conflictivas. El Gobierno sigue teniendo comodidad para fraguar la inflación; la inseguridad no lo apremia en este tiempo más que antes; tampoco las advertencias y señales de la crisis internacional. El relato oficial ha sido eficaz para blindarse de temores: según el trabajo de Poliarquía la mitad de los consultados creen que a la Argentina no la afectará esa crisis. Casi el volumen de votos que tuvo y tendrá la Presidenta.
Para colmo, la oposición pareció enredarse sola con la supuesta reforma constitucional para el 2015 que la permitiría continuar a Cristina. Fue mayor la polvareda que levantó la discusión entre los mismos postulantes de la oposición que la pulseada con el Gobierno. Elisa Carrió apaleó a Binner; el socialista acentuó sus distancias con Ricardo Alfonsín; hasta Mauricio Macri se vio obligado a salir de su refugio porteño para decir algo.
Por única vez, en una cuestión aún remota, se oyeron voces K de envergadura. Daniel Scioli negó cualquier intención de perpetuarse de Cristina, quizás porque no pierde la ilusión de sucederla. Aníbal Fernández aseguró que la Presidenta no piensa, de ninguna manera, en otra reelección.
El 2015 parece muy lejos. Cristina deberá aún gobernar el país y conducir un conglomerado político muy heterogéneo y complejo. Pero, aún entre negativas, el tema de la reforma y la reelección fue instalado . Una condición indispensable para, si fuera necesario, poder desplegarlo.