Cacerolazos. Caída de imagen. Reveses judiciales. Saqueos. Conflictos con gente del espectáculo. Inflación. Es comprensible que un gobierno que atraviesa ese ciclo de infortunios haya querido construir una buena noticia con los restos de un error.
De eso iba a tratarse el festejo de ayer por el regreso de la Fragata. El intento quedó en el camino.Los tripulantes de la nave quedaron en el centro de un acto animado por las consignas de La Cámpora, y en el que la concurrencia se redujo a empleados públicos y legiones clientelares provenientes del área metropolitana. Los veraneantes no pudieron o no quisieron llegar a la fiesta prometida y los funcionarios se parapetaron detrás de un vallado por temor a las cacerolas.
Cristina Kirchner no pudo desdibujar con su discurso esa escenografía de aislamiento. Con una agresividad que le cuesta cada día más dejar de lado, rindió tributo a su Gobierno.
El mensaje tuvo algunas curiosidades. Si bien vituperó a los fondos buitre, ya no se ufanó de haber renegociado la deuda con la quita más grande de la historia. Al contrario, hizo notar cuán abultada es la cuenta que el país destina cada año a los tenedores de bonos. Un argumento inesperado, pero razonable: ella acaba de ofrecer a los «buitres» una negociación extrajudicial.
La Presidenta dedicó algunos párrafos a aclarar -apoyándose en episodios de la vida de Brown, de San Martín y de Belgrano interpretados por ella- que cuando dijo que prefería quedarse con la dignidad y no con la Fragata no había incurrido en ninguna defección. Y reprochó al gobierno de Ghana haber agasajado a la tripulación y, sin embargo, «dejarse presionar». Fue una descalificación expresiva del clima de la época: ¿esperaba que su colega John Dramani Mahama desobedeciera un fallo judicial?
La última innovación retórica llegó cuando la señora de Kirchner se ofreció un emocionado homenaje a sí misma. Explicó, al borde de las lágrimas, que la conflictividad que le reprochan es el otro lado de sus virtudes: la sinceridad, el coraje, el amor a la Patria y la defensa de la memoria de su esposo. Y se comparó con los que sólo hablan de amistad y amor para no quedar mal con nadie. Desde las filas de La Cámpora giraron la cabeza hacia Daniel Scioli. Pero puede haber sido una simple coincidencia.
La concentración no pudo romper el molde de las manifestaciones oficialistas. Se caracterizó por la inspiración nacionalista, personalismo, cierta emoción facciosa y una combinación que sólo el kirchnerismo puede lograr: la de la falta de espontaneidad con la improvisación.
Para los críticos del Gobierno, se trató de un artificio. «Es como si Usted lleva el auto a arreglar después de haberlo chocado, y hace una fiesta cuando sale del chapista», comparó un diputado que se informa en la «cadena del desánimo». En cambio, para la retórica oficial, la Presidenta obtuvo una victoria sobre los fondos buitre y la celebró con una recepción de esas que se ofrecen a quienes vuelven de ganar una guerra.
Ese triunfo es relativo si se recuerdan los éxitos de los holdouts en Nueva York, y la imposibilidad de Cristina Kirchner de salir del país en el Tango 01, que la obliga a gastar 880.000 dólares sólo en transporte en una gira presidencial. Pero permite al Gobierno demostrar que el embargo no se debió a su falta de previsión, sino a que el juez de Ghana con su «ataque artero» se apartó del derecho internacional.
Para aceptar que no se trató de un caso de impericia habría que olvidar algunas decisiones de la propia Presidenta. ¿Por qué el ministro de Defensa, Arturo Puricelli, pasó a disponibilidad al ex secretario de la Armada, Luis María González Day, y al director general de Organización y Doctrina de esa fuerza, Alfredo Mario Blanco, culpándolos por el papelón? ¿Debería ahora reincorporarlos? ¿Y qué cabe hacer con Carlos Alberto Paz, el ex comandante de esa fuerza, que renunció por entender que el castigo a esos dos subordinados era arbitrario? Interrogantes de aguafiestas.
Con el regreso de la Fragata, el kirchnerismo intentó agregar un capítulo a su propio cantar de gesta. Descartada la posibilidad de mencionar a la Fragata como símbolo de algún consenso nacional, ayer se insistió en la glorificación de la señora de Kirchner. La delantera la había tomado la agrupación Peronismo Militante, que sostiene la carrera del ministro de Trabajo, Carlos Tomada. Al líder de esa organización, el abnegado Héctor «Gallego» Fernández, se le ocurrió el afiche que recrea la imagen «Cristina capitana» con trazos que recuerdan al realismo soviético.
Saltando de un significante a otro, se pasó de «Cristina capitana» a «Fragata Eva Perón», como comenzaron a llamarla los diarios paraoficiales, siguiendo al piquetero Luis D’Elía. El boca-oído kirchnerista terminó postulando que hubo una vez en que la nave llevó el nombre de la segunda esposa de Juan Perón, que la Revolución Libertadora lo retiró, y que la Presidenta debería reponerlo. Ella no aceptó la sugerencia. La que llegó más lejos fue la locutora oficial cuando habló de «Fragata Libertad, Soberanía y Dignidad».
Con esa abstención, Cristina Kirchner rindió un homenaje, tal vez involuntario, al rigor histórico. La nave nunca llevó el nombre de la segunda esposa de Juan Perón. El general había firmado en 1955 el decreto 387 sobre designación de embarcaciones, que el ministro de Marina Aníbal Olivieri reglamentó el 1º de abril de aquel año al establecer que los buques escuelas se llamarán La Argentina y Presidente Sarmiento. Cuando se produjo la Revolución Libertadora, el ministro Teodoro Hartung ordenó al comandante de Operaciones Navales que le pusiera un nombre, sugiriéndole La Argentina. Pero el decreto 7922/56 la denominó Libertad.
La Fragata se botó con ese nombre el 30 de mayo de 1956, trece días antes de los fusilamientos de Juan José Valle y los contrarrevolucionarios peronistas. La madrina de la embarcación fue la esposa del presidente que sería asesinado 14 años más tarde por el tío del actual jefe de Gabinete: Sara Herrera de Aramburu. Que el navío hubiera zarpado del puerto en 1956 no significa que estaba en condiciones de incorporarse a la flota. Recién lo hizo en 1963. La construcción del espléndido barco duró una década, ya que Perón había clavado el primer remache de su quilla en 1953. Como se ve, la inoperancia no es un signo exclusivo de estos tiempos. Aunque en el retorno de la Fragata también hizo su aparición. El de ayer fue un caso raro, ya que no se retrasó la nave, sino el festejo. Tiene lógica: hubo que demorar tres días el amarre para poder dragar el canal de acceso al puerto. No hay mal que por bien no venga: el vilipendiado juez de Ghana consiguió que la Base Naval de Mar del Plata vuelva a funcionar por unos días.
También logró que buques de la Armada que jamás navegan por falta de presupuesto se movilizaran por lo menos desde Puerto Belgrano para sumarse al festejo. Esa paradoja molestó a los marinos, que quedaron marginados de la organización de la fiesta. Ayer debieron conformarse con un elogio restringido a los que viajaron en la embarcación recuperada, y con el ascenso de su jefe, Daniel Martin, al grado de almirante.
La heroína oficial de Mar del Plata fue la Presidenta. Y por si no quedaba claro, ella misma, comandante suprema de las Fuerzas Armadas, se hizo entregar por sus subordinados una insignia en gratitud por su defensa de la soberanía nacional..
De eso iba a tratarse el festejo de ayer por el regreso de la Fragata. El intento quedó en el camino.Los tripulantes de la nave quedaron en el centro de un acto animado por las consignas de La Cámpora, y en el que la concurrencia se redujo a empleados públicos y legiones clientelares provenientes del área metropolitana. Los veraneantes no pudieron o no quisieron llegar a la fiesta prometida y los funcionarios se parapetaron detrás de un vallado por temor a las cacerolas.
Cristina Kirchner no pudo desdibujar con su discurso esa escenografía de aislamiento. Con una agresividad que le cuesta cada día más dejar de lado, rindió tributo a su Gobierno.
El mensaje tuvo algunas curiosidades. Si bien vituperó a los fondos buitre, ya no se ufanó de haber renegociado la deuda con la quita más grande de la historia. Al contrario, hizo notar cuán abultada es la cuenta que el país destina cada año a los tenedores de bonos. Un argumento inesperado, pero razonable: ella acaba de ofrecer a los «buitres» una negociación extrajudicial.
La Presidenta dedicó algunos párrafos a aclarar -apoyándose en episodios de la vida de Brown, de San Martín y de Belgrano interpretados por ella- que cuando dijo que prefería quedarse con la dignidad y no con la Fragata no había incurrido en ninguna defección. Y reprochó al gobierno de Ghana haber agasajado a la tripulación y, sin embargo, «dejarse presionar». Fue una descalificación expresiva del clima de la época: ¿esperaba que su colega John Dramani Mahama desobedeciera un fallo judicial?
La última innovación retórica llegó cuando la señora de Kirchner se ofreció un emocionado homenaje a sí misma. Explicó, al borde de las lágrimas, que la conflictividad que le reprochan es el otro lado de sus virtudes: la sinceridad, el coraje, el amor a la Patria y la defensa de la memoria de su esposo. Y se comparó con los que sólo hablan de amistad y amor para no quedar mal con nadie. Desde las filas de La Cámpora giraron la cabeza hacia Daniel Scioli. Pero puede haber sido una simple coincidencia.
La concentración no pudo romper el molde de las manifestaciones oficialistas. Se caracterizó por la inspiración nacionalista, personalismo, cierta emoción facciosa y una combinación que sólo el kirchnerismo puede lograr: la de la falta de espontaneidad con la improvisación.
Para los críticos del Gobierno, se trató de un artificio. «Es como si Usted lleva el auto a arreglar después de haberlo chocado, y hace una fiesta cuando sale del chapista», comparó un diputado que se informa en la «cadena del desánimo». En cambio, para la retórica oficial, la Presidenta obtuvo una victoria sobre los fondos buitre y la celebró con una recepción de esas que se ofrecen a quienes vuelven de ganar una guerra.
Ese triunfo es relativo si se recuerdan los éxitos de los holdouts en Nueva York, y la imposibilidad de Cristina Kirchner de salir del país en el Tango 01, que la obliga a gastar 880.000 dólares sólo en transporte en una gira presidencial. Pero permite al Gobierno demostrar que el embargo no se debió a su falta de previsión, sino a que el juez de Ghana con su «ataque artero» se apartó del derecho internacional.
Para aceptar que no se trató de un caso de impericia habría que olvidar algunas decisiones de la propia Presidenta. ¿Por qué el ministro de Defensa, Arturo Puricelli, pasó a disponibilidad al ex secretario de la Armada, Luis María González Day, y al director general de Organización y Doctrina de esa fuerza, Alfredo Mario Blanco, culpándolos por el papelón? ¿Debería ahora reincorporarlos? ¿Y qué cabe hacer con Carlos Alberto Paz, el ex comandante de esa fuerza, que renunció por entender que el castigo a esos dos subordinados era arbitrario? Interrogantes de aguafiestas.
Con el regreso de la Fragata, el kirchnerismo intentó agregar un capítulo a su propio cantar de gesta. Descartada la posibilidad de mencionar a la Fragata como símbolo de algún consenso nacional, ayer se insistió en la glorificación de la señora de Kirchner. La delantera la había tomado la agrupación Peronismo Militante, que sostiene la carrera del ministro de Trabajo, Carlos Tomada. Al líder de esa organización, el abnegado Héctor «Gallego» Fernández, se le ocurrió el afiche que recrea la imagen «Cristina capitana» con trazos que recuerdan al realismo soviético.
Saltando de un significante a otro, se pasó de «Cristina capitana» a «Fragata Eva Perón», como comenzaron a llamarla los diarios paraoficiales, siguiendo al piquetero Luis D’Elía. El boca-oído kirchnerista terminó postulando que hubo una vez en que la nave llevó el nombre de la segunda esposa de Juan Perón, que la Revolución Libertadora lo retiró, y que la Presidenta debería reponerlo. Ella no aceptó la sugerencia. La que llegó más lejos fue la locutora oficial cuando habló de «Fragata Libertad, Soberanía y Dignidad».
Con esa abstención, Cristina Kirchner rindió un homenaje, tal vez involuntario, al rigor histórico. La nave nunca llevó el nombre de la segunda esposa de Juan Perón. El general había firmado en 1955 el decreto 387 sobre designación de embarcaciones, que el ministro de Marina Aníbal Olivieri reglamentó el 1º de abril de aquel año al establecer que los buques escuelas se llamarán La Argentina y Presidente Sarmiento. Cuando se produjo la Revolución Libertadora, el ministro Teodoro Hartung ordenó al comandante de Operaciones Navales que le pusiera un nombre, sugiriéndole La Argentina. Pero el decreto 7922/56 la denominó Libertad.
La Fragata se botó con ese nombre el 30 de mayo de 1956, trece días antes de los fusilamientos de Juan José Valle y los contrarrevolucionarios peronistas. La madrina de la embarcación fue la esposa del presidente que sería asesinado 14 años más tarde por el tío del actual jefe de Gabinete: Sara Herrera de Aramburu. Que el navío hubiera zarpado del puerto en 1956 no significa que estaba en condiciones de incorporarse a la flota. Recién lo hizo en 1963. La construcción del espléndido barco duró una década, ya que Perón había clavado el primer remache de su quilla en 1953. Como se ve, la inoperancia no es un signo exclusivo de estos tiempos. Aunque en el retorno de la Fragata también hizo su aparición. El de ayer fue un caso raro, ya que no se retrasó la nave, sino el festejo. Tiene lógica: hubo que demorar tres días el amarre para poder dragar el canal de acceso al puerto. No hay mal que por bien no venga: el vilipendiado juez de Ghana consiguió que la Base Naval de Mar del Plata vuelva a funcionar por unos días.
También logró que buques de la Armada que jamás navegan por falta de presupuesto se movilizaran por lo menos desde Puerto Belgrano para sumarse al festejo. Esa paradoja molestó a los marinos, que quedaron marginados de la organización de la fiesta. Ayer debieron conformarse con un elogio restringido a los que viajaron en la embarcación recuperada, y con el ascenso de su jefe, Daniel Martin, al grado de almirante.
La heroína oficial de Mar del Plata fue la Presidenta. Y por si no quedaba claro, ella misma, comandante suprema de las Fuerzas Armadas, se hizo entregar por sus subordinados una insignia en gratitud por su defensa de la soberanía nacional..