No había necesidad ni gravedad ni urgencia. Ni siquiera había una privación pendiente o un clamor popular desatendido. La operación relámpago desatada por el oficialismo contra Papel Prensa en el Congreso carece de una explicación, salvo que la revancha sea la explicación. El amplio ejército de legisladores kirchneristas se propone dictar una grave decisión sobre la prensa independiente en apenas una semana. El papel es un insumo básico, obviamente imprescindible, de los diarios, y Papel Prensa es, en la composición mayoritaria de su paquete accionario, propiedad de los dos principales diarios argentinos, LA NACION y Clarín. El objetivo, en esta nueva fase de la guerra, está definido.
«Es una orden de la Presidenta», fue la única explicación que surgió de los pocos legisladores oficialistas que intentaron explicar algo. Una orden de la Presidenta no puede ignorar que la Constitución prohíbe el dictado de leyes que atenten contra la libertad de prensa, y que esa libertad, sin la cual se marchitarían todas las demás libertades, está también protegida por los tratados internacionales de derechos humanos suscriptos por el país. Tampoco pueden desconocer esos preceptos los propios legisladores, que fueron elegidos para representar al pueblo y para hacer cumplir su Constitución. Un líder político puede tener una idea equivocada (ninguno es divino), pero nada justificaría que el error sea compartido por decenas de seguidores suyos.
Serpentea en este conflicto innecesario una colisión conceptual e ideológica. El kirchnerismo (sobre todo Cristina Kirchner) cree que el periodismo no es necesario ni inocente. Al revés, está convencido de que sólo existe para defender intereses espurios y para disciplinar a los gobernantes legítimamente elegidos. Esas tergiversaciones del periodismo figuran hasta en los considerandos del proyecto enviado por el Poder Ejecutivo al Congreso. Son convicciones, pero también es un pretexto.
En el fondo, el interés político que prevalece es el de que exista una sola narración de la historia y que esa gesta (épica, cómo no) debe estar a cargo de un Estado supuestamente bondadoso e imparcial. Tal relato choca de manera concluyente con la constatación: sólo el periodismo independiente (aun con sus errores y sus aciertos) ha hecho mejores y más dinámicas a las democracias más avanzadas del mundo. En ningún otro caso como el relacionado con la prensa, el gobierno de Cristina Kirchner se parece más al de Hugo Chávez o al de Rafael Correa. Para todos ellos, la prensa sólo es buena y «democrática» cuando es tutelada por la fracción gobernante.
Los prejuicios, reales o artificiales, sobre Papel Prensa y sus dueños privados han sido escritos en un formal documento enviado por el Gobierno al Congreso. Se mezclan historias fantasiosas con denuncias sobre actuales e inverosímiles manejos actuales de la empresas. Figuran desde la adquisición de la fábrica de papel, cuyos inexactos pormenores se respaldan en otro documento, «Papel Prensa. La verdad», confeccionado hace más de un año por Guillermo Moreno, el nuevo hombre fuerte del Gobierno. Está también en ese documento un increíble detalle de las actuales e irreales arbitrariedades de la empresa papelera. No se sabe, al fin y al cabo, si el manotazo de estos días contra Papel Prensa es por una historia inexistente, por un presente imaginario o, más seguramente, por su indirecta influencia en la construcción de la opinión pública.
La nueva ofensiva contra el periodismo a secas se advirtió claramente con algunas designaciones decididas por la Presidenta en el Gobierno y en el Congreso. Moreno y su mano derecha, Beatriz Paglieri, que controlarán la economía más que ningún otro ministro del área, son enemigos declarados de Papel Prensa. Moreno no es sólo autor de aquel documento panfletario sobre la compra de la empresa por parte de sus actuales dueños privados, sino también el funcionario que llevó a su directorio formas tan violentas que la Justicia le ordenó no ir nunca más a Papel Prensa. Lo mismo hizo con Paglieri. La decisión judicial está ahora apelada.
La misma intención existió cuando Cristina Kirchner impuso a Diana Conti como presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales de Diputados, y a Marcelo Fuentes, en la misma comisión del Senado. Las comisiones de Asuntos Constitucionales son las más importantes en ambas cámaras. Conti se convirtió de aliada de Raúl Alfonsín en una ultrakirchnerista que promovió la fórmula «Cristina eterna» cuando se debatió sobre una eventual reforma constitucional. Fuentes es un senador neuquino, que nació en La Plata y perteneció al ala más dura de la juventud peronista en los 70. La leyenda urbana dice que fue jefe político de Néstor Kirchner en aquellos tiempos. Los años no moderaron ni el discurso ni los modos de Fuentes.
La represalia contra los dos más grandes diarios argentinos es fácilmente perceptible si se estudia el mercado del papel. El monopolio es inexistente porque la importación tiene arancel cero y carece de cualquier restricción; el precio del papel fabricado en el exterior es, incluso, más barato que el que produce Papel Prensa. El papel para diarios es un producto sobreofertado en el mundo porque el progreso de las plataformas digitales ha reducido considerablemente la demanda de diarios. Existe otra empresa en el país, Papelera Tucumán, que recibió los mismos incentivos que Papel Prensa para fabricar papel para diarios, pero prefirió elaborar otra clase de papel porque le es más redituable. Nada se dice ni se dijo sobre esa violación a los contratos iniciales por parte de la otra papelera.
Un proyecto del bloque del radicalismo en Diputados promueve incentivos para construir nuevas empresas para la producción de papel nacional y preserva por ley la absoluta libertad de importación. Esta sería una decisión encaminada a mejorar la oferta de papel para diarios sin el ostensible trazo de la venganza. No es lo que el kirchnerismo quiere en su cruzada contra el periodismo.
Hace poco, cuando asumió el poder, la presidenta brasileña Dilma Rousseff rechazó de plano una ley para «democratizar» la prensa que había nacido en su propio partido. «Quiero una irrestricta libertad de prensa», dijo. Su actual popularidad, a pesar de las denuncias de corrupción de la prensa libre de Brasil, superó ya a la de Lula. Hace 60 años, Perón echó mano aquí al control del papel para domesticar a la prensa independiente. Algunos diarios, como LA NACION, se vieron obligados a salir apenas con un puñado de páginas.
Cristina Kirchner tiene todavía la oportunidad de optar entre el ejemplo moderno de su admirada Dilma Rousseff, que combatió a la dictadura de su país hasta en la cárcel, o encerrarse en los rancios paradigmas de un peronismo que irremediablemente ha sido..
«Es una orden de la Presidenta», fue la única explicación que surgió de los pocos legisladores oficialistas que intentaron explicar algo. Una orden de la Presidenta no puede ignorar que la Constitución prohíbe el dictado de leyes que atenten contra la libertad de prensa, y que esa libertad, sin la cual se marchitarían todas las demás libertades, está también protegida por los tratados internacionales de derechos humanos suscriptos por el país. Tampoco pueden desconocer esos preceptos los propios legisladores, que fueron elegidos para representar al pueblo y para hacer cumplir su Constitución. Un líder político puede tener una idea equivocada (ninguno es divino), pero nada justificaría que el error sea compartido por decenas de seguidores suyos.
Serpentea en este conflicto innecesario una colisión conceptual e ideológica. El kirchnerismo (sobre todo Cristina Kirchner) cree que el periodismo no es necesario ni inocente. Al revés, está convencido de que sólo existe para defender intereses espurios y para disciplinar a los gobernantes legítimamente elegidos. Esas tergiversaciones del periodismo figuran hasta en los considerandos del proyecto enviado por el Poder Ejecutivo al Congreso. Son convicciones, pero también es un pretexto.
En el fondo, el interés político que prevalece es el de que exista una sola narración de la historia y que esa gesta (épica, cómo no) debe estar a cargo de un Estado supuestamente bondadoso e imparcial. Tal relato choca de manera concluyente con la constatación: sólo el periodismo independiente (aun con sus errores y sus aciertos) ha hecho mejores y más dinámicas a las democracias más avanzadas del mundo. En ningún otro caso como el relacionado con la prensa, el gobierno de Cristina Kirchner se parece más al de Hugo Chávez o al de Rafael Correa. Para todos ellos, la prensa sólo es buena y «democrática» cuando es tutelada por la fracción gobernante.
Los prejuicios, reales o artificiales, sobre Papel Prensa y sus dueños privados han sido escritos en un formal documento enviado por el Gobierno al Congreso. Se mezclan historias fantasiosas con denuncias sobre actuales e inverosímiles manejos actuales de la empresas. Figuran desde la adquisición de la fábrica de papel, cuyos inexactos pormenores se respaldan en otro documento, «Papel Prensa. La verdad», confeccionado hace más de un año por Guillermo Moreno, el nuevo hombre fuerte del Gobierno. Está también en ese documento un increíble detalle de las actuales e irreales arbitrariedades de la empresa papelera. No se sabe, al fin y al cabo, si el manotazo de estos días contra Papel Prensa es por una historia inexistente, por un presente imaginario o, más seguramente, por su indirecta influencia en la construcción de la opinión pública.
La nueva ofensiva contra el periodismo a secas se advirtió claramente con algunas designaciones decididas por la Presidenta en el Gobierno y en el Congreso. Moreno y su mano derecha, Beatriz Paglieri, que controlarán la economía más que ningún otro ministro del área, son enemigos declarados de Papel Prensa. Moreno no es sólo autor de aquel documento panfletario sobre la compra de la empresa por parte de sus actuales dueños privados, sino también el funcionario que llevó a su directorio formas tan violentas que la Justicia le ordenó no ir nunca más a Papel Prensa. Lo mismo hizo con Paglieri. La decisión judicial está ahora apelada.
La misma intención existió cuando Cristina Kirchner impuso a Diana Conti como presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales de Diputados, y a Marcelo Fuentes, en la misma comisión del Senado. Las comisiones de Asuntos Constitucionales son las más importantes en ambas cámaras. Conti se convirtió de aliada de Raúl Alfonsín en una ultrakirchnerista que promovió la fórmula «Cristina eterna» cuando se debatió sobre una eventual reforma constitucional. Fuentes es un senador neuquino, que nació en La Plata y perteneció al ala más dura de la juventud peronista en los 70. La leyenda urbana dice que fue jefe político de Néstor Kirchner en aquellos tiempos. Los años no moderaron ni el discurso ni los modos de Fuentes.
La represalia contra los dos más grandes diarios argentinos es fácilmente perceptible si se estudia el mercado del papel. El monopolio es inexistente porque la importación tiene arancel cero y carece de cualquier restricción; el precio del papel fabricado en el exterior es, incluso, más barato que el que produce Papel Prensa. El papel para diarios es un producto sobreofertado en el mundo porque el progreso de las plataformas digitales ha reducido considerablemente la demanda de diarios. Existe otra empresa en el país, Papelera Tucumán, que recibió los mismos incentivos que Papel Prensa para fabricar papel para diarios, pero prefirió elaborar otra clase de papel porque le es más redituable. Nada se dice ni se dijo sobre esa violación a los contratos iniciales por parte de la otra papelera.
Un proyecto del bloque del radicalismo en Diputados promueve incentivos para construir nuevas empresas para la producción de papel nacional y preserva por ley la absoluta libertad de importación. Esta sería una decisión encaminada a mejorar la oferta de papel para diarios sin el ostensible trazo de la venganza. No es lo que el kirchnerismo quiere en su cruzada contra el periodismo.
Hace poco, cuando asumió el poder, la presidenta brasileña Dilma Rousseff rechazó de plano una ley para «democratizar» la prensa que había nacido en su propio partido. «Quiero una irrestricta libertad de prensa», dijo. Su actual popularidad, a pesar de las denuncias de corrupción de la prensa libre de Brasil, superó ya a la de Lula. Hace 60 años, Perón echó mano aquí al control del papel para domesticar a la prensa independiente. Algunos diarios, como LA NACION, se vieron obligados a salir apenas con un puñado de páginas.
Cristina Kirchner tiene todavía la oportunidad de optar entre el ejemplo moderno de su admirada Dilma Rousseff, que combatió a la dictadura de su país hasta en la cárcel, o encerrarse en los rancios paradigmas de un peronismo que irremediablemente ha sido..