Muerto el perro, ¿se acabó la rabia? Sostienen las enciclopedias que el sentido de este refrán español tiene que ver con la causa y el efecto: “Se aplica a un enemigo que ya no puede hacer más daño porque está muerto o, en sentido general, a cualquier persona que está causando perjuicio”. El sentido intrínseco no es sólo español, sino mundial. “Rabies end with the death of a dog”, la traducción literal al inglés no tiene mucha lógica. Ellos dirían: “The best way to solve a problem is to attack the cause”. Pero y entonces, ¿el efecto termina cuando la causa muere?
No termina; el refrán es una falacia. La mejor manera de librarnos de nuestras responsabilidades individuales es transformarlas en símbolos colectivos.
Ayer murió un símbolo de la dictadura de 1976, quizás el mayor, un integrista católico que se creyó predestinado, un militar completamente argentino que encabezó la masacre de miles de personas. Pero recordar hoy la última dictadura militar como un plato volador que aterrizó para sojuzgar a millones de argentinos honrados y pluralistas es mentira. Videla fue un asesino, pero un asesino emergente de su época, su cultura y su país.
Claro que hubo víctimas, y muchas, pero hubo también silencio cómplice, abulia y desinterés. Nadie mata a decenas de miles de personas en un país que no lo consiente por acción u omisión. Aunque no es cierto que “cada país tiene lo que se merece”, es fácil depositar la culpa en el otro y nivelar todas las responsabilidades. En un país del Tercer Mundo donde un tercio de la población está aún debajo de los niveles de pobreza, hay gente que no tiene lo que se merece, tan sólo tiene lo que le dan, lo que le toca.
Y hay, después, niveles de responsabilidad. Hubo, ayer, quienes se alegraron de la muerte: algunos recordaron el “Obituario con hurras”, d e Mario Benedetti, el mayor de los poetas menores del Uruguay. Circuló con profusión por Internet luego de la muerte de Reagan, aunque el mismo Benedetti aclaró que había sido escrito en 1963 “y se refería a cierto crápula doméstico”.
“Se acabó el monstruo prócer, / se acabó para siempre, / vamos a festejarlo, / a no ponernos tibios, / a no creer que éste / es un muerto cualquiera” , dice el Obituario.
“Vamos a festejarlo, / a no ponernos flojos, / a no olvidar que éste / es un muerto de mierda” .
Videla fue la expresión más acabada del Partido Militar, de aquellos nacionalistas que tomaban por asalto el poder para nombrar luego a ministros de Economía liberales. Pero el Partido Militar contó con el apoyo de toda la clase política local: según las épocas, ya los radicales, comunistas, socialistas como los mismos peronistas llamaron con pasión a la puerta de los cuarteles. Hasta la propia guerrilla lo hizo, en la convicción de que una dictadura sangrienta haría que el pueblo apoyara los “ejércitos populares”. Mientras los Kirchner remataban departamentos en Santa Cruz, el Partido Comunista local sufría una división interna: estaban los que creían que “matando a diez mil” esto se arreglaba, y estaban los que decían que “eran necesarios cien mil al menos”. El apoyo de Moscú a la dictadura fue general: las diferencias estaban entre apoyar a Videla o a Massera y Viola. Esto suena tan extraño a la cultura de esta época como recordar a aquel tipo que durante el Juicio a las Juntas –yo estaba ahí– relató que lo liberaron de la ESMA cuando presentó el carnet del partido.
Ahora que pasaron casi cuarenta años y murió Videla, tal vez valga la pena preguntarse qué queda de Videla en nosotros, qué cosas de la dictadura militar sobreviven en una democracia autoritaria, la de un gobierno que completó e impulsó los juicios a los genocidas pero, a la vez, se preocupó más por los derechos humanos pasados que por respetar los presentes. ¿Son tan distintos los militares que se pensaban anteriores a la Nación que el grupo que sostiene el monopolio de lo nacional y popular? ¿Y las fantasías del poder eterno? ¿El sueño de Onganía de gobernar veinte años difiere en sustancia de la reelección indefinida? Se dirá que ahora, afortunadamente, el pueblo vota. Es obvio, ¿pero no se mantiene la lógica amigo-enemigo? ¿No hay, también hoy, quienes tienen el copyright de la verdad? El proyecto Equis o el infiltrado de la Policía en la agencia Rodolfo Walsh evocan los mismos fantasmas del pasado, como lo evoca la censura a los índices de precios de las consultoras o el acoso a los medios independientes.
“Hay dos modelos de periodistas: el liberal dependiente y el de la causa nacional”, dijo esta semana Carlos Kunkel, copropietario de la causa nacional. ¿No hay en ese pensamiento un hálito de Videla?
Las dictaduras de las mayorías o de las minorías no son tan distintas: ambas necesitan que el Otro desaparezca y ambas se sostienen en la convicción de que son los únicos representantes del Pueblo, la Verdad y la Nación. Por eso son personalistas, autoritarias y necesitan inventarse un pasado y un presente; por eso siempre son “fundacionales” y tienen un único interés: mantenerse en el poder a costa de lo que sea.
Videla murió ayer, pero la cultura autoritaria del Partido Militar aún sobrevive y atraviesa la historia argentina del siglo XX y el actual. Falta que pase mucha agua bajo el puente hasta que Videla esté definitivamente muerto.
No termina; el refrán es una falacia. La mejor manera de librarnos de nuestras responsabilidades individuales es transformarlas en símbolos colectivos.
Ayer murió un símbolo de la dictadura de 1976, quizás el mayor, un integrista católico que se creyó predestinado, un militar completamente argentino que encabezó la masacre de miles de personas. Pero recordar hoy la última dictadura militar como un plato volador que aterrizó para sojuzgar a millones de argentinos honrados y pluralistas es mentira. Videla fue un asesino, pero un asesino emergente de su época, su cultura y su país.
Claro que hubo víctimas, y muchas, pero hubo también silencio cómplice, abulia y desinterés. Nadie mata a decenas de miles de personas en un país que no lo consiente por acción u omisión. Aunque no es cierto que “cada país tiene lo que se merece”, es fácil depositar la culpa en el otro y nivelar todas las responsabilidades. En un país del Tercer Mundo donde un tercio de la población está aún debajo de los niveles de pobreza, hay gente que no tiene lo que se merece, tan sólo tiene lo que le dan, lo que le toca.
Y hay, después, niveles de responsabilidad. Hubo, ayer, quienes se alegraron de la muerte: algunos recordaron el “Obituario con hurras”, d e Mario Benedetti, el mayor de los poetas menores del Uruguay. Circuló con profusión por Internet luego de la muerte de Reagan, aunque el mismo Benedetti aclaró que había sido escrito en 1963 “y se refería a cierto crápula doméstico”.
“Se acabó el monstruo prócer, / se acabó para siempre, / vamos a festejarlo, / a no ponernos tibios, / a no creer que éste / es un muerto cualquiera” , dice el Obituario.
“Vamos a festejarlo, / a no ponernos flojos, / a no olvidar que éste / es un muerto de mierda” .
Videla fue la expresión más acabada del Partido Militar, de aquellos nacionalistas que tomaban por asalto el poder para nombrar luego a ministros de Economía liberales. Pero el Partido Militar contó con el apoyo de toda la clase política local: según las épocas, ya los radicales, comunistas, socialistas como los mismos peronistas llamaron con pasión a la puerta de los cuarteles. Hasta la propia guerrilla lo hizo, en la convicción de que una dictadura sangrienta haría que el pueblo apoyara los “ejércitos populares”. Mientras los Kirchner remataban departamentos en Santa Cruz, el Partido Comunista local sufría una división interna: estaban los que creían que “matando a diez mil” esto se arreglaba, y estaban los que decían que “eran necesarios cien mil al menos”. El apoyo de Moscú a la dictadura fue general: las diferencias estaban entre apoyar a Videla o a Massera y Viola. Esto suena tan extraño a la cultura de esta época como recordar a aquel tipo que durante el Juicio a las Juntas –yo estaba ahí– relató que lo liberaron de la ESMA cuando presentó el carnet del partido.
Ahora que pasaron casi cuarenta años y murió Videla, tal vez valga la pena preguntarse qué queda de Videla en nosotros, qué cosas de la dictadura militar sobreviven en una democracia autoritaria, la de un gobierno que completó e impulsó los juicios a los genocidas pero, a la vez, se preocupó más por los derechos humanos pasados que por respetar los presentes. ¿Son tan distintos los militares que se pensaban anteriores a la Nación que el grupo que sostiene el monopolio de lo nacional y popular? ¿Y las fantasías del poder eterno? ¿El sueño de Onganía de gobernar veinte años difiere en sustancia de la reelección indefinida? Se dirá que ahora, afortunadamente, el pueblo vota. Es obvio, ¿pero no se mantiene la lógica amigo-enemigo? ¿No hay, también hoy, quienes tienen el copyright de la verdad? El proyecto Equis o el infiltrado de la Policía en la agencia Rodolfo Walsh evocan los mismos fantasmas del pasado, como lo evoca la censura a los índices de precios de las consultoras o el acoso a los medios independientes.
“Hay dos modelos de periodistas: el liberal dependiente y el de la causa nacional”, dijo esta semana Carlos Kunkel, copropietario de la causa nacional. ¿No hay en ese pensamiento un hálito de Videla?
Las dictaduras de las mayorías o de las minorías no son tan distintas: ambas necesitan que el Otro desaparezca y ambas se sostienen en la convicción de que son los únicos representantes del Pueblo, la Verdad y la Nación. Por eso son personalistas, autoritarias y necesitan inventarse un pasado y un presente; por eso siempre son “fundacionales” y tienen un único interés: mantenerse en el poder a costa de lo que sea.
Videla murió ayer, pero la cultura autoritaria del Partido Militar aún sobrevive y atraviesa la historia argentina del siglo XX y el actual. Falta que pase mucha agua bajo el puente hasta que Videla esté definitivamente muerto.
«desparramar»la culpa en todos es un recurso de los reaccionarios.Lo hace Lanata al destacar el»apoyo»de la sociedad al gobierno de la dictadura militar.Como pertenenece al poder de los medios manipuladores se»olvida»o ignora lo que puede el miedo y la ignorancia como factores sociales.
Comparto si la idea de que tenemos una cultura todavia»autoritaria»que va mas alla de lo militar y de lo catolico ultramontano,es un fenomeno complejo ligado al colonialismo y a sistemas de dominacion que incluso pasan por lo familiar y por lo escolar,invadiendo lo politico,y ya que comienza el muñeco Michelin con un refran le agrego otro:los argentinos tenemos un enanito facista adentro que es muy dificil de superar.En este jardin,el mismo se cree dueño de la verdad y juez del gobierno.
Anda a la concha de tu madre, Lanata. Simple y sencillo.
Y ésto es el kirchnerismo, amigos….!!!!
guarangadas no sirven.
No, es cierto. El día que me lo cruce, además, lo voy a invitar a agarrarnos a trompadas. Nunca me agarré, no se ni cómo se hace. Pero con lo de Susana Trimarco fue la gota que me colmó los testículos. No quiero razonar nada con ese tipo. A los bifes. Y si pierdo, no me importa. Alguna le voy a acomodar.
A eso se refiere Lanata en la nota. No podrías haberlo ejemplificado mejor.
¿Y qué acaso hay que soportar que un cualquiera insulte así a una madre que perdió a su hija en una red de trata como si fuera cualquier cosa? ¿Eso me hace depositario de la moral videlista? ¿Defender del agravio a una tipa que se come una puteada de alguien a quien no le hizo nada?
Creo que nadie la critica por su lucha. Pero si hay mucho dinero del estado, habría que ver como se gastó. No es un agravio en si mismo. Ya vimos lo que pasó con las Madres de Plaza de Mayo, en si hiperrespetables.
Por eso tiene razón Lanata. Por eso queda mucho de Videla. Porque todavía cualquiera que emprenda una militancia de algo y no pertenezca a los circuitos tradicionales que según el orden de ideas que defiende Lanata deberían dedicarse a tales cuestiones, y lo de Trimarco lo es, es pasible de ser sospechado hasta que demuestre su sanidad. Aunque debería ser al revés.
Loco es plata del estado, de todos. Y sea quien sea tiene que dar cuenta hasta del último centavo.
Si querés militar sin rendir cuentas poné la tuya, o conseguí donaciones. Ya los «sueños compartidos» nos salieron demasiado caros.
Ya recuperaron 1280 mujeres, Mariano. ¿Qué cuernos justifica una sospecha tal que le reclaman de semejante manera?
lanata siente verguenza de sí mismo y ya no sabe cómo volver a lo que «fue».
y sigue fugando hacia adelante en busca de vaya a saber uno qué cosa.
Muy buen artículo de Lanata. Hay que tener muchas pelotas para pensar con la claridad que lo hace el tipo en ese texto sabiéndose mirado con lupa por todo el país las 24 hs del día. No dice ninguna genialidad Lanata en el artículo, pero alcanza con la manera de puntuar los párrafos y de de poner en ellos las cuestiones fundamentales que nos rondan hoy en día.
¿Pelotas «sabiéndose mirado con lupa por todo el país las 24 hs del día»?
Pelotas había que tener en los ’70 y antes y no ahora sobre todo que esta casta es libre de decir cualquier burrada sin siquiera recibir una demanda, gracias a la diKtadura por cierto
Opera sobre las audiencias redundates, fundamentalmente compuesta por la tilinguería clasemediera
Está bien Silenoz, ya sabemos que odias la cultura del país y de la clase en la que te tocó nacer.
No estimado don Diego, te equivocás.
Yo no odio a nada ni a nadie, tan sólo me molesta el nulo reconocimiento de las grandes carencias de los que se creen iluminados. Un gran desconocimiento que se funda basicamente en prejuicios y su consecuente falta de humildad
Eso, pelotas había que tener en los 70’s viejo, cuando los verdaderos luchadores por los DDHH se llenaban de guita ejecutando hipotecas con la 1050, qué mierda…
ja ja..
Si Gustavito, a mi con boludeces de clasemedieros no ehh!!
En los años sesentas (aprox.) también tuvo su cuarto de hora la teoría de ‘la culpa colectiva de los alemanes’ por el nazismo. Incluso hubo víctimas y defensores de víctimas que adhirieron.
Creo que al final quedó claro que eso -más allá de los componentes reales que tenía- servía más que nada para DIS-CUL-PAR a los verdaderos genocidas ante la historia. Claro, sólo eran ‘emergentes de un pueblo asesino’ que hacían algo que ‘estaba escrito’, etc. etc.
Ahora también vemos frases supuestamente ‘profundas’ que tratan de echar la culpa a todos los argentinos por la dictadura.
Eso tiene el perverso propósito, además de disculpar a los asesinos, de tratar de tapar a civiles (todavía) poderosos.
Con razón alguien pudo decir que ‘fue un golpe con apoyo… militar’.
Hay dos cosas distintas. Una son los crimenes de la dictadurq, que no pueden ser diluidos en la sociedad.
Y otra es la pulsion autoritaria, de derecha e izquierda, en la que la posibilidad de esa dictadura germino.
Esa pulsión, amortiguada, parecia estar semienterrada y en proceso de extincion en la sociedad civil en el 83. Pero ha resucitado, la vemos cotidianamente. No importa que las propias visiones prevalezcan, hace falta acallar las contrarias.
al hablar de pulsion entramos en la psicologia.En otro coment señale,como creo,que se dice vulgarmente que los argentinos tenemos un enanito facista adentro muy dificil de superar.Es la referencia a una conducta autoritaria que implica un mecanismo compensatorio de un ego inseguro,y esa inseguridad tiene raices historicas colectivas y personales que la pueden agudizar.Por otro lado el primer paso para disminuirla es tomar conciencia de que la tenemos,y luego tratar de que el entorno no ayude a su fortalecimiento.Tiene que ver con la violencia y la famosa crispacion pero no son lo mismo.
Se puede hacer un test simple. Ante dos versiones contrapuestas, y vos estás con la versión A. es más importante que la tuya se escuche, o es más importante que la otra no se pueda escuchar?
El probelma, muchachos kirchneristas, es que el «enanito» fascista de Uds. podría tranquilamente jugar en la NBA (?).
MARIANOT:yo trato de explicar,pero a vos no te entiendo.
Cuál tu tu reacción cuando ves que se difunde una opinión falsa, o errónea, o malintencionada? estarías de acuerdo con evitar su difusión?
es que tocas el tema de la verdad,nada menos.Soy de los que piensan que no hay censura para los medios de comunicacion.Y a Gustavito le recuerdo que quien niega tener prejuicios y se cree puro e imparcial posee el prejuicio de no padecerlos.