¿Y dónde está el piloto?

Los temas de la semana
Héctor A. Huergo
En el campo, el horno no está para bollos. La abrupta caída de los precios internacionales, no por inesperada, agrega una cuota de angustia que se suma al encrespamiento de la relación entre gobierno y agro. Lejos de comprender la verdadera situación, la conducción oficial no hace más que agregar leña al fuego.
La primera consecuencia de la caída de los precios es el achique. El gobierno cree que “igual van a sembrar”. Parten de la base de que no tienen otra alternativa y además, en sus últimos meses en el poder, tampoco les interesa que se profundice la sojización. Ignoran que ni siquiera “el yuyo” es hoy alternativa en la permanente huida hacia adelante del sector.
El campo sabe cómo ajustarse y va a hacer lo posible para llegar vivo al 2016. Conserva la esperanza de que cualquiera sea el sucesor, la situación será diferente. Nadie se hace demasiadas ilusiones, porque la política en general entiende bastante poco de las necesidades del sector, y sólo mira si habrá más o menos agua en la fuente donde siempre abreva. Pero como entre seres racionales “todo tiene un límite” , hay una ventanita abierta al optimismo.
El que no sabe cómo ajustarse es el gobierno, y esa es la Espada de Damocles que se sigue blandiendo sobre las chacras. Esta semana se conocieron nuevas normas de la Afip, involucrando ahora hasta la información sobre las compras de bolsas de almacenaje. En todo el mundo las bolsas, creación argentina para resolver la logística de cosecha y almacenaje, siguen ganando espacio. Pero acá el gobierno cree que las bolsas tienen la culpa de la falta de ingreso de dólares, porque los productores retienen la mercadería. Absurdo.
Ya les habían cortado los créditos BNA, en la “inteligencia” de que esto los obligaría a vender la soja. Lo único que lograron es frenar la venta de bienes de capital, acentuando la recesión en las empresas de maquinaria agrícola, que se rebuscan con alguna exportación también trabada por el atraso cambiario.
Ahora, para conseguir una carta de porte tendrán que llenar requisitos entre los que figura la declaración de compras de bolsones, indicando cantidad y medida. Lo van a hacer, con los dientes apretados, porque la bolsa no es para evadir sino para, simplemente, almacenar y elegir el momento mejor para vender. Pero la medida es una vuelta de tuerca que enerva. No es así como va a conseguir una mayor liquidación, ni mucho menos un impulso a la próxima siembra, la última de la era K, que dejará el gobierno sin haber logrado consolidar una cosecha de 100 millones de toneladas.
Otra amenaza que quizá se concrete en estos días es el desdoblamiento del precio del etanol, una vía de escape para el maíz de la región centro. Como bajó el precio internacional del cereal, el Ministerio de Economía quiere reducir el precio que paga YPF y las otras petroleras por el biocombustible que cortan con la nafta, sustituyendo importaciones y mejorando la matriz ambiental. Se mantendría el precio para el etanol de caña, cuyo precio no bajó, pero sí el del cereal. Un disparate técnico, aunque buen negocio para las petroleras porque éstas siguen subiendo el precio de la nafta.
En otras palabras, transferencia de ingresos de la cadena agroindustrial al surtidor, sin beneficio para los consumidores. Recordemos que hay cinco plantas de etanol de maíz, la más antigua no cumplió dos años de vida y las dos últimas (ACABio de Villa María y Diaser de San Luis) todavía ni siquiera se inauguraron. Les cambian las reglas de juego después de inversiones por más de 500 millones de dólares en el interior. Alrededor de estas plantas se ha formado un interesante mercado para el maíz, que encuentra la alternativa de “valor agregado en origen” como menea con frecuencia el discurso oficial.
Frente a la angustiante situación de los precios, todo el sector ajusta su estrategia. Hasta Monsanto flexibilizó su política, hasta ahora muy dura, de cobro por su tecnología. En esto incidió no sólo la creciente oposición de los productores, sino la fuerte caída de la rentabilidad agrícola. Han bajado los alquileres, se vuelve a las aparcerías en lugar de los arrendamientos con pago anticipado, etc. Pero al avión del gobierno se le apagaron los motores, a nadie se le cae una idea coherente. El Ministro de Agricultura se convierte en un simple comentarista, asegurando que hay que aumentar el peso de faena de los novillos, como si su función no fuera convencer a sus pares imberbes de Economía para concretarlo.
Entonces brota la pregunta inevitable: “donde está el piloto”.

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