Memorias del «antropólogo» Alan Greenspan

Hace dos años, me encontré con Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, en el marco del Aspen Institute Ideas Festival. Mientras conversábamos, el octogenario lleno de brío me manifestó su interés por la antropología social… y quería saber qué libros podía leer.
«“¿Antropología?”», respondí, sin salir de mi asombro. Eso cambiaba todo lo que sabía (y criticaba) de él. Greenspan, después de todo, era una persona ultraortodoxa, economista de libre mercado y tenía un vínculo estrecho con Ayn Rand, el novelista radical libertario. Se hizo conocido por propugnar que la mejor forma de manejar una economía era basándose en actores racionales que compiten en los mercados abiertos. Como presidente de la FED, rindió culto a los modelos matemáticos y desdeñó temas “»suaves”» como la cultura humana.
Pero las intenciones de Greenspan eran serias; quería aventurarse en nuevos territorios intelectuales, explicó. Y eso reflejó una búsqueda personal mucho más grande. Entre 1987 y 2006, cuando estaba al frente de la FED, Greenspan era muy respetado. Su dominio de los mercados -y el crecimiento estable y el bajo nivel de inflación que logró- fue tal que Bob Woodward, el experto de Washington, lo describió como un “maestro”. Luego estalló la crisis de 2007 y su reputación tambaleó cuando los críticos lo acusaron de haber creado la burbuja. Greenspan no se hizo responsable. Pero a fines de 2008, admitió al Congreso que la crisis había puesto de manifiesto una “falla” en su visión del mundo. Siempre había creído que los bancos actuarían de modo tal de proteger a los accionistas -según la teoría del libre mercado- pero se dio cuenta de que se había equivocado.
En los siguientes meses, Greenspan comenzó a cuestionar y explorar muchas cosas: por ejemplo, el mundo desconocido de la antropología y la psicología. De ahí nuestro encuentro en Aspen.
¿Se trataba solo de una breve vacilación intelectual? ¿Un pedido de compasión de un hombre que había pasado de héroe a no existir ante los ojos de los inversores? ¿O podía ser que un ex “maestro” de los libres mercados cambiase de parecer en cuanto a cómo funciona el mundo? Y en ese caso, ¿cómo repercute eso en la disciplina de la economía, ni hablar de los sucesores de Greenspan en el mundo de la legislación, tales como Janet Yellen, candidata a nuevo presidente de la FED?
A principios de este mes, finalmente tuve la oportunidad de encontrar algunas respuestas en una oficina en el centro de Washington. Desde que Greenspan dejó la imponente FED, esta oficina ha sido su centro neurálgico. Sale de una oficina que llaman la “Oficina Oval” debido a su forma.
Ha estado tan ocupado con su nuevo libro, El mapa y el territorio, publicado este mes y sucesor de las memorias anteriores, La era de las turbulencias. Su nuevo manuscrito explica su viaje intelectual desde 2007. Esencialmente muestra la razón por la que actualmente cree que el “mapa” que él (y muchos otros) alguna vez usó para analizar las finanzas es incompleto.
Este no es exactamente el mea culpa que algunas personas enojadas por la burbuja de crédito esperan ver. Greenspan construyó su carrera convenciendo a la gente que estaba en lo cierto. Nacido en Nueva York en una familia de origen europeo judío, se formó como economista y, antes de ser designado por Ronald Reagan como presidente de la FED, fue consultor en economía en Wall Street (intercalado con un breve período en el que trabajó para el gobierno de Nixon). Estos antecedentes alguna vez le valieron halagos; hoy más bien parecen una responsabilidad, al menos, a los ojos del ala izquierda de la política.
Pero, al menos, Greenspan cambió de parecer: ya no considera que la economía clásica ortodoxa y los modelos matemáticos pueden explicar todo. Durante las primeras seis décadas de su carrera, creía que el Homo-economicus era un ser racional y que los algorítmos podían predecir el comportamiento. Cuando trabajaba en Wall Street, le encantaba crear modelos y cuando ingresó en la FED creía que el banco central de Estados Unidos tenía una capacidad extraordinaria para eso.
Y aún así, en septiembre de 2008, este orgullo se hizo añicos cuando esos modelos venerados de pronto dejaron de funcionar. “Todo el período alteró mi visión de cómo funcionaba el mundo; los modelos fracasaron cuando más se los necesitaba… y el fracaso fue uniforme”, recuerda. JPMorgan hizo que la economía de Estados Unidos se acelerase tres días antes [del colapso de Lehman Brothers]… su modelo fracasó. El modelo de la FED fracasó. El modelo del FMI fracasó. Y estoy seguro de que el modelo Goldman también fracasó.
En shock, Greenspan pasó los siguientes meses tratando de responder su propia pregunta. Daba vueltas y vueltas a sus adorados algoritmos, registraba los datos y ponía a prueba sus ideas. No era la primera vez que se embarcaba en un examen de conciencia intelectual. Sin embargo, este era más radical. Greenspan estaba perdiendo la fe en “la presunción de la economía neoclásica que la gente actúa en propio interés racional”. “A mí de pronto me pareció que la idea de usar la matemática como base para fijar precios de ese sistema fracasó. La estructura de evaluación de riesgos fracasó”, observa.
Pero si los modelos económicos ya eran infalibles ¿había modos alternativos para predecir una economía? Greenspan profundizó en la economía conductual, la antropología y la psicología y el trabajo de académicos tales como Daniel Kahneman. Pero esos campos no ofrecían una varita mágica.
Cuando los meses se convirtieron en años, Greenspan fue desarrollando un nuevo marco intelectual. Este consiste esencialmente de dos partes. La primera mitad afirma que los modelos económicos siguen funcionando en términos de predecir la conducta en la economía “real”: su lectura de datos pasados lo ha convencido de que los algoritmos pueden capturar tendencias en ítems tangibles como los inventarios. Pero el dinero es otra cosa. En términos específicos, si bien los mercados pueden comportarse de modos tales que los modelos pueden predecir, también pueden volverse “irracionales”, impulsados por espíritus animales que desafían a la matemática.
Greenspan en parte echa la culpa de esto a la propensión del ser humano a entrar en pánico. “El miedo es una fuerza mucho más dominante en el comportamiento humano que la euforia”, sostiene. El otro asunto fundamental es lo que los economistas llaman “apalancamiento” (más comúnmente denominado “deuda”). Cuando la deuda en una economía es baja, las finanzas son “neutrales” en términos económicos y pueden explicarse mediante modelos, considera Greenspan. Pero cuando la deuda estalla, esto crea fragilidad… y genera pánico. Un cínico podría quejarse de que es una lástima que Greenspan no detectó esa “falla” cuando dirigía la FED y el apalancamiento estaba explotando. Admite que primero vio cuán irracionales podían volverse las finanzas ya en las décadas de 1950 y 1960 cuando probó brevemente, como joven economista de Nueva York, operar en los mercados de commodities. En aquel entonces pensaba que podía predecir los valores del algodón “desde afuera, mirando las fuerzas de la oferta y la demanda”. Sin embargo, cuando efectivamente “compró una banca en el mercado y efectuó numerosas negociaciones”, descubrió que la lógica racional no siempre gobernaba. “Hubo un par de muchachos en ese intercambio que no tenían el menor criterio, pero que hicieron mucho dinero. ¿Por qué? No estaban negociando un commodity, sino la naturaleza humana… y hay parte de la naturaleza humana que no es racional”.
Medio siglo más tarde, cuando dirigía la FED, Greenspan aparentemente había llegado a suponer que los mercados siempre se “auto-corregirían” de una manera lógica. Por lo tanto él no vio ninguna razón para desinflar burbujas o controlar la exuberancia excesiva por orden del gobierno. “Si las burbujas no se apalancan, pueden ser altamente perjudiciales para la riqueza de las personas que poseen activos pero no hay realmente ninguna consecuencia secundaria”, explica, señalando que la burbuja bursátil de fines de la década de 1980 y la burbuja tecnológica de fines de la década de 1990 se desinflaron, sin causar un daño económico real. “Sólo cuando se tiene apalancamiento un colapso de valores se vuelve tan contagioso”.
Por supuesto, la tragedia de la burbuja inmobiliaria de la década del 2000 consistió en que este episodio de exuberancia -a diferencia de 1987 o 2001- implicó un apalancamiento a gran escala. Greenspan, por su parte, niega toda culpabilidad directa por esto. Aunque los críticos se han quejado de que recortó las tasas en 2001, y generó así dinero fácil, Greenspan señala que a partir de 2003 la Reserva Federal y otros bancos centrales subieron diligentemente las tasas de interés. Pero incluso “cuando elevamos las tasas [oficiales], las tasas de largo plazo bajaron… los precios de los bonos estaban muy altos”, alega, culpando a este “misterio” sobre el hecho de que países como China están experimentando “un enorme aumento del ahorro, todo lo cual se derramó en el mundo desarrollado y en el mercado mundial de bonos en ese momento”. Pero cualquiera que sea la fuente de este apalancamiento, hay una cosa que está clara: Greenspan, como sus críticos, está de acuerdo en que esta oleada de deuda significó que la teoría económica clásica se volvió incapaz de predecir cómo se comportarían las finanzas. ‘Tenemos un sistema de financiación demasiado apalancado; los [modelos] no funcionan en este contexto.
¿Qué significa eso para instituciones como la FED? Cuando llegué a entrevistar a Greenspan, lo único que se mostraban las pantallas de televisión era el rostro de Yellen. ¿Qué consejo le daría [a ella]? ¿Debería destruir todos los modelos sofisticados de la FED? ¿O mejor contratar a psicólogos o antropólogos?
Por primera vez durante nuestra conversación de dos horas, Greenspan parece desconcertado. ‘Nunca se me cruzó por la cabeza… es casi demasiado impertinente opinar al respecto. No pensé en ello.‘ ¿En serio? Lo presiono. Sacude la cabeza vigorosamente. Y entonces cae en sutilezas diplomáticas. Una norma implícita, aunque vinculante, de la banca central es que los titulares actuales y anteriores de los cargos superiores nunca se critican unos a otros en público. ‘Yellen es un gran economista, una persona maravillosa‘, insiste.
Pero el tacto no puede ocultar por completo la profunda preocupación de Greenspan porque, seis años después de la crisis a causa del apalancamiento, hay incluso más deuda en el sistema financiero mundial y dinero aún más fácil debido a la política de expansión monetaria. Y más tarde admite que la FED se enfrenta a un desafío “brutal” en la búsqueda de una salida delicada. “Tengo preferencia por tasas muy superiores a las actuales”, señala.
Pero aunque Greenspan es cauteloso en criticar la expansión monetaria, se muestra más elocuente respecto de la banca. Lo más notable es que está cada vez más alarmado por el tamaño enorme de la máquina de hacer dinero occidental, alimentada a base de deuda. “Hay un problema muy complicado que no sabemos cómo resolver o ni siquiera tratar, que es un aumento inexorable de la relación entre las finanzas y los seguros financieros como proporción del ingreso nacional bruto”, sostiene. “En la década de 1940 fue de 2% del PBI… ahora llega a 8%. Pero no se trata de un fenómeno exclusivo de los EE.UU… ocurre en todas partes”.
“Uno esperaría que con la crisis de 2008 el porcentaje de financiación de la economía bajase y, de hecho, se redujo por un tiempo. Pero luego se recuperó a pesar de la mala fama que se ganó la financiación. Entonces cabe preguntarse: ¿por qué las partes no financieras de la economía consumen estos servicios? Sinceramente, no tengo la repuesta.‘
Lo que también preocupa a Greenspan es que este tamaño cada vez mayor fue de la mano de una creciente complejidad… y oscuridad. Ahora admite que incluso (o especialmente) cuando era presidente de la FED, se esforzaba por seguir el desarrollo de instrumentos complejos durante la burbuja crediticia. ‘No soy un neófito. He comercializado derivados y cosas y soy bastante buen matemático‘, observa. “Pero cuando estaba en la FED, solía decir, ‘¿alguien sabe lo que está pasando?’ Y la respuesta era ‘Solo en parte’. Podía preguntarle a alguien acerca de derivados sintéticos, por ejemplo, y obtenía un análisis pormenorizado. Pero no podía decir qué estaba pasando verdaderamente”.
Esta última declaración, sin duda, enfurecerá a los críticos. En 2005 y 2006, Greenspan nunca reconoció esta incertidumbre. Por el contrario, siguió insistiendo en que la innovación financiera era beneficiosa y combatía los esfuerzos de otros reguladores para frenar los productos crediticios más creativos que surgían en Wall Street. Incluso hoy en día sigue siendo cauteloso respecto del control gubernamental; no quiere imponer controles excesivos sobre los derivados, por ejemplo.
Pero lo que ha cambiado es que ahora cree que los bancos deberían estar obligados a tener colchones de capital mucho más gruesos. Lo que es aun más sorprendente, ha llegado a la conclusión de que los bancos deben ser más pequeños. ‘Yo no estoy a favor de desarticular los bancos, pero si ahora tenemos tantos problemas para liquidarlos, diría, a regañadientes, que sería mejor dividirlos.‘ También piensa que hace falta recortar las finanzas en su conjunto. “¿Es esencial que la división del trabajo en nuestra economía requiera una cantidad cada vez mayor de conocimientos financieros? Tenemos que asegurarnos de que los servicios que compran los servicios no financieros no sean sólo imitaciones o sobras”, señala con una sonrisa irónica. Se observa una profunda ironía en el comentario. En cierto sentido, Greenspan sigue siendo un pilar del pensamiento ortodoxo americano ultraconservador: El Mapa y el territorio despotrica contra la irresponsabilidad fiscal, el creciente presupuesto de la seguridad social y la cultura de los derechos. Y, sin embargo, al igual que sus críticos de izquierda, ahora parece totalmente desencantado con Wall Street y los extremos de las finanzas de libre mercado… sin importar que los haya defendido durante tantos años.

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