Es muy difícil escribir algo en las últimas semanas.
Esto es así porque, como hemos comentando un mes atrás, desde hace unos 60 días más o menos se registra un cambio importante. Si en un período relativamente largo, durante los últimos seis o siete años, había una serie de elementos novedosos que aparecían en el escenario político nacional -o, al menos, aspectos conocidos que se combinaban de una manera novedosa-, desde hace seis o siete meses la situación comenzó a dar un giro. La sensación es que lo que ocurre a cada momento es parte de una historia conocida. Que uno entiende lo que está pasando y puede prever con cierto grado de precisión qué es lo que vendrá. Es la dinámica de la crisis económica administrada por un gobierno fuertemente imbricado con la élite de la “gran empresa” que actúa en el país – hegemonizada por el capital extranjero- y, sobre todo, con el capital financiero transnacional (Wall Street). Quizás un elemento nuevo sea la relación tan cercana, sin intermediarios. Tantos años relativizando el marxismo ortodoxo para terminar viendo un caso en el que parece realmente que el Estado “viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”…
La corrida cambiaria que comenzó en la semana del 23 de abril, cuando el rendimiento de los bonos referenciales del Tesoro de Estados Unidos a 10 años subió a un 3 por ciento por primera vez desde enero de 2014, terminó de darle forma al nuevo escenario. En esta ocasión, en una semana el Banco Central vendió 3 mil millones de dólares (baratos) -por muy lejos, la mayor fuga durante pocos días en los 15 años que se llevan registros públicos de estas operaciones-.
Lo que pareció ocurrir además es que en ese momento se detuvo la política “normal”, que en la Argentina significa que se detuvo la iniciativa del Presidente sobre la dinámica política. Esa modalidad conocida que implica marcar la agenda, desplegar sus políticas, apuntar a su reelección y, de ser posible, delinear lo más posible la forma que tendrá la oposición que lo enfrentará. Veamos algunos episodios importantes previos a la crisis cambiaria, como para dar una mejor idea, por contraste, de la nueva situación política en la que nos encontramos:
- El 9 de marzo se reunió el Consejo Nacional del PRO y los medios oficialistas dejaron trascender que el partido de gobierno lanzaría formalmente “cuando termine el Mundial” la campaña por la “triple reelección” de Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta.
- Un mes más tarde, la jueza María Servini de Cubría intervino el Partido Justicialista nacional, ubicando al frente al sindicalista Luis Barrionuevo. Pocos días después comenzó la corrida bancaria y todo en la Casa Rosada fue desconcierto y manotazos al aire. La dinámica “normal” y esperable se había detenido.
Más tarde tuvo lugar la crisis cambiaria y la situación política cambió. Una vez apaciguada la primera etapa de la crisis y con la bandera del FMI ya izada, el Presidente salió a hablar e hizo una extraña autocrítica en la que se definió como demasiado optimista, pero ratificó a su equipo de gobierno.
Sin embargo, luego hubo una segunda disparada del dólar, lo que sí terminó determinando cambios de Gabinete. El acuerdo con el FMI y el despido de Federico Sturzenegger y Juan José Aranguren, los dos “duros” que más expresaban el ánimo presidencial, sumado al alejamiento del poco útil Francisco “Pancho” Cabrera se parecen a una reorganización de cara a recuperar cierta iniciativa. El problema es que esa iniciativa tiene que ponerse en marcha ahora para capear la recesión y, seguramente, profundizarla de la mano de la implementación del pacto con el Fondo y lo que en Europa llaman una “política de austeridad”.
Y entonces la vieja memoria de lo conocido. ¿Cómo era el corte de la cadena de pagos, el aumento en la cantidad de despidos, de quiebras, de cheques rebotados? ¿Qué pasaba cuando las empresas anunciaban que pasarían a pagar cierta parte de los sueldos en negro, cuando el Estado dilataba pagos a proveedores? ¿Cuál era la dinámica que se daba cuando las leyes que envía el Ejecutivo al Congreso son las solicitadas por el FMI? ¿Cómo se ponen en marcha ciertas herramientas del poder “duro” en ese contexto, algunas que pueden ser efectivas y otras que rápidamente dejan de serlo? ¿Qué pasa en una oposición que ingresa en un estado deliberativo, en sindicatos y movimientos sociales que entran en estado de alerta?
Hay una gran camada de jóvenes que no lo recuerda. Quien escribe estas líneas vivía con sus padres y no tenía hijos cuando ocurrió el último ajuste de la magnitud como el que se avecina. Las vidas de todos eran otras. Hay un músculo con recuerdo que hay que poner en marcha y otro nuevo que deberá encontrar su propia forma de actuar.
Porque además, si bien hay una memoria, no todo es igual. Porque ¿qué va a pasar ante un Mauricio Macri que está fuertemente sustentado por un núcleo duro de alrededor de un cuarto del electorado, que es mucho más aguerrido que el sector que sostuvo al mucho más “político” -en el sentido de contingente- y mucho menos “social” -en el sentido de clasista- Fernando de la Rúa? ¿Qué va a pasar en esa interacción entre Macri y su núcleo duro? ¿Y con ambos y el Estado si se ven acotados en su margen de acción?
No son pocas las incógnitas ni los potenciales peligros que acechan.