COVID-19, la política como el arte de «lo posible» y la crisis como su espejo

 

Por Leila Mucarsel

Juan Domingo Perón definía a la política como “el arte de lo posible”. Si miramos el devenir de la historia podemos comprender a lo que se refería el General: en cada lugar y cada tiempo, los hombres y mujeres, los Pueblos (en mayúscula), sus marchas y contramarchas, sus revoluciones (en minúscula, porque son siempre imperfectas) y sus gobiernos, han transformado la realidad en formas a veces solo unos días antes, impensadas. Del mismo modo, han fracasado, fallado, demorado, retrocedido, caído y se han vuelto a levantar. El punto, la línea, que separa lo posible de lo imposible es siempre incierto, móvil, cambiante. En ocasiones parecíamos a punto de tocar el otro lado de esa línea con las yemas de los dedos y de un segundo al otro nos arrebataron esa posibilidad.  Y la política, siempre en el medio. La política como actividad humana, el oficio más antiguo (más antiguo que la prostitución, como dice el politólogo Andrés Malamud), es siempre la mano que dibuja, desdibuja y corre esa línea, en base a un lienzo que viene dado por las circunstancias, claro está. Allí el arte.

Otra forma de decir esto, como subrayaron varias pensadoras, es que “lo político” pertenece al universo de lo contingente. En lógica, la contingencia es la característica de algo en cuanto a que puede ser o no ser, dependiendo del caso: algo que no es necesario, pero sí posible.

Traigo esta reflexión a colación de lo que está sucediendo hoy en el mundo a partir de la irrupción del coronavirus. Las crisis, las catástrofes naturales o humanas (si es que se puede definir con precisión el origen de estas) y las guerras han sido históricamente espacios de excepción, “lugares” y “tiempos” donde los hechos impactan tan fuerte en la realidad que las reglas que delimitan lo posible y lo imposible suelen caer como piezas de un dominó. Estas situaciones están muy cercanas a lo que describíamos de la política, porque se vuelven oportunidades para cuestionar y repensar lo imposible. Podríamos decir que, si la política es el arte de lo posible, las crisis sistémicas son un reflejo de lo que es posible. Una grieta que permite vislumbrar capacidades, formas de hacer las cosas que estaban ocultas o prohibidas. Un momento de excepción donde se puede avanzar en direcciones antes impensadas. Son además un tiempo donde caen los velos: el rey mercado, desnudo, nos deja desprotegidos, corre en pánico, nos deja sin laburo y hasta nos sube el precio del alcohol en gel y los alimentos.

Siempre el resultante de una crisis tendrá componentes esencialmente políticos. Bien lo ilustran los resultados ante las dispares respuestas de Argentina vs. Brasil, o Alemania vs. EEUU. Como alertaba Byung-Chul Han, “la revolución será humana”, o no será. Nada cambiará definitivamente por la pandemia en sí misma. Los cambios que la crisis avizora como imprescindibles, empezando por la necesidad de repensar fuertemente el capitalismo financiero y potenciar el rol del Estado en las sociedades actuales, pueden o no suceder. Dependerá de la capacidad política de quienes buscamos un mundo más justo. La experiencia histórica muestra la capacidad del capitalismo para adaptarse luego de crisis sistémicas e incluso volcarlas a su favor reforzando la concentración y el poderío de unos pocos en desmedro de las mayorías. Sin ir muy lejos, tras la profunda crisis financiera global iniciada en 2008, la economía pre-COVID19 mostraba rasgos muy similares a la que dio origen al colapso.

Quiero terminar llevando estas preguntas en torno a lo posible y lo imposible al plano de la economía. El paradigma neoliberal, aún vivo y coleando, se impuso en base a una construcción teórica-política basada en la idea de que en economía hay ciertas cosas que no se pueden discutir: el tristemente célebre There Is No Alternative de Thatcher. En el plano académico, se hizo durante décadas un trabajo minucioso por instaurar supuestas leyes de cumplimiento universal en torno a cómo funcionan las economías, de base marginalista, y sintetizadas por Milton Friedman, discípulo de Von Hayek. Estas reglas, si bien se han demostrado mil veces falsas y lo que es peor, han llevado innumerables veces a países al hambre y la miseria a partir de las políticas que inspiraron, siguen aún hoy siendo pregonadas como dogmas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Troika Europea.

Una de esas reglas de oro del neoliberalismo tiene que ver con la necesidad de reducir al mínimo el rol del Estado y del gasto (inversión) pública. En el mundo actual está resurgiendo con claridad la importancia que tienen los Estados para la vida cotidiana, la organización e incluso la continuidad de las sociedades actuales. En este mundo, los fondos, los recursos financieros y materiales que siempre parecen escasear, de repente aparecen. Es lo mismo que sucede en tiempos de guerra, pensémoslo: nunca faltan recursos para la guerra. Sin lugar a dudas, esta crisis muestra que el espacio para las políticas económicas es mucho más amplio que en el que habitualmente nos quieren hacer creer, incluso en los países periféricos.

Estamos en un momento del mundo donde ha quedado en evidencia que los Estados son los únicos actores capaces de liderar la tarea colectiva de cuidarnos, en un tiempo donde la solidaridad entre los seres humanos vuelve a ser imperiosa, como marcó el Papa Francisco, “nadie se salva solo”. La Argentina está haciendo un soberbio esfuerzo por cuidar a su gente, con un Estado presente y activo que demuestra de lo que somos capaces, y nos coloca entre los países que son ejemplo en un mundo en caos.

¿Estaremos en condiciones de poner en marcha planes tan audaces como los actuales una vez pasada la pandemia? Recordemos, las crisis son también espejo de lo posible, nos muestran de lo que somos capaces, nos muestran que los recursos humanos y financieros están cuando la realidad apremia. Se trata de entender que otros de los problemas que nos acechan, como la desigualdad y el cambio climático, son igual o más perniciosos que el virus. ¿Seremos capaces de actuar antes de que sea demasiado tarde? ¿Cómo sostener esa sensación que hoy está en el aire de que en cierta manera todo se puede hacer si se trata de responder a la crisis? Es urgente crear un sentido colectivo en torno a objetivos ambiciosos que nos unan para alcanzarlos, Misiones (en el sentido de Mazzucato) que permitan direccionar el desarrollo en las direcciones socialmente definidas como prioritarias, como lo es hoy frenar al coronavirus, o terminar para siempre con el hambre en la Argentina. Pero, como, nuevos pactos sociales que partan de rediscutir cómo se reparten los riesgos y beneficios entre los actores públicos y privados, que rehúyen a pagar impuestos, pero hoy claman por el accionar estatal. Para ello, es clave defender que los Estados son mucho más que los bomberos del sistema cuando hay crisis, o “prestamistas de último recurso”, son los organizadores sociales por excelencia, y más aún, moldear con su accionar nuevos mercados y realidades en defensa del bien común. Son quizás la institución que mayor capacidad, legitimidad y recursos necesita en un mundo donde la complejidad es enorme y crisis como esta serán cada vez más frecuentes. Que se puede, se puede, te lo digo un fin de semana donde los bancos están abiertos en la Argentina, las fronteras cerradas en plena ‘Era de la globalización’, y más de mil millones de personas en todo el mundo sin salir de sus casas.

 

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