Jair Bolsonaro se convirtió en el presidente electo de la República Federativa del Brasil para el estupor de millones y con consecuencias que no alcanzamos a imaginar, para su país y la región toda. Semejante noticia, desde el apoyo obenido en la primera vuelta electoral, han despertado análisis y preocupaciones, pero también expectativas: la agenda de Bolsonaro ya está entre nosotros, solapada desde hace décadas; más explícita en los últimos tiempos. Quizás por ello la pregunta acerca de si tendremos un personaje electoral semejante en Argentina, es menos relevante que saber si sus propuestas y su orientación política ganen espacio aquí y allá. Las formas pueden mutar.
El economista Eduardo Crespo, quien conoce de la política en Brasil, señalaba en las redes (@ecres70) que la violencia que predica el ya presidente electo no es algo que va a llegar: ya está instalada en Brasil; su presidencia lo que hará de seguro es profundizarla, institucionalizarla aun mas desde el propio Estado. Primer acuerdo que debemos alcanzar: Bolsonaro no es un emergente inexplicable. La sociedad brasilera conoce de la violencia hacia las clases populares; del racismo, de la xenofobia, de la violencia contra las mujeres. La conoce en términos sociales pero también lo anteceden la historia política: Brasil liberó a los esclavos recién en 1889. El imperio dio paso a la república en el año 1903, dos antecedentes que marcaron a fuego diversas dimensiones del siglo XX.
Hacia 1930 la ola fascista nacida en Europa llegó a nuestro continente (al igual que la de ahora, porque es importante recordarlo, le debemos al viejo continente el origen de la trágica experiencia fascista), y en Brasil generó un importante movimiento político denominado “integralismo”, liderado por Plinio Salgado de connotaciones antiliberal y anticomunistas y claro, fascistas. Tuvo una fuerte influencia en el primer mandato de Getulio Vargas y derivó en la experiencia fallida del Estado Novo, de claras raíces corporativas. Luego rompe, pero su matriz ideológica desplegó una gran adhesión y militancia en las grandes ciudades del Brasil y en parte vuelve a ocupar espacios en la dictadura de 1964.
No, Bolsonaro no surge de la nada. Hay una trayectoria. La suya propia que lo tiene como diputado nacional desde hace 27 años, con apenas tres proyectos de ley de su autoría que fueran aprobados. De allí que sea complejo colgarle el cartel de antisistema de modo tan inmediato. Por otra parte él mismo proviene del Ejército y es apoyado por muchos de sus miembros que lo acompañan en las listas e incluso en la vicepresidencia. La militar, una de las burocracias estatales más relevantes, si algo es, es ser parte del sistema.
Representa entonces una tradición de la política brasilera (o toma elementos de ella) y a la vez expresa a algunos emergentes actuales. Pero de la mano de tantos movimientos políticos que hoy en diversas partes del mundo levantan la intolerancia como bandera obliga observarlo en ese giro, de alcance global, casi de un nuevo tipo de globalización; en ese marco, cabe también la pregunta, que ya se ha pronunciada, acerca de cuántas similitudes existen con Mauricio Macri y su concepción política. ¿Son lo mismo? El latiguillo acusador para anular matices y tratar a Macri con la misma vara que al líder brasilero puede llevar a equívocos, pero si de agendas hablamos, vale la pena no descartar hipótesis. Porque si Bolsonaro es emergente de un contexto y una historia, Macri también lo es. Y esas historias tienen puntos de contacto, además de diferencias.
Hay un contexto global, decíamos, expresado en los EE.UU., en Europa y en otras geografías. Abunda la intolerancia, la xenofobia y las visiones que ven en los pobres a enemigos latentes. Un combo así es razonable que genere estas propuestas. El macrismo, con sus matices, nace también en ese clima. No le han faltado expresiones discriminatorias a muchos de sus principales referentes, el Presidente incluido. Los recortes que sufren incesantemente las políticas de protección social son evidentes; estamos, tomando palabras de Robert Castel, ante un aumento de la desprotección. Las libertades civiles, pilar del pacto democrático de 1983, ingresaron a un espacio de duda e incertidumbre para muchas y muchos habitantes. A esas dimensiones Bolsonaro le ha inyectado un clima de violencia atroz. Ha amenazado con “borrar” a personas del PT, del Movimiento sin Tierra y a todo aquel que considere enemigo. Ese condimento, en Argentina, circula por ahora en manos de algunos comunicadores sociales y en dirigentes políticos que no lo plantean abierta o públicamente. No es un detalle menor, pero no puede ignorarse que el huevo de la serpiente, está.
Bolsonaro y Macri, en definitiva, habitan ese espacio que es la derecha. Vale recordar que desde el macrismo, no se han escuchado voces preocupadas por una victoria del ex militar, ya sucedida; recordando que tanto les preocupa la política venzolana, por caso. Ese mismo espacio de la derecha que comparten, los hace vecinos, aunque no vivan en la misma casa. Hace un tiempo hice un cuadro, para el caso argentino, sobre las posibles ramificaciones de la derecha, que vuelvo a compartir. Tiene dos variables, una acerca de los métodos de acción política, otra sobre la ideología y menciona algunos casos hist{oricos derivados de esas variables:
El PRO logró, por primera vez desde el sufragio universal, que la derecha accediera al poder por la vía electoral. En ese cuadrante se ubica. No es lo mismo que otras expresiones de la derecha, aunque sean vecinos. Si pensamos en Bolsonaro, la lectura del cuadro, se tiende a complejizar. Ha optado por la vía electoral, pero su discurso lo acerca a aspectos del nacionalismo incluso violento, a la vez que predica bondades de la economía de mercado (aunque ha habido contradicciones nada menos que en este aspecto)- ¿Están Bolsonaro y Macri en los cuadrantes opuestos? Lo dicho anteriormente, niega ese extremismo de separación. ¿Será Bolsonaro una versión de la derecha que combine el libre mercado con los discursos intolerantes y violentos…otra vez? ¿El macrismo alentará una construcción política distante de lo que suceda en Brasil, o realizará una lectura “corregida” de un nuevo escenario? ¿Ingresa la región toda hacia un nuevo consenso de la exclusión y la intolerancia? O, porque también es posible ¿Bolsonaro será víctima de sus promesas desmesuradas y violentas y el electorado se descencantará más temprano que tarde? Como siempre, el futuro, no está escrito.