Por Marcela Cardillo y Martín Reydo *.
Con motivo de los doscientos años del nacimiento de Karl Marx, New York University (NYU) organizó un ciclo de charlas con referentes políticos y culturales. Entre ellos disertó Slavoj Žižek, – doctor en filosofía por la universidad de Ljubljana- y una especie de rockstar provocateur. Fiel a su estilo pintó el presente y futuro de un negro oscuro entre chistes y frases para tarjetas de Hallmark post-apocalipsis. Sin embargo, algo que planteó y generó esta nota fue un análisis que hizo de las actitudes de Trump como presidente.
Žižek afirmó que una de las actitudes que hace único e impredecible, en el peor sentido, a Trump es que “rompe reglas implícitas”. No comete actos de flagrante ilegalidad, al menos no hasta ahora, pero corre los limites de lo posible permanentemente. Y el ejemplo más claro que dio fue la nominación del ahora supremo vitalicio Brett Kavanaugh. Cuando Obama tuvo en su momento la oportunidad de hacer su nominación para la Corte Suprema, la prudencia primó en su decisión de no hacerlo y dejar que el próximo presidente electo lo hiciera. Ante la muerte del supremo Antonin Scalia, Obama postuló como candidato a Merrick Garland (un moderado absoluto) pero el senado puso el grito en el cielo diciendo que no correspondía. Obama venía de perder las midterms de 2014 desastrosamente, y los republicanos argumentaron que el próximo presidente electo debía proponer a su candidato. Obama aceptó esta situación sin siquiera intentar insistir con su nominado. No logró que hubiera ni una sola renunión de comisión para tratar el pliego. Se puede argumentar en su favor que era muy difícil obtener la aprobación de su candidato -la última vez que un presidente demócrata pudo poner un juez en la Suprema Corte mientras los republicanos tenían la mayoría en el senado fue en 1895-. Por supuesto que para la época de la nominación nadie pensaba que Hillary Clinton pudiera perder, pero ya sabemos cómo terminó esa historia.
Cuando en cambio Trump nomina a Brett Kavanaugh en 2018, con un Congreso sí alineado con el partido del presidente, también salió la oposición demócrata a decir que no era prudente una nominación a un cargo vitalicio en vistas de las elecciones de medio término. Pero por supuesto, esa sola oposición insinuada, y sin los votos necesarios para frenerla en el Congreso, hizo que Trump redoblara la apuesta, rompiera todas las reglas implícitas que le pusieran delante y sostuvo la candidatura a pesar de las gravísimas denuncias de acoso sexual contra su candidato.
La hipótesis modesta que aquí sostenemos es que no solamente Trump quien ha decidido romper estas buenas costumbres implícitas sin sufrir consecuencias por ello. Jair Bolsonaro, flamante presidente electo de Brasil, y sin dudas una nueva especie en la política democrática latinoamericana, acaba de nombrar ministro de justicia y seguridad pública a Sergio Moro, el juez del Lava Jato y responsable de encarcelar al principal opositor del ahora presidente electo. No solo no parece que esta medida vaya a tener consecuencias negativas para Bolsonaro, sino que es probable que le brinde apoyos masivos adentro de Brasil (la legitimad externa de la movida, sin embargo, aparece más sombría en la prensa internacional).
Si con estos bueyes aramos entonces es justo preguntarse cuál sería el plan de acción para una fuerza democrática que pretenda desde la centro-izquierda derrotar a estos candidatos. Las reglas y los modos han cambiado sin lugar a dudas. Gobernantes fuertes apoyados en su núcleo duro con un respeto mínimo por las reglas implícitas de la democracia. En ese sentido, las elecciones de mitad de término en Estados Unidos podrán brindar un panorama más claro sobre la reacción de los votantes a este tipo de liderazgo, y los anticuerpos que los demócratas, especialmente las minorías, están desplegando frente a la amenza Trump. La frase que más ha resonado dentro de la militancia progresistas demócratas es que ya no es tiempo para “handshakes but for fists” como una crítica bastante directa a la estrategia obamista.
Pareciera que en estas elecciones, sobre todo al interior del partido demócrata, se juega un capítulo importante en la suerte de las fuerzas progresistas. La política americana ha sido inspiración recurrente para las derechas, no para la centroizquierda. Sin embargo, en un contexto global donde la derecha se expande en los principales países del mundo a ritmo aceleradísimo, tensando al máximo los límites del regimen democrático, estas elecciones legislativas en EEUU despiertan la atención y el entusiasmo de muchos ávidos de encontrar claves para revertir la ola global reaccionaria.
No por nada, Trump ya abrió el paraguas y declaró que él no es responsable de un potencial mal resultado electoral de los republicanos. El hombre, se sabe, no está dispuesto a hacer autocrítica, rompiendo otra regla implícita sin siquiera despeinarse.
* Marcela Cardillo. MA Arts & Politics. New York University.
Martín Reydó. MPA Candidate. Columbia University