(Publicado originalmente aquí).
Como ya es una característica de mis (infrecuentes) posteos reflexivos, empiezo con precisiones. “El largo adiós de Mauricio Macri” se refiere, también, al hecho que me parece muy improbable que su nombre esté el 27 de octubre de este año en alguna boleta como candidato. Tengo claro -no puedo dejar de verlo, porque es evidente en los sondeos- que es hoy uno de los dos candidatos presidenciales instalados en la conciencia de una mayoría larga de los votantes. Y que es el único candidato posible de la actual coalición Cambiemos. Pero el proceso de desgaste que comenzó el año pasado y que considero inevitable que continúe en éste, creo que lleva a que en algunos meses deje de ser candidato a la reelección. “Perder no es peronista”, ni tampoco antiperonista; salvo para la pequeña minoría que termina votando con una convicción ideológica firme.
Una indicación clara de su deterioro es el tan comentado adelanto de las elecciones en provincia de Buenos Aires. Más allá que se haga o no, aún más allá de la existencia de una intención real o que sea una maniobra de distracción, muestra bien claro que una candidatura presidencial de Macri “tira para abajo” las boletas que acompaña.
Pero puedo estar equivocado en mi pronóstico: el futuro es imprevisible por naturaleza, y el Mauricio ha mostrado mucha más voluntad de poder que el desdichado De la Rúa. Sobre todo, no es lo importante. Pues un título alternativo en el que pensé era “La larga agonía de la Argentina globalizada”, en un eco del seminal trabajo de Halperín Donghi “La larga agonía de la Argentina peronista”. Expresa mejor lo que yo pienso del momento que vivimos.
Pero no lo elegí, por dos motivos. Halperín puso su énfasis en el conflicto de “legitimidades irreconciliables”. Es válido, y lo sigue siendo: todavía hoy la política argentina se divide en dos sectores, dos discursos, que no aceptan la legitimidad de los valores del otro. Pero alguna formación en economía que tengo, y la historia reciente, me llevan a pensar que un gobierno que no da una mínima previsibilidad a las variables económicas -empezando por los precios, el dato más inmediato para cualquier persona, y el valor del dólar, la moneda que funciona como reserva de valor para los argentinos- es como un gobierno que pierde una guerra. Pierde legitimidad para gobernar, sin importar cuánta gente esté de acuerdo con su discurso o sus valores.
Eso es lo que está sucediendo, creo. El de Macri ha sido el tercer gobierno que se esfuerza, conscientemente, en adaptar la economía y la sociedad argentina a las reglas de juego de la globalización financiera, lo que algunos han llamado el “capitalismo tardío”. El tercero desde 1975, cuando se interrumpe en nuestro país el proceso, irregular pero sostenido, de crecimiento industrial que empezó antes del peronismo pero al que éste le puso impronta política y social.
Esos gobiernos son el primero de la dictadura que comienza en 1976, con el ministro de Economía de Videla, Martínez de Hoz; el de Carlos Menem, con origen y apoyos peronistas y su ministro de Economía, Domingo Cavallo; y éste, el de Macri, con un equipo mucho menos coherente que esos dos anteriores.
(Un aparte que pueden saltearse sin perder nada del argumento: Elijo la fecha de 1975 porque -los registros estadísticos son abrumadores- es el año en que se interrumpe el crecimiento industrial argentino, que hasta ese momento era comparable con la mayoría de los países “exitosos”. Y también porque por ese tiempo comienzan a descartarse en Occidente las protecciones arancelarias a las industrias locales y el “estado de bienestar”. Las reformas que inicia Thatcher en Inglaterra (y el experimento de los “Chicago Boys” en Chile).
No pretendo establecer una teoría de la historia argentina. Ya tenemos demasiadas. Es plausible pensar que en nuestro país se enfrentan dos proyectos contrapuestos desde 1810. O aún antes. Pero se corre el riesgo de sumar mucho palabrerío sin conexión con la realidad. Puede hacer ver en la expedición de Juan de Garay -casi totalmente paraguaya- una manifestación del imperialismo europeo. Y querandíes nacionales y populares).
Como sea. Los dos intentos anteriores fracasaron, con un altísimo costo social. Con esto me refiero al hecho evidente que no lograron establecer una “normalidad” aceptable para una mayoría -o una “primera minoría”- de los argentinos, que perdurase más allá de las relaciones de poder vigentes en un momento dado. Que siempre van a cambiar. Valdría la pena tomar en cuenta que el que tuvo origen y apoyo peronista fue el que duró más, pero es otro tema.
Lo decisivo es que Macri no ha conseguido esa “normalidad aceptable” ni siquiera después de haber obtenido un triunfo -así lo apreciaron oficialistas y opositores- en las elecciones de 2017. Hoy, los números son inapelables: aún en el improbable caso que fuera reelecto, con la hostilidad de una parte muy numerosa de los argentinos, se vería obligado a reestructurar la deuda externa que él mismo contrajo. No es la forma adecuada para ubicarse en la globalización financiera, que depende, por definición, de las expectativas de beneficio de los fondos de inversión y de especulación.
Pero dije que tenía dos motivos para no hablar de una agonía de la “Argentina globalizada”. El otro, es por la misma razón que pienso que el título de Halperín de 1994 resultó inapropiado. Es cierto que la experiencia peronista de 1945/55 correspondió a una Argentina y un mundo que ya no existían. Y que las estructuras y las relaciones sociales que formó y lo habían formado se estaban transformando, desnaturalizando, para muchos, en las entonces frescas reformas del menemismo. Pero la historia siguió, como siempre. Y mostró que en una parte muy grande de los argentinos el peronismo tenía raíces profundas.
La experiencia kirchnerista fue -por supuesto- muy distinta de la del peronismo fundacional. No sólo la Argentina y el mundo eran muy diferentes. Tampoco existió la voluntad o la capacidad de realizar transformaciones profundas como las de ese tiempo. Pero en campos tan importantes como diversos, la valorización de la soberanía, la defensa del mercado interno, un (prebendario) proteccionismo industrial, la prioridad dada al consumo, la inversión en ciencia y tecnología, hasta un estilo “igualitario plebeyo” (esto último si compartido con el menemismo) se parecía más al peronismo fundacional que a cualquier otra experiencia posterior.
Mi conclusión no es determinista, entonces. El “experimento macrista”, como lo bautizó un amigo, peronista ortodoxo él, fracasó. Pero el desesperado deseo de ser “un país como (se imaginan que son) los demás” sigue muy presente y poderoso en (otra) parte muy grande de los argentinos. Hasta Néstor Kirchner tuvo que hacer campaña en 2003 prometiendo “un país normal”. Y Cristina Kirchner triunfó en 2007 con una promesa de “normalidad”. En ese sentido, la elección de 2011 fue una anomalía. Basada en que la oposición no tenía candidato. Que la economía marchaba, en la sensación de los votantes, y de la mayoría de los grupos económicos, muy bien. Y tampoco se prometió desde el oficialismo ninguna revolución, ese sueño húmedo de los militantes.
Esas dos pulsiones, para llamarlas de alguna manera, siguen existiendo. El problema no es tanto, me parece, “la grieta”. El nuestro es un pueblo que ama y odia con mucha facilidad, pero hace décadas que la violencia no es aceptable para las mayorías. Cualquier mayoría.
La clave es que esas “dos Argentinas” -en realidad una sola, con ideales contradictorios- siguen vigentes. Mezcladas en las mismas provincias, los mismos barrios, las mismas familias. Cualquier proyecto debe apoyarse y expresar una de ellas, o es una alquimia de políticos y publicistas sin posibilidad alguna de triunfo. Pero debe tener en cuenta la existencia de la otra, si quiere gobernar. Y, volviendo al plano práctico con el que empecé, debe tener un proyecto económico viable en la actualidad. La “receta globalizadora” aparece cada vez más desvinculada de cualquier política concreta y sólo sigue firme y dogmática en el discurso de sus voceros. Pero las distintas heterodoxias -hoy está de moda llamarlas “populistas”- no tienen receta. Tal vez esa sea su mejor característica.
interesante punto de vista. Sobre todo viniendo de Abel, que no es de andar exagerando. Tengo la sensación de que en cambiemos, algunos cantaron: Todos a los botes! pero no hay para todes…
Hola! Lamentablemente de los tres procesos que mencionas si hubo uno (el de Carlos ) que pudo surfear una o dos hiperinflaciones y una hiperdevaluacion, antes de estabilizar la macro (rapanelli, erMan ) ante de Cavallo en el 91. Por ahora Macrii la esta pasando, me parece que todavía está todo el juego aabierto.
Abel B., thank you ever so for you post.Much thanks again.
EXCELENTE DÍA, LOS INVITO A TODOS A QUE SE DEN UNA VUELTA POR MI PÁGINA WEB, SE LOS AGRADECERÉ