A ambos lados del centro: fantasmas, argumentos y la cuestión de la racionalidad en las democracias contemporáneas

 

Por Ezequiel Ipar.

El lector reconocerá en el título de este texto los motivos básicos que lo inspiraron en su momento. Hacer un pequeño homenaje a un diagnóstico político preciso y valioso que escribió hace más de 10 años T. Di Tella en el que anunciaba un cierto “ordenamiento” del campo político Argentino en torno a dos coaliciones: “La de derecha, que se identifica con la mentalidad del gran empresariado, y la de izquierda, que reúne al sindicalismo y grupos intelectuales”. La idea era ver qué (creo que) está pasando hoy con las fuerzas que se enfrentan a ambos lados del centro. Como intuía que la intención de Di Tella era mostrar (y saludar) el modo en el cual esa configuración derecha/izquierda iba a permitir “darle racionalidad” a nuestro sistema político, en la segunda parte del texto quería agregar un pequeño comentario sobre la cuestión de la racionalidad en momentos de alta polarización política. Pretendía básicamente argumentar a favor de la idea que sostiene que no son necesariamente incompatibles los conceptos de polarización y racionalidad política. Sin embargo, pasaron cosas que hicieron estallar el esbozo de aquel texto. En este caso en realidad lo que pasó fue una declaración del “jefe supremo de la Nación, jefe de gobierno y responsable político de la administración general del país”. Prometo escribir en otra ocasión aquel homenaje a Di Tella y explorar con mis posibilidades esa idea que no contrapone polarización y formas de racionalidad. Pero ahora necesito detenerme en esta pieza de antología para los estudios políticos que acaba de pronunciar el máximo “responsable político de la nación”. El enunciado es público, no se trata de una infidencia, sencillamente porque lo hizo público el propio presidente de la nación. Dice así:

“No se necesitan argumentos, no es necesario dar explicaciones. Es tu autoridad, tu confianza, tu credibilidad, la que tus relaciones valoran para acompañarte en tu decisión. Por eso yo te invito a publicar esta foto [mi foto] en tus redes”

Reflexionar sobre este enunciado, tratar de “decir algo” sobre lo que ahí se dice y se supone, implica necesariamente comenzar por la experiencia que provoca su lectura. A los racionalistas-en-recuperación este apotegma del Sr. presidente nos deja congelados: ¿cómo seguir después de eso? ¿qué es eso? ¿cómo llegó acá? Pero no quiero pensar esto en términos idiosincráticos, por eso enseguida pienso: ¿cómo se sintieron los intelectuales que firmaron honestamente una carta argumentando su apoyo a la reelección del presidente? Quiero detenerme, pero se me hace difícil no pensar en todos los que trabajan con el lenguaje argumentativo enseñando, planificando, soñando, formando, construyendo, creando, amasando. Me inquieta lo que puede producir en ellos ese latigazo sacado de las entrañas de un pseudo-vitalismo reaccionario. También pienso en sus seguidores, los que lo aman o lo respetan por sus ideas políticas: ¿cómo se sintieron cuando su jefe político les reconoció una autoridad que no depende de argumentos, que va de la mano de una confianza inexplicable? ¿No hubiera sido más elegante, incluso para una campaña micro-administrada, decir algo como “no alcanza con tus argumentos, te pedimos que sumes tu compromiso…”? Pero no, en cambio, el líder de un movimiento político que hace que sus simpatizantes traten a sus adversarios con apelativos como “la loca”, “el loco”, “los descerebrados”, “los fanáticos-fundamentalistas”, los trata a ellos como forjadores y defensores de una confianza política que no requiere ni de argumentos ni de explicaciones. Pensaba por último en los viejos conservadores argentinos, aquellos que idolatran a Sarmiento por su presidencia, pero sabemos que no podrían ser lo que son sin el goce que les produce El Facundo. Su actual horizonte político los priva también de ese legado.

Pero tenemos que seguir, no podemos quedarnos en esas primeras experiencias frente a algo que nos parece muy grave teniendo en cuenta quién lo dice, cuándo lo dice, así como la historia política de nuestro país. Entonces se me ocurre que tal vez puede servir pensar qué está pasando con el lenguaje a ambos lados del centro. La distinción que tenía en mente todavía parece útil: fantasmas y argumentos, fantasmas vs. argumentos. Puedo ser esquemático porque esta sentencia del Sr. presidente es a su modo esclarecedora. Los fantasmas en la esfera pública operan como pseudo-argumentaciones, como modos de esgrimir evidencias inexplicables, que se las usa para pretender producir el resultado que suponemos que sólo pueden realizar los argumentos y las explicaciones: convencer a otros de algo, para que hagan con nosotros tal o cual cosa. Puestos así los términos alguien podría decir que en la comunicación política todo el tiempo y necesariamente las representaciones-fantasmas sustituyen al trabajo de los argumentos. Frente a la mera alusión a la cuestión de la racionalidad en política nos recordarán “que existen sobre el cielo y la tierra más cosas que las que puede soñar” cualquier pretensión de racionalidad, sobre todo en las grietas del territorio político. Pero no es este el modo en el que los fantasmas se contraponen a los argumentos. De hecho, el principal problema de los fantasmas en la vida pública no consiste en que no dan cuenta adecuadamente de “lo que es el caso” en la realidad exterior del mundo o de los otros. Tampoco es grave que no establezcan con claridad las condiciones lógicas del significado que dicen portar. El problema con los enunciados manufacturados con representaciones-fantasmas no consiste ni en que sean falsos, ni en que aparezcan fragmentados desde el punto de vista lógico, sino en que están puestos ahí sólo para capturar una mentalidad paranoica y agresiva que anula en el uso del lenguaje cualquier posibilidad de discutir con otros sobre el mejor modo de relacionarnos con los hechos o sobre las diferentes bases que podría tener la lógica del sentido de las diferentes esferas de nuestra vida social. Argumentar es incluir al otro en un espacio de libertad compartido, que servirá luego para discutir, para polemizar, para trazar diferencias o para ponernos de acuerdo. Por eso la argumentación es tan importante para la democracia. Tal vez el Tweet del Sr. presidente nos sirva para recordar que los argumentos no sólo nos ayudan a tomar mejores decisiones, sino que también sientan las bases de una forma de vida libre e igualitaria.

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