Por Elisabet Gerber
El Santiagazo.
Sencillo relato para argentines.
¿Qué pasó?, preguntan desde Argentina. Y desde Chile también, porque el Santiagazo del 19 de octubre estaba fuera de todo libreto, aunque no por las razones que sobrevuelan el imaginario argento promedio sobre el exitoso “país que funciona”. Sucede que mucho compatriota no ve más allá del Costanera Center y la cordillera es un potente cerco informativo. ¿Llega, por ejemplo, al territorio nacional la reiterada noticia del Costanera como espacio elegido de varios suicidas en los últimos tiempos? Gente que se arroja al vacío en el medio del shopping, mientras el resto sigue comprando. ¿Alguien se preguntó por qué esta elección? Sí, varios se detuvieron a pensarlo, pero no es un tema bueniondi aunque indudablemente, forma parte del paisaje del Santiagazo.
Vamos a los hechos puntuales. La semana pasada, estudiantes en Santiago de Chile iniciaron la acción #EvasiónMasiva , consistente en saltar el moliente del metro (traducido, colarse en el subte) como protesta ante el aumento del precio. Entre las reacciones desde conductores de noticieros, periodistas y columnistas – en diarios chilenos no corre el filtro de calidad, sino de redes oportunas- sobreabundó la condena muy desde el púlpito de superioridad moral que suele marear a la fauna de opinadores preocupadísimos por mostrar que su propio ombligo es mucho mejor que el del resto del mundo, antes que por intentar entender la realidad. La respuesta gubernamental, como tantas veces, fue tecnocrática y represiva. Porque “frente al vandalismo seremos inflexibles”, you know. Lo curioso es que mucha gente aplaudía a les jóvenes rebeldes que ya no sólo evadían, sino que se tomaban las estaciones del Metro de Santiago que viene a ser casi una institución de la República. ¿Alguien se preguntó por qué gente diversa, señoras de edad, señores trabajadores usuarios del metro, aplaudían a estudiantes rebeldes? Y sí, algunes lo conversamos, pero tampoco es bueniondi esa dimensión del tema: vende mejor seguir condenando con respingos despectivos a quienes no cumplen las sagradas reglas. Así las cosas, los opinadores siguieron juzgando, el gobierno, reprimiendo y casi nadie, entendiendo. El presidente Piñera, entretanto, orgulloso de su tozudez, cortaba definitivamente el audífono que apenas lo vinculaba con la sociedad. “El jueves, cuando el malestar social arreciaba, el Presidente dio una entrevista al Financial Times, comparándose con Ulises por su estrategia para no escuchar los cantos de sirena: ´Él se ató al mástil de un barco y se puso trozos de cera en las orejas para evitar caer en la trampa. La sirena llama. Estamos dispuestos a hacer todo por no caer en el populismo, en la demagogia´” cita Daniel Matamala en el diario La Tercera del domingo 20.
No extraña, entonces, que el viernes por la tarde, las autoridades tuvieran la peregrina idea de cerrar las estaciones de metro, es decir, echar nafta al incendio, escribiendo así su propia Crónica de una Explosión Anunciada.
Santiago estalló en varios fragmentos, reflejando la fragmentación que marca a su sociedad hoy. La forma elegida no fue una marcha masiva de expresión colectiva, sino una sucesión de mini y mezzo atentados. Lo llamativo fue que, aunque fuera una obviedad que los ataques se concentrarían en las estaciones de metro, las policías las dejaron libradas a su destino. Prefirieron dedicarse a la furiosa represión contra estudiantes en los vagones de metro, pasando por alto que, mientras tanto, en Ciudad Gótica, grupos diversos desencadenaron incendios en las mismas estaciones, en edificios, en supermercados. Curioso, ¿verdad? Lo que siguió, se vio por TV en todo el mundo.
Los análisis ex – post remiten a aquello de que después de la batalla todos somos generales. Pero necesito recurrir a la nunca recomendable primera persona para contarles que no fui la única obstinada desde hace meses en señalar la necesidad de afinar la escucha frente a las demandas ciudadanas. Ni fui la única que registró que la dirigencia política, tanto oficialista como de oposición, perdió la habilidad de interpretar a la sociedad. En parte porque cuando pregunta, lo hace desde las mismas estructuras y sentada en las mismas categorías de años atrás. La negación es cómoda y funcional: surfeando por la espuma, todo parecía estar bastante bien. Sin embargo, escarbando apenas, se deshilacha una sociedad en donde la meritocracia individualista socavó los sentidos sociales, y el consumo como vara que mide la felicidad resulta una droga cara y adictiva. Aun para el más negador debe ser difícil ignorar las desigualdades obscenas; la crisis de la salud pública; las catástrofes ambientales que siempre envenan más a los más pobres, la hiperconcentración de la riqueza, la segmentación insultante de la educación; el clasismo.
En este contexto, viviendo con un pie en cada país, me pregunté y me preguntaron muchísimas veces: ¿por qué no estalla la Argentina? Un país sumido en una gravísima crisis, con fuerte cultura de protesta y, digamos, poco dado a la obediencia. Daniel Arroyo señaló hace poco que los movimientos sociales en Argentina son parte de la solución, no del problema. Hace tiempo ya que funcionan conteniendo la crisis social, con trabajo territorial concreto y especializado, lejos de la caricatura del clientelar repartidor de colchones o planes. A su vez hay una cultura de añares de procesar conflictos sociales bastante pacíficamente. Estamos entrenades, querides conacionales, en navegar crisis periódicas en donde, creo, se activan sentidos colectivos. Lo primero no es para jactarse, lo segundo, sí. En Argentina, las marchas de cientos de miles suelen ser pacíficas y ustedes -habitantes del suelo patrio- no lo registran casi, porque están acostumbrados. Salvo tendencias recientes sesgadas por la impronta Bullrich, las cosas se llevan a cabo en buenos términos. En Chile, todas las manifestaciones masivas terminan en palazos y gases. Una historia del huevo o la gallina: ¿reprimen porque hay violencia, o hay violencia porque el aparato represivo dispuesto desde el inicio de cada marcha agudiza la tensión? ¿Imaginan cómo predispone llegar a la marcha del 1° de Mayo, a la de la Píldora del Día Después, a la que sea, y que ya te reciban, por las dudas, con tanquetas y policía a caballo?
Las comparaciones son sensibles; para mí también son inevitables porque soy binacional y no me las censuraré. No se trata de hacer el ránking de la mejor sociedad, sino de tratar de descifrarnos y entendernos.
Hoy Chile amaneció desconcertado. El vecindario seguramente, también. El 19 de octubre de 2019, treinta años después del fin de la dictadura en Chile, la ceguera y la sordera selectivas culminaron en estado de sitio.