Las elecciones presidenciales de este año se dirimirán entre la coalición del PJ-Frente para la Victoria y la UCR más De Narvéz. O sea, peronismo vs. UCR. Bienvenidos al siglo veinte; it’s deja vu all over again.
Muchos de nosotros lo sospechábamos desde hace un tiempo. La ciencia política indica que las identidades partidarias son altamente path dependent; es decir, una vez que se ha consolidado una cierta estructura, es muy difícil alterarla. Existen factores (institucionales, constitucionales, culturales) que sostienen las identidades políticas partidarias y les dan el poder de adaptarse a circunstancias cambiantes.
Además, es bien sabido que en un sistema presidencialista con división de poderes existen fuertes incentivos para que el sistema partidario tienda al binarismo. O sea, que lo que se forme sea una estructura partidaria organizada alrededor de dos polos, con clivajes bastante amplios y poco particularistas (los famosos «catch all parties.») Ciertamente, en Latinoamérica hay pocos ejemplos de países con sistemas partidarios con múltiples partidos consolidados igualmente competitivos. (México y Uruguay pueden ser excepciones, aunque en el caso uruguayo la centralidad del Frente Amplio más bien hace pensar en un nuevo bipartidismo que en un real tripartidismo.)
En cualquier caso, queda claro que el bipartidismo no estaba muerto en la Argentina. Y no lo estará, al menos, no en los próximos tiempos.
Por un lado, porque el peronismo goza de buena salud, electoralmente hablando. (Es conocido el gráfico de Calvo y Escolar que muestra que desde 1983 a la fecha el peronismo en sus múltiples encarnaciones nunca sacó menos del 40% de los votos nacionales ) Por otra parte, porque el partido radical tiene una admirable resiliencia: si ha logrado sobrevivir a la debacle del 2001 y al 2,33% de Moreau en 2003, no parece que nada vaya a eliminarlo.
Pero no sólo importan factores externos. Los factores internos son muy importantes. Para mí una de las claves de la resistencia del peronismo y el radicalismo es que, la naturaleza extremadamente catch all de los dos principales partidos nacionales los transforma en fuerzas en permanente disputa interna, y esto (paradójicamente) los fortalece.
Tanto el peronismo (ya sea el PJ per se o sus múltiples coaliciones «transversales») como el radicalismo son partidos con poca definición ideológica o programática, con (relativa) amplitud para aceptar figuras recién llegadas, con manejo de ejecutivos nacionales o provinciales, y que no se resisten a formar coaliciones electorales con otras fuerzas. Ambos partidos (más en el caso del peronismo) tienen además una masa crítica de militantes/funcionarios de rango medio y bajo con experiencia en gestiones provinciales y locales que está siempre disponible en caso de llegar al gobierno; si se suma a esto que son «marcas instaladas» con una una historia y una serie de símbolos de inmediata identificación se verá que, para un político joven (o no tanto) y ambicioso, ir «por adentro» de estas fuerzas sea una proposiciòn atractiva.
Esto hace que tanto el peronismo como el radicalismo sean partidos en permanente disputa. Y esto es un valor. La «disputabilidad» es un feature, no un bug.
Pensemos en un Cobos, un Scioli o un De Narváez. El caso de De Narvaez es patente: con cierta ambición ambición, algo de plata, y poca vergüenza, demostró que es más útil meterse a disputar lugares adentro de los partidos dominantes que ir por afuera (En el caso de De Narváez, le daba lo mismo el PJ que el radicalismo, parece). Y, a la inversa, pensemos en Macri y sus problemas para armar una alternativa nacional, aún habiendo ganado la principal ciudad del país, jugando por fuera del peronismo.
Sé que hay muchos que piensan que el bipartidisimo es el problema y que apuestan a consolidar una tercera fuerza. Con la excepción del socialismo santafesino (cuyo éxito nacional está además por verse), lo veo difícil.
Estas terceras fuerzas terminan, en general, consolidándose como partidos articulados alrededor de una figura, cuyo centralismo ocluye el ascenso de otros liderazgos. Sí, es cierto que son fuerzas en general más ideológicas y programáticas. Pero, paradòjicamente, el carácter más ideológico, más programático, más preocupado por su pureza de estos partidos (tanto de izquierda como de derecha) los hace menos «disputables» internamente, con lo cual se crean grandes incentivos para que las diferencias internas de opinión se resuelvan mediante el «exit,» o sea, el abandono y/o las purgas. Y, además, existe el problema del horizonte temporal. Es muy difìcil motivar a la militancia cuando no hay en el horizonte la perspectiva de pasar a gobernar distritos grandes en un mediano plazo.
Y el kirchnerismo, el alfonsinismo segunda generación y el denarvaismo muestran que tanto el peronismo como el radicalismo no sólo son disputables, sino que, si se gana esa disputa, ambos partidos son lo suficientemente flexibles para encolumnarse detrás de liderazgos con distintos programas ideológicos. Otra vez: desde el punto de vista de la estabilidad de las identidades partidarias, esto es un feature, no un bug.
En síntesis: mi consejo para el joven sabbatellista, de narvaista o macrista sería «andá a una básica o un comité firmá la ficha.» Jugá por adentro. Porque por afuera casi casi que no hay nada.